Cuando Haymitch la empuja a un lado, nos encontramos en la cúpula del Edificio de Justicia. Es un lugar inmenso lleno de muebles rotos, pilas de libros y cuadernos de contabilidad, y armas oxidadas. La capa de polvo que lo cubre todo es tan gruesa que se ve claramente que no ha sido molestada en años. La luz lucha por filtrarse a través de cuatro tristes ventanas cuadradas situadas a los lados de la cúpula. Haymitch le da una patada a la trampilla para que se cierre y se vuelve hacia nosotros. ¿Qué ha pasado? Pregunta.
Peeta relata todo lo sucedido en la plaza. El silbido, el saludo, cómo vacilamos en la galería, el asesinato del anciano. ¿Qué está pasando, Haymitch?
Será mejor si viene de ti. Me dice Haymitch.
No estoy de acuerdo. Creo que será cien veces peor si viene de mí. Pero se lo cuento todo a Peeta con tanta calma como puedo. Sobre el Presidente Snow, el nerviosismo en los distritos.
Ni siquiera omito el beso con Gale. Expongo cómo todos estamos en peligro, cómo todo el país está en peligro por mi truco con las bayas.
Se suponía que debía arreglar las cosas en este tour. Hacer creer a todo aquel que tuviera dudas que había actuado por amor. Calmar las cosas. Pero obviamente, todo lo que he hecho hoy es conseguir que mataran a tres personas, y ahora todos los de la plaza serán castigados. Me encuentro tan mal que tengo que sentarme en un sofá, a pesar de los muelles y el relleno expuestos.
Entonces yo también empeoré las cosas. Dando el dinero. Dice Peeta. De repente golpea una lámpara que estaba precariamente situada sobre un cajón y la lanza al otro lado de la sala, donde se hace añicos contra el suelo. Esto tiene que parar. Ya. Este… este… juego que jugáis vosotros dos, donde os contáis secretitos el uno al otro pero me dejáis fuera a mí como si fuera demasiado intranscendente o estúpido o débil para soportarlos.
No es así, Peeta… Empiezo. ¡Es exactamente así! Me grita. ¡Yo también tengo gente que me importa, Katniss!
Familia y amigos en el Distrito Doce que estarán tan muertos como los tuyos si no hacemos bien esto. Así que, después de todo por lo que pasamos en la arena, ¿ni siquiera soy digno de que me digáis la verdad?
Siempre eres tan fiable y tan bueno, Peeta. Dice Haymitch. Tan listo sobre cómo te presentas a ti mismo ante las cámaras. No quería estropear eso.
Bueno, me has sobreestimado. Porque hoy la fastidié de veras. ¿Qué crees tú que va a pasarles a las familias de Thresh y de Rue? ¿Crees que conseguirán sus partes de nuestras ganancias? ¿Crees que les he dado un brillante futuro? ¡Porque yo creo que tendrán suerte si sobreviven a este día! Peeta lanza otra cosa por los aires, una estatua. Nunca lo he visto así.
Tiene razón, Haymitch. Digo. Fue un error no contárselo. Incluso allá en el Capitolio.
Incluso en la arena, vosotros dos teníais trabajado algún tipo de sistema, ¿verdad?
Pregunta Peeta. Ahora su voz está más calmada. Algo de lo que yo no formaba parte.
No. No oficialmente. Sólo que yo podía deducir qué es lo que Haymitch quería que hiciera según lo que enviaba, o no enviaba. Digo.
Bueno, yo nunca tuve esa oportunidad. Porque nunca me envió nada hasta que apareciste tú. Dice Peeta.
No he pensado mucho sobre esto. Cómo debe de haber parecido desde la perspectiva de Peeta cuando aparecí en la arena habiendo recibido medicina para las quemaduras y pan mientras que él, que estaba a las puertas de la muerte, no había conseguido nada. Como si Haymitch me hubiera estado manteniendo con vida a sus expensas.
Mira, chico… Empieza Haymitch.
No te molestes, Haymitch. Sé que tenías que elegir a uno de los dos. Y yo habría querido que fuera ella. Pero esto es algo distinto. Hay gente muerta ahí fuera. Más les seguirán a no ser que seamos muy buenos. Todos sabemos que yo soy mejor que Katniss delante de las cámaras. Nadie tiene que guiarme para saber qué decir. Pero tengo que saber en qué me estoy metiendo. Dice Peeta.
De ahora en adelante, estarás plenamente informado. Promete Haymitch.
Más te vale. Dice Peeta. Ni siquiera se molesta en mirarme antes de salir.
El polvo que ha levantado flota y busca nuevos lugares sobre los que posarse. Mi pelo, mis ojos, mi brillante insignia dorada. ¿Me elegiste, Haymitch? Pregunto.
Sí. ¿Por qué? Te gusta más él.
Eso es verdad. Pero recuerda, hasta que cambiaron las reglas, yo sólo podía aspirar a sacar a uno de allí con vida. Pensé que ya que él estaba decidido a protegerte, bueno, entre los tres, tal vez fuéramos capaces de traerte a casa.
Oh. Es todo lo que se me ocurre decir.
Ya verás, las elecciones que deberás tomar. Si sobrevivimos a esto. Dice Haymitch.
Aprenderás.
Bueno, hoy he aprendido una cosa. Este lugar no es una versión más grande del Distrito 12.
Nuestra valla no está vigilada y rara vez está cargada. Nuestros agentes de la paz no son bien recibidos pero son menos brutales. Nuestros apuros suscitan más cansancio que furia. Aquí en el 11, sufren con más agudeza y sienten más desesperación. El Presidente Snow tiene razón.
Una chispa podría ser suficiente para incendiarlos.
Todo está pasando demasiado rápido para que pueda procesarlo. El aviso, los disparos, el reconocimiento de que quizás haya puesto en movimiento algo de grandes consecuencias.
Todo el asunto es tan improbable. Y sería una cosa si hubiera planeado remover las cosas, pero dadas las circunstancias… ¿cómo demonios causé tantos problemas?
Vamos. Tenemos una cena a la que asistir. Dice Haymitch.
Me quedo en la ducha tanto como me lo permiten antes de tener que salir para que me arreglen. El equipo de preparación parece ignorante de los eventos del día. Todos están excitados por la cena. En los distritos son lo bastante importantes como para asistir, mientras que en el Capitolio casi nunca consiguen invitaciones para fiestas de prestigio. Mientras tratan de predecir qué platos se servirán, no dejo de ver cómo le destrozan la cabeza al anciano. Ni siquiera presto atención a lo que nadie me está haciendo hasta que estoy a punto de salir y me veo en el espejo. Un vestido sin tiras rosa pálido me roza los zapatos. Mi pelo está apartado del rostro y cayendo por mi espalda en una cascada de tirabuzones.
Cinna llega desde atrás y me coloca un reluciente chal plateado alrededor de los hombros.
Se encuentra con mi mirada en el espejo. ¿Te gusta?
Es precioso. Como siempre.
Veamos qué tal queda con una sonrisa. Dice amablemente. Es su recordatorio de que en un minuto habrá otra vez cámaras. Consigo alzar las comisuras de los labios. Allá vamos.
Cuando nos juntamos todos para bajar a cenar, me doy cuenta de que Effie no sabe nada.
Está claro que Haymitch no le ha dicho lo que pasó en la plaza. No me sorprendería que Cinna y Portia lo supieran, pero parece haber un acuerdo no hablado de dejar a Effie fuera de las malas noticias. Aunque no se tarda mucho en oír acerca del problema.
Effie repasa el horario de la noche, luego lo lanza a un lado.
Y después, menos mal, podemos subir a ese tren y salir de aquí. Dice. ¿Pasa algo malo, Effie? Pregunta Cinna.
No me gusta la forma en que hemos sido tratados. Metidos en camionetas y apartados de la plataforma. Y después, hace cosa de una hora, decidí salir a mirar alrededor del Edificio de Justicia. Soy algo así como una experta en diseño arquitectónico, sabes. Dice ella.
Oh, sí, lo he oído. Dice Portia antes de que la pausa se haga demasiado larga.
Así que, sólo estaba echando un vistazo por ahí porque las ruinas de distritos van a ser el último grito este año, cuando aparecieron dos agentes de la paz y me ordenaron volver a nuestros aposentos. ¡Uno de ellos incluso me empujó con su pistola! Dice Effie.
No puedo evitar pensar que este es el resultado directo de la desaparición de Haymitch, Peeta y mía antes durante el día. Es algo reconfortante, sin embargo, pensar que Haymitch tal vez haya tenido razón. Que nadie estaría monitorizando la cúpula polvorienta donde hablamos. Aunque me apuesto a que ahora sí lo hacen.
Effie parece tan disgustada que la abrazo espontáneamente.
Eso es horrible, Effie. Tal vez no debiéramos ir a la cena después de todo. Por lo menos hasta que se disculparan. Sé que nunca estará de acuerdo con esto, pero se anima considerablemente ante la sugerencia, ante la validación de su queja.
No, lo soportaré. Es parte de mi trabajo lidiar con los puntos altos y los bajos. Y no podemos dejar que vosotros dos os perdáis la cena. Pero gracias por el ofrecimiento, Katniss.
Effie nos ordena en formación para nuestra entrada. Primero los equipos de preparación, después ella, los estilistas, Haymitch. Peeta y yo, por supuesto, ocupamos la retaguardia.
En algún punto por debajo de nosotros, músicos empiezan a tocar. Cuando la primera onda de nuestra pequeña procesión empieza a bajar los escalones, Peeta y yo nos damos la mano.
Haymitch dice que hice mal en gritarte. Que tú sólo operabas bajo sus instrucciones.
Dice Peeta. Y no es como si yo no te hubiera ocultado cosas en el pasado.
Recuerdo el shock que había supuesto oír a Peeta confesar su amor por mí delante de todo Panem. Haymitch había sabido acerca de eso y no me lo había dicho.
Creo que yo también rompí unas cuantas cosas después de esa entrevista.
Sólo una urna. Dice él.
Y tus manos. Aunque ya no tiene sentido, ¿verdad? ¿No ser sinceros el uno con el otro?
No tiene sentido. Dice Peeta. Estamos de pie en la parte alta de las escaleras, dándole a Haymitch una ventaja de quince pasos tal y como indicó Effie. ¿De verdad fue esa la única vez que besaste a Gale?
Estoy tan sorprendida que respondo.
Sí. Con todo lo que ha pasado hoy, ¿de verdad lo estaba reconcomiendo esa pregunta?
Esos son quince. Hagámoslo. Dice.
Una luz nos golpea, y pongo la sonrisa más brillante que puedo.
Bajamos los escalones y somos absorbidos por lo que se convierte en una ronda indistinguible de cenas, ceremonias, y viajes en tren. Cada día es lo mismo. Despertarse.
Vestirse. Conducir entre muchedumbres que nos aclaman. Escuchar el discurso en nuestro honor. Dar un discurso de agradecimiento en respuesta, pero sólo el que nos dio el Capitolio, ahora nunca añadidos personales. A veces un breve tour: un vistazo al mar en un distrito, altos bosques en otro, feas fábricas, campos de trigo, refinerías malolientes. Vestirse con ropa de noche. Acudir a la cena. Tren.
Durante las ceremonias, somos solemnes y respetuosos pero siempre unidos, por nuestras manos, nuestros brazos. En las cenas, estamos al borde del delirio por nuestro mutuo amor.
Nos besamos, bailamos, nos pillan intentando escaparnos para estar a solas. En el tren, nos sentimos silenciosamente miserables mientras intentamos evaluar el efecto que estamos teniendo.
Incluso con nuestros discursos personales para aplacar el descontentoes innecesario decir que los que pronunciamos en el Distrito 11 fueron editados antes de que el evento fuera emitido en televisiónpuedes sentir algo en el aire, el murmullo de la ebullición en una pota a punto de desbordarse. No en todas partes. Algunas multitudes tienen ese aire de ganado fatigado que sé que el Distrito 12 suele proyectar en las ceremonias de los vencedores. Pero en otrosparticularmente el 8, el 4 y el 3hay una genuina euforia en los rostros de la gente cuando nos ve y, bajo la euforia, furia. Cuando gritan mi nombre, es más un grito de venganza que una aclamación. Cuando los agentes de la paz se acercan para calmar a una muchedumbre indisciplinada, esta les devuelve el empujón en vez de retraerse. Y entonces sé que no hay nada que yo hubiera podido hacer jamás para cambiar esto. Ninguna muestra de amor, aunque creíble, cambiaría esta marea. Si el que alzara esas bayas fue un acto de locura pasajera, entonces esta gente también abrazará la locura.
Cinna empieza a recoger mi ropa alrededor de la cintura. El equipo de preparación se vuelve loco por los círculos debajo de mis ojos. Effie empieza a darme pastillas para dormir, pero no funcionan. No lo bastante bien. Sólo me duermo para despertarme a pesadillas que han incrementado en número e intensidad. Peeta, que se pasa una gran parte de la noche vagando por el tren, me oye gritar mientras lucho por salir del aturdimiento de la droga que sólo prolonga los horribles sueños. Él consigue despertarme y tranquilizarme. Después se sube a la cama para sostenerme hasta que vuelvo a dormirme. Después de eso, rechazo las pastillas.
Pero cada noche lo dejo entrar en mi cama. Soportamos la oscuridad tal y como lo hacíamos en la arena, envueltos en los brazos del otro, protegiéndonos de peligros que pueden descender en cualquier momento. No pasa nada más, pero nuestro arreglo rápidamente se convierte en objeto de cotilleo en el tren.
Cuando Effie me lo menciona, pienso, Bien. Tal vez le llegue al Presidente Snow. Le digo que haremos un esfuerzo por ser más discretos, pero no lo hacemos.
Las consecutivas apariciones en el 2 y el 1 son su propia clase de horribles. Cato y Clove, los tributos del Distrito 2, tal vez hubieran llegado ambos a casa si Peeta y yo no lo hubiéramos hecho. Yo maté personalmente a la chica, Glimmer, y al chico del Distrito 1. Mientras intento evitar mirar a su familia, me entero de que su nombre era Marvel. ¿Cómo es que nunca lo supe? Supongo que antes de los Juegos no presté atención, y después no lo quise saber.
Para cuando llegamos al Capitolio, estamos desesperados. Hacemos apariciones interminables ante muchedumbres adoradoras. No hay peligro de un levantamiento aquí entre los privilegiados, entre aquellos cuyos nombres nunca se introducen en las bolas de la cosecha, aquellos cuyos hijos nunca mueren por supuestos crímenes cometidos hace generaciones. No necesitamos convencer a nadie en el Capitolio de nuestro amor, pero nos aferramos a la débil esperanza de que aún podemos llegarles a algunos de los que no pudimos convencer en los distritos. Lo que quiera que hagamos parece demasiado poco, demasiado tarde.
De vuelta en nuestras habitaciones en el Centro de Entrenamiento, yo soy la que sugiere la proposición pública de matrimonio. Peeta accede a hacerlo pero luego desaparece en su habitación durante mucho tiempo. Haymitch me dice que lo deje solo.
Creí que lo quería, de todas formas. Digo.
No así. Dice Haymitch. Él quería que fuera real.
Vuelvo a mi habitación y me acuesto debajo de las mantas, intentando no pensar en Gale y no pensando en otra cosa.
Esa noche, en el escenario delante del Centro de Entrenamiento, balbuceamos como podemos nuestras respuestas a una lista de preguntas. Caesar Flickerman, en su brillante traje azul medianoche, su pelo, párpados y labios aún teñidos de azul pastel, nos guía sin fallos en la entrevista. Cuando nos pregunta sobre el futuro, Peeta se coloca sobre una rodilla, abre su corazón, y me suplica que me case con él. Yo, por supuesto, acepto. Caesar está fuera de sí, la audiencia del Capitolio está histérica, planos de muchedumbres por todo Panem muestran un país loco de felicidad.
El Presidente Snow en persona nos hace una visita sorpresa para felicitarnos. Le da la mano a Peeta y le da una palmadita aprobadora en el hombro. A mí me abraza, envolviéndome en el olor a sangre y rosas, y planta un beso hinchado en mi mejilla. Cuando se aparta, sus dedos clavándose en mis brazos, su cara sonriendo a la mía, me atrevo a alzar las cejas. Ellas preguntan lo que mis labios no pueden. ¿Lo hice? ¿Fue suficiente? ¿Fue el renunciar a todo por ti, seguir el juego, prometer casarme con Peeta, suficiente?
Como respuesta, sacude la cabeza casi imperceptiblemente.
En ese único levísimo movimiento, veo el fin de la esperanza, el principio de la destrucción de todo lo que quiero en el mundo. No puedo adivinar qué forma tomará mi castigo, qué amplitud abarcará la red, pero cuando termine, lo más probable es que ya no quede nada. Así que creerías que llegados a este punto, estaría en la cumbre de la desesperación. He aquí lo raro. Lo máximo que siento es alivio. Que ya puedo abandonar este juego. Que la pregunta de si puedo triunfar en esta empresa ha sido respondida, incluso si dicha respuesta es un sonoro no. Que si los momentos desesperados requieren medidas desesperadas, entonces soy libre para actuar con tanta desesperación como me plazca.
Sólo que no aquí, todavía no. Es esencial volver al Distrito 12, porque la parte principal de cualquier plan incluiría a mi madre y hermana, Gale y su familia. Y Peeta, si consigo hacer que venga con nosotros. Añado a Haymitch a la lista. Estas son las personas que debo llevar conmigo cuando escape a la espesura del bosque. Cómo los convenceré, dónde iremos en lo más crudo del invierno, qué llevará evadir la captura, son preguntas sin respuesta. Pero por lo menos sé qué debo hacer.
Así que en vez de doblarme sobre el suelo y llorar, me encuentro irguiéndome más y con más confianza de la que he tenido en semanas. Mi sonrisa, aunque algo loca, no es forzada. Y cuando el Presidente Snow silencia a la audiencia y dice, "¿Qué opináis de que les organicemos una boda aquí en el Capitolio?" interpreto a la chica-casi-catatónica-de-alegría sin fallo alguno.
Caesar Flickerman pregunta si el presidente tiene una fecha en mente.
Oh, antes de que pongamos una fecha, mejor que lo dejemos claro con la madre de Katniss. Dice el presidente. El público suelta una gran carcajada y el presidente me rodea con un brazo. Tal vez si todo el país lo asimila, conseguiremos casarte antes de los treinta.
Probablemente tenga usted que aprobar una nueva ley. Digo con una risita.
Si eso es lo que hace falta. Dice el presidente con buen humor cómplice.
Oh, cómo nos divertimos los dos juntos.
La fiesta, que tiene lugar en la sala de banquetes de la mansión del Presidente Snow, no tiene igual. El techo de doce metros ha sido transformado en el cielo nocturno, y las estrellas se ven exactamente igual que en casa. Supongo que se ven igual desde el Capitolio, pero ¿cómo saberlo? Siempre hay demasiada luz de la ciudad para ver aquí las estrellas. A mitad de camino más o menos entre el techo y el suelo, músicos flotan en lo que parecen ser nubes blancas algodonosas, pero no puedo ver qué las sostiene en el aire. Las mesas de cena tradicionales han sido sustituidas por innumerables sofás y sillas acolchados, algunos rodeando chimeneas, otros junto a fragantes jardines de flores o estanques llenos de peces exóticos, para que la gente pueda comer y beber y hacer lo que les plazca en el máximo confort.
Amo a Peeta y Katniss...
ResponderEliminarYo primero vi las 4 películas, y me gustaron tanto que queria más, asi que decidi leer los libros y asi no me decepciona la película, me gustó que el personaje de Peeta en la Pelicula lo hiciera Josh Hutcherson...
ResponderEliminarYo primero vi las 4 películas, y me gustaron tanto que queria más, asi que decidi leer los libros y asi no me decepciona la película, me gustó que el personaje de Peeta en la Pelicula lo hiciera Josh Hutcherson...
ResponderEliminarMe sucedio exactamente lo mismo, vi las peliculas y ahora leo los libros, tengo decir que hasta ahora no me han decepcionado las peliculas, tal vez porque la adaptación la hizo la misma autora y supo cambiarla bien y mantener la misma esencia de las escenas, y efectivamente me encanto Josh como Peeta
EliminarYo primero busque el libro y antes de terminarlo busque la pelicula,y despues la otra,que seria en llamas,y despues la termine yyy ya segui con el libro y ahora voy em esta parte,la berdad esque las peliculas ayudan porque cuando leo el libro me voy imaginando a los personajes de verdad, y eso se me hace mas facil
ResponderEliminar#Katnissxpeetaforever
Yo primero leí los libros y después ví las películas, y tanto el libro como la película son buenas
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