Así que, Peeta,
¿Cómo te sentiste cuando, después de todo por lo que has pasado, averiguaste
lo del Quell? Pregunta Caesar.
Estaba en
shock. Quiero decir, un minuto estaba viendo a Katniss tan hermosa
en todos esos vestidos de novia, y al siguiente… La voz de Peeta se
apaga. ¿Te diste cuenta de que nunca iba a haber una boda? Pregunta Caesar
amablemente.
Peeta hace una
larga pausa, como si estuviera decidiendo algo. Mira a la audiencia
hechizada, después al suelo, después finalmente a Caesar.
Caesar, ¿crees
que nuestros amigos podrán guardar un secreto?
Una risa incómoda
emana del público. ¿Qué quiere decir? ¿Ocultarle un secreto a quién?
Todo nuestro
mundo está mirando.
Estoy bastante
seguro. Dice Caesar.
Ya estamos casados.
Dice Peeta en voz baja. La multitud reacciona con asombro, y yo tengo
que enterrar el rostro en las dobleces de mi falda para que no puedan
ver mi confusión. ¿A dónde demonios quiere llegar con esto?
Pero… ¿cómo puede
ser eso? Pregunta Caesar.
Oh, no es un
matrimonio oficial. No fuimos al Edificio de Justicia ni nada. Pero
tenemos este ritual de matrimonio en el Distrito 12. No sé cómo es
en los otros distritos. Pero hay esta cosa que hacemos. Dice Peeta,
y describe brevemente el tueste. ¿Estaban allí vuestras familias?
No, no se lo dijimos
a nadie. Ni siquiera a Haymitch. Y la madre de Katniss nunca lo habría
aprobado. Pero ya ves, sabíamos que si nos casábamos en el Capitolio,
no habría un tueste. Y ninguno de los dos quería esperar más. Así que
un día, simplemente lo hicimos.
Dice Peeta. Y
para nosotros, estamos más casados que lo que habría podido hacernos
ningún papel ni ninguna fiesta. ¿Así que esto fue antes del Quell?
Por supuesto
que fue antes del Quell. Estoy seguro de que nunca lo habríamos hecho
después de saberlo. Dice Peeta, empezando a entristecerse. Pero,
¿quién lo iba a ver venir? Nadie. Pasamos por los Juegos, éramos vencedores,
todo el mundo parecía tan contento de vernos juntos, y después, de repente…
Quiero decir, ¿cómo podíamos anticipar algo así?
No podíais,
Peeta. Caesar le rodea los hombros con el brazo. Como dices, nadie habría
podido. Pero tengo que confesarlo, me alegro de que hayáis tenido
por lo menos unos pocos meses de felicidad juntos.
Inmenso aplauso.
Como si estuviera animada, alzo la vista de mis plumas y dejo que el
público vea mi sonrisa trágica de agradecimiento. El humo residual
de las plumas ha hecho que mis ojos estén llorosos, lo que añade un toque
muy bonito.
Yo no me alegro.
Dice Peeta. Desearía que hubiéramos esperado hasta que todo el asunto
se hubiera hecho de forma oficial.
Esto hace retroceder
incluso a Caesar. ¿Seguro que poco tiempo es mejor que nada?
Tal vez yo también
pensaría eso, Caesar Dice Peeta amargamente, si no fuera por el bebé.
Ahí. Lo ha vuelto
a hacer. Ha soltado una bomba que borra los esfuerzos de cada tributo
que ha venido antes que él. Bueno, tal vez no. Tal vez este año sólo ha
encendido la mecha de una bomba que los propios vencedores han estado
construyendo. Con la esperanza de que alguien pudiera detonarla.
Tal vez pensando que sería el verme en mi vestido nupcial. Sin saber
lo mucho que yo confío en los talentos de Cinna, mientras que Peeta no
necesita más que su sagacidad.
Mientras la bomba
explota, envía acusaciones de injusticia y barbarismo y crueldad
en todas direcciones. Incluso la persona más amante del Capitolio,
más hambrienta de Juegos, más sedienta de sangre, no puede ignorar,
por lo menos durante un instante, qué horrible es todo esto.
Estoy embarazada.
El público no
puede asimilar la noticia inmediatamente. La noticia tiene que golpearlos
y asentarse y ser confirmada por otras voces antes de que empiecen a
sonar como una horda de animales heridos, gimiendo, chillando, pidiendo
ayuda. ¿Y yo? Sé que mi cara está siendo proyectada en un primerísimo
plano en la pantalla, pero no hago ningún esfuerzo por ocultarla.
Porque por un momento, incluso yo estoy procesando lo que ha dicho
Peeta. ¿No es eso lo que más temía sobre la boda, sobre el futurola pérdida
de mis hijos a los Juegos? Y ahora podría ser verdad, ¿o no? ¿Si no me hubiera
pasado toda mi vida construyendo capas y capas de defensas hasta
que me encojo ante la simple sugerencia del matrimonio o de una familia?
Caesar ya no puede
reinar sobre la multitud, ni siquiera cuando suena el zumbido. Peeta
hace un gesto de cabeza como adiós y vuelve a su asiento sin más conversación.
Puedo ver los labios de Caesar moviéndose, pero el lugar es un completo
caos y no puedo oír ni una sola palabra. Sólo el atronador himno, sonando
tan alto que puedo sentirlo vibrando en mis huesos, nos hace saber cuál
es nuestro lugar en el programa. Me levanto automáticamente y, mientras
lo hago, siento a Peeta alzando su mano hacia mí. Lágrimas corren
por su rostro cuando tomo su mano. ¿Qué reales son esas lágrimas? ¿Es
esta una señal de que ha sido perseguido por los mismos miedos que yo?
¿Que cada vencedor? ¿Que cada padre en cada distrito de Panem?
Vuelvo a mirar
a la muchedumbre, pero las caras de la madre y el padre de Rue nadan
ante mis ojos. Su dolor. Su pérdida. Me vuelvo espontáneamente hacia
Chaff y le ofrezco mi mano.
Siento mis dedos
cerrándose alrededor del muñón que ahora completa su brazo, y me
agarro con rapidez.
Y entonces sucede.
Por toda la fila, los vencedores empiezan a unir las manos. Algunos
al instante, como los morphlings, o Wiress y Beetee. Otros inseguros
pero atrapados por las exigencias de aquellos a su alrededor, como
Brutus y Enobaria. Para cuando suenan las últimas notas del himno,
los veinticuatro estamos de pie en una fila irrompible en lo que debe
de ser la primera muestra de unidad entre los distritos desde los
Días Oscuros. Puedes ver cómo se dan cuenta de esto cuando las pantallas
empiezan a apagarse. Sin embargo, es demasiado tarde.
En medio de la
confusión, no nos cortaron a tiempo. Todos lo han visto.
Ahora también
hay desorden en el escenario, mientras se apagan las luces y tropezamos
de vuelta al Centro de Entrenamiento. He perdido mi agarre de
Chaff, pero Peeta me guía hasta un ascensor. Finnick y Johanna tratan
de unirse a nosotros, pero un agente de la paz atribulado bloquea su
camino y subimos solos.
En cuanto salimos
del ascensor, Peeta me aferra los hombros.
No hay mucho
tiempo, así que dime. ¿Hay algo por lo que deba disculparme?
Nada. Digo.
Fue un gran salto que dar sin mi consentimiento, pero me alegro de no
haberlo sabido, de no haber tenido tiempo para cuestionarlo, de
no haber dejado que ninguna culpa por Gale afectara el cómo me siento
de verdad sobre lo que hizo Peeta. Que es fortalecida.
En algún lugar,
muy lejos de aquí, hay un sitio llamado Distrito 12 donde mi madre y
hermana y amigos tendrán que lidiar con las secuelas de esta noche.
A tan sólo un breve viaje de aerodeslizador está la arena donde, mañana,
Peeta y yo y los otros tributos nos enfrentaremos a nuestra propia
forma de castigo. Pero incluso si todos encontramos finales terribles,
algo pasó esta noche en ese escenario que no puede deshacerse. Nosotros,
los vencedores, orquestamos nuestro propio levantamiento, y quizás,
sólo quizás, el Capitolio no será capaz de contener este.
Esperamos a que
regresen los otros, pero cuando se abre el ascensor, sólo Haymitch
aparece.
Allí fuera es
una locura. Todos han sido enviados a casa y han cancelado la repetición
de las entrevistas en televisión.
Peeta y yo nos
apresuramos a ir a la ventana e intentamos encontrarle algún sentido
a la conmoción muy por debajo de nosotros, en las calles. ¿Qué están
diciendo? Pregunta Peeta. ¿Están pidiéndole al presidente que pare
los Juegos?
No creo que ni
ellos mismos sepan qué pedir. Toda la situación no tiene precedentes.
Incluso la idea
de oponerse a la agenda del capitolio es una fuente de confusión para
la gente de aquí. Dice Haymitch. Pero de ninguna forma Snow cancelaría
los Juegos. Lo sabéis, ¿verdad?
Yo sí. Por supuesto,
ahora jamás se echaría atrás. La única opción que le queda es devolver
el golpe, y golpear con fuerza. ¿Los otros se han ido a casa? Pregunto.
Se lo ordenaron.
No sé qué suerte estarán teniendo para pasar entre la multitud. Dice
Haymitch.
Entonces nunca
volveremos a ver a Effie. Dice Peeta. No la vimos en la mañana de los
Juegos el año pasado. Dale las gracias de nuestra parte.
Más que eso.
Hazlo especial de verdad. Es Effie, después de todo. Digo yo. Dile
cuánto la apreciamos y que fue la mejor escolta que pudimos haber
tenido y dile… dile que le mandamos nuestro cariño.
Durante un rato
sólo nos quedamos ahí en silencio, retrasando lo inevitable. Después
Haymitch lo dice.
Supongo que
aquí también es cuando nos decimos adiós. ¿Algún consejo de última
hora? Pregunta Peeta.
Seguid vivos.
Dice Haymitch con aspereza. Con nosotros ahora eso es casi como un viejo
chiste. Nos da un abrazo rápido a cada uno, y puedo ver que eso es todo
lo que puede soportar. Id a la cama. Necesitáis vuestro descanso.
Sé que debería
decirle un montón de cosas a Haymitch, pero en realidad no puedo pensar
en nada que no sepa ya, y en mi garganta hay semejante nudo que en cualquier
caso dudo que fuera a ser capaz de decir nada. Así que, una vez más, dejo
que Peeta hable por los dos.
Cuídate, Haymitch.
Dice.
Cruzamos la sala,
pero en el umbral, la voz de Haymitch nos detiene.
Katniss, cuando
estés en la arena… Empieza. Luego se detiene. Está frunciendo el ceño
de tal manera que estoy segura de que ya lo he decepcionado. ¿Qué? Pregunto
a la defensiva.
Tú sólo recuerda
quién es el enemigo. Me dice Haymitch. Eso es todo. Ahora seguid adelante.
Marchaos de aquí.
Caminamos por
el pasillo. Peeta quiere pasarse por su habitación para ducharse
y quitarse el maquillaje, y encontrarse conmigo en unos minutos,
pero no dejo que lo haga. Estoy segura de que si una puerta se cierra
entre los dos, se quedará cerrada y tendré que pasar la noche sin él.
Además, tengo una ducha en mi habitación. Me niego a soltarle la mano.
¿Dormimos? No lo sé. Pasamos la noche abrazados, a medio camino entre
el sueño y la vigilia. Sin hablar. Ambos temiendo molestar al otro
con la esperanza de que seremos capaces de almacenar unos pocos y
preciosos minutos de descanso.
Cinna y Portia
llegan al amanecer, y sé que Peeta se tendrá que ir. Los tributos entran
solos en la arena. Me da un breve beso.
Hasta pronto.
Dice.
Cinna, que me
ayudará a vestirme para los Juegos, me acompaña al tejado. Estoy a
punto de subir por la escalera al aerodeslizador cuando lo recuerdo.
No le dije adiós
a Portia.
Yo se lo diré.
Dice Cinna.
La corriente
eléctrica me congela en el sitio en la escalera hasta que el médico
me inyecta el rastreador en antebrazo izquierdo. Ahora serán capaces
de localizarme siempre en la arena.
El aerodeslizador
despega, y miro por las ventanas hasta que se vuelven negras. Cinna
no deja de presionarme para que coma y, cuando fracasa, para que beba.
Consigo beber agua a sorbitos, pensando en los días de deshidratación
que casi me mataron el año pasado.
Pensando en cómo
necesitaré mi fuerza para mantener a Peeta con vida.
Cuando llegamos
a la Sala de Lanzamiento en la arena, me ducho. Cinna me hace una trenza
que me cae por la espalda y me ayuda a vestirme por encima de una ropa
interior sencilla. El traje de tributo de este año es un mono azul ajustado,
hecho de material muy fino, con una cremallera delante. Un cinturón
acolchado de quince centímetros de ancho cubierto en brillante
plástico morado. Un par de zapatos de nailon con suelas de goma. ¿Qué
piensas? Pregunto, levantando la tela para que la examine Cinna.
Frunce el ceño
mientras frota la cosa fina entre los dedos.
No lo sé. Ofrecerá
poca protección contra el frío o el agua. ¿Sol? Pregunto, imaginándome
un sol ardiente sobre un desierto árido.
Posiblemente.
Si ha sido tratado. Dice. Oh, casi me olvido de esto. Se saca mi antigua
insignia del sinsajo del bolsillo y la coloca sobre el mono.
Mi vestido estuvo
fantástico anoche. Digo. Fantástico y temerario. Pero Cinna debe
de saber eso ya.
Pensé que te
gustaría. Dice con una sonrisa tensa.
Nos sentamos,
como hicimos el año pasado, con las manos cogidas, hasta que la voz me
dice que me prepare para el lanzamiento. Me acompaña hasta la plataforma
metálica circular y cierra el cuello de mi mono con seguridad.
Recuerda, chica
en llamas. Dice. Aún apuesto por ti. Me da un beso en la frente y se aparta
mientras el cilindro de cristal se desliza hacia abajo a mi alrededor.
Gracias. Digo,
aunque probablemente no pueda oírme. Alzo la barbilla, manteniendo
la cabeza en alto como siempre me dice, y espero a que se levante
la plataforma. Pero no lo hace. Y todavía no.
Miro a Cinna,
alzando las cejas en busca de una explicación. Él sólo sacude levemente
la cabeza, tan perplejo como yo. ¿Por qué están retrasando esto?
De repente la
puerta de detrás de él se abre y tres agentes de la paz entran en la sala.
Dos sujetan los brazos de Cinna detrás de su espalda y lo esposan, mientras
el tercero lo golpea en la sien con tanta fuerza que cae de rodillas.
Pero siguen golpeándolo con guantes chapados de metal, haciéndole
profundos cortes en la cara y el cuerpo. Yo grito a pleno pulmón, golpeando
con todas mis fuerzas en el cristal inflexible, intentando llegar a
él. Los agentes de la paz me ignoran por completo mientras arrastran
el cuerpo inmóvil de Cinna fuera de la sala. Y todo lo que queda son
las manchas de sangre en el suelo.
Enferma y aterrorizada,
siento el plato empezar a levantarse. Aún me estoy apoyando contra
el cristal cuando la brisa me levanta el pelo y me obligo a erguirme.
Justo a tiempo, también, porque el cristal está bajando y estoy libre
y de pie en la arena. Algo parece estar mal con mi visión. El suelo es
demasiado brillante y resplandeciente y no deja de ondular. Guiño
los ojos a mis pies y veo que mi plataforma de metal está rodeada de
ondas azules que me lamen las botas. Lentamente alzo la vista y asimilo
el agua que se extiende en todas direcciones.
Sólo puedo formar
un pensamiento claro.
Este no es lugar
para una chica en llamas.
PARTE III
"EL ENEMIGO"
Damas y caballeros,
¡que empiecen los Septuagésimo Quintos Juegos del Hambre! La voz de
Claudius Templesmith, el anunciante de los Juegos del Hambre, atruena
en mis oídos.
Tengo menos de
un minuto para recomponerme. Después sonará el gong y los tributos
serán libres de salir de sus plataformas metálicas. Pero ¿salir adónde?
No puedo pensar
con claridad. La imagen de Cinna, hecho polvo y ensangrentado, me
consume. ¿Dónde está ahora? ¿Qué le están haciendo? ¿Torturándolo?
¿Matándolo? ¿Convirtiéndolo en un Avox? Obviamente su ataque fue orquestado
para sacarme de mis casillas, al igual que lo fue la presencia de Darius
en mis aposentos. Y sí me ha sacado de mis casillas. Todo lo que quiero
hacer es derrumbarme sobre mi plataforma metálica. Pero no puedo
hacer eso después de lo que acabo de presenciar. Tengo que ser fuerte.
Se lo debo a Cinna, quien lo arriesgó todo atacando al Presidente
Snow y convirtiendo mi seda nupcial en un plumaje de sinsajo. Y se
lo debo a los rebeldes que, embravecidos por el ejemplo de Cinna,
tal vez estén luchando para traer abajo al Capitolio en este mismo
instante. Mi negativa a jugar los Juegos según las normas del Capitolio
va a ser mi último acto de rebelión. Así que aprieto los dientes y me
fuerzo a participar. ¿Dónde estás? Aún no consigo entender mi entorno.
¿Dónde estás? Me exijo una respuesta y lentamente el mundo se va enfocando.
Agua azul. Cielo rosa. Un fulgurante sol blanco brillando con plena fuerza.
Vale, ahí está la Cornucopia, el reluciente cuerno dorado, a unos
cuarenta metros. Al principio, parece estar situada sobre una isla
circular. Pero tras un examen más exhaustivo, veo las delgadas líneas
de tierra radiando desde el círculo como los radios de una rueda.
Pienso que hay unos diez o doce, y parecen equidistantes. Entre los
radios todo lo que hay es agua. Agua y un par de tributos.
Eso es todo,
entonces. Hay doce radios, cada uno con dos tributos balanceándose
sobre plataformas metálicas entre ellos. El otro tributo en mi porción
de agua es el viejo Woof del Distrito 8. Está casi tan lejos a mi derecha
como la banda de tierra a mi izquierda. Más allá del agua, dondequiera
que mires, hay una playa estrecha y luego vegetación densa. Le echo
un vistazo al círculo de tributos, buscando a Peeta, pero debe de estar
bloqueado por la Cornucopia.
Cojo un puñado
de agua y la huelo. Después toco la punta de mi dedo húmedo contra mi
lengua. Como sospechaba, es agua salada. Igual que las olas que Peeta
y yo encontramos en nuestro breve tour a la playa del Distrito 4.
Pero por lo menos parece limpia.
No hay barcas,
no hay cuerdas, ni siquiera un poco de madera a la deriva a la que
aferrarse.
No, sólo hay
una forma de llegar a la Cornucopia. Cuando suena el gong, ni siquiera
vacilo antes de echarme al agua a la izquierda. Es una distancia más
larga de lo que estoy acostumbrada, y navegar las olas requiere algo
más de habilidad que nadar a través de mi
Gracias por subir los libros, vas a poner lo que falta??? :)
ResponderEliminarPorfis... Sube los que faltan
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir :)
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir :)
ResponderEliminarsi que es una lectura entretenida, gracias por subirla
ResponderEliminarMuchas gracias por el libro:)))
ResponderEliminarGracias por el libro, empezé ayer con el 1 y casi termino el 2
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