Mientras Peeta nadaba,
he descubierto algo. Mis restantes costras están empezando a desprenderse.
A base de frotar suavemente un puñado de arena por mi brazo, limpio
el resto de las escamas, revelando piel nueva debajo. Paro la práctica
de Peeta, con el pretexto de enseñarle cómo liberarse de las molestas
escamas, y mientras nos frotamos, menciono nuestra huida.
Mira, ya sólo
quedan ocho. Creo que es hora de que nos vayamos. Dijo en voz baja, aunque
dudo que ninguno de los tributos pueda oírme.
Peeta asiente,
y puedo verlo considerar mi propuesta. Sopesando si la suerte estará
de nuestra parte.
Sabes qué te digo.
Dice. Quedémonos hasta que Brutus y Enobaria estén muertos.
Creo que Betee
está ahora mismo intentando crear algún tipo de trampa para ellos.
Después, lo prometo, nos iremos.
No estoy completamente
convencida. Pero si nos vamos ahora, tendremos dos grupos de adversarios
detrás. Tal vez tres, porque ¿quién sabe qué es lo que trama Chaff? Además
hay que lidiar con el reloj. Y después hay que pensar en Betee. Johanna
sólo lo trajo por mí, y si nos vamos seguro que lo matará. Entonces lo
recuerdo. No puedo proteger también a Betee. Sólo puede haber un
vencedor y tiene que ser Peeta. Tengo que aceptar esto. Tengo que tomar
decisiones basadas sólo en su supervivencia.
Está bien. Digo.
Nos quedaremos hasta que estén muertos los Profesionales. Pero eso
es todo. Me doy la vuelta y saludo a Finnick con la mano. ¡Eh, Finnick,
ven aquí! ¡Hemos descubierto cómo ponerte otra vez guapo!
Los tres juntos
nos restregamos las costras de nuestros cuerpos, ayudando con las
espaldas de los demás, y acabamos tan rositas como el marisco de Finnick.
Aplicamos otra ronda de medicina porque la piel parece demasiado
delicada para el sol, pero el ungüento no se ve ni la mitad de mal sobre
la piel suave y será un buen camuflaje en la selva.
Betee nos llama,
y resulta que durante todas esas horas de juguetear con el cable, sí
que ha tramado un plan.
Creo que todos
estamos de acuerdo en que nuestra próxima misión es matar a Brutus
y a Enobaria. Dice suavemente. Dudo que nos vayan a atacar ahora abiertamente,
ahora que los superamos tan ampliamente en número. Podríamos rastrearlos,
supongo, pero es un trabajo peligroso y agotador. ¿Crees que han averiguado
lo del reloj? Pregunto.
Si no lo han
hecho ya, lo harán pronto. Tal vez no tan específicmente como nosotros.
Pero deben de
saber por lo menos que algunas de las zonas tienen ataques confinados
y que estos estan ocurriendo siguiendo un patrón circular. Tampoco
el hecho de que nuestra última lucha haya sido cortada por la intervención
de los Vigilantes les habrá pasado desapercibido.
Nosotros sabemos
que fue un intento de desorientarnos, pero ellos se deben de estar
preguntando por qué se hizo, y esto, también, puede llevarlos a darse
cuenta de que la arena es un reloj. Dice Beetee. Así que creo que nuestra
mejor apuesta será colocar nuestra propia trampa.
Espera, déjame
traer a Johanna. Dice Finnick. Se pondrá rabiosa si cree que se ha perdido
algo así de importante.
O no. Musito
yo, ya que se puede decir que ella está siempre rabiosa, pero no lo
detengo porque yo también estaría enfadada si me excluyeran de
uin plan llegados a este punto.
Cuando se nos
ha unido, Beetee nos insta a todos a que nos echemos un poco atrás para
que tenga sitio para trabajar en la arena. Hábilmente dibuja un círculo
y lo divide en doce cuñas. Es la arena, no dibujada por la mano precisa
de Peeta sino por las vastas líneas de un hombre cuya mente está preocupada
por otras cosas mucho más complejas.
Si fuerais
Brutus y Enobaria, sabiendo lo que sabéis sobre la selva, ¿dónde os
sentiríais más seguros? Pregunta Beetee. No hay ninguna condescendencia
en su voz, y aún así no puedo evitar pensar que me recuerda a un maestro
de escuela a punto de preparar a los niños para una lección. Tal vez
sea la diferencia de edad, o simplemente que Beetee es probablemente
un millón de veces más listo que el resto de nosotros.
Donde estamos
ahora. En la playa. Dice Peeta. Es el lugar más seguro. ¿Así que por qué
no están en la playa? Dice Beetee.
Porque estamos
nosotros. Dice Johanna con impaciencia.
Exactamente. Estamos
nosotros, reclamando la playa. Ahora ¿adónde iríais? Dice Beetee.
Pienso en la
selva letal, la playa ocupada.
Me escondería
justo al borde de la selva. Para poder escapar si viniera un ataque.
Y para poder espiarnos.
También para
comer. Dice Finnick. La selva está llena de criaturas y plantas extrañas.
Pero a base de mirarnos a nosotros, yo sabría que el pescado es seguro.
Beetee nos sonríe
como si hubieramos superado sus expectativas.
Sí, bien. Lo
veis. Ahroa esto es lo que yo propongo: un ataque a las doce en punto.
¿Qué pasa exactamente a mediodía y a medianoche?
El rayo golpea
el árbol. Digo.
Sí. Así que lo
que estoy sugiriendo es que después de que el rayo golpee a mediodía,
pero antes de que golpee a medianoche, extendamos mi cable desde ese
árbol hasta el agua salada, que es, por supuesto, altamente conductora.
Cuando el rayo golpee, la electricidad viajará por el cable y hacia
no sólo el agua sino también la playa que la rodea, que todavía estará
húmeda por la ola de las diez. Cualquiera en contacto con esas superficies
en ese momento será electrocutado. Dice Beetee.
Hay una larga
pausa en la que todos digerimos el plan de Beetee. A mí me parece un poco
fantasioso, incluso imposible. Pero ¿por qué? He colocado miles
de trampas. ¿No es esto una trampa más grande con un componente más específico?
¿Podría funcionar? ¿Cómo podemos siquiera cuestionarlo, nosotros,
los truibutos entrenados para recoger pescado y madera y carbón?
¿Qué sabemos nosotros de aprovechar la energía del cielo?
Peeta objeta.
¿Será ese cable capaz de verdad de conducir tanta energía, Beetee? Parece
tan frágil, como si fuera simplemente a quemarse.
Oh, se quemará.
Pero no antes de que la corriente haya pasado a su través. Actuará
algo así como un fusible, de hecho. Excepto porque la electricidad
viajará a lo largo de él. Dice Beetee. ¿Cómo lo sabes? Pregunta Johanna,
claramente no convencida.
Porque yo lo inventé.
Dice Beetee, como algo sorprendido. De hecho no es cable en el sentido
habitual. Tampoco es el rayo un rayo natural ni el árbol un árbol natural.
Tú conoces los árboles mejor que ninguno de nosotros, Johanna. A estas
alturas estaría destruido, ¿o no?
Sí. Dice, morruda.
No os preocupéis
por el cable. Hará exactamente lo que digo. Nos tranquiliza Beetee.
¿Y dónde estaremos nosotros cuando pase esto? Pregunta Finnick.
Lo bastante
lejos en la selva como para estar a salvo. Replica Beetee.
Entonces los
Profesionales también estarán a salvo, a no ser que estén en la vecindad
del agua. Apunto yo.
Así es. Dice
Beetee.
Pero todo el
marisco estará cocido. Dice Peeta.
Probablemente
más que cocido. Dice Beetee. Muy probablemente tendremos que eliminarlo
definitivamente como fuente de comida. Pero tú encontraste otras
cosas comestibles en la selva, ¿verdad, Katniss?
Sí. Frutos secos
y ratas. Digo. Y tenemos patrocinadores.
Bueno, entonces.
No veo que eso sea un problema. Dice Beetee. Pero ya que somos aliados y
esto requerirá todos nuestros esfuerzos, la decisión de intentarlo
o no os corresponde a vosotros cuatro.
Sí que somos
niños de colegio. Completamente incapaces de disputar su teoría
más que con las preocuapciones más elementales. La mayor parte de las
cuales ni siquiera tienen nada que ver con su plan. Miro a los semblantes
desconcertados de los demás. ¿Por qué no? Digo. Si fracasa, no hay daño.
Si funciona, hay una probabilidad decente de que los matemos. E incluso
si no lo hacemos y sólo matamos el marisco, Brutus y Enobaria también
lo perderán como fuente de alimento.
Yo digo que lo
intentemos. Dice Peeta. Katniss tiene razón.
Finnick mira a
Johanna y alza las cejas. No seguirá adelante sin ella.
Vale. Dice ella
finalmente. Es mejor que darles caza en la selva, en cualquier caso.
Y dudo que averigüen nuestro plan, ya que nosotros mismos apenas si
podemos comprenderlo.
Beetee quiere
inspeccionar el árbol del rayo antes de prepararlo. Juzgando por el
sol, son aproximadamente las nueve de la mañana. Tendremos que dejar
nuestra playa pronto, en cualquier caso. Así que desmontamos el
campamento, caminamos hasta la playa que bordea la sección de los rayos,
y nos dirigimos a la selva. Beetee aún está demasiado débil para hacer
la caminarta cuesta arriba él sólo, así que Finnick y Peeta hacen
turnos para cargar con él. Yo dejo que Johanna vaya en cabeza porque
el camino al árbol es bastante recto, y me figuro que no podrá perdernos.
Además, yo pudo hacer muicho más daño con una aljaba de flechas que ella
con dos hachas, así que soy la mejor para ir en la retaguardia.
El aire es denso
y pesado, y me agota. No nos ha dado respiro desde que empezaron los
Juegos. Desearía que Haymicth dejara de enviarnos ese pan del Distrito
3 y nos consiguiera algo más de ese salado del Distrito 4, porque he
sudado a cubos en el último par de días, e incluso aunque he tomado
el pescado, me muero por tomar sal. Un trozo de hielo sería otra buena
idea. O un trago de agua fresquita. Estoy agradecida por el fluido de
los árboles, pero está a la misma temperatura que el mar y el aire y
los otros tributos y yo. No somos más que un gran estofado caliente.
A medida que
nos acercamos al árbol, Finnick sugiere que yo lleve la delantera.
Katniss puede
oír el campo de fuerza. Les explica a Beetee y a Johanna. ¿Oírlo? Pregunta
Beetee.
Sólo con el
oído que reconstruyó el Capitolio. Digo. ¿Adivinas a quién no estoy
engañando con esa historia? A Beetee. Porque seguro que recuerda
que él me enseñó cómo vislumbrar un campo de fuerza, y probablemente
sea imposible oír campos de fuerza, en cualquier caso. Pero, sea cual
sea la razón, no cuestiona mi afirmación.
Entonces por supuesto,
dejad que Katniss vaya primero. Dice, haciendo una pausa para limpiar
el vapor de sus gafas. Los campos de fuerza no son nada con lo que jugar.
El árbol del
rayo es inconfundible, por lo mucho que se levanta por encima de los
demás.
Encuentro un puñado
de frutos secos y hago que los otros esperen mientras yo subo lentamente
por la pendiente, lanzando los frutos por delante de mí. Pero veo el
campo de fuerza casi de inmediato, incluso antes de que el fruto lo
golpee, porque sólo está a unos quince metros de distancia. Mis ojos,
que están barriendo la vegetación ante mí, captan el cuadrado ondulado
alto y a mi derecha. Lanzo un fruto directamente delante de mí y lo
oigo chisporrotear como confirmación.
Simplemente quedaos
por debajo del árbol del rayo. Les digo a los demás.
Dividimos tareas.
Finnick vigila a Beetee mientras este examina el árbol, Johanna hace
un grifo para obtener agua, Peeta recoge frutos secos, y yo cazo por
ahí cerca. Las ratas de árbol no parecen tener ningún miedo a los humanos,
así que acabo fácilmente con tres. El sonido de la ola de las diez me recuerda
que debería regresar, y vuelvo con los demás y limpio mis presas. Después
dibujo una línea en el polvo a un metro del campo de fuerza como recordatorio
para mantenernos atrás, y Peeta y yo nos sentamos para tostar nueces
y achicharrar cubitos de rata.
Beetee aún está
andando en el árbol, haciendo no sé lo qué, tomando medidas y eso. En
un momento dado arranca un pedazo de corteza, se nos une, y lo lanza
contra el campo de fuerza. Rebota y aterriza en el suelo, brillando.
En unos momentos regresa a su color original.
Bueno, eso explica
mucho. Dice Beetee. Yo miro a Peeta y no puedo evitar morderme el labio
para no reír, ya que eso no explica absolutamente nada a nadie salvo
a Beetee.
Alrededor de este
momento oímos un sonido de chasquidos levantándose en el sector adyacente
al nuestro. Eso significa que son las once en punto. El volumen es
mucho más alto en la selva que en la playa anoche. Todos escuchamos
con atención.
No es mecánico.
Dice Beetee decidido.
Yo diría insectos.
Digo. Tal vez escarabajos.
Algo con pinzas.
Añade Finnick.
El sonido se
eleva, como si nuestras palabras en voz baja lo hubieran alertado
de la proximidad de carne fresca. Lo que sea que esté haciendo esos
chasquidos, me apuesto que podría devorarnos hasta el hueso en segundos.
Deberíamos ir
saliendo de aquí, en cuaqlueir caso. Dice Johanna. Falta menos de
una hora para que empiecen los rayos.
Aunque no vamos
muy lejos. Sólo hasta el árbol idéntico en la sección de la lluvia de
sangre.
Tomamos un picnic,
agachados en el suelo, comiendo nuestra comida selvática, esperando
por el rayo que señala el mediodía. Por petición de Beetee, escalo a
la copa cuando los chasquidos empiezan a apagarse. Cuando golpea el
rayo, es cegador, incluso desde aquí, incluso bajo este sol brillante.
Abarca completamente el árbol distante, haciéndolo brillar de un
brillante color blanco azulado y causando que el aire cercano vibre
con electricidad. Bajo e informo a Beetee de mis hallazgos, quien
parece satisfecfo, incluso aunque no soy terriblemente científica.
Tomamos una ruta
tortuosa de vuelta a la playa de las dez. La arena está lisa y húmeda,
barrida por la reciente ola. Esencialmente Beetee nos deja la tarde
libre mientars él trabaja con el cable. Ya que es su arma y los demás
tenemos que fiarnos de su conocimiento tan completamente, está
la sensación extraña de que nos dejan salir pronto del colegio. Al
principio nos turnamos echando siestas en el borde de sombra de la
selva, pero hacia el final de la tarde todos estamos despiertos e inquietos.
Decidimos, ya que esta debe de ser nuestra última oportunidad de
tomar pescado, hacer algún tipo de festín. Bajo la guía de Finnick ensartamos
peces y atrapamos marisco en redes, incluso nos sumergimos en busca
de ostras.
Sobre todo me
gusta esta parte, aunque no porque tenga un gran apetito de ostras.
Sólo las probé una vez en el Capitolio, y no pude soportar su viscosidad.
Pero es encantador, estar en la profuncidad bajo el agua, es como estar
en un mundo distinto. El agua es muy clara, y un banco de peces de color
violeta brillante y extrañas flores marinas decoran el suelo de
arena.
Johanna monta
guardia mientras Finnick, Peeta y yo limpiamos y preparamos el pescado.
Peeta acaba de
abrir una ostra cuando lo oigo reír. ¡Eh, mirad esto! Levanta una
brillante, perfecta perla del tamaño de un guisante.
Ya sabes, si
sometes el carbón a la suficiente presión, se convierte en perlas.
Le dice seriamente a Finnick.
No, no es cierto.
Dice Finnick con displicencia. Pero yo me parto de risa, recordando
que es así como una ignorante Effie Trinket nos presentó a la gente
del Capitolio el año pasado, antes de que nadie nos conociera. Como
carbón transformado en perlas por nuestra significativa existencia.
Belleza que se levanta desde el dolor.
Peeta enjuaga
la perla en el agua y me la da.
Para ti. La levanto
en mi palma y examino a la luz del sol su superficie irisada. Sí, la
conservaré. Durante las pocas horas de vida que me quedan la mantendré
cerca. Este último regalo de Peeta. El único que puedo aceptar realmente.
Tal vez me dé fuerzas en los últimos momentos.
Gracias. Digo,
cerrando el puño a su alrededor. Miro con ojos tranquilos a los ojos
azules de la persona que es ahora mi mayor oponente, la persona que me
mantendría con vida a expensas de la suya propia. Y me prometo a mí
misma que derrotaré su plan.
La risa desparece
de esos ojos, y están mirando a los míos con tal intensidad, que es como
si pudieran leerme el pensamiento.
El relicario
no funcionó, ¿verdad? Dice Peeta, incluso aunque Finnick está justo
aquí.
Incluso aunque
todos pueden oírlo. ¿Katniss?
Funcionó. Digo.
Pero no como
yo quería. Dice él, apartando la vista. Después de eso no mirará más
que a las ostras.
Justo cuando
estamos a punto de comer, aparece un paracaídas con dos suplementos
para nuestra comida. Un pequeño bote de salsa roja picante y otra
ronda más de panecillos del Distrito 3. Finnick, por supuesto, se pone
a contarlos de inmediato.
Veinticuatro de
nuevo. Dice.
Treinta y dos
panecillos, entonces. Así que tomamos cinco cada uno, dejando siete,
que nunca se dividirán igualitariamente. Es pan para uno sólo.
La carne salada
de pesacdo, el suculento marisco. Incluso las ostras parecen sabrosas,
muy mejoradas por la salsa. Nos artiborramos hasta que nadie puede
tomar ni un bocado más, e incluso entonces quedan sobras. No se conservarán,
sin embargo, así que lanzamos toda la comida restante de vuelta al
agua para que los Profesionales no cojan lo que nosotros dejamos. Nadie
se preocupa por las conchas. La ola debería limpiarlas.
No hay nada
que hacer, salvo esperar. Peeta y yo nos sentamos al borde del agua, cogidos
de la mano, en silencio. Él dio su discurso anoche pero yo no cambié de
idea, y nada de lo que yo diga cambiará la suya. El momento de los regalos
persuasivos ha pasado.
Tengo la perla,
sin embargo, segura en el paracaídas con el spile y la medicina en
mi cintura. Espero que regrese al Distrito 12.
Seguro que mi
madre y Prim se encargarán de devolvérsela a Peeta antes de enterrar
mi cuerpo.
Empieza el himno,
pero esta noche no hay rostros en el cielo. El público estará inquieto,
sediento de sangre. La trampa de Beetee muestra tanta promesa, sin
embargo, que los Vigilantes no han enviado ningún otro ataque. Tal
vez simlemente tienen curiosidad por ver si funcionará.
Cuando Finnick
y yo juzgamos que son las nueve, dejamos nuestro campamento sembrado
de conchas, y empezamos una sigilosa caminata hasta el árbol del
rayo a la luz de la luna.
Nuestros estómagos
llenos hacen que estemos más incómodos y faltos de aliento de lo que
estábamos en la escalada de la mañana. Empiezo a arrepentirme de
esa última docena de ostras.
Beetee le pide
a Finnick que lo asista, y los demás montamos guardia. Antes de unir siquiera
el cable al árbol, Beetee desenrolla metros y metros de la cosa. Hace
que Finnick lo asegure alrededor de una rama rota y que deje esta en
el suelo. Después se colocan uno a cada lado del árbol, pasándose el
carrete entre sí a medida que van enrollando el cable alrededor
del tronco, una y otra vez. Al principio parece arbitrario, después
veo un patrón, como un intrincado laberinto, apareciendo a la luz
de la luna en el lado de Beetee. Me pregunto si supone alguna diferencia
el cómo el cable está situado, o si no es más que para mantener al público
especulando, la mayor parte del cual sabe tanto de electricidad como
yo.
El trabajo en
el tronco se completa justo cuando oímos empezar la ola. Nunca he averiguado
en qué punto exacto de la hora de las diez erupciona. Debe de haber algo
de preparación, después la ola en sí misma, después la recuperación
de la inundación. Pero el cielo me dice las diez y media.
Es ahora cuando
Beetee revela el resto del plan. Ya que nosotras nos movemos más ágilmente
entre los árboles, quiere que Johanna y yo bajemos el rollo a través
de la selva, desenrollando el cable a medida que andamos. Tenemos
que estirarlo a través de la playa de las doce y sumergir el carrete
metálico con lo todo que quede en la profundidad del agua, asegurándonos
de que se hunda. Después correr a la selva. Si nos vamos ahora, justo
ahora, deberíamos estar a tiempo de regresar a la seguridad.
Quiero ir con
ellas como guardia. Dice Peeta de inmediato. Después del momento
con la perla, sé que tiene menos ganas que nunca de perderme de vista.
Eres demasiado
lento. Además, te necesitaré en este extremo. Katniss vigilará.
Dice Beetee. No hay tiempo para debatir esto. Lo siento. Si las chicas
van a salir de allí con vida, tienen que ir moviéndose ya. Le entrega
el rollo a Johanna.
Debo reconocer que es decepcionante el leer esta parte en comparación con la película. Esta vez me quedo con la película. Extrañe los besos en la playa y todo eso...
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