Querida Kitty:
Papá, mamá y Margot no logran acostumbrarse a las campanadas de la iglesia del Oeste,
que suenan cada quince minutos anunciando la hora. Yo sí, me gustaron desde el
principio, y sobre todo
por las noches me dan una sensación de amparo. Te interesará saber qué me parece mi
vida de escondida, pues bien, sólo puedo decirte que ni yo misma lo sé muy bien. Creo
que aquí nunca me sentiré realmente en casa, con lo que no quiero decir en absoluto que
me desagrade estar aquí; más bien me siento como si estuviera pasando unas vacaciones
en una pensión muy curiosa. Reconozco que es una concepción un tanto extraña de la
clandestinidad, pero las cosas son así, y no las puedo cambiar. Como escondite, la Casa
de atrás es ideal; aunque hay humedad y está toda inclinada, estoy segura de que en todo
Amsterdam, y quizás hasta en toda Holanda, no hay otro escondite tan confortable como
el que hemos instalado aquí.
La pequeña habitación de Margot y mía, sin nada en las paredes, tenía hasta ahora un
aspecto bastante desolador. Gracias a papá, que ya antes había traído mi colección de
tarjetas postales y mis fotos de estrellas de cine, pude decorar con ellas una pared entera,
pegándolas con cola. Quedó muy, muy bonito, por lo que ahora parece mucho más
alegre. Cuando lleguen los Van Daan, ya nos fabricaremos algún armarito y otros
chismes con la madera que hay en el desván.
Margot y mamá ya se han recuperado un poco. Ayer mamá quiso hacer la primera sopa
de guisantes, pero cuando estaba abajo charlando, se olvidó de la sopa, que se quemó de
tal manera que los guisantes estaban negros como el carbón y no había forma de
despegarlos del fondo de la olla. '
Ayer por la noche bajamos los cuatro al antiguo despacho de papá y pusimos la radio
inglesa. Yo tenía tanto miedo de que alguien pudiera oírnos que le supliqué a papá que
volviéramos arriba. Mamá comprendió mi temor y subió conmigo. También con respecto
a otras cosas tenemos mucho miedo de que los vecinos puedan vernos u oírnos. Ya el
primer día tuvimos que hacer cortinas, que en realidad no se merecen ese nombre, ya que
no son más que unos trapos sueltos, totalmente diferentes entre sí en forma, calidad y
dibujo. Papá y yo, que no entendemos nada del arte de coser, las unimos de cualquier
manera con hilo y aguja. Estas verdaderas joyas las colgamos luego con chinchetas
delante de las ventanas, y ahí se quedarán hasta que nuestra estancia aquí acabe.
A la derecha de nuestro edificio se encuentra una filial de la compañía Keg, de Zaandam,
y a la izquierda una ebanistería. La
gente que trabaja allí abandona el recinto cuando termina su horario de trabajo, pero aun
así podrían oír algún ruido que nos delatara. Por eso, hemos prohibido a Margot que tosa
por las noches, pese a que está muy acatarrada, y le damos codeína en grandes
cantidades.
Me hace mucha ilusión la venida de los Van Daan, que se ha fijado para el martes. Será mucho más ameno y también habrá menos silencio. Porque es el silencio lo que por las
noches y al caer la tarde me pone tan nerviosa, y daría cualquier cosa por que alguno de
nuestros protectores se quedara aquí a dormir.
La vida aquí no es tan terrible, porque podemos cocinar nosotros mismos y abajo, en el
despacho de papá, podemos escuchar la radio. El señor Kleiman y Miep y también Bep
Voskuijl nos han ayudado muchísimo. Nos han traído ruibarbo, fresas y cerezas, y no
creo que por el momento nos vayamos a aburrir. Tenemos suficientes cosas para leer, y
aún vamos a comprar un montón de juegos. Está claro que no podemos mirar por la
ventana ni salir fuera. También está prohibido hacer ruido, porque abajo no nos deben
oír.
Ayer tuvimos mucho trabajo; tuvimos que deshuesar dos cestas de cerezas para la oficina.
El señor Kugler quería usarlas para hacer conservas.
Con la madera de las cajas de cerezas haremos estantes para libros.
Me llaman.
Tu Ana.
domingo, 29 de marzo de 2015
Viernes, 10 de Julio de 1942
Querida Kitty:
Es muy probable que te haya aburrido tremendamente con mi tediosa descripción
de la casa, pero me parece importante que sepas dónde he venido a parar. A través de mis
próximas cartas ya te enterarás de cómo vivimos aquí.
Ahora primero quisiera seguir contándote la historia del otro día, que todavía no he
terminado. Una vez que llegamos al edificio de Prinsengracht 663, Miep nos llevó en
seguida por el largo pasillo, subiendo por la escalera de madera, directamente hacia
arriba,
a la Casa de atrás. Cerró la puerta detrás de nosotros y nos dejó solos. Margot había
llegado mucho antes en bicicleta y ya nos estaba esperando.
El cuarto de estar y las demás habitaciones estaban tan atiborradas de trastos que
superaban toda descripción. Las cajas de cartón que a lo largo de los últimos meses
habían sido enviadas a la oficina, se encontraban en el suelo y sobre las camas. El cuartito
pequeño estaba hasta el techo de ropa de cama. Si por la noche queríamos dormir en
camas decentes, teníamos que poner manos a la obra de inmediato. A mamá y a Margot
les era imposible mover un dedo, estaban echadas en las camas sin hacer, cansadas,
desganadas y no sé cuántas cosas más, pero papá y yo, los dos «ordenalotodo» de la
familia, queríamos empezar cuanto antes.
Anduvimos todo el día desempaquetando, poniendo cosas en los armarios, martilleando y
ordenando, hasta que por la noche caímos exhaustos en las camas limpias. No habíamos
comido nada caliente en todo el día, pero no nos importaba; mamá y Margot estaban
demasiado cansadas y nerviosas como para comer nada, y papá y yo teníamos demasiado
que hacer.
El martes por la mañana tomamos el trabajo donde lo habíamos dejado el lunes. Bep y
Miep hicieron la compra usando nuestras cartillas de racionamiento, papá arregló los
paneles para oscurecer las ventanas, que no resultaban suficientes, fregamos el suelo de la
cocina y estuvimos nuevamente trajinando de la mañana a la noche. Hasta el miércoles
casi no tuve tiempo de ponerme a pensar en los grandes cambios que se habían producido
en mi vida. Sólo entonces, por primera vez desde que llegamos a la Casa de atrás,
encontré ocasión para ponerte al tanto de los hechos y al mismo tiempo para darme cuenta de lo que realmente me había pasado y de lo que aún me esperaba.
Tu Ana.
Es muy probable que te haya aburrido tremendamente con mi tediosa descripción
de la casa, pero me parece importante que sepas dónde he venido a parar. A través de mis
próximas cartas ya te enterarás de cómo vivimos aquí.
Ahora primero quisiera seguir contándote la historia del otro día, que todavía no he
terminado. Una vez que llegamos al edificio de Prinsengracht 663, Miep nos llevó en
seguida por el largo pasillo, subiendo por la escalera de madera, directamente hacia
arriba,
a la Casa de atrás. Cerró la puerta detrás de nosotros y nos dejó solos. Margot había
llegado mucho antes en bicicleta y ya nos estaba esperando.
El cuarto de estar y las demás habitaciones estaban tan atiborradas de trastos que
superaban toda descripción. Las cajas de cartón que a lo largo de los últimos meses
habían sido enviadas a la oficina, se encontraban en el suelo y sobre las camas. El cuartito
pequeño estaba hasta el techo de ropa de cama. Si por la noche queríamos dormir en
camas decentes, teníamos que poner manos a la obra de inmediato. A mamá y a Margot
les era imposible mover un dedo, estaban echadas en las camas sin hacer, cansadas,
desganadas y no sé cuántas cosas más, pero papá y yo, los dos «ordenalotodo» de la
familia, queríamos empezar cuanto antes.
Anduvimos todo el día desempaquetando, poniendo cosas en los armarios, martilleando y
ordenando, hasta que por la noche caímos exhaustos en las camas limpias. No habíamos
comido nada caliente en todo el día, pero no nos importaba; mamá y Margot estaban
demasiado cansadas y nerviosas como para comer nada, y papá y yo teníamos demasiado
que hacer.
El martes por la mañana tomamos el trabajo donde lo habíamos dejado el lunes. Bep y
Miep hicieron la compra usando nuestras cartillas de racionamiento, papá arregló los
paneles para oscurecer las ventanas, que no resultaban suficientes, fregamos el suelo de la
cocina y estuvimos nuevamente trajinando de la mañana a la noche. Hasta el miércoles
casi no tuve tiempo de ponerme a pensar en los grandes cambios que se habían producido
en mi vida. Sólo entonces, por primera vez desde que llegamos a la Casa de atrás,
encontré ocasión para ponerte al tanto de los hechos y al mismo tiempo para darme cuenta de lo que realmente me había pasado y de lo que aún me esperaba.
Tu Ana.
Jueves, 9 de Julio de 1942
Querida Kitty:
Así anduvimos bajo la lluvia torrencial, papá, mamá y yo, cada cual con una
cartera de colegio y una bolsa de la compra, cargadas hasta los topes con una mezcolanza
de cosas. Los trabajadores que iban temprano a trabajar nos seguían con la mirada. En sus caras podía verse claramente que lamentaban no poder ofrecernos ningún transporte: la
estrella amarilla que llevábamos era elocuente.
Sólo cuando ya estuvimos en la calle, papá y mamá empezaron a contarme poquito a
poco el plan del escondite. Llevaban meses sacando de la casa la mayor cantidad posible
de muebles y enseres, y habían decidido que entraríamos en la clandesti
nidad voluntariamente, el i6 de julio. Por causa de la citación, el asunto se había
adelantado diez días, de modo que tendríamos que conformarnos con unos aposentos
menos arreglados y ordenados.
El escondite estaba situado en el edificio donde tenía las oficinas papá. Como para las
personas ajenas al asunto esto es algo difícil de entender, pasaré a dar una aclaración.
Papá no ha tenido nunca mucho personal: el señor Kugler, Kleiman y Miep, además de
Bep Voskuijl, la secretaria de z3 años. Todos estaban al tanto de nuestra llegada. En el
almacén trabajan el señor Voskuijl, padre de Bep, y dos mozos, a quienes no les
habíamos dicho nada.
El edificio está dividido de la siguiente manera: en la planta baja hay un gran almacén,
que se usa para el depósito de mercancías. Este está subdividido en distintos cuartos,
como el que se usa para moler la canela, el clavo y el sucedáneo de la pimienta, y luego
está el cuarto de las provisiones. Al lado de la puerta del almacén está la puerta de
entrada normal de la casa, tras la cual una segunda puerta da acceso a la escalera.
Subiendo las escaleras se llega a una puerta de vidrio traslúcido, en la que antiguamente
ponía «OFICINA» en letras negras. Se trata de la oficina principal del edificio, muy
grande, muy luminosa y muy llena. De día trabajan allí Bep, Miep y el señor Kleiman.
Pasando por un cuartito donde está la caja fuerte, el guardarropa y un armario para
guardar útiles de escritorio, se llega a una pequeña habitación bastante oscura y húmeda
que da al patio. Éste era el despacho que compartían el señor Kugler y el señor Van
Daan, pero que ahora sólo ocupa el pri
mero. También se puede acceder al despacho de Kugler desde el pasillo, aunque sólo a
través de una puerta de vidrio que se abre desde dentro y que es difícil de abrir desde
fuera. Saliendo de ese despacho se va por un pasillo largo y estrecho, se pasa por la carbonera
y, después de subir cuatro peldaños, se llega a la habitación que es el orgullo del
edificio: el despacho principal. Muebles oscuros muy elegantes, el piso cubierto de
linóleo y alfombras, una radio, una hermosa lámpara, todo verdaderamente precioso. Al
lado, una amplia cocina con calentador de agua y dos hornillos, y al lado de la cocina, un
retrete. Ése es el primer piso.
Desde el pasillo de abajo se sube por una escalera corriente de madera. Arriba hay un
pequeño rellano, al que llamamos normalmente descansillo. A la izquierda y derecha del
descansillo hay dos puertas. La de la izquierda comunica con la casa de delante,
donde hay almacenes, un desván y una buhardilla. Al otro extremo de esta parte delantera
del edificio hay una escalera superempinada, típicamente holandesa (de ésas en las que es
fácil romperse la crisma), que lleva a la segunda puerta que da a la calle.
A la derecha del descansillo se halla la «casa de atrás». Nunca
nadie sospecharía que detrás de esta puerta pintada de gris, sin nada de particular, se
esconden tantas habitaciones. Delante de la puerta hay un escalón alto, y por allí se entra.
Justo enfrente de la puerta de entrada, una escalera empinada; a la izquierda hay un
pasillito y una habitación que pasó a ser el cuarto de estar y dormitorio de los Frank, y al
lado otra habitación más pequeña: el dormitorio y estudio de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera, un cuarto sin ventanas, con un lavabo y un retrete cerrado, y otra
puerta que da a la habitación de Margot y mía. Subiendo las escaleras, al abrir la puerta
de arriba, uno se asombra al ver que en una casa tan antigua de los canales pueda haber
una habitación tan grande, tan luminosa y tan amplia. En este espacio hay un fogón (esto
se lo debemos al hecho de que aquí Kugler tenía antes su laboratorio) y un fregadero. O
sea, que ésa es la cocina, y a la vez también dormitorio del señor y la señora Van Daan,
cuarto de estar general, comedor y estudio. Luego, una diminuta habitación de paso, que
será la morada de Peter van Daan y, finalmente, al igual que en la casa de delante, un
desván y una buhardilla. Y aquí termina la presentación de toda nuestra hermosa Casa de
atrás.
Tu Ana.
Así anduvimos bajo la lluvia torrencial, papá, mamá y yo, cada cual con una
cartera de colegio y una bolsa de la compra, cargadas hasta los topes con una mezcolanza
de cosas. Los trabajadores que iban temprano a trabajar nos seguían con la mirada. En sus caras podía verse claramente que lamentaban no poder ofrecernos ningún transporte: la
estrella amarilla que llevábamos era elocuente.
Sólo cuando ya estuvimos en la calle, papá y mamá empezaron a contarme poquito a
poco el plan del escondite. Llevaban meses sacando de la casa la mayor cantidad posible
de muebles y enseres, y habían decidido que entraríamos en la clandesti
nidad voluntariamente, el i6 de julio. Por causa de la citación, el asunto se había
adelantado diez días, de modo que tendríamos que conformarnos con unos aposentos
menos arreglados y ordenados.
El escondite estaba situado en el edificio donde tenía las oficinas papá. Como para las
personas ajenas al asunto esto es algo difícil de entender, pasaré a dar una aclaración.
Papá no ha tenido nunca mucho personal: el señor Kugler, Kleiman y Miep, además de
Bep Voskuijl, la secretaria de z3 años. Todos estaban al tanto de nuestra llegada. En el
almacén trabajan el señor Voskuijl, padre de Bep, y dos mozos, a quienes no les
habíamos dicho nada.
El edificio está dividido de la siguiente manera: en la planta baja hay un gran almacén,
que se usa para el depósito de mercancías. Este está subdividido en distintos cuartos,
como el que se usa para moler la canela, el clavo y el sucedáneo de la pimienta, y luego
está el cuarto de las provisiones. Al lado de la puerta del almacén está la puerta de
entrada normal de la casa, tras la cual una segunda puerta da acceso a la escalera.
Subiendo las escaleras se llega a una puerta de vidrio traslúcido, en la que antiguamente
ponía «OFICINA» en letras negras. Se trata de la oficina principal del edificio, muy
grande, muy luminosa y muy llena. De día trabajan allí Bep, Miep y el señor Kleiman.
Pasando por un cuartito donde está la caja fuerte, el guardarropa y un armario para
guardar útiles de escritorio, se llega a una pequeña habitación bastante oscura y húmeda
que da al patio. Éste era el despacho que compartían el señor Kugler y el señor Van
Daan, pero que ahora sólo ocupa el pri
mero. También se puede acceder al despacho de Kugler desde el pasillo, aunque sólo a
través de una puerta de vidrio que se abre desde dentro y que es difícil de abrir desde
fuera. Saliendo de ese despacho se va por un pasillo largo y estrecho, se pasa por la carbonera
y, después de subir cuatro peldaños, se llega a la habitación que es el orgullo del
edificio: el despacho principal. Muebles oscuros muy elegantes, el piso cubierto de
linóleo y alfombras, una radio, una hermosa lámpara, todo verdaderamente precioso. Al
lado, una amplia cocina con calentador de agua y dos hornillos, y al lado de la cocina, un
retrete. Ése es el primer piso.
Desde el pasillo de abajo se sube por una escalera corriente de madera. Arriba hay un
pequeño rellano, al que llamamos normalmente descansillo. A la izquierda y derecha del
descansillo hay dos puertas. La de la izquierda comunica con la casa de delante,
donde hay almacenes, un desván y una buhardilla. Al otro extremo de esta parte delantera
del edificio hay una escalera superempinada, típicamente holandesa (de ésas en las que es
fácil romperse la crisma), que lleva a la segunda puerta que da a la calle.
A la derecha del descansillo se halla la «casa de atrás». Nunca
nadie sospecharía que detrás de esta puerta pintada de gris, sin nada de particular, se
esconden tantas habitaciones. Delante de la puerta hay un escalón alto, y por allí se entra.
Justo enfrente de la puerta de entrada, una escalera empinada; a la izquierda hay un
pasillito y una habitación que pasó a ser el cuarto de estar y dormitorio de los Frank, y al
lado otra habitación más pequeña: el dormitorio y estudio de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera, un cuarto sin ventanas, con un lavabo y un retrete cerrado, y otra
puerta que da a la habitación de Margot y mía. Subiendo las escaleras, al abrir la puerta
de arriba, uno se asombra al ver que en una casa tan antigua de los canales pueda haber
una habitación tan grande, tan luminosa y tan amplia. En este espacio hay un fogón (esto
se lo debemos al hecho de que aquí Kugler tenía antes su laboratorio) y un fregadero. O
sea, que ésa es la cocina, y a la vez también dormitorio del señor y la señora Van Daan,
cuarto de estar general, comedor y estudio. Luego, una diminuta habitación de paso, que
será la morada de Peter van Daan y, finalmente, al igual que en la casa de delante, un
desván y una buhardilla. Y aquí termina la presentación de toda nuestra hermosa Casa de
atrás.
Tu Ana.
Miércoles, 8 de Julio de 1942
Querida Kitty:
Desde la mañana del domingo hasta ahora parece que hubieran pasado años. Han pasado
tantas cosas que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba, pero ya ves, Kitty:
aún estoy viva, y eso es lo principal, como dice papá. Sí, es cierto, aún estoy viva, pero
no me preguntes dónde ni cómo. Hoy no debes de entender nada de lo que te escribo, de
modo que empezaré por contarte lo que pasó el domingo por la tarde.
A las tres de la tarde -Helio acababa de salir un momento, luego volvería- alguien llamó a
la puerta. Yo no lo oí, ya que estaba leyendo en una tumbona al sol en la galería. Al rato
apareció Margot toda alterada por la puerta de la cocina.
-Ha llegado una citación de la SS para papá -murmuró-. Mamá ya ha salido para la casa
de Van Daan. (Van Daan es un amigo y socio de papá.)
Me asusté muchísimo. ¡Una citación! Todo el mundo sabe lo que eso significa. En mi
mente se me aparecieron campos de concentración y celdas solitarias. ¿Acaso íbamos a
permitir que a papá se lo llevaran a semejantes lugares?
-Está claro que no irá -me aseguró Margot cuando nos sentamos a esperar en el salón a
que regresara mamá-. Mamá ha ido a preguntarle a Van Daan si podemos instalarnos en
nuestro escondite mañana. Los Van Daan se esconderán con nosotros. Seremos siete.
Silencio. Ya no podíamos hablar. Pensar en papá, que sin sospechar nada había ido al
asilo judío a hacer unas visitas, esperar a que volviera mamá, el calor, la angustia, todo
ello junto hizo que guardáramos silencio.
De repente llamaron nuevamente a la puerta. -Debe de ser Helio -dije yo.
-No abras -me detuvo Margot, pero no hacía falta, oímos a mamá y al señor Van Daan
abajo hablando con Helio. Luego entraron y cerraron la puerta. A partir de ese momento,
cada vez que llamaran a la puerta, una de nosotras debía bajar sigilosamente para ver si
era papá; no abriríamos la puerta a extraños. A Margot y a mí nos hicieron salir del salón;
Van Daan quería hablar a solas con mamá.
Una vez en nuestra habitación, Margot me confesó que la cita
ción no estaba dirigida a papá, sino a ella. De nuevo me asusté muchísimo y me eché a
llorar. Margot tiene dieciséis años. De modo que quieren llevarse a chicas solas tan
jóvenes como ella... Pero por suerte no iría, lo había dicho mamá, y seguro que a eso se
había referido papá cuando conversaba conmigo sobre el hecho de escondernos.
Escondernos... ¿Dónde nos esconderíamos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en
una cabaña, cómo, cuándo, dónde? Eran muchas las preguntas que no podía hacer, pero
que me venían a la mente una y otra vez.
Margot y yo empezamos a guardar lo indispensable en una cartera del colegio. Lo
primero que guardé fue este cuaderno de tapas duras, luego unas plumas, pañuelos, libros
del colegio, un peine, cartas viejas... Pensando en el escondite, metí en la cartera las cosas más estúpidas, pero no me arrepiento. Me importan más los recuerdos que los vestidos.
A las cinco llegó por fin papá. Llamamos por teléfono al señor Kleiman, pidiéndole que
viniera esa misma tarde. Van Daan fue a buscar a Miep. Miep vino, y en una bolsa se
llevó algunos zapatos, vestidos, chaquetas, ropa interior y medias, y prometió volver por
la noche. Luego hubo un gran silencio en la casa: ninguno de nosotros quería comer nada,
aún hacía calor y todo resultaba muy extraño.
La habitación grande del piso de arriba se la habíamos alquilado a un tal Goldschmidt, un
hombre divorciado de treinta y pico, que por lo visto no tenía nada que hacer, por lo que
se quedó matando el tiempo hasta las diez con nosotros e4 el salón, sin que hubiera
manera de hacerle entender que se fuera.
A las once llegaron Miep y Jan Gies. Miep trabaja desde 1933 para papá y se ha hecho
íntima amiga de la familia, al igual que su flamente marido Jan. Nuevamente
desaparecieron zapatos, medias, libros y ropa interior en la bolsa de Miep y en los
grandes bolsillos del abrigo de Jan, y a las once y media también desaparecieron ellos
mismos.
Estaba muerta de cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría en
mi cama, me dormí en seguida y no me desperté hasta las cinco y media de la mañana,
cuando me llamó mamá. Por suerte hacía menos calor que el domingo; durante todo el
día cayó una lluvia cálida. Todos nos pusimos tanta ropa que era como si tuviéramos que
pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas de vestir. A
ningún judío que estuviera en nuestro lugar se le habría ocurrido salir de casa con una
maleta llena de ropa. Yo lleva a puestas dos camisetas, tres pantalones, un vestido,
encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de me 'as, zapatos
cerrados, un gorro, un pañuelo y muchas cosas as; estando todavía en casa ya me entró
asfixia, pero no había' más remedio.
Margot llenó de libros la cartera del colegio, sacó la bicicleta del garaje para bicicletas y
salió detrás de Miep, con un rumbo para mí desconocido. Y es que yo seguía sin saber
cuál era nuestro misterioso destino.
A las siete y media también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del único
del que había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería acogido en casa
de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una nota.
Las camas deshechas, la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de carne para el gato
en la nevera, todo daba la impresión de que habíamos abandonado la casa
atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos irnos,
sólo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.
Seguiré mañana.
Tu Ana.
Desde la mañana del domingo hasta ahora parece que hubieran pasado años. Han pasado
tantas cosas que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba, pero ya ves, Kitty:
aún estoy viva, y eso es lo principal, como dice papá. Sí, es cierto, aún estoy viva, pero
no me preguntes dónde ni cómo. Hoy no debes de entender nada de lo que te escribo, de
modo que empezaré por contarte lo que pasó el domingo por la tarde.
A las tres de la tarde -Helio acababa de salir un momento, luego volvería- alguien llamó a
la puerta. Yo no lo oí, ya que estaba leyendo en una tumbona al sol en la galería. Al rato
apareció Margot toda alterada por la puerta de la cocina.
-Ha llegado una citación de la SS para papá -murmuró-. Mamá ya ha salido para la casa
de Van Daan. (Van Daan es un amigo y socio de papá.)
Me asusté muchísimo. ¡Una citación! Todo el mundo sabe lo que eso significa. En mi
mente se me aparecieron campos de concentración y celdas solitarias. ¿Acaso íbamos a
permitir que a papá se lo llevaran a semejantes lugares?
-Está claro que no irá -me aseguró Margot cuando nos sentamos a esperar en el salón a
que regresara mamá-. Mamá ha ido a preguntarle a Van Daan si podemos instalarnos en
nuestro escondite mañana. Los Van Daan se esconderán con nosotros. Seremos siete.
Silencio. Ya no podíamos hablar. Pensar en papá, que sin sospechar nada había ido al
asilo judío a hacer unas visitas, esperar a que volviera mamá, el calor, la angustia, todo
ello junto hizo que guardáramos silencio.
De repente llamaron nuevamente a la puerta. -Debe de ser Helio -dije yo.
-No abras -me detuvo Margot, pero no hacía falta, oímos a mamá y al señor Van Daan
abajo hablando con Helio. Luego entraron y cerraron la puerta. A partir de ese momento,
cada vez que llamaran a la puerta, una de nosotras debía bajar sigilosamente para ver si
era papá; no abriríamos la puerta a extraños. A Margot y a mí nos hicieron salir del salón;
Van Daan quería hablar a solas con mamá.
Una vez en nuestra habitación, Margot me confesó que la cita
ción no estaba dirigida a papá, sino a ella. De nuevo me asusté muchísimo y me eché a
llorar. Margot tiene dieciséis años. De modo que quieren llevarse a chicas solas tan
jóvenes como ella... Pero por suerte no iría, lo había dicho mamá, y seguro que a eso se
había referido papá cuando conversaba conmigo sobre el hecho de escondernos.
Escondernos... ¿Dónde nos esconderíamos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en
una cabaña, cómo, cuándo, dónde? Eran muchas las preguntas que no podía hacer, pero
que me venían a la mente una y otra vez.
Margot y yo empezamos a guardar lo indispensable en una cartera del colegio. Lo
primero que guardé fue este cuaderno de tapas duras, luego unas plumas, pañuelos, libros
del colegio, un peine, cartas viejas... Pensando en el escondite, metí en la cartera las cosas más estúpidas, pero no me arrepiento. Me importan más los recuerdos que los vestidos.
A las cinco llegó por fin papá. Llamamos por teléfono al señor Kleiman, pidiéndole que
viniera esa misma tarde. Van Daan fue a buscar a Miep. Miep vino, y en una bolsa se
llevó algunos zapatos, vestidos, chaquetas, ropa interior y medias, y prometió volver por
la noche. Luego hubo un gran silencio en la casa: ninguno de nosotros quería comer nada,
aún hacía calor y todo resultaba muy extraño.
La habitación grande del piso de arriba se la habíamos alquilado a un tal Goldschmidt, un
hombre divorciado de treinta y pico, que por lo visto no tenía nada que hacer, por lo que
se quedó matando el tiempo hasta las diez con nosotros e4 el salón, sin que hubiera
manera de hacerle entender que se fuera.
A las once llegaron Miep y Jan Gies. Miep trabaja desde 1933 para papá y se ha hecho
íntima amiga de la familia, al igual que su flamente marido Jan. Nuevamente
desaparecieron zapatos, medias, libros y ropa interior en la bolsa de Miep y en los
grandes bolsillos del abrigo de Jan, y a las once y media también desaparecieron ellos
mismos.
Estaba muerta de cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría en
mi cama, me dormí en seguida y no me desperté hasta las cinco y media de la mañana,
cuando me llamó mamá. Por suerte hacía menos calor que el domingo; durante todo el
día cayó una lluvia cálida. Todos nos pusimos tanta ropa que era como si tuviéramos que
pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas de vestir. A
ningún judío que estuviera en nuestro lugar se le habría ocurrido salir de casa con una
maleta llena de ropa. Yo lleva a puestas dos camisetas, tres pantalones, un vestido,
encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de me 'as, zapatos
cerrados, un gorro, un pañuelo y muchas cosas as; estando todavía en casa ya me entró
asfixia, pero no había' más remedio.
Margot llenó de libros la cartera del colegio, sacó la bicicleta del garaje para bicicletas y
salió detrás de Miep, con un rumbo para mí desconocido. Y es que yo seguía sin saber
cuál era nuestro misterioso destino.
A las siete y media también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del único
del que había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería acogido en casa
de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una nota.
Las camas deshechas, la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de carne para el gato
en la nevera, todo daba la impresión de que habíamos abandonado la casa
atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos irnos,
sólo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.
Seguiré mañana.
Tu Ana.
Domingo, 5 de Julio de 1942
Querida Kitty:
El acto de fin de curso del viernes en el Teatro Judío salió muy bien. Las notas que me
han dado no son nada malas: un solo insuficiente (un cinco en álgebra) y por lo demás
todo sietes, dos ochos y dos seises. Aunque en casa se pusieron contentos, en cuestión de
notas mis padres son muy distintos a otros padres; nunca les importa mucho que mis
notas sean buenas o malas; sólo se fijan en si estoy sana, en que no sea demasiado fresca
y en si me divierto. Mientras estas tres cosas estén bien, lo demás viene solo.
Yo soy todo lo contrario: no quiero ser mala alumna. Me aceptaron en el liceo de forma
condicional, ya que en realidad me faltaba ir al séptimo curso del colegio Montessori,
pero cuando a los chicos judíos nos obligaron a ir a colegios judíos, el señor Elte, después
de algunas idas y venidas, a Lies Goslar y a mí nos dejó matricularnos de manera
condicional. Lies también ha aprobado el curso pero tendrá que hacer un examen de
geometría de recuperación bastante difícil.
Pobre Lies, en su casa casi nunca puede sentarse a estudiar tranquila. En su habitación se
pasa jugando todo el día su hermana pequeña, una niñita consentida que está a punto de
cumplir dos años. Si no hacen lo que ella quiere, se pone a gritar, y si Lies no se ocupa de
ella, la que se pone a gritar es su madre. De esa manera es imposible estudiar nada, y
tampoco ayudan mucho las incontables clases de recuperación que tiene a cada rato. Y es
que la casa de los Goslar es una verdadera casa de tócame Roque. Los abuelos maternos
de Lies viven en la casa de al lado, pero comen con ellos. Luego hay una criada, la niñita,
el eternamente distraído y despistado padre y la siempre nerviosa e irascible madre, que
está nuevamente embarazada. Con un panorama así, la patosa de Lies está completamente
perdida.
A mi hermana Margot también le han dado las notas, estupendas como siempre. Si en el
colegio existiera el cum laude, se lo habrían dado. ¡Es un hacha!
Papá está mucho en casa últimamente; en la oficina no tiene nada que hacer. No debe ser
nada agradable sentirse un inútil. El señor Kleiman se ha hecho cargo de Opekta, y el
señor Kugler, de Gies & Cía., la compañía de los sucedáneos de especias, fundada hace
poco, en 1941.
Hace unos días, cuando estábamos dando una vuelta alrededor de la plaza, papá empezó a
hablar del tema de la clandestinidad. Dijo que será muy difícil vivir completamente
separados del mundo. Le pregunté por qué me estaba hablando de eso ahora.
-Mira, Ana -me dijo-. Ya sabes que desde hace más de un año estamos llevando ropa,
alimentos y muebles a casa de otra gente. No queremos que nuestras cosas caigan en
manos de los alemanes, pero menos aún que nos pesquen a nosotros mismos. Por eso, nos
iremos por propia iniciativa y no esperaremos a que vengan por nosotros.
-Pero papá, ¿cuándo será eso?
La seriedad de las palabras de mi padre me dio miedo.
-De eso no te preocupes, ya lo arreglaremos nosotros. Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas.
Eso fue todo. ¡Ojalá que estas tristes palabras tarden mucho en cumplirse!
Acaban de llamar al timbre. Es Hello. Lo dejo.
Tu Ana.
El acto de fin de curso del viernes en el Teatro Judío salió muy bien. Las notas que me
han dado no son nada malas: un solo insuficiente (un cinco en álgebra) y por lo demás
todo sietes, dos ochos y dos seises. Aunque en casa se pusieron contentos, en cuestión de
notas mis padres son muy distintos a otros padres; nunca les importa mucho que mis
notas sean buenas o malas; sólo se fijan en si estoy sana, en que no sea demasiado fresca
y en si me divierto. Mientras estas tres cosas estén bien, lo demás viene solo.
Yo soy todo lo contrario: no quiero ser mala alumna. Me aceptaron en el liceo de forma
condicional, ya que en realidad me faltaba ir al séptimo curso del colegio Montessori,
pero cuando a los chicos judíos nos obligaron a ir a colegios judíos, el señor Elte, después
de algunas idas y venidas, a Lies Goslar y a mí nos dejó matricularnos de manera
condicional. Lies también ha aprobado el curso pero tendrá que hacer un examen de
geometría de recuperación bastante difícil.
Pobre Lies, en su casa casi nunca puede sentarse a estudiar tranquila. En su habitación se
pasa jugando todo el día su hermana pequeña, una niñita consentida que está a punto de
cumplir dos años. Si no hacen lo que ella quiere, se pone a gritar, y si Lies no se ocupa de
ella, la que se pone a gritar es su madre. De esa manera es imposible estudiar nada, y
tampoco ayudan mucho las incontables clases de recuperación que tiene a cada rato. Y es
que la casa de los Goslar es una verdadera casa de tócame Roque. Los abuelos maternos
de Lies viven en la casa de al lado, pero comen con ellos. Luego hay una criada, la niñita,
el eternamente distraído y despistado padre y la siempre nerviosa e irascible madre, que
está nuevamente embarazada. Con un panorama así, la patosa de Lies está completamente
perdida.
A mi hermana Margot también le han dado las notas, estupendas como siempre. Si en el
colegio existiera el cum laude, se lo habrían dado. ¡Es un hacha!
Papá está mucho en casa últimamente; en la oficina no tiene nada que hacer. No debe ser
nada agradable sentirse un inútil. El señor Kleiman se ha hecho cargo de Opekta, y el
señor Kugler, de Gies & Cía., la compañía de los sucedáneos de especias, fundada hace
poco, en 1941.
Hace unos días, cuando estábamos dando una vuelta alrededor de la plaza, papá empezó a
hablar del tema de la clandestinidad. Dijo que será muy difícil vivir completamente
separados del mundo. Le pregunté por qué me estaba hablando de eso ahora.
-Mira, Ana -me dijo-. Ya sabes que desde hace más de un año estamos llevando ropa,
alimentos y muebles a casa de otra gente. No queremos que nuestras cosas caigan en
manos de los alemanes, pero menos aún que nos pesquen a nosotros mismos. Por eso, nos
iremos por propia iniciativa y no esperaremos a que vengan por nosotros.
-Pero papá, ¿cuándo será eso?
La seriedad de las palabras de mi padre me dio miedo.
-De eso no te preocupes, ya lo arreglaremos nosotros. Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas.
Eso fue todo. ¡Ojalá que estas tristes palabras tarden mucho en cumplirse!
Acaban de llamar al timbre. Es Hello. Lo dejo.
Tu Ana.
Miércoles,1 de Julio de 1942
Querida Kitty:
Hasta hoy te aseguro que no he tenido tiempo para volver a escribirte. El jueves estuve
toda la tarde en casa de unos amigos, el viernes tuvimos visitas y así sucesivamente hasta
hoy.
Helio y yo nos hemos conocido más a fondo esta semana. Me ha contado muchas cosas
de su vida. Es oriundo de Gelsenkirchen y vive en Holanda en casa de sus abuelos. Sus
padres están en Bélgica, pero no tiene posibilidades de viajar allí para reunirse con ellos.
Helio tenía una novia, Ursula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento personificado.
Desde que me conoció a mí, Helio se ha dado cuenta de que al lado de Ursula se duerme.
O sea, que soy una especie de antisomnífero. ¡Una nunca sabe para lo que puede llegar a
servir!
El sábado por la noche, Jacque se quedó a dormir conmigo, pero por la tarde se fue a casa
de Hanneli y me aburrí como una ostra.
Helio había quedado en pasar por la noche, pero a eso de las seis me llamó por teléfono.
Descolgué el auricular y me dijo: -Habla Helmuth Silberberg. ¿Me podría poner con
Ana? -Sí, Helio, soy Ana.
-Hola, Ana. ¿Cómo estás?
-Bien, gracias.
-Siento tener que decirte que esta noche no podré pasarme por tu casa, pero quisiera
hablarte un momento. ¿Te parece bien que vaya dentro de diez minutos?
-Sí, está bien. ¡Hasta ahora!
-¡Hasta ahora!
Colgué el auricular y corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me asomé,
nerviosa, por la ventana. Por fin lo vi llegar. Por milagro no me lancé escaleras abajo,
sino que esperé hasta que sonó el timbre. Bajé a abrirle y él fue directamente al grano:
-Mira, Ana, mi abuela dice que eres demasiado joven para que esté saliendo contigo.
Dice que tengo que ir a casa de los Löwenbach, aunque quizá sepas que ya no salgo con
Ursula.
-No, no lo sabía. ¿Acaso habéis reñido?
-No, al contrario. Le he dicho a Ursula que de todos modos no nos entendíamos bien y
que era mejor que dejáramos de salir juntos, pero que en casa siempre sería bien recibida, y que yo esperaba serlo también en la suya. Es que yo pensé que ella se estaba viendo con
otro chico, y la traté como si así fuera. Pero resultó que no era cierto, y ahora mi tío me
ha dicho que le tengo que pedir disculpas, pero yo naturalmente no quería, y por eso he
roto con ella, pero ése es sólo uno de muchos motivos. Ahora mi abuela quiere que vaya
a ver a Ursula y no a ti, pero yo no opino como ella y no tengo intención de hacerlo. La
gente mayor tiene a veces ideas muy anticuadas, pero creo que no pueden imponérnoslas
a nosotros. Es cierto que necesito a mis abuelos, pero ellos en cierto modo también me
necesitan. Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre porque se supone que
voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una de esas reuniones del partido
sionista. Mis abuelos no quieren que vaya porque se oponen rotundamente al sionismo.
Yo no es que sea fanático, pero me interesa, aunque últimamente están armando tal jaleo
que había pensado no ir más. El próximo miércoles será la última vez que vaya. Entonces
podremos vernos los miércoles por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los
domingos por la tarde, y quizá también otros días.
-Pero si tus abuelos no quieren, no deberías hacerlo a sus espaldas.
-El amor no se puede forzar.
En ese momento pasamos por delante de la librería Blankevoort, donde estaban Peter
Schiff y otros dos chicos. Era la primera vez que me saludaba en mucho tiempo, y me
produjo una gran alegría. El lunes, al final de la tarde, vino Helio a casa a conocer a papá
y mamá. Yo había comprado una tarta y dulces, y además había té y galletas, pero ni a
Helio ni a mí nos apetecía estar sentados en una silla uno al lado del otro, así que salimos
a dar una vuelta, y no regresamos hasta las ocho y diez. Papá se enfadó mucho, dijo que
no podía ser que llegara a casa tan tarde. Tuve que prometerle que en adelante estaría en
casa a las ocho menos diez a más tardar. Helio me ha invitado a ir a su casa el sábado que
viene.
Wilma me ha contado que un día que Helio fue a su casa le preguntó:
-¿Quién te gusta más, Ursula o Ana?
Y entonces él le dijo:
-No es asunto tuyo.
Pero cuando se fue, después de no haber cambiado palabra con Wilma en toda la noche,
le dijo:
-¡Pues Ana! Y ahora me voy. ¡No se lo digas a nadie!
Y se marchó.
Todo indica que Helio está enamorado de mí, y a mí, para variar, no me desagrada.
Margot diría que Helio es un buen tipo, y
yo opino igual que ella, y aún más. También mamá está todo el día alabándolo. Que es un
muchacho apuesto, que es muy corté,' simpático. Me alegro de que en casa a todos les
caiga tan bien, menos a mis amigas, a las que él encuentra muy niñas, y en eso tiene
razón. Jacque siempre me está tomando el pelo por lo de Hello. Yo no es que esté
enamorada, nada de eso. ¿Es que no puedo tener amigos? Con eso no hago mal a nadie.
Mamá sigue preguntándome con quién querría casarme, pero creo que ni se imagina que
es con Peter, porque yo lo desmiento una y otra vez sin pestañear. Quiero a Peter como
nunca he querido a nadie, y siempre trato de convencerme de que sólo vive persiguiendo
a todas las chicas para esconder sus sentimientos. Quizá él ahora también crea que Hello
y yo estamos enamorados, pero eso no es cierto. No es más que un amigo o, como dice
mamá, un galán.
Hasta hoy te aseguro que no he tenido tiempo para volver a escribirte. El jueves estuve
toda la tarde en casa de unos amigos, el viernes tuvimos visitas y así sucesivamente hasta
hoy.
Helio y yo nos hemos conocido más a fondo esta semana. Me ha contado muchas cosas
de su vida. Es oriundo de Gelsenkirchen y vive en Holanda en casa de sus abuelos. Sus
padres están en Bélgica, pero no tiene posibilidades de viajar allí para reunirse con ellos.
Helio tenía una novia, Ursula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento personificado.
Desde que me conoció a mí, Helio se ha dado cuenta de que al lado de Ursula se duerme.
O sea, que soy una especie de antisomnífero. ¡Una nunca sabe para lo que puede llegar a
servir!
El sábado por la noche, Jacque se quedó a dormir conmigo, pero por la tarde se fue a casa
de Hanneli y me aburrí como una ostra.
Helio había quedado en pasar por la noche, pero a eso de las seis me llamó por teléfono.
Descolgué el auricular y me dijo: -Habla Helmuth Silberberg. ¿Me podría poner con
Ana? -Sí, Helio, soy Ana.
-Hola, Ana. ¿Cómo estás?
-Bien, gracias.
-Siento tener que decirte que esta noche no podré pasarme por tu casa, pero quisiera
hablarte un momento. ¿Te parece bien que vaya dentro de diez minutos?
-Sí, está bien. ¡Hasta ahora!
-¡Hasta ahora!
Colgué el auricular y corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me asomé,
nerviosa, por la ventana. Por fin lo vi llegar. Por milagro no me lancé escaleras abajo,
sino que esperé hasta que sonó el timbre. Bajé a abrirle y él fue directamente al grano:
-Mira, Ana, mi abuela dice que eres demasiado joven para que esté saliendo contigo.
Dice que tengo que ir a casa de los Löwenbach, aunque quizá sepas que ya no salgo con
Ursula.
-No, no lo sabía. ¿Acaso habéis reñido?
-No, al contrario. Le he dicho a Ursula que de todos modos no nos entendíamos bien y
que era mejor que dejáramos de salir juntos, pero que en casa siempre sería bien recibida, y que yo esperaba serlo también en la suya. Es que yo pensé que ella se estaba viendo con
otro chico, y la traté como si así fuera. Pero resultó que no era cierto, y ahora mi tío me
ha dicho que le tengo que pedir disculpas, pero yo naturalmente no quería, y por eso he
roto con ella, pero ése es sólo uno de muchos motivos. Ahora mi abuela quiere que vaya
a ver a Ursula y no a ti, pero yo no opino como ella y no tengo intención de hacerlo. La
gente mayor tiene a veces ideas muy anticuadas, pero creo que no pueden imponérnoslas
a nosotros. Es cierto que necesito a mis abuelos, pero ellos en cierto modo también me
necesitan. Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre porque se supone que
voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una de esas reuniones del partido
sionista. Mis abuelos no quieren que vaya porque se oponen rotundamente al sionismo.
Yo no es que sea fanático, pero me interesa, aunque últimamente están armando tal jaleo
que había pensado no ir más. El próximo miércoles será la última vez que vaya. Entonces
podremos vernos los miércoles por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los
domingos por la tarde, y quizá también otros días.
-Pero si tus abuelos no quieren, no deberías hacerlo a sus espaldas.
-El amor no se puede forzar.
En ese momento pasamos por delante de la librería Blankevoort, donde estaban Peter
Schiff y otros dos chicos. Era la primera vez que me saludaba en mucho tiempo, y me
produjo una gran alegría. El lunes, al final de la tarde, vino Helio a casa a conocer a papá
y mamá. Yo había comprado una tarta y dulces, y además había té y galletas, pero ni a
Helio ni a mí nos apetecía estar sentados en una silla uno al lado del otro, así que salimos
a dar una vuelta, y no regresamos hasta las ocho y diez. Papá se enfadó mucho, dijo que
no podía ser que llegara a casa tan tarde. Tuve que prometerle que en adelante estaría en
casa a las ocho menos diez a más tardar. Helio me ha invitado a ir a su casa el sábado que
viene.
Wilma me ha contado que un día que Helio fue a su casa le preguntó:
-¿Quién te gusta más, Ursula o Ana?
Y entonces él le dijo:
-No es asunto tuyo.
Pero cuando se fue, después de no haber cambiado palabra con Wilma en toda la noche,
le dijo:
-¡Pues Ana! Y ahora me voy. ¡No se lo digas a nadie!
Y se marchó.
Todo indica que Helio está enamorado de mí, y a mí, para variar, no me desagrada.
Margot diría que Helio es un buen tipo, y
yo opino igual que ella, y aún más. También mamá está todo el día alabándolo. Que es un
muchacho apuesto, que es muy corté,' simpático. Me alegro de que en casa a todos les
caiga tan bien, menos a mis amigas, a las que él encuentra muy niñas, y en eso tiene
razón. Jacque siempre me está tomando el pelo por lo de Hello. Yo no es que esté
enamorada, nada de eso. ¿Es que no puedo tener amigos? Con eso no hago mal a nadie.
Mamá sigue preguntándome con quién querría casarme, pero creo que ni se imagina que
es con Peter, porque yo lo desmiento una y otra vez sin pestañear. Quiero a Peter como
nunca he querido a nadie, y siempre trato de convencerme de que sólo vive persiguiendo
a todas las chicas para esconder sus sentimientos. Quizá él ahora también crea que Hello
y yo estamos enamorados, pero eso no es cierto. No es más que un amigo o, como dice
mamá, un galán.
Miércoles, 24 de Junio de 1942
Querida Kitty:
¡Qué bochorno! Nos estamos asando, y con el calor que hace tengo que ir andando a
todas partes. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo cómodo que puede resultar un
tranvía, sobre todo los que son abiertos, pero ese privilegio ya no lo tenemos los judíos: a
nosotros nos toca ir en el «coche de San Fernando». Ayer a mediodía tenía hora con el
dentista en la Jan Luykenstraat, que desde el colegio es un buen trecho. Lógico que luego
por la tarde en el colegio casi me durmiera. Menos mal que la gente te ofrece algo de
beber sin tener que pedirlo. La ayudante del dentista es verdaderamente muy amable.
El único medio de transporte que nos está permitido coger es el transbordador. El
barquero del canal Jozef Israëlskade nos cruzó nada más pedírselo. De verdad, los
holandeses no tienen la culpa de que los judíos padezcamos tantas desgracias.
Ojalá no tuviera que ir al colegio. En las vacaciones de Semana Santa me robaron la bici,
y la de mamá, papá la ha dejado en casa de unos amigos cristianos. Pero por suerte ya se
acercan las vacaciones: una semana más y ya todo habrá quedado atrás.
Ayer por la mañana me ocurrió algo muy cómico. Cuando pasaba por el garaje de las
bicicletas, oí que alguien me llamaba. Me volví y vi detrás de mí a un chico muy
simpático que conocí anteanoche en casa de Wilma, y que es un primo segundo suyo.
Wilma es una chica que al principio me caía muy bien, pero que se pasa el día hablando
nada más que de chicos, y eso termina por aburrirte. El chico se me acercó algo tímido y me dijo que se llamaba Helio Silberberg. Yo estaba un tanto sorprendida y no sabía muy
bien lo que pretendía, pero no tardó en decírmelo: buscaba mi compañía y quería
acompañarme al colegio. «Ya que vamos en la misma dirección, podemos ir juntos», le
contesté, y juntos salimos. Helio ya tiene dieciséis años y me cuenta cosas muy
entretenidas.
Hoy por la mañana me estaba esperando otra vez, y supongo que en adelante lo seguirá
haciendo.
Tu Ana.
¡Qué bochorno! Nos estamos asando, y con el calor que hace tengo que ir andando a
todas partes. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo cómodo que puede resultar un
tranvía, sobre todo los que son abiertos, pero ese privilegio ya no lo tenemos los judíos: a
nosotros nos toca ir en el «coche de San Fernando». Ayer a mediodía tenía hora con el
dentista en la Jan Luykenstraat, que desde el colegio es un buen trecho. Lógico que luego
por la tarde en el colegio casi me durmiera. Menos mal que la gente te ofrece algo de
beber sin tener que pedirlo. La ayudante del dentista es verdaderamente muy amable.
El único medio de transporte que nos está permitido coger es el transbordador. El
barquero del canal Jozef Israëlskade nos cruzó nada más pedírselo. De verdad, los
holandeses no tienen la culpa de que los judíos padezcamos tantas desgracias.
Ojalá no tuviera que ir al colegio. En las vacaciones de Semana Santa me robaron la bici,
y la de mamá, papá la ha dejado en casa de unos amigos cristianos. Pero por suerte ya se
acercan las vacaciones: una semana más y ya todo habrá quedado atrás.
Ayer por la mañana me ocurrió algo muy cómico. Cuando pasaba por el garaje de las
bicicletas, oí que alguien me llamaba. Me volví y vi detrás de mí a un chico muy
simpático que conocí anteanoche en casa de Wilma, y que es un primo segundo suyo.
Wilma es una chica que al principio me caía muy bien, pero que se pasa el día hablando
nada más que de chicos, y eso termina por aburrirte. El chico se me acercó algo tímido y me dijo que se llamaba Helio Silberberg. Yo estaba un tanto sorprendida y no sabía muy
bien lo que pretendía, pero no tardó en decírmelo: buscaba mi compañía y quería
acompañarme al colegio. «Ya que vamos en la misma dirección, podemos ir juntos», le
contesté, y juntos salimos. Helio ya tiene dieciséis años y me cuenta cosas muy
entretenidas.
Hoy por la mañana me estaba esperando otra vez, y supongo que en adelante lo seguirá
haciendo.
Tu Ana.
Domingo, 21 de Junio de 1942
Querida Kitty:
Toda la clase tiembla. El motivo, claro, es la reunión de profesores que se avecina. Media
clase se pasa el día apostando a que si aprueban o no el curso. G. Z. y yo nos morimos de
risa por culpa de nuestros compañeros de atrás, C. N. y Jacques Kocernoot, que ya han
puesto en juego todo el capital que tenían para las vacaciones. «¡Que tú apruebas!», «¡que
no!», «¡que sí!», y así todo el santo día, pero ni las miradas suplicantes de G. pidiendo
silencio, ni las broncas que yo les suelto, logran que aquellos dos se calmen.
Calculo que la cuarta parte de mis compañeros de clase deberán repetir curso, por lo
zoquetes que son, pero como los profesores son gente muy caprichosa, quién sabe si
ahora, a modo de excepción, no les da por repartir buenas notas.
En cuanto a mis amigas y a mí misma no me hago problemas, creo que todo saldrá bien.
Sólo las matemáticas me preocupan un poco. En fin, habrá que esperar. Mientras tanto,
nos damos ánimos mutuamente.
Con todos mis profesores y profesoras me entiendo bastante bien. Son nueve en total:
siete hombres y dos mujeres. El profesor Keesing, el viejo de matemáticas, estuvo un
tiempo muy enfadado conmigo porque hablaba demasiado. Me previno y me previno,
hasta que un día me castigó. Me mandó hacer una redacción; tema: «La parlanchina». ¡La
parlanchina! ¿Qué se podría escribir sobre ese tema? Ya lo vería más adelante. Lo apunté
en mi agenda, guardé la agenda en la cartera y traté de tranquilizarme.
Por la noche, cuando ya había acabado con todas las demás tareas, descubrí que todavía
me quedaba la redacción. Con la pluma en la boca, me puse a pensar en lo que podía
escribir. Era muy fácil ponerse a desvariar y escribir lo más espaciado posible, pero
dar una prueba convincente de la necesidad de hablar ya resultaba más difícil. Estuve
pensando y repensando, luego se me ocurrió una cosa, llené las tres hojas que me había
dicho el profe y me quedé satisfecha. Los argumentos que había aducido eran que hablar era propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que lo más probable
era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre hablaba tanto
cómo yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy difíciles de cambiar.
Al profesor Keesing le hicieron mucha gracia mis argumentos, pero cuando en la clase
siguiente seguí hablando, tuve que hacer una segunda redacción esta vez sobre «La
parlanchina empedernida». También entregué esa redacción, y Keesing no tuvo motivo
de queja durante dos clases. En la tercera, sin embargo, le pareció que había vuelto a
pasarme de la raya. «Ana Frank, castigada por hablar en clase. Redacción sobre el tema:
"Cuacuá, cuacuá, parpaba la pata".»
Todos mis compañeros soltaron la carcajada. No tuve más remedio que reírme con ellos,
aunque ya se me había agotado la inventiva en lo referente a las redacciones sobre el
parloteo. Tendría que ver si le encontraba un giro original al asunto. Mi amiga Sanne,
poetisa excelsa, me ofreció su ayuda para hacer la redacción en verso de principio a fin,
con lo que me dio una gran alegría. Keesing quería ponerme en evidencia mandándome
hacer una redacción sobre un tema tan ridículo, pero con mi poema yo le pondría en
evidencia a él por partida triple.
Logramos terminar el poema y quedó muy bonito. Trataba de una pata y un cisne que
tenían tres patitos. Como los patitos eran tan parlanchines, el papá cisne los mató a
picotazos. Keesing por suerte entendió y soportó la broma; leyó y comentó el poema en
clase y hasta en otros cursos. A partir de entonces no se opuso a que hablara en clase y
nunca más me castigó; al contrario, ahora es él el que siempre está gastando bromas.
Tu Ana.
Toda la clase tiembla. El motivo, claro, es la reunión de profesores que se avecina. Media
clase se pasa el día apostando a que si aprueban o no el curso. G. Z. y yo nos morimos de
risa por culpa de nuestros compañeros de atrás, C. N. y Jacques Kocernoot, que ya han
puesto en juego todo el capital que tenían para las vacaciones. «¡Que tú apruebas!», «¡que
no!», «¡que sí!», y así todo el santo día, pero ni las miradas suplicantes de G. pidiendo
silencio, ni las broncas que yo les suelto, logran que aquellos dos se calmen.
Calculo que la cuarta parte de mis compañeros de clase deberán repetir curso, por lo
zoquetes que son, pero como los profesores son gente muy caprichosa, quién sabe si
ahora, a modo de excepción, no les da por repartir buenas notas.
En cuanto a mis amigas y a mí misma no me hago problemas, creo que todo saldrá bien.
Sólo las matemáticas me preocupan un poco. En fin, habrá que esperar. Mientras tanto,
nos damos ánimos mutuamente.
Con todos mis profesores y profesoras me entiendo bastante bien. Son nueve en total:
siete hombres y dos mujeres. El profesor Keesing, el viejo de matemáticas, estuvo un
tiempo muy enfadado conmigo porque hablaba demasiado. Me previno y me previno,
hasta que un día me castigó. Me mandó hacer una redacción; tema: «La parlanchina». ¡La
parlanchina! ¿Qué se podría escribir sobre ese tema? Ya lo vería más adelante. Lo apunté
en mi agenda, guardé la agenda en la cartera y traté de tranquilizarme.
Por la noche, cuando ya había acabado con todas las demás tareas, descubrí que todavía
me quedaba la redacción. Con la pluma en la boca, me puse a pensar en lo que podía
escribir. Era muy fácil ponerse a desvariar y escribir lo más espaciado posible, pero
dar una prueba convincente de la necesidad de hablar ya resultaba más difícil. Estuve
pensando y repensando, luego se me ocurrió una cosa, llené las tres hojas que me había
dicho el profe y me quedé satisfecha. Los argumentos que había aducido eran que hablar era propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que lo más probable
era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre hablaba tanto
cómo yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy difíciles de cambiar.
Al profesor Keesing le hicieron mucha gracia mis argumentos, pero cuando en la clase
siguiente seguí hablando, tuve que hacer una segunda redacción esta vez sobre «La
parlanchina empedernida». También entregué esa redacción, y Keesing no tuvo motivo
de queja durante dos clases. En la tercera, sin embargo, le pareció que había vuelto a
pasarme de la raya. «Ana Frank, castigada por hablar en clase. Redacción sobre el tema:
"Cuacuá, cuacuá, parpaba la pata".»
Todos mis compañeros soltaron la carcajada. No tuve más remedio que reírme con ellos,
aunque ya se me había agotado la inventiva en lo referente a las redacciones sobre el
parloteo. Tendría que ver si le encontraba un giro original al asunto. Mi amiga Sanne,
poetisa excelsa, me ofreció su ayuda para hacer la redacción en verso de principio a fin,
con lo que me dio una gran alegría. Keesing quería ponerme en evidencia mandándome
hacer una redacción sobre un tema tan ridículo, pero con mi poema yo le pondría en
evidencia a él por partida triple.
Logramos terminar el poema y quedó muy bonito. Trataba de una pata y un cisne que
tenían tres patitos. Como los patitos eran tan parlanchines, el papá cisne los mató a
picotazos. Keesing por suerte entendió y soportó la broma; leyó y comentó el poema en
clase y hasta en otros cursos. A partir de entonces no se opuso a que hablara en clase y
nunca más me castigó; al contrario, ahora es él el que siempre está gastando bromas.
Tu Ana.
Sábado, 20 de Junio de 1942
¡Querida Kitty!
Empiezo ya mismo. En casa está todo tranquilo. Papá y mamá han salido y Margot ha ido
a jugar al ping-pong con unos chicos en casa de su amiga Trees. Yo también juego
mucho al pingpong últimamente, tanto que incluso hemos fundado un club con otras
cuatro chicas, llamado «La Osa Menor menos dos». Un nombre algo curioso, que se basa
en una equivocación. Buscábamos un nombre original, y como las socias somos cinco
pensamos en las estrellas, en la Osa Menor. Creíamos que estaba formada por cinco
estrellas, pero nos equivocamos: tiene siete, al igual que la Osa Mayor. De ahí lo de
«menos dos». En casa de use Wagner tienen un juego de ping-pong, y la gran mesa del
comedor de los Wagner está siempre a nuestra disposición. Como a las cinco jugadoras
de ping-pong nos gusta mucho el helado, sobre todo en verano, y jugando al ping-pong
nos acaloramos mucho, nuestras partidas suelen terminar en una visita a alguna de las
heladerías más próximas abiertas a los judíos, como Oase o Delphi. No nos molestamos
en llevar nuestros monederos, porque Oase está generalmente tan concurrido que entre
los presentes siempre hay algún señor dadivoso perteneciente a nuestro amplio círculo de
amistades, o algún admirador, que nos ofrece más helado del que podríamos tomar en toda una semana.
Supongo que te extrañará un poco que a mi edad te esté hablando de admiradores.
Lamentablemente, aunque en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece ser un
mal ineludible. Tan pronto como un chico me pregunta si me puede acompañar a casa en
bicicleta y entablamos una conversación, nueve de cada diez veces puedes estar segura de
que el muchacho en cuestión tiene la maldita costumbre de apasionarse y no quitarme los
ojos de encima. Después de algún tiempo, el enamoramiento se les va pasando, sobre
todo porque yo no hago mucho caso de sus miradas fogosas y sigo pedaleando
alegremente. Cuando a veces la cosa se pasa de castaño oscuro, sacudo un poco la bici, se
me cae la cartera, el joven se siente obligado a detenerse para recogerla, y cuando me la
entrega yo ya he cambiado completamente de tema. Éstos no son sino los más
inofensivos; también los hay que te tiran besos o que intentan cogerte del brazo, pero
conmigo lo tienen difícil: freno y me niego a seguir aceptando su compañía, o me hago la
ofendida y les digo sin rodeos que se vayan a su casa.
Basta por hoy. Ya hemos sentado las bases de nuestra amistad. ¡Hasta mañana!
Tu Ana.
Empiezo ya mismo. En casa está todo tranquilo. Papá y mamá han salido y Margot ha ido
a jugar al ping-pong con unos chicos en casa de su amiga Trees. Yo también juego
mucho al pingpong últimamente, tanto que incluso hemos fundado un club con otras
cuatro chicas, llamado «La Osa Menor menos dos». Un nombre algo curioso, que se basa
en una equivocación. Buscábamos un nombre original, y como las socias somos cinco
pensamos en las estrellas, en la Osa Menor. Creíamos que estaba formada por cinco
estrellas, pero nos equivocamos: tiene siete, al igual que la Osa Mayor. De ahí lo de
«menos dos». En casa de use Wagner tienen un juego de ping-pong, y la gran mesa del
comedor de los Wagner está siempre a nuestra disposición. Como a las cinco jugadoras
de ping-pong nos gusta mucho el helado, sobre todo en verano, y jugando al ping-pong
nos acaloramos mucho, nuestras partidas suelen terminar en una visita a alguna de las
heladerías más próximas abiertas a los judíos, como Oase o Delphi. No nos molestamos
en llevar nuestros monederos, porque Oase está generalmente tan concurrido que entre
los presentes siempre hay algún señor dadivoso perteneciente a nuestro amplio círculo de
amistades, o algún admirador, que nos ofrece más helado del que podríamos tomar en toda una semana.
Supongo que te extrañará un poco que a mi edad te esté hablando de admiradores.
Lamentablemente, aunque en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece ser un
mal ineludible. Tan pronto como un chico me pregunta si me puede acompañar a casa en
bicicleta y entablamos una conversación, nueve de cada diez veces puedes estar segura de
que el muchacho en cuestión tiene la maldita costumbre de apasionarse y no quitarme los
ojos de encima. Después de algún tiempo, el enamoramiento se les va pasando, sobre
todo porque yo no hago mucho caso de sus miradas fogosas y sigo pedaleando
alegremente. Cuando a veces la cosa se pasa de castaño oscuro, sacudo un poco la bici, se
me cae la cartera, el joven se siente obligado a detenerse para recogerla, y cuando me la
entrega yo ya he cambiado completamente de tema. Éstos no son sino los más
inofensivos; también los hay que te tiran besos o que intentan cogerte del brazo, pero
conmigo lo tienen difícil: freno y me niego a seguir aceptando su compañía, o me hago la
ofendida y les digo sin rodeos que se vayan a su casa.
Basta por hoy. Ya hemos sentado las bases de nuestra amistad. ¡Hasta mañana!
Tu Ana.
Sábado, 20 de Junio de 1942
Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No sólo porque
nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna
otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en
realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de
una vez unas cuantas espinas. «El papel es más paciente que los hombres.» Me acordé de esta frase uno de esos días medio melancólicos en que estaba sentada con la cabeza
apoyada entre las manos, aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y
finalmente me puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es
paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas
duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un
amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del alma», lo más probable
es que a nadie le interese.
He llegado al punto donde nace toda esta idea de escribir un diario: no tengo ninguna
amiga.
Para ser más clara tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá cómo una
chica de trece años puede estar sola en el mundo. Es que tampoco es tan así: tengo unos
padres muy buenos y una hermana de dieciséis, y tengo como treinta amigas en total,
entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de admiradores que tratan de que
nuestras miradas se crucen o que, cuando no hay otra posibilidad, intentan mirarme
durante la clase a través de un espejito roto. Tengo a mis parientes, a mis tías, que son
muy buenas, y un buen hogar. Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma. Con
las chicas que conozco lo único que puedo hacer es divertirme y pasarlo bien. Nunca
hablamos de otras cosas que no sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas íntimas.
Y ahí está justamente el quid de la cuestión. Tal vez la falta de confidencialidad sea
culpa mía, el asunto es que las cosas son como son y lamentablemente no se pueden
cambiar. De ahí este diario.
Para realzar todavía más en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera
apuntar en este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que el
propio diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.
¡Mi historia! (¡Cómo podría ser tan tonta de olvidármela!)
Como nadie entendería nada de lo que fuera a contarle a Kitty si lo hiciera así, sin
ninguna introducción, tendré que relatar brevemente la historia de mi vida, por poco que
me plazca hacerlo.
Mi padre, el más bueno de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta
los treinta y seis años con mi madre, que tenía veinticinco. Mi hermana Margot nació en
1926 en Alemania, en Francfort del Meno. El 1 z de junio de 1929 le seguí yo. Viví en
Francfort hasta los cuatro años. Como somos judíos «de pura cepa», mi padre se vino a
Holanda en 1933, donde fue nombrado director de Opekta, una compañía holandesa de
preparación de mermeladas. Mi madre, Edith Holländer, también vino a Holanda en
septiembre, y Margot y yo fuimos a Aquisgrán, donde vivía mi abuela. Margot vino a
Holanda en diciembre y yo en febrero, cuando me pusieron encima de la mesa como
regalo de cumpleaños para Margot.
Pronto empecé a ir al jardín de infancia del colegio Montessori, y allí estuve hasta
cumplir los seis años. Luego pasé al primer curso de la escuela primaria. En sexto tuve a
la señora Kuperus, la directora. Nos emocionamos mucho al despedirnos a fin de curso y
lloramos las dos, porque yo había sido admitida en el liceo judío, al que también iba
Margot.
Nuestras vidas transcurrían con cierta agitación, ya que el resto de la familia que se había
quedado en Alemania seguía siendo víctima de las medidas antijudías decretadas por
Hitler. Tras los pogromos de 1938, mis dos tíos maternos huyeron y llegaron sanos y
salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía setenta y tres años, se vino a vivir con nosotros.
Después de mayo de 1940, los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la
guerra, luego la capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para
nosotros los judíos. Las medidas antijudías se sucedieron rápidamente y se nos privó de
muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus
bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche,
tampoco en coches particulares; los judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres
hasta las cinco de la tarde; sólo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle
desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la entrada
en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; no les está permitida la entrada
en las piscinas ni en las pistas de tenis, de hockey ni de ningún otro deporte; no les
está permitido practicar remo; no les está permitido practicar ningún deporte en público;
no les está permitido estar sentados en sus jardines después de las ocho de la noche, tampoco
en los jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en casa de cristianos;
tienen que ir a colegios judíos, y otras cosas por el estilo. Así transcurrían nuestros días:
que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: «Ya
no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido.»
En el verano de 1941, la abuela enfermó gravemente. Hubo que operarla y mi
cumpleaños apenas lo festejamos. El del verano de 1940 tampoco, porque hacía poco que
había acabado la guerra en Holanda. La abuela murió en enero de 1942. Nadie sabe lo
mucho que pienso en ella, y cuánto la sigo queriendo. Este cumpleaños de 1942 lo hemos
festejado para compensar los anteriores, y también tuvimos encendida la vela de la
abuela.
Nosotros cuatro todavía estamos bien, y así hemos llegado al día de hoy, 20 de junio de
1942, fecha en que estreno mi diario con toda solemnidad.
nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna
otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en
realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de
una vez unas cuantas espinas. «El papel es más paciente que los hombres.» Me acordé de esta frase uno de esos días medio melancólicos en que estaba sentada con la cabeza
apoyada entre las manos, aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y
finalmente me puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es
paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas
duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un
amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del alma», lo más probable
es que a nadie le interese.
He llegado al punto donde nace toda esta idea de escribir un diario: no tengo ninguna
amiga.
Para ser más clara tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá cómo una
chica de trece años puede estar sola en el mundo. Es que tampoco es tan así: tengo unos
padres muy buenos y una hermana de dieciséis, y tengo como treinta amigas en total,
entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de admiradores que tratan de que
nuestras miradas se crucen o que, cuando no hay otra posibilidad, intentan mirarme
durante la clase a través de un espejito roto. Tengo a mis parientes, a mis tías, que son
muy buenas, y un buen hogar. Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma. Con
las chicas que conozco lo único que puedo hacer es divertirme y pasarlo bien. Nunca
hablamos de otras cosas que no sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas íntimas.
Y ahí está justamente el quid de la cuestión. Tal vez la falta de confidencialidad sea
culpa mía, el asunto es que las cosas son como son y lamentablemente no se pueden
cambiar. De ahí este diario.
Para realzar todavía más en mi fantasía la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera
apuntar en este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que el
propio diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.
¡Mi historia! (¡Cómo podría ser tan tonta de olvidármela!)
Como nadie entendería nada de lo que fuera a contarle a Kitty si lo hiciera así, sin
ninguna introducción, tendré que relatar brevemente la historia de mi vida, por poco que
me plazca hacerlo.
Mi padre, el más bueno de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta
los treinta y seis años con mi madre, que tenía veinticinco. Mi hermana Margot nació en
1926 en Alemania, en Francfort del Meno. El 1 z de junio de 1929 le seguí yo. Viví en
Francfort hasta los cuatro años. Como somos judíos «de pura cepa», mi padre se vino a
Holanda en 1933, donde fue nombrado director de Opekta, una compañía holandesa de
preparación de mermeladas. Mi madre, Edith Holländer, también vino a Holanda en
septiembre, y Margot y yo fuimos a Aquisgrán, donde vivía mi abuela. Margot vino a
Holanda en diciembre y yo en febrero, cuando me pusieron encima de la mesa como
regalo de cumpleaños para Margot.
Pronto empecé a ir al jardín de infancia del colegio Montessori, y allí estuve hasta
cumplir los seis años. Luego pasé al primer curso de la escuela primaria. En sexto tuve a
la señora Kuperus, la directora. Nos emocionamos mucho al despedirnos a fin de curso y
lloramos las dos, porque yo había sido admitida en el liceo judío, al que también iba
Margot.
Nuestras vidas transcurrían con cierta agitación, ya que el resto de la familia que se había
quedado en Alemania seguía siendo víctima de las medidas antijudías decretadas por
Hitler. Tras los pogromos de 1938, mis dos tíos maternos huyeron y llegaron sanos y
salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía setenta y tres años, se vino a vivir con nosotros.
Después de mayo de 1940, los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la
guerra, luego la capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para
nosotros los judíos. Las medidas antijudías se sucedieron rápidamente y se nos privó de
muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus
bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche,
tampoco en coches particulares; los judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres
hasta las cinco de la tarde; sólo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle
desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la entrada
en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; no les está permitida la entrada
en las piscinas ni en las pistas de tenis, de hockey ni de ningún otro deporte; no les
está permitido practicar remo; no les está permitido practicar ningún deporte en público;
no les está permitido estar sentados en sus jardines después de las ocho de la noche, tampoco
en los jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en casa de cristianos;
tienen que ir a colegios judíos, y otras cosas por el estilo. Así transcurrían nuestros días:
que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: «Ya
no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido.»
En el verano de 1941, la abuela enfermó gravemente. Hubo que operarla y mi
cumpleaños apenas lo festejamos. El del verano de 1940 tampoco, porque hacía poco que
había acabado la guerra en Holanda. La abuela murió en enero de 1942. Nadie sabe lo
mucho que pienso en ella, y cuánto la sigo queriendo. Este cumpleaños de 1942 lo hemos
festejado para compensar los anteriores, y también tuvimos encendida la vela de la
abuela.
Nosotros cuatro todavía estamos bien, y así hemos llegado al día de hoy, 20 de junio de
1942, fecha en que estreno mi diario con toda solemnidad.
Lunes, 15 de Junio de 1942
El domingo por la tarde festejamos mi cumpleaños. Rin-tin-tín gustó mucho a mis
compañeros. Me regalaron dos broches, una señal para libros y dos libros. Ahora quisiera
contar algunas cosas sobre las clases y el colegio, comenzando por los alumnos.
Betty Bloemendaal tiene aspecto de pobretona, y creo que de veras lo es, vive en la Jan
Klasenstraat, una calle al oeste de la ciudad, que ninguno de nosotros sabe dónde queda.
En el colegio es muy buena alumna, pero sólo porque es muy aplicada, pues su
inteligencia va dejando que desear. Es una chica bastante tranquila.
A Jacqueline van Maarsen la consideran mi mejor amiga, pero nunca he tenido una
verdadera amiga. Al principio pensé que Jacque lo sería, pero me ha decepcionado
bastante.
D. Q.2 es una chica muy nerviosa que siempre se olvida de las cosas y a la que en el
colegio dan un castigo tras otro. Es muy buena chica, sobre todo con G. Z.
E. S. es una chica que habla tanto que termina por cansarte. Cuando te pregunta algo,
siempre se pone a tocarte el pelo o los botones. Dicen que no le caigo nada bien, pero
mucho no me importa, ya que ella a mí tampoco me parece demasiado simpática.
Henny Mets es una chica alegre y divertida, pero habla muy alto y cuando juega en la
calle se nota que todavía es una niña. Es una lástima que tenga una amiga, llamada
Beppy, que influye negativamente en ella, ya que ésta es una marrana y una grosera.
J. R., a quien podríamos dedicar capítulos enteros, es una chica presumida,
cuchicheadora, desagradable, que le gusta hacerse la mayor; siempre anda con tapujos y
es una hipócrita. Se ha ganado a Jacqueline, lo que es una lástima. Llora por cualquier
cosa, es quisquillosa y sobre todo muy melindrosa. Siempre quiere que le den la razón. Es
muy rica y tiene el armario lleno de vestidos preciosos, pero que la hacen muy mayor. La
onta se cree que es muy guapa, pero es todo lo contrario. Ella y yo no nos soportamos
para nada.
Ilse Wagner es una niña alegre y divertida, pero es una quisquilla y por eso a veces un
poco latosa. use me aprecia mucho. Es muy guapa, pero holgazana.
Hanneli Goslar o Lies, como la llamamos en el colegio, es una chica un poco curiosa. Por
lo general es tímida, pero en su casa es de lo más fresca. Todo lo que le cuentas se lo
cuenta a su madre. Pero tiene opiniones muy definidas y sobre todo últimamente le tengo
mucho aprecio.
Nannie van Praag-Sigaar es una niña graciosa, bajita e inteligente. Me cae simpática. Es bastante guapa. No hay mucho que comentar sobre ella.
Eefje de Jong es muy maja. Sólo tiene doce años, pero ya es toda una damisela. Me trata
siempre como a un bebé. También es muy servicial, y por eso me cae muy bien.
G. Z. es la más guapa del curso. Tiene una cara preciosa, pero para las cosas del colegio
es bastante cortita. Creo que tendrá que repetir curso, pero eso, naturalmente, nunca se lo
he dicho. (Añadido)
Para gran sorpresa mía, G. Z. no ha tenido que repetir curso.
Y la última de las doce chicas de la clase soy yo, que soy compañera de pupitre de G. Z.
Sobre los chicos hay mucho, aunque a la vez poco que contar. Maurice Coster es uno de
mis muchos admiradores, pero es un chico bastante pesado.
Sallie Springer es un chico terriblemente grosero y corre el rumor de que ha copulado.
Sin embargo me cae simpático, porque es muy divertido.
Emiel Bonewit es el admirador de G. Z., pero ella a él no le hace demasiado caso. Es un
chico bastante aburrido.
Rob Cohen también ha estado enamorado de mí, pero ahora ya no lo soporto. Es
hipócrita, mentiroso, llorón, latoso, está loco y se da unos humos tremendos.
Max van der Velde es hijo de unos granjeros de Medemblik, pero es un buen tipo, como
diría Margot.
Herman Koopman también es un grosero, igual que Jopie de Beer, que es un donjuán y
un mujeriego.
Leo Blom es el amigo del alma de Jopie de Beer pero se le contagia su grosería.
Albert de Mesquita es un chico que ha venido del colegio Montessori y que se ha saltado
un curso. Es muy inteligente.
Leo Slager ha venido del mismo colegio pero no es tan inteligente.
Ru Stoppelmon es un chico bajito y gracioso de Almelo, que ha comenzado el curso más
tarde.
C. N. hace todo lo que está prohibido.
Jacques Kocernoot está sentado detrás de nosotras con Pam y nos hace morir de risa (a G.
y a mí).
Harry Schaap es el chico más decente de la clase, y es bastante simpático.
Werner Joseph ídem de ídem, pero por culpa de los tiempos que corren es algo callado,
por lo que parece un chico un tanto aburrido.
Sam Salomon parece uno de esos pillos arrabaleros, un granuja. (¡Otro admirador!)
Appie Riem es bastante ortodoxo, pero otro mequetrefe.
Ahora debo terminar. La próxima vez tendré muchas cosas que escribir en ti, es decir,
que contarte. ¡Adiós! ¡Estoy contenta de tenerte!
compañeros. Me regalaron dos broches, una señal para libros y dos libros. Ahora quisiera
contar algunas cosas sobre las clases y el colegio, comenzando por los alumnos.
Betty Bloemendaal tiene aspecto de pobretona, y creo que de veras lo es, vive en la Jan
Klasenstraat, una calle al oeste de la ciudad, que ninguno de nosotros sabe dónde queda.
En el colegio es muy buena alumna, pero sólo porque es muy aplicada, pues su
inteligencia va dejando que desear. Es una chica bastante tranquila.
A Jacqueline van Maarsen la consideran mi mejor amiga, pero nunca he tenido una
verdadera amiga. Al principio pensé que Jacque lo sería, pero me ha decepcionado
bastante.
D. Q.2 es una chica muy nerviosa que siempre se olvida de las cosas y a la que en el
colegio dan un castigo tras otro. Es muy buena chica, sobre todo con G. Z.
E. S. es una chica que habla tanto que termina por cansarte. Cuando te pregunta algo,
siempre se pone a tocarte el pelo o los botones. Dicen que no le caigo nada bien, pero
mucho no me importa, ya que ella a mí tampoco me parece demasiado simpática.
Henny Mets es una chica alegre y divertida, pero habla muy alto y cuando juega en la
calle se nota que todavía es una niña. Es una lástima que tenga una amiga, llamada
Beppy, que influye negativamente en ella, ya que ésta es una marrana y una grosera.
J. R., a quien podríamos dedicar capítulos enteros, es una chica presumida,
cuchicheadora, desagradable, que le gusta hacerse la mayor; siempre anda con tapujos y
es una hipócrita. Se ha ganado a Jacqueline, lo que es una lástima. Llora por cualquier
cosa, es quisquillosa y sobre todo muy melindrosa. Siempre quiere que le den la razón. Es
muy rica y tiene el armario lleno de vestidos preciosos, pero que la hacen muy mayor. La
onta se cree que es muy guapa, pero es todo lo contrario. Ella y yo no nos soportamos
para nada.
Ilse Wagner es una niña alegre y divertida, pero es una quisquilla y por eso a veces un
poco latosa. use me aprecia mucho. Es muy guapa, pero holgazana.
Hanneli Goslar o Lies, como la llamamos en el colegio, es una chica un poco curiosa. Por
lo general es tímida, pero en su casa es de lo más fresca. Todo lo que le cuentas se lo
cuenta a su madre. Pero tiene opiniones muy definidas y sobre todo últimamente le tengo
mucho aprecio.
Nannie van Praag-Sigaar es una niña graciosa, bajita e inteligente. Me cae simpática. Es bastante guapa. No hay mucho que comentar sobre ella.
Eefje de Jong es muy maja. Sólo tiene doce años, pero ya es toda una damisela. Me trata
siempre como a un bebé. También es muy servicial, y por eso me cae muy bien.
G. Z. es la más guapa del curso. Tiene una cara preciosa, pero para las cosas del colegio
es bastante cortita. Creo que tendrá que repetir curso, pero eso, naturalmente, nunca se lo
he dicho. (Añadido)
Para gran sorpresa mía, G. Z. no ha tenido que repetir curso.
Y la última de las doce chicas de la clase soy yo, que soy compañera de pupitre de G. Z.
Sobre los chicos hay mucho, aunque a la vez poco que contar. Maurice Coster es uno de
mis muchos admiradores, pero es un chico bastante pesado.
Sallie Springer es un chico terriblemente grosero y corre el rumor de que ha copulado.
Sin embargo me cae simpático, porque es muy divertido.
Emiel Bonewit es el admirador de G. Z., pero ella a él no le hace demasiado caso. Es un
chico bastante aburrido.
Rob Cohen también ha estado enamorado de mí, pero ahora ya no lo soporto. Es
hipócrita, mentiroso, llorón, latoso, está loco y se da unos humos tremendos.
Max van der Velde es hijo de unos granjeros de Medemblik, pero es un buen tipo, como
diría Margot.
Herman Koopman también es un grosero, igual que Jopie de Beer, que es un donjuán y
un mujeriego.
Leo Blom es el amigo del alma de Jopie de Beer pero se le contagia su grosería.
Albert de Mesquita es un chico que ha venido del colegio Montessori y que se ha saltado
un curso. Es muy inteligente.
Leo Slager ha venido del mismo colegio pero no es tan inteligente.
Ru Stoppelmon es un chico bajito y gracioso de Almelo, que ha comenzado el curso más
tarde.
C. N. hace todo lo que está prohibido.
Jacques Kocernoot está sentado detrás de nosotras con Pam y nos hace morir de risa (a G.
y a mí).
Harry Schaap es el chico más decente de la clase, y es bastante simpático.
Werner Joseph ídem de ídem, pero por culpa de los tiempos que corren es algo callado,
por lo que parece un chico un tanto aburrido.
Sam Salomon parece uno de esos pillos arrabaleros, un granuja. (¡Otro admirador!)
Appie Riem es bastante ortodoxo, pero otro mequetrefe.
Ahora debo terminar. La próxima vez tendré muchas cosas que escribir en ti, es decir,
que contarte. ¡Adiós! ¡Estoy contenta de tenerte!
Domingo, 14 de Junio de 1942
Lo mejor será que empiece desde el momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la
mesa de los regalos de cumpleaños (porque también presencié el momento de la compra,
pero eso no cuenta).
El viernes 12 de junio, a las seis de la mañana ya me había despertado, lo que se entiende,
ya que era mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, de modo que
tuve que contener mi curiosidad hasta las siete menos cuarto. Entonces ya no pude más:
me levanté y me fui al comedor, donde Moortje1, el gato, me recibió haciéndome
carantoñas.
Poco después de las siete fui a saludar a papá y mamá y luego al salón, a desenvolver los
regalos, lo primero que vi fuiste tú, y quizá hayas sido uno de mis regalos más bonitos.
Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una blusa
azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que a mi entender sabe un poco a
vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro de crema, un
billete de 2,50 florines y un vale para comprarme dos libros. Luego me regalaron otro
libro, La cámara oscura, de Hildebrand (pero como Margot ya lo tiene he ido a
cambiarlo), una bandeja de galletas caseras (hechas por mí misma, porque últimamente se
me da muy bien eso de hacer galletas), muchos dulces y una tarta de fresas hecha por
mamá. También una carta de la abuela, que ha llegado justo a tiempo; pero eso,
naturalmente, ha sido casualidad.
Entonces pasó a buscarme Hanneli y nos fuimos al colegio. En el recreo convidé a
galletas a los profesores y a los alumnos, y luego tuvimos que volver a clase. Llegué a
casa a las cinco, pues había ido a gimnasia (aunque no me dejan participar porque se me
dislocan fácilmente los brazos y las piernas) y como juego de cumpleaños elegí el
voleibol para que jugaran mis compañeras. Al llegar a casa ya me estaba esperando
Sanne Lederman. A Ilse Wagner, Hanneli Goslar y Jacqueline van Maarsen las traje
conmigo de la clase de gimnasia, porque son compañeras mías del colegio. Hanneli y
Sanne eran antes mis mejores amigas, y cuando nos veían juntas, siempre nos decían:
«Ahí van Anne, Hanne y Sanne.» A Jacqueline van Maarsen la conocí hace poco en el liceo judío y es ahora mi mejor amiga. use es la mejor amiga de Hanneli, y Sanne va a
otro colegio, donde tiene sus amigas.
El club me ha regalado un libro precioso, Sagas y leyendas neerlandesas, pero por
equivocación me han regalado el segundo tomo, y por eso he cambiado otros dos libros
por el primer tomo. La tía Helene me ha traído otro rompecabezas, la tía Stephanie un
broche muy mono y la tía Leny un libro muy divertido, Las vacaciones de Daisy en la
montaña. Esta mañana, cuando me estaba bañando, pensé en lo bonito que sería tener un
perro como Rin-tintín. Yo también lo llamaría Rin-tin-tín, y en el colegio siempre lo
dejaría con el conserje, o cuando hiciera buen tiempo, en el garaje para las bicicletas.
mesa de los regalos de cumpleaños (porque también presencié el momento de la compra,
pero eso no cuenta).
El viernes 12 de junio, a las seis de la mañana ya me había despertado, lo que se entiende,
ya que era mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, de modo que
tuve que contener mi curiosidad hasta las siete menos cuarto. Entonces ya no pude más:
me levanté y me fui al comedor, donde Moortje1, el gato, me recibió haciéndome
carantoñas.
Poco después de las siete fui a saludar a papá y mamá y luego al salón, a desenvolver los
regalos, lo primero que vi fuiste tú, y quizá hayas sido uno de mis regalos más bonitos.
Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una blusa
azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que a mi entender sabe un poco a
vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro de crema, un
billete de 2,50 florines y un vale para comprarme dos libros. Luego me regalaron otro
libro, La cámara oscura, de Hildebrand (pero como Margot ya lo tiene he ido a
cambiarlo), una bandeja de galletas caseras (hechas por mí misma, porque últimamente se
me da muy bien eso de hacer galletas), muchos dulces y una tarta de fresas hecha por
mamá. También una carta de la abuela, que ha llegado justo a tiempo; pero eso,
naturalmente, ha sido casualidad.
Entonces pasó a buscarme Hanneli y nos fuimos al colegio. En el recreo convidé a
galletas a los profesores y a los alumnos, y luego tuvimos que volver a clase. Llegué a
casa a las cinco, pues había ido a gimnasia (aunque no me dejan participar porque se me
dislocan fácilmente los brazos y las piernas) y como juego de cumpleaños elegí el
voleibol para que jugaran mis compañeras. Al llegar a casa ya me estaba esperando
Sanne Lederman. A Ilse Wagner, Hanneli Goslar y Jacqueline van Maarsen las traje
conmigo de la clase de gimnasia, porque son compañeras mías del colegio. Hanneli y
Sanne eran antes mis mejores amigas, y cuando nos veían juntas, siempre nos decían:
«Ahí van Anne, Hanne y Sanne.» A Jacqueline van Maarsen la conocí hace poco en el liceo judío y es ahora mi mejor amiga. use es la mejor amiga de Hanneli, y Sanne va a
otro colegio, donde tiene sus amigas.
El club me ha regalado un libro precioso, Sagas y leyendas neerlandesas, pero por
equivocación me han regalado el segundo tomo, y por eso he cambiado otros dos libros
por el primer tomo. La tía Helene me ha traído otro rompecabezas, la tía Stephanie un
broche muy mono y la tía Leny un libro muy divertido, Las vacaciones de Daisy en la
montaña. Esta mañana, cuando me estaba bañando, pensé en lo bonito que sería tener un
perro como Rin-tintín. Yo también lo llamaría Rin-tin-tín, y en el colegio siempre lo
dejaría con el conserje, o cuando hiciera buen tiempo, en el garaje para las bicicletas.
2 de Junio de 1942
Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que
seas para mí un gran apoyo.
seas para mí un gran apoyo.
sábado, 21 de marzo de 2015
23 de Agosto de 1992
Querido amigo:
He estado en el hospital durante los últimos dos
meses. Hasta ayer no me dejaron salir. El
médico me dijo que mis padres me encontraron
en el sofá del salón. Estaba completamente
desnudo, sin hacer otra cosa que mirar la
televisión, que estaba apagada. No hablaba ni
reaccionaba, dijeron. Mi padre incluso me dio
una bofetada para despertarme, y como te
conté, él nunca me ha pegado. Pero no
funcionó. Así que me trajeron al hospital donde
me ingresaron cuando tenía siete años después
de que mi tía Helen muriera. Me contaron que
estuve sin hablar ni reconocer a nadie durante
una semana. Ni siquiera a Patrick, que debió de
visitarme durante ese tiempo. Asusta pensarlo.
Lo único que recuerdo es haber echado la
carta al buzón. Lo siguiente que supe es que
estaba sentado en la consulta de un médico. Y
me acordé de mi tía Helen. Y empecé a llorar. Y
el médico, que resultó ser una mujer muy
agradable, empezó a hacerme preguntas. Y las
respondí.
No me apetece hablar de las preguntas y
las respuestas. Pero más o menos comprendí
que todo lo que soñé sobre mi tía Helen era
cierto. Y tiempo después me di cuenta de que
ocurría cada sábado cuando veíamos la
televisión.
Las primeras semanas en el hospital fueron
muy duras.
Lo peor fue estar sentado en la consulta
cuando la médica les contó a mis padres lo que
había ocurrido. Nunca he visto a mi madre
llorar tanto. O a mi padre tan enfadado. Porque
en su día no se dieron cuenta de lo que pasaba.
Pero desde entonces la médica me ha
ayudado a resolver muchas cosas. Sobre mi tía
Helen. Y sobre mi familia. Y sobre mis amigos.
Y sobre mí. Hay muchas fases que atravesar en
este tipo de cosas, y ella lo ha hecho
verdaderamente bien en todas.
Lo que más me ayudó, en cambio, fue la
época en la que pude tener visitas. Mi familia,
incluidos mi hermanos, siempre venía esos días
hasta que mi hermano tuvo que volver a la
universidad para jugar al fútbol. Después de
aquello, mi familia venía sin mi hermano, y mi
hermano me enviaba postales. Incluso me contó
en su última postal que había leído mi redacción
sobre Walden y le había gustado mucho, lo que
me hizo sentir fenomenal. Como la primera vez
que vi a Patrick. Lo mejor de Patrick es que
incluso cuando estás en el hospital sigue siendo
él mismo. Suelta bromas para hacerte sentir
mejor en vez de hacerte preguntas sobre
sentirte peor. Incluso me trajo una carta de
Sam, y Sam decía que iba a volver a finales de
agosto, y que si me recuperaba por entonces,
ella y Patrick me llevarían conduciendo por el
túnel. Y esta vez podría ponerme de pie en la
parte trasera de la camioneta si quería. Ese tipo
de cosas me ayudaron más que nada.
Los días en los que recibía correo eran
buenos, también. Mi abuelo me envió una carta
muy bonita. También mi tía abuela. También
mi abuela y el tío abuelo Phil. Mi tía Rebecca
incluso me mandó flores con una tarjeta
firmada por todos mis primos de Ohio. Era
bonito saber que estaban todos pensando en mí,
como también fue bonito cuando Patrick trajo a
Mary Elizabeth y a Alice y a Bob y a todos a
visitarme. Incluidos Peter y Craig. Supongo que
han vuelto a ser amigos. Y me alegré de que
vinieran. Y también me alegré de que Mary
Elizabeth hablara casi todo el rato. Porque
hacía que las cosas parecieran más normales.
Mary Elizabeth incluso se quedó un poco más
que los demás. Me alegré de tener la
oportunidad de hablar con ella a solas antes de
que se fuera a Berkeley. Y también me alegré
por Bill y su novia cuando vinieron a verme
hace dos semanas. Se van a casar en
noviembre, y quieren que vaya a su boda. Es
bonito tener cosas que esperar.
El momento en el que empezó a parecer
que todo iría a mejor fue un día que mis
hermanos se quedaron en el hospital después de
que mis padres se fueran. Esto fue en algún
momento de julio. Me hicieron un montón de
preguntas sobre la tía Helen, porque supongo
que a ellos no les pasó nada. Y mi hermano
parecía muy triste. Y mi hermana muy
enfadada. Fue en esa época cuando las cosas
empezaron a aclararse porque ya no había
nadie a quien seguir odiando después de
aquello.
Me refiero a que miré a mis hermanos y
pensé que algún día serían una tía y un tío,
igual que yo sería un tío. Como mi madre y tía
Helen fueron hermanas.
Y podríamos sentarnos y hacernos
preguntas y sentirnos mal por los demás y
culpar a un montón de gente por lo que hicieron
o no hicieron o por lo que ignoraron. No sé.
Supongo que siempre habrá alguien a quien
culpar. Quizá si mi abuelo no le hubiera
pegado, mi madre no sería tan callada. Y quizá
no se habría casado con mi padre porque él
nunca levanta la mano. Y quizá yo no habría
nacido. Pero me alegro de haber nacido, así que
no sé qué decir al respecto, sobre todo porque mi
madre parece feliz con su vida, y no sé qué más
se puede pedir.
Siento que, si culpara a mi tía Helen,
tendría que culpar a su padre por pegarle y al
amigo de la familia que le hacía cosas cuando
era pequeña. Y la persona que le hacía cosas a
él. Y a Dios por no parar todo esto y cosas que
son mucho peores. Y lo hice durante un tiempo,
pero después ya no pude más. Porque no iba a
ninguna parte. Porque no se trataba de eso.
No soy como soy por lo que haya soñado y
recordado sobre mi tía Helen. Eso es lo que
comprendí cuando las cosas se quedaron en
silencio. Y creo que es muy importante saberlo.
Hizo que todo se aclarara y encajara. No me
malinterpretes. Sé que lo que pasó fue
importante. Y necesitaba recordarlo. Pero es
como cuando mi médico me contó la historia de
dos hermanos cuyo padre era muy alcohólico.
Un hermano se convirtió de mayor en un
próspero carpintero que nunca bebía. El otro
hermano acabó siendo un borracho perdido
como su padre. Cuando le preguntaron al
primer hermano por qué él no bebía, dijo que
después de ver lo que la bebida le había hecho a
su padre, nunca había podido ni probarlo.
Cuando le preguntaron al otro hermano, dijo
que creía que había aprendido a beber en las
rodillas de su padre. Así que supongo que somos
quienes somos por un montón de razones. Y
quizá nunca conozcamos la mayoría de ellas.
Pero aunque no tengamos el poder de elegir de
dónde venimos, todavía podemos elegir adónde
vamos desde ahí. Todavía podemos hacer cosas.
Y podemos intentar sentirnos bien con ellas.
Creo que si alguna vez tengo hijos y están
disgustados, no les diré que la gente se muere
de hambre en China ni nada parecido porque
no cambiaría el hecho de que estén disgustados.
E incluso si otra persona lo tiene mucho peor,
eso realmente no cambia el hecho de que tú
tienes lo que tienes. Bueno y malo. Como lo que
mi hermana dijo cuando yo llevaba ya una
temporada en el hospital. Dijo que estaba muy
preocupada por ir a la universidad, y en
comparación con lo que yo estaba pasando, se
sentía muy tonta. Pero no sé por qué se iba a
sentir tonta. Yo también estaría preocupado. Y
en serio, no creo que yo lo tenga mejor ni peor
que ella. No sé. Es diferente. Quizá sea bueno
poner las cosas en perspectiva, pero, a veces,
creo que la única perspectiva es estar allí de
verdad. Como dijo Sam. Porque está bien sentir
cosas. Y ser tú mismo al respecto.
Cuando me dejaron salir ayer, mi madre
me trajo de vuelta a casa en coche. Era
mediodía y me preguntó si tenía hambre. Y dije
que sí. Entonces me preguntó qué quería, y le
dije que ir al McDonald’s como solíamos hacer
cuando era pequeño y me ponía enfermo y me
quedaba en casa en vez de ir al colegio. Así que
fuimos. Y fue muy agradable estar con mi
madre y comer patatas fritas. Y más tarde, esa
noche, estar con mi familia durante la cena y
que las cosas fueran como habían sido siempre.
Esa fue la parte más increíble. Que todo
continuaba. No hablamos de nada serio ni
superficial. Solo estábamos juntos. Y eso
bastaba.
Bueno, hoy mi padre ha ido a trabajar. Y
mi madre nos ha llevado a mi hermana y a mí a
comprar cosas de último minuto para mi
hermana porque se va a la universidad dentro
de poco. Cuando volvimos, llamé a casa de
Patrick porque había dicho que Sam estaría de
vuelta por entonces. Sam contestó al teléfono. Y
fue muy agradable volver a oír su voz.
Más tarde, se pasaron por casa en la
camioneta de Sam. Y fuimos al Big Boy igual
que hacíamos siempre. Sam nos habló de su
vida en la universidad, que parecía muy
emocionante. Y yo le hablé de mi vida en el
hospital, que no lo parecía. Y Patrick hizo
bromas para que todo el mundo fuera sincero.
Después de irnos, nos subimos en la camioneta
de Sam, y como Sam me había prometido, nos
dirigimos hacia el túnel.
Alrededor de un kilómetro antes de llegar al
túnel, Sam paró el coche y yo me subí detrás.
Patrick puso la radio muy alta para que yo
pudiera oírla, y mientras nos acercábamos al
túnel, escuché la música y pensé en todas las
cosas que la gente me ha dicho durante el
último año. Pensé en Bill diciéndome que yo era
especial. Y en mi hermana diciéndome que me
quería. Y mi madre, también. E incluso mi
padre y mi hermano cuando estaba en el
hospital. Pensé en Patrick diciéndome que era
su amigo. Y pensé en Sam diciéndome que
hiciera cosas. Para estar realmente allí. Y pensé
sencillamente en lo genial que es tener amigos y
familia.
Mientras entrábamos en el túnel, no
levanté los brazos como si volara. Solo dejé que
el viento me corriera por la cara. Y empecé a
llorar y a sonreír al mismo tiempo. Porque no
podía evitar sentir tanto amor como sentía por
mi tía Helen por comprarme dos regalos. Y
tanto deseo porque el regalo que le había
comprado a mi madre por mi cumpleaños fuera
muy especial. Y porque mis hermanos y Sam y
Patrick y todos fueran felices.
Pero sobre todo, lloraba porque de repente
fui consciente del hecho de que era yo el que
estaba de pie en ese túnel con el viento
corriendo por mi cara. Sin preocuparme de ver
el centro de la ciudad. Sin ni siquiera pensar en
ello. Porque estaba de pie en el túnel. Y estaba
realmente allí. Y aquello era suficiente para
hacerme sentir infinito.
Mañana empiezo mi segundo año de
instituto. Y lo creas o no, no tengo ningún
miedo de ir. No sé si tendré tiempo para escribir
más cartas, porque podría estar demasiado
ocupado intentando «implicarme».
Así que, si esta acaba siendo mi última
carta, por favor, piensa que las cosas me irán
bien, y que aun cuando no sea así, pronto se
arreglarán.
Y yo pensaré lo mismo de ti.
Con mucho cariño,
Charlie.
He estado en el hospital durante los últimos dos
meses. Hasta ayer no me dejaron salir. El
médico me dijo que mis padres me encontraron
en el sofá del salón. Estaba completamente
desnudo, sin hacer otra cosa que mirar la
televisión, que estaba apagada. No hablaba ni
reaccionaba, dijeron. Mi padre incluso me dio
una bofetada para despertarme, y como te
conté, él nunca me ha pegado. Pero no
funcionó. Así que me trajeron al hospital donde
me ingresaron cuando tenía siete años después
de que mi tía Helen muriera. Me contaron que
estuve sin hablar ni reconocer a nadie durante
una semana. Ni siquiera a Patrick, que debió de
visitarme durante ese tiempo. Asusta pensarlo.
Lo único que recuerdo es haber echado la
carta al buzón. Lo siguiente que supe es que
estaba sentado en la consulta de un médico. Y
me acordé de mi tía Helen. Y empecé a llorar. Y
el médico, que resultó ser una mujer muy
agradable, empezó a hacerme preguntas. Y las
respondí.
No me apetece hablar de las preguntas y
las respuestas. Pero más o menos comprendí
que todo lo que soñé sobre mi tía Helen era
cierto. Y tiempo después me di cuenta de que
ocurría cada sábado cuando veíamos la
televisión.
Las primeras semanas en el hospital fueron
muy duras.
Lo peor fue estar sentado en la consulta
cuando la médica les contó a mis padres lo que
había ocurrido. Nunca he visto a mi madre
llorar tanto. O a mi padre tan enfadado. Porque
en su día no se dieron cuenta de lo que pasaba.
Pero desde entonces la médica me ha
ayudado a resolver muchas cosas. Sobre mi tía
Helen. Y sobre mi familia. Y sobre mis amigos.
Y sobre mí. Hay muchas fases que atravesar en
este tipo de cosas, y ella lo ha hecho
verdaderamente bien en todas.
Lo que más me ayudó, en cambio, fue la
época en la que pude tener visitas. Mi familia,
incluidos mi hermanos, siempre venía esos días
hasta que mi hermano tuvo que volver a la
universidad para jugar al fútbol. Después de
aquello, mi familia venía sin mi hermano, y mi
hermano me enviaba postales. Incluso me contó
en su última postal que había leído mi redacción
sobre Walden y le había gustado mucho, lo que
me hizo sentir fenomenal. Como la primera vez
que vi a Patrick. Lo mejor de Patrick es que
incluso cuando estás en el hospital sigue siendo
él mismo. Suelta bromas para hacerte sentir
mejor en vez de hacerte preguntas sobre
sentirte peor. Incluso me trajo una carta de
Sam, y Sam decía que iba a volver a finales de
agosto, y que si me recuperaba por entonces,
ella y Patrick me llevarían conduciendo por el
túnel. Y esta vez podría ponerme de pie en la
parte trasera de la camioneta si quería. Ese tipo
de cosas me ayudaron más que nada.
Los días en los que recibía correo eran
buenos, también. Mi abuelo me envió una carta
muy bonita. También mi tía abuela. También
mi abuela y el tío abuelo Phil. Mi tía Rebecca
incluso me mandó flores con una tarjeta
firmada por todos mis primos de Ohio. Era
bonito saber que estaban todos pensando en mí,
como también fue bonito cuando Patrick trajo a
Mary Elizabeth y a Alice y a Bob y a todos a
visitarme. Incluidos Peter y Craig. Supongo que
han vuelto a ser amigos. Y me alegré de que
vinieran. Y también me alegré de que Mary
Elizabeth hablara casi todo el rato. Porque
hacía que las cosas parecieran más normales.
Mary Elizabeth incluso se quedó un poco más
que los demás. Me alegré de tener la
oportunidad de hablar con ella a solas antes de
que se fuera a Berkeley. Y también me alegré
por Bill y su novia cuando vinieron a verme
hace dos semanas. Se van a casar en
noviembre, y quieren que vaya a su boda. Es
bonito tener cosas que esperar.
El momento en el que empezó a parecer
que todo iría a mejor fue un día que mis
hermanos se quedaron en el hospital después de
que mis padres se fueran. Esto fue en algún
momento de julio. Me hicieron un montón de
preguntas sobre la tía Helen, porque supongo
que a ellos no les pasó nada. Y mi hermano
parecía muy triste. Y mi hermana muy
enfadada. Fue en esa época cuando las cosas
empezaron a aclararse porque ya no había
nadie a quien seguir odiando después de
aquello.
Me refiero a que miré a mis hermanos y
pensé que algún día serían una tía y un tío,
igual que yo sería un tío. Como mi madre y tía
Helen fueron hermanas.
Y podríamos sentarnos y hacernos
preguntas y sentirnos mal por los demás y
culpar a un montón de gente por lo que hicieron
o no hicieron o por lo que ignoraron. No sé.
Supongo que siempre habrá alguien a quien
culpar. Quizá si mi abuelo no le hubiera
pegado, mi madre no sería tan callada. Y quizá
no se habría casado con mi padre porque él
nunca levanta la mano. Y quizá yo no habría
nacido. Pero me alegro de haber nacido, así que
no sé qué decir al respecto, sobre todo porque mi
madre parece feliz con su vida, y no sé qué más
se puede pedir.
Siento que, si culpara a mi tía Helen,
tendría que culpar a su padre por pegarle y al
amigo de la familia que le hacía cosas cuando
era pequeña. Y la persona que le hacía cosas a
él. Y a Dios por no parar todo esto y cosas que
son mucho peores. Y lo hice durante un tiempo,
pero después ya no pude más. Porque no iba a
ninguna parte. Porque no se trataba de eso.
No soy como soy por lo que haya soñado y
recordado sobre mi tía Helen. Eso es lo que
comprendí cuando las cosas se quedaron en
silencio. Y creo que es muy importante saberlo.
Hizo que todo se aclarara y encajara. No me
malinterpretes. Sé que lo que pasó fue
importante. Y necesitaba recordarlo. Pero es
como cuando mi médico me contó la historia de
dos hermanos cuyo padre era muy alcohólico.
Un hermano se convirtió de mayor en un
próspero carpintero que nunca bebía. El otro
hermano acabó siendo un borracho perdido
como su padre. Cuando le preguntaron al
primer hermano por qué él no bebía, dijo que
después de ver lo que la bebida le había hecho a
su padre, nunca había podido ni probarlo.
Cuando le preguntaron al otro hermano, dijo
que creía que había aprendido a beber en las
rodillas de su padre. Así que supongo que somos
quienes somos por un montón de razones. Y
quizá nunca conozcamos la mayoría de ellas.
Pero aunque no tengamos el poder de elegir de
dónde venimos, todavía podemos elegir adónde
vamos desde ahí. Todavía podemos hacer cosas.
Y podemos intentar sentirnos bien con ellas.
Creo que si alguna vez tengo hijos y están
disgustados, no les diré que la gente se muere
de hambre en China ni nada parecido porque
no cambiaría el hecho de que estén disgustados.
E incluso si otra persona lo tiene mucho peor,
eso realmente no cambia el hecho de que tú
tienes lo que tienes. Bueno y malo. Como lo que
mi hermana dijo cuando yo llevaba ya una
temporada en el hospital. Dijo que estaba muy
preocupada por ir a la universidad, y en
comparación con lo que yo estaba pasando, se
sentía muy tonta. Pero no sé por qué se iba a
sentir tonta. Yo también estaría preocupado. Y
en serio, no creo que yo lo tenga mejor ni peor
que ella. No sé. Es diferente. Quizá sea bueno
poner las cosas en perspectiva, pero, a veces,
creo que la única perspectiva es estar allí de
verdad. Como dijo Sam. Porque está bien sentir
cosas. Y ser tú mismo al respecto.
Cuando me dejaron salir ayer, mi madre
me trajo de vuelta a casa en coche. Era
mediodía y me preguntó si tenía hambre. Y dije
que sí. Entonces me preguntó qué quería, y le
dije que ir al McDonald’s como solíamos hacer
cuando era pequeño y me ponía enfermo y me
quedaba en casa en vez de ir al colegio. Así que
fuimos. Y fue muy agradable estar con mi
madre y comer patatas fritas. Y más tarde, esa
noche, estar con mi familia durante la cena y
que las cosas fueran como habían sido siempre.
Esa fue la parte más increíble. Que todo
continuaba. No hablamos de nada serio ni
superficial. Solo estábamos juntos. Y eso
bastaba.
Bueno, hoy mi padre ha ido a trabajar. Y
mi madre nos ha llevado a mi hermana y a mí a
comprar cosas de último minuto para mi
hermana porque se va a la universidad dentro
de poco. Cuando volvimos, llamé a casa de
Patrick porque había dicho que Sam estaría de
vuelta por entonces. Sam contestó al teléfono. Y
fue muy agradable volver a oír su voz.
Más tarde, se pasaron por casa en la
camioneta de Sam. Y fuimos al Big Boy igual
que hacíamos siempre. Sam nos habló de su
vida en la universidad, que parecía muy
emocionante. Y yo le hablé de mi vida en el
hospital, que no lo parecía. Y Patrick hizo
bromas para que todo el mundo fuera sincero.
Después de irnos, nos subimos en la camioneta
de Sam, y como Sam me había prometido, nos
dirigimos hacia el túnel.
Alrededor de un kilómetro antes de llegar al
túnel, Sam paró el coche y yo me subí detrás.
Patrick puso la radio muy alta para que yo
pudiera oírla, y mientras nos acercábamos al
túnel, escuché la música y pensé en todas las
cosas que la gente me ha dicho durante el
último año. Pensé en Bill diciéndome que yo era
especial. Y en mi hermana diciéndome que me
quería. Y mi madre, también. E incluso mi
padre y mi hermano cuando estaba en el
hospital. Pensé en Patrick diciéndome que era
su amigo. Y pensé en Sam diciéndome que
hiciera cosas. Para estar realmente allí. Y pensé
sencillamente en lo genial que es tener amigos y
familia.
Mientras entrábamos en el túnel, no
levanté los brazos como si volara. Solo dejé que
el viento me corriera por la cara. Y empecé a
llorar y a sonreír al mismo tiempo. Porque no
podía evitar sentir tanto amor como sentía por
mi tía Helen por comprarme dos regalos. Y
tanto deseo porque el regalo que le había
comprado a mi madre por mi cumpleaños fuera
muy especial. Y porque mis hermanos y Sam y
Patrick y todos fueran felices.
Pero sobre todo, lloraba porque de repente
fui consciente del hecho de que era yo el que
estaba de pie en ese túnel con el viento
corriendo por mi cara. Sin preocuparme de ver
el centro de la ciudad. Sin ni siquiera pensar en
ello. Porque estaba de pie en el túnel. Y estaba
realmente allí. Y aquello era suficiente para
hacerme sentir infinito.
Mañana empiezo mi segundo año de
instituto. Y lo creas o no, no tengo ningún
miedo de ir. No sé si tendré tiempo para escribir
más cartas, porque podría estar demasiado
ocupado intentando «implicarme».
Así que, si esta acaba siendo mi última
carta, por favor, piensa que las cosas me irán
bien, y que aun cuando no sea así, pronto se
arreglarán.
Y yo pensaré lo mismo de ti.
Con mucho cariño,
Charlie.
22 de Junio de 1992
Querido amigo:
La noche antes de que Sam se fuera ha hecho
que toda la semana se me haya quedado
borrosa. Sam estaba histérica porque no solo
necesitaba pasar tiempo con nosotros, sino que
se tenía que preparar para marcharse. Ir de
compras. Hacer maletas. Cosas así.
Cada noche, nos juntábamos todos después
de que Sam se hubiera despedido de algún tío
suyo o hubiera tenido otra comida con su madre
o hubiera comprado más cosas para la
universidad. Estaba asustada, y hasta que no
se tomaba un sorbito de lo que fuese que
estuviéramos bebiendo o una calada de lo que
fuera que estuviésemos fumando, no se
tranquilizaba y volvía a ser la misma Sam.
Lo único que realmente ayudó a Sam a
pasar la semana fue su comida con Craig. Dijo
que quería verlo para «cerrar» de alguna
manera esa historia, y supongo que tuvo
bastante suerte al hacerlo, porque Craig fue tan
comprensivo como para decirle que había hecho
bien al cortar con él. Y que era una persona
especial. Y que lo sentía y le deseaba mucha
suerte. Es curioso qué momentos elige la gente
para ser generosa.
Lo mejor fue que Sam dijo que no le había
preguntado por las chicas con las que podría
estar saliendo, aunque quería saberlo. No
sentía rencor. Aunque estaba triste. Pero era
una tristeza optimista. El tipo de tristeza que
solo requiere el paso del tiempo.
La noche antes de marcharse, estuvimos
todos allí en la casa de Sam y Patrick. Bob,
Alice, Mary Elizabeth (sin Peter) y yo. Nos
sentamos en la alfombra de la sala «de juegos»,
recordando cosas. «¿Te acuerdas del espectáculo
en el que Patrick hizo esto... o te acuerdas de
cuando Bob hizo aquello... o Charlie... o Mary
Elizabeth... o Alice... o Sam...?».
Las bromas privadas ya no eran bromas. Se
habían convertido en historias. Nadie sacó a
relucir los nombres prohibidos ni los momentos
malos. Y nadie se entristecía mientras
pudiéramos retrasar el día siguiente con más
nostalgia.
Después de un rato, Mary Elizabeth, Bob y
Alice se fueron, diciendo que volverían por la
mañana para ver cómo Sam se iba. Así que solo
quedamos Patrick, Sam y yo. Ahí sentados. Sin
hablar apenas. Hasta que empezamos nuestro
propio «te acuerdas de cuando». «¿Te acuerdas
de cuando Charlie se acercó a nosotros por
primera vez en el partido de fútbol... y te
acuerdas de cuando Charlie desinfló las ruedas
a Dave en el baile de antiguos alumnos... y te
acuerdas del poema... y de la cinta de varios... y
Punk Rocky a color... y te acuerdas cuando
todos nos sentimos infinitos...?».
Después de decir aquello, todos nos
quedamos callados y tristes. Durante el silencio,
recordé una cosa que no le he contado a nadie.
Un día que íbamos andando. Solo nosotros tres.
Y yo estaba en medio. No me acuerdo de adónde
íbamos o de dónde veníamos. Ni siquiera
recuerdo en qué estación del año fue. Solo
recuerdo caminar entre ellos y sentir por
primera vez que formaba parte de algo.
Finalmente, Patrick se levantó.
—Estoy cansado, chicos. Buenas noches.
Entonces nos desordenó el pelo y subió a su
habitación. Sam se volvió hacia mí.
—Charlie, tengo que meter en la maleta
algunas cosas. ¿Te quedarías conmigo un rato?
Asentí, y subimos las escaleras.
Cuando entramos en su habitación, me di
cuenta de lo que había cambiado desde la noche
en la que Sam me besó. Había quitado las fotos
de la pared, y las cómodas estaban vacías, y
todo estaba en un gran montón encima de la
cama. Me dije a mí mismo que no iba a llorar
pasara lo que pasase porque no quería que Sam
sintiera más pánico todavía.
Así que solo la observé hacer la maleta, e
intenté fijarme en el mayor número de detalles
posible. Su pelo largo y sus muñecas finas y sus
ojos verdes. Quería recordarlo todo.
Especialmente el sonido de su voz.
Sam me habló de muchas cosas, intentando
distraerse. Habló del largo viaje en carretera
que tenía que hacer al día siguiente, y de que
sus padres habían alquilado una furgoneta. Se
preguntaba cómo serían sus clases y cómo sería
eventualmente su carrera. Dijo que no quería
unirse a ninguna hermandad femenina pero
que tenía ganas de ver los partidos de fútbol. Se
estaba poniendo cada vez más y más triste. Por
fin, se volvió:
—¿Por qué no me pediste salir cuando
ocurrió todo lo de Craig?
Me quedé ahí, en el sitio. No sabía qué
decir. Lo dijo en voz baja.
—Charlie... después de aquello con Mary
Elizabeth en la fiesta y nuestro baile en la
discoteca y todo...
No sabía qué decir. Sinceramente, no tenía
ni idea.
—De acuerdo, Charlie... Te lo pondré más
fácil. Cuando pasó todo lo de Craig, ¿qué
pensaste? —quería saberlo de verdad.
Dije:
—Bueno, pensé un montón de cosas. Pero
sobre todo pensé que el que estuvieras triste era
mucho más importante para mí que el que
Craig hubiera dejado de ser tu novio. Y si eso
significaba que nunca podría pensar en ti de
esa manera, siempre que tú fueras feliz, estaría
bien. Ahí fue cuando me di cuenta de que te
quería de verdad.
Ella se sentó en el suelo conmigo. Habló en
voz baja:
—Charlie, ¿no lo pillas? Yo no puedo
sentirlo. Es encantador y todo eso, pero a veces
es como si ni siquiera estuvieras ahí. Es genial
que puedas escuchar y ser un paño de lágrimas
para alguien, pero ¿y si ese alguien no necesita
un paño de lágrimas? ¿Y si necesita los brazos o
algo así? No puedes quedarte ahí sentado y
poner las vidas de todos los demás por delante
de la tuya y pensar que eso cuenta como amor.
Sencillamente, no puedes. Tienes que hacer
cosas. —¿Como qué? —pregunté. Tenía la boca
seca.
—No lo sé. Como agarrarles las manos
cuando llega la canción lenta, para variar. O
ser el que le pide salir a alguien. O decirle a la
gente lo que necesitas. O lo que quieres. Como
en la pista de baile, ¿querías besarme?
—Sí —dije.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —me
preguntó muy seria.
—Porque pensaba que tú no querías que lo
hiciera.
—¿Por qué lo pensabas?
—Por lo que dijiste.
—¿Por lo que te dije hace nueve meses?
¿Cuando te dije que no pensaras en mí de esa
manera?
Asentí.
—Charlie, también te dije que no le dijeras
a Mary Elizabeth que era guapa. Y que le
hicieras muchas preguntas y que no la
interrumpieras. Ahora está con un tío que hace
justo lo contrario. Y funciona porque así es
Peter realmente. Está siendo él mismo. Y actúa.
—Pero a mí no me gustaba Mary Elizabeth.
—Charlie, no me estás entendiendo. Lo que
quiero decir es que no creo que hubieras hecho
las cosas de otra forma aunque te hubiera
gustado Mary Elizabeth. Por ejemplo, puedes
acudir al rescate de Patrick y pegar a dos tipos
que están intentando pegarle a él, pero ¿y
cuando Patrick se hace daño a sí mismo? ¿Como
cuando fuisteis a ese parque? ¿O cuando te
besaba? ¿Querías que te besara?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces por qué le dejaste?
—Solo intentaba ser su amigo —dije.
—Pero no lo fuiste, Charlie. En esos
momentos no estuviste siendo su amigo en
absoluto. Porque no fuiste sincero con él.
Me quedé sentado muy quieto. Miré al
suelo. No dije nada. Muy incómodo.
—Charlie, te dije que no pensaras en mí de
esa manera hace nueve meses por lo que te
estoy diciendo ahora. No a causa de Craig. No
porque no pensara que fueras genial. Es solo
que no quiero ser el amor platónico de nadie. Si
le gusto a alguien, quiero que sea mi verdadero
yo la que le guste, no la que piense que soy. Y
no quiero que se lo guarde. Quiero que me lo
demuestre, para poder sentirlo también. Quiero
que sea capaz de hacer lo que quiera hacer
estando conmigo. Y si hace algo que no me
gusta, se lo diré.
Sam estaba empezando a llorar un poco.
Pero no estaba triste.
—¿Sabes que le echaba la culpa a Craig por
no dejarme hacer cosas? ¿Sabes lo tonta que me
siento ahora por eso? Quizá él no me animaba
de verdad a hacerlas, pero tampoco me prohibió
nada. Aunque, después de un tiempo, yo no
hacía cosas porque no quería que cambiara la
idea que él tenía de mí. Lo que quiero decir es
que no fui sincera. Así que, ¿por qué me iba a
importar si me quería o no, cuando ni siquiera
llegó a conocerme de verdad?
Levanté la vista hacia ella. Había parado
de llorar.
—Bueno, mañana me voy. Y no voy a dejar
que me vuelva a pasar eso con nadie. Voy a
hacer lo que quiera hacer. Voy a ser quien soy
en realidad. Y voy a averiguar qué soy. Pero
ahora mismo estoy aquí contigo. Y quiero saber
dónde estás, qué necesitas, y qué quieres hacer.
Esperó pacientemente mi respuesta. Pero,
después de todo lo que había dicho, me imaginé
que debía hacer sencillamente lo que me
apetecía hacer. Sin pensarlo. Sin decirlo en voz
alta. Y si no le gustaba, que me lo dijera. Y
podíamos continuar haciendo las maletas.
Así que la besé. Y ella me devolvió el beso.
Y nos tendimos en el suelo y seguimos
besándonos. Y fue dulce. Y gemimos en voz
baja. Y nos quedamos en silencio. Y quietos.
Subimos a la cama y nos tumbamos sobre todas
las cosas que no estaban en las maletas. Y nos
tocamos mutuamente sobre la ropa de cintura
para arriba. Y después bajo la ropa. Y después
sin ropa. Y fue precioso. Ella era preciosa. Tomó
mi mano y la deslizó bajo sus pantalones. Y la
toqué. Y no me lo podía creer. Era como si todo
tuviera sentido. Hasta que metió la mano bajo
mis pantalones, y me tocó.
Entonces fue cuando la detuve.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Te he hecho
daño? Negué con la cabeza. De hecho, me había
gustado. No sabía qué pasaba.
—Lo siento. No pretendía...
—No. No lo sientas —dije.
—Pero me siento mal —dijo.
—Por favor, no te sientas mal. Ha sido muy
bonito —dije. Estaba empezando a enfadarme
de verdad.
—¿No estás preparado? —preguntó.
Asentí. Pero no era eso. No sabía lo que era.
—No pasa nada si no estás preparado —
dijo. Estaba siendo muy amable conmigo, pero
yo me sentía fatal.
—Charlie, ¿quieres irte a casa? —preguntó.
Supongo que asentí porque me ayudó a
vestirme. Y después se puso la camisa. Y quise
darme cabezazos contra la pared por ser tan
infantil. Porque amaba a Sam. Y estábamos
juntos. Y lo estaba arruinando todo.
Arruinándolo, sin más. Fatal. Me sentía fatal.
Me llevó afuera.
—¿Necesitas que te lleve a casa? —me
preguntó. Tenía el coche de mi padre. No estaba
borracho. Sam parecía muy preocupada.
—No, gracias.
—Charlie, no te voy a dejar conducir así.
—Lo siento. Caminaré entonces —dije.
—Son las dos de la mañana. Te voy a llevar
a casa.
Fue a otra habitación a recoger las llaves
del coche. Yo me quedé en el vestíbulo. Quería
morirme.
—Estás pálido como un fantasma, Charlie.
¿Quieres agua?
—No. No lo sé —empecé a llorar con ganas.
—Mira. Túmbate aquí en el sofá —dijo.
Me tumbó en el sofá. Trajo un paño
húmedo y me lo puso en la frente.
—Puedes dormir aquí esta noche. ¿Vale?
—Vale.
—Pero cálmate. Respira hondo.
Hice lo que me dijo. Y justo antes de
quedarme dormido, dije algo.
—No puedo volver a hacerlo. Lo siento —
dije.
—No pasa nada, Charlie. Duérmete —dijo
Sam. Pero yo ya no hablaba con Sam. Estaba
hablando con otra persona.
Cuando me quedé dormido, tuve este
sueño. Mis hermanos y yo estábamos viendo la
televisión con mi tía Helen. Todo iba a cámara
lenta. El sonido era espeso. Y ella estaba
haciendo lo que hacía Sam. Entonces fue
cuando me desperté. Y no sabía qué diablos
pasaba. Sam y Patrick estaban mirándome
desde arriba. Patrick me preguntó si quería
desayunar. Supongo que asentí. Nos fuimos y
comimos. Sam todavía parecía preocupada.
Patrick parecía normal. Tomamos huevos con
beicon con sus padres, y todo el mundo habló de
trivialidades. No sé por qué te estoy contando lo
de los huevos con beicon. No es importante. No
es nada importante. Mary Elizabeth y todos los
demás vinieron a la casa, y mientras la madre
de Sam estaba ocupada comprobando las cosas
por segunda vez, todos salimos al camino de
entrada. Los padres de Sam y Patrick se
metieron en la furgoneta. Patrick estaba en el
asiento del conductor de la camioneta de Sam,
diciéndoles a todos que los vería en un par de
días. Entonces Sam fue abrazando y
despidiéndose de cada uno. Como volvería a
pasar unos días en casa hacia el final del
verano, era más un hasta luego que un adiós.
Yo fui el último. Sam se me acercó y me dio
un abrazo largo. Al final, me susurró al oído.
Dijo un montón de cosas maravillosas sobre
cómo no pasaba nada porque no estuviera
preparado la noche anterior y cómo me iba a
echar de menos y cómo deseaba que me cuidara
mucho mientras ella no estaba.
—Eres mi mejor amiga —fue lo único que
pude decir para corresponderla.
Sonrió y me besó en la mejilla, y fue como
si, por un momento, la parte negativa de la
noche anterior desapareciera. Pero a mí me
seguía pareciendo un adiós más que un hasta
luego. El caso es que no lloré. No sabía lo que
sentía.
Al final, Sam se subió a su camioneta y
Patrick la puso en marcha. Y sonaba una
canción buenísima. Y todos sonrieron. Incluso
yo. Aunque yo ya no estaba allí.
Hasta que dejé de ver los coches en la
distancia, no regresé, y las cosas empezaron a
ponerse feas de nuevo. Pero esta vez, mucho
peor. Mary Elizabeth y todos estaban llorando,
y me preguntaron si quería ir al Big Boy o
hacer algo. Les dije que no. Gracias. Necesitaba
irme a casa.
—¿Estás bien, Charlie? —me preguntó
Mary Elizabeth. Supongo que estaba
empezando a tener mala cara otra vez, porque
parecía preocupada.
—Estoy bien. Solo estoy cansado —mentí.
Me subí al coche de mi padre y me alejé. Y
era como si escuchara las canciones de la radio,
pero la radio no estaba encendida. Y cuando
llegué al camino de entrada de mi casa, creo
que me olvidé de apagar el coche. Fui
directamente al sofá del salón donde está la tele.
Y era como si viera los programas de televisión,
pero la televisión no estaba encendida.
No sé qué me pasa. Es como si lo único que
pudiera hacer es seguir escribiendo estos
disparates para no derrumbarme. Sam se ha
ido. Y Patrick no volverá a casa en unos días. Y
es que me es imposible hablar con Mary
Elizabeth, ni con mi hermano, ni con nadie de
mi familia. Excepto tal vez con mi tía Helen.
Pero ella no está. Y aunque estuviera, no creo
que pudiera hablar tampoco con ella. Porque
estoy empezando a sospechar que lo que soñé
sobre ella anoche era cierto. Y que, después de
todo, las preguntas de mi psiquiatra no eran
raras. No sé lo que debo hacer ahora. Conozco
gente que lo tiene mucho peor que yo. Lo sé,
pero me está asfixiando de todas formas, y no
puedo dejar de pensar que el niño pequeño que
comía patatas fritas con su mamá en el centro
comercial va a crecer y pegar a mi hermana.
Haría cualquier cosa por no pensarlo. Sé que
estoy pensando demasiado rápido otra vez, y
que está todo en mi cabeza como el trance, pero
ahí está, y no se irá. No puedo parar de verlo, y
él sigue pegando a mi hermana, y no va a
parar, y quiero que pare porque en verdad no
quiere hacerlo, pero es que no me escucha y no
sé qué hacer.
Lo siento, pero tengo que parar de escribir
ahora esta carta.
Aunque antes quería darte las gracias por
ser una de esas personas que escucha y
comprende y no intenta acostarse con la gente
aun pudiendo hacerlo. Lo digo en serio, y siento
haberte hecho pasar por todo esto cuando ni
siquiera sabes quién soy, y nunca nos hemos
conocido en persona, y no puedo decirte quién
soy porque prometí guardar todos aquellos
pequeños secretos. Es solo que no quiero que
pienses que escogí tu nombre al azar en la guía
telefónica. Me moriría si pensaras eso. Así que
por favor, créeme si te digo que me sentí fatal
cuando Michael murió, y que vi a una chica en
clase, que no se dio cuenta de que yo estaba allí
delante, y que estuvo hablándole mucho de ti a
una amiga suya. Y aunque no te conocía, sentí
como que sí, porque me pareciste una buena
persona. El tipo de persona a la que no le
importaría recibir cartas de un chaval de
instituto. El tipo de persona que comprendería
que son mejor que un diario porque en ellas
hay comunión, y un diario puede ser
descubierto. Pero no quiero que te preocupes
por mí, o que pienses que me has conocido, ni
que sigas perdiendo el tiempo. Siento mucho
haberte hecho perder el tiempo porque la
verdad es que significas mucho para mí y
espero que seas muy feliz en la vida porque de
verdad creo que lo mereces. De verdad lo creo.
Espero que tú también lo pienses. Bueno, pues
ya está. Adiós.
Con mucho cariño,
Charlie.
La noche antes de que Sam se fuera ha hecho
que toda la semana se me haya quedado
borrosa. Sam estaba histérica porque no solo
necesitaba pasar tiempo con nosotros, sino que
se tenía que preparar para marcharse. Ir de
compras. Hacer maletas. Cosas así.
Cada noche, nos juntábamos todos después
de que Sam se hubiera despedido de algún tío
suyo o hubiera tenido otra comida con su madre
o hubiera comprado más cosas para la
universidad. Estaba asustada, y hasta que no
se tomaba un sorbito de lo que fuese que
estuviéramos bebiendo o una calada de lo que
fuera que estuviésemos fumando, no se
tranquilizaba y volvía a ser la misma Sam.
Lo único que realmente ayudó a Sam a
pasar la semana fue su comida con Craig. Dijo
que quería verlo para «cerrar» de alguna
manera esa historia, y supongo que tuvo
bastante suerte al hacerlo, porque Craig fue tan
comprensivo como para decirle que había hecho
bien al cortar con él. Y que era una persona
especial. Y que lo sentía y le deseaba mucha
suerte. Es curioso qué momentos elige la gente
para ser generosa.
Lo mejor fue que Sam dijo que no le había
preguntado por las chicas con las que podría
estar saliendo, aunque quería saberlo. No
sentía rencor. Aunque estaba triste. Pero era
una tristeza optimista. El tipo de tristeza que
solo requiere el paso del tiempo.
La noche antes de marcharse, estuvimos
todos allí en la casa de Sam y Patrick. Bob,
Alice, Mary Elizabeth (sin Peter) y yo. Nos
sentamos en la alfombra de la sala «de juegos»,
recordando cosas. «¿Te acuerdas del espectáculo
en el que Patrick hizo esto... o te acuerdas de
cuando Bob hizo aquello... o Charlie... o Mary
Elizabeth... o Alice... o Sam...?».
Las bromas privadas ya no eran bromas. Se
habían convertido en historias. Nadie sacó a
relucir los nombres prohibidos ni los momentos
malos. Y nadie se entristecía mientras
pudiéramos retrasar el día siguiente con más
nostalgia.
Después de un rato, Mary Elizabeth, Bob y
Alice se fueron, diciendo que volverían por la
mañana para ver cómo Sam se iba. Así que solo
quedamos Patrick, Sam y yo. Ahí sentados. Sin
hablar apenas. Hasta que empezamos nuestro
propio «te acuerdas de cuando». «¿Te acuerdas
de cuando Charlie se acercó a nosotros por
primera vez en el partido de fútbol... y te
acuerdas de cuando Charlie desinfló las ruedas
a Dave en el baile de antiguos alumnos... y te
acuerdas del poema... y de la cinta de varios... y
Punk Rocky a color... y te acuerdas cuando
todos nos sentimos infinitos...?».
Después de decir aquello, todos nos
quedamos callados y tristes. Durante el silencio,
recordé una cosa que no le he contado a nadie.
Un día que íbamos andando. Solo nosotros tres.
Y yo estaba en medio. No me acuerdo de adónde
íbamos o de dónde veníamos. Ni siquiera
recuerdo en qué estación del año fue. Solo
recuerdo caminar entre ellos y sentir por
primera vez que formaba parte de algo.
Finalmente, Patrick se levantó.
—Estoy cansado, chicos. Buenas noches.
Entonces nos desordenó el pelo y subió a su
habitación. Sam se volvió hacia mí.
—Charlie, tengo que meter en la maleta
algunas cosas. ¿Te quedarías conmigo un rato?
Asentí, y subimos las escaleras.
Cuando entramos en su habitación, me di
cuenta de lo que había cambiado desde la noche
en la que Sam me besó. Había quitado las fotos
de la pared, y las cómodas estaban vacías, y
todo estaba en un gran montón encima de la
cama. Me dije a mí mismo que no iba a llorar
pasara lo que pasase porque no quería que Sam
sintiera más pánico todavía.
Así que solo la observé hacer la maleta, e
intenté fijarme en el mayor número de detalles
posible. Su pelo largo y sus muñecas finas y sus
ojos verdes. Quería recordarlo todo.
Especialmente el sonido de su voz.
Sam me habló de muchas cosas, intentando
distraerse. Habló del largo viaje en carretera
que tenía que hacer al día siguiente, y de que
sus padres habían alquilado una furgoneta. Se
preguntaba cómo serían sus clases y cómo sería
eventualmente su carrera. Dijo que no quería
unirse a ninguna hermandad femenina pero
que tenía ganas de ver los partidos de fútbol. Se
estaba poniendo cada vez más y más triste. Por
fin, se volvió:
—¿Por qué no me pediste salir cuando
ocurrió todo lo de Craig?
Me quedé ahí, en el sitio. No sabía qué
decir. Lo dijo en voz baja.
—Charlie... después de aquello con Mary
Elizabeth en la fiesta y nuestro baile en la
discoteca y todo...
No sabía qué decir. Sinceramente, no tenía
ni idea.
—De acuerdo, Charlie... Te lo pondré más
fácil. Cuando pasó todo lo de Craig, ¿qué
pensaste? —quería saberlo de verdad.
Dije:
—Bueno, pensé un montón de cosas. Pero
sobre todo pensé que el que estuvieras triste era
mucho más importante para mí que el que
Craig hubiera dejado de ser tu novio. Y si eso
significaba que nunca podría pensar en ti de
esa manera, siempre que tú fueras feliz, estaría
bien. Ahí fue cuando me di cuenta de que te
quería de verdad.
Ella se sentó en el suelo conmigo. Habló en
voz baja:
—Charlie, ¿no lo pillas? Yo no puedo
sentirlo. Es encantador y todo eso, pero a veces
es como si ni siquiera estuvieras ahí. Es genial
que puedas escuchar y ser un paño de lágrimas
para alguien, pero ¿y si ese alguien no necesita
un paño de lágrimas? ¿Y si necesita los brazos o
algo así? No puedes quedarte ahí sentado y
poner las vidas de todos los demás por delante
de la tuya y pensar que eso cuenta como amor.
Sencillamente, no puedes. Tienes que hacer
cosas. —¿Como qué? —pregunté. Tenía la boca
seca.
—No lo sé. Como agarrarles las manos
cuando llega la canción lenta, para variar. O
ser el que le pide salir a alguien. O decirle a la
gente lo que necesitas. O lo que quieres. Como
en la pista de baile, ¿querías besarme?
—Sí —dije.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —me
preguntó muy seria.
—Porque pensaba que tú no querías que lo
hiciera.
—¿Por qué lo pensabas?
—Por lo que dijiste.
—¿Por lo que te dije hace nueve meses?
¿Cuando te dije que no pensaras en mí de esa
manera?
Asentí.
—Charlie, también te dije que no le dijeras
a Mary Elizabeth que era guapa. Y que le
hicieras muchas preguntas y que no la
interrumpieras. Ahora está con un tío que hace
justo lo contrario. Y funciona porque así es
Peter realmente. Está siendo él mismo. Y actúa.
—Pero a mí no me gustaba Mary Elizabeth.
—Charlie, no me estás entendiendo. Lo que
quiero decir es que no creo que hubieras hecho
las cosas de otra forma aunque te hubiera
gustado Mary Elizabeth. Por ejemplo, puedes
acudir al rescate de Patrick y pegar a dos tipos
que están intentando pegarle a él, pero ¿y
cuando Patrick se hace daño a sí mismo? ¿Como
cuando fuisteis a ese parque? ¿O cuando te
besaba? ¿Querías que te besara?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces por qué le dejaste?
—Solo intentaba ser su amigo —dije.
—Pero no lo fuiste, Charlie. En esos
momentos no estuviste siendo su amigo en
absoluto. Porque no fuiste sincero con él.
Me quedé sentado muy quieto. Miré al
suelo. No dije nada. Muy incómodo.
—Charlie, te dije que no pensaras en mí de
esa manera hace nueve meses por lo que te
estoy diciendo ahora. No a causa de Craig. No
porque no pensara que fueras genial. Es solo
que no quiero ser el amor platónico de nadie. Si
le gusto a alguien, quiero que sea mi verdadero
yo la que le guste, no la que piense que soy. Y
no quiero que se lo guarde. Quiero que me lo
demuestre, para poder sentirlo también. Quiero
que sea capaz de hacer lo que quiera hacer
estando conmigo. Y si hace algo que no me
gusta, se lo diré.
Sam estaba empezando a llorar un poco.
Pero no estaba triste.
—¿Sabes que le echaba la culpa a Craig por
no dejarme hacer cosas? ¿Sabes lo tonta que me
siento ahora por eso? Quizá él no me animaba
de verdad a hacerlas, pero tampoco me prohibió
nada. Aunque, después de un tiempo, yo no
hacía cosas porque no quería que cambiara la
idea que él tenía de mí. Lo que quiero decir es
que no fui sincera. Así que, ¿por qué me iba a
importar si me quería o no, cuando ni siquiera
llegó a conocerme de verdad?
Levanté la vista hacia ella. Había parado
de llorar.
—Bueno, mañana me voy. Y no voy a dejar
que me vuelva a pasar eso con nadie. Voy a
hacer lo que quiera hacer. Voy a ser quien soy
en realidad. Y voy a averiguar qué soy. Pero
ahora mismo estoy aquí contigo. Y quiero saber
dónde estás, qué necesitas, y qué quieres hacer.
Esperó pacientemente mi respuesta. Pero,
después de todo lo que había dicho, me imaginé
que debía hacer sencillamente lo que me
apetecía hacer. Sin pensarlo. Sin decirlo en voz
alta. Y si no le gustaba, que me lo dijera. Y
podíamos continuar haciendo las maletas.
Así que la besé. Y ella me devolvió el beso.
Y nos tendimos en el suelo y seguimos
besándonos. Y fue dulce. Y gemimos en voz
baja. Y nos quedamos en silencio. Y quietos.
Subimos a la cama y nos tumbamos sobre todas
las cosas que no estaban en las maletas. Y nos
tocamos mutuamente sobre la ropa de cintura
para arriba. Y después bajo la ropa. Y después
sin ropa. Y fue precioso. Ella era preciosa. Tomó
mi mano y la deslizó bajo sus pantalones. Y la
toqué. Y no me lo podía creer. Era como si todo
tuviera sentido. Hasta que metió la mano bajo
mis pantalones, y me tocó.
Entonces fue cuando la detuve.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Te he hecho
daño? Negué con la cabeza. De hecho, me había
gustado. No sabía qué pasaba.
—Lo siento. No pretendía...
—No. No lo sientas —dije.
—Pero me siento mal —dijo.
—Por favor, no te sientas mal. Ha sido muy
bonito —dije. Estaba empezando a enfadarme
de verdad.
—¿No estás preparado? —preguntó.
Asentí. Pero no era eso. No sabía lo que era.
—No pasa nada si no estás preparado —
dijo. Estaba siendo muy amable conmigo, pero
yo me sentía fatal.
—Charlie, ¿quieres irte a casa? —preguntó.
Supongo que asentí porque me ayudó a
vestirme. Y después se puso la camisa. Y quise
darme cabezazos contra la pared por ser tan
infantil. Porque amaba a Sam. Y estábamos
juntos. Y lo estaba arruinando todo.
Arruinándolo, sin más. Fatal. Me sentía fatal.
Me llevó afuera.
—¿Necesitas que te lleve a casa? —me
preguntó. Tenía el coche de mi padre. No estaba
borracho. Sam parecía muy preocupada.
—No, gracias.
—Charlie, no te voy a dejar conducir así.
—Lo siento. Caminaré entonces —dije.
—Son las dos de la mañana. Te voy a llevar
a casa.
Fue a otra habitación a recoger las llaves
del coche. Yo me quedé en el vestíbulo. Quería
morirme.
—Estás pálido como un fantasma, Charlie.
¿Quieres agua?
—No. No lo sé —empecé a llorar con ganas.
—Mira. Túmbate aquí en el sofá —dijo.
Me tumbó en el sofá. Trajo un paño
húmedo y me lo puso en la frente.
—Puedes dormir aquí esta noche. ¿Vale?
—Vale.
—Pero cálmate. Respira hondo.
Hice lo que me dijo. Y justo antes de
quedarme dormido, dije algo.
—No puedo volver a hacerlo. Lo siento —
dije.
—No pasa nada, Charlie. Duérmete —dijo
Sam. Pero yo ya no hablaba con Sam. Estaba
hablando con otra persona.
Cuando me quedé dormido, tuve este
sueño. Mis hermanos y yo estábamos viendo la
televisión con mi tía Helen. Todo iba a cámara
lenta. El sonido era espeso. Y ella estaba
haciendo lo que hacía Sam. Entonces fue
cuando me desperté. Y no sabía qué diablos
pasaba. Sam y Patrick estaban mirándome
desde arriba. Patrick me preguntó si quería
desayunar. Supongo que asentí. Nos fuimos y
comimos. Sam todavía parecía preocupada.
Patrick parecía normal. Tomamos huevos con
beicon con sus padres, y todo el mundo habló de
trivialidades. No sé por qué te estoy contando lo
de los huevos con beicon. No es importante. No
es nada importante. Mary Elizabeth y todos los
demás vinieron a la casa, y mientras la madre
de Sam estaba ocupada comprobando las cosas
por segunda vez, todos salimos al camino de
entrada. Los padres de Sam y Patrick se
metieron en la furgoneta. Patrick estaba en el
asiento del conductor de la camioneta de Sam,
diciéndoles a todos que los vería en un par de
días. Entonces Sam fue abrazando y
despidiéndose de cada uno. Como volvería a
pasar unos días en casa hacia el final del
verano, era más un hasta luego que un adiós.
Yo fui el último. Sam se me acercó y me dio
un abrazo largo. Al final, me susurró al oído.
Dijo un montón de cosas maravillosas sobre
cómo no pasaba nada porque no estuviera
preparado la noche anterior y cómo me iba a
echar de menos y cómo deseaba que me cuidara
mucho mientras ella no estaba.
—Eres mi mejor amiga —fue lo único que
pude decir para corresponderla.
Sonrió y me besó en la mejilla, y fue como
si, por un momento, la parte negativa de la
noche anterior desapareciera. Pero a mí me
seguía pareciendo un adiós más que un hasta
luego. El caso es que no lloré. No sabía lo que
sentía.
Al final, Sam se subió a su camioneta y
Patrick la puso en marcha. Y sonaba una
canción buenísima. Y todos sonrieron. Incluso
yo. Aunque yo ya no estaba allí.
Hasta que dejé de ver los coches en la
distancia, no regresé, y las cosas empezaron a
ponerse feas de nuevo. Pero esta vez, mucho
peor. Mary Elizabeth y todos estaban llorando,
y me preguntaron si quería ir al Big Boy o
hacer algo. Les dije que no. Gracias. Necesitaba
irme a casa.
—¿Estás bien, Charlie? —me preguntó
Mary Elizabeth. Supongo que estaba
empezando a tener mala cara otra vez, porque
parecía preocupada.
—Estoy bien. Solo estoy cansado —mentí.
Me subí al coche de mi padre y me alejé. Y
era como si escuchara las canciones de la radio,
pero la radio no estaba encendida. Y cuando
llegué al camino de entrada de mi casa, creo
que me olvidé de apagar el coche. Fui
directamente al sofá del salón donde está la tele.
Y era como si viera los programas de televisión,
pero la televisión no estaba encendida.
No sé qué me pasa. Es como si lo único que
pudiera hacer es seguir escribiendo estos
disparates para no derrumbarme. Sam se ha
ido. Y Patrick no volverá a casa en unos días. Y
es que me es imposible hablar con Mary
Elizabeth, ni con mi hermano, ni con nadie de
mi familia. Excepto tal vez con mi tía Helen.
Pero ella no está. Y aunque estuviera, no creo
que pudiera hablar tampoco con ella. Porque
estoy empezando a sospechar que lo que soñé
sobre ella anoche era cierto. Y que, después de
todo, las preguntas de mi psiquiatra no eran
raras. No sé lo que debo hacer ahora. Conozco
gente que lo tiene mucho peor que yo. Lo sé,
pero me está asfixiando de todas formas, y no
puedo dejar de pensar que el niño pequeño que
comía patatas fritas con su mamá en el centro
comercial va a crecer y pegar a mi hermana.
Haría cualquier cosa por no pensarlo. Sé que
estoy pensando demasiado rápido otra vez, y
que está todo en mi cabeza como el trance, pero
ahí está, y no se irá. No puedo parar de verlo, y
él sigue pegando a mi hermana, y no va a
parar, y quiero que pare porque en verdad no
quiere hacerlo, pero es que no me escucha y no
sé qué hacer.
Lo siento, pero tengo que parar de escribir
ahora esta carta.
Aunque antes quería darte las gracias por
ser una de esas personas que escucha y
comprende y no intenta acostarse con la gente
aun pudiendo hacerlo. Lo digo en serio, y siento
haberte hecho pasar por todo esto cuando ni
siquiera sabes quién soy, y nunca nos hemos
conocido en persona, y no puedo decirte quién
soy porque prometí guardar todos aquellos
pequeños secretos. Es solo que no quiero que
pienses que escogí tu nombre al azar en la guía
telefónica. Me moriría si pensaras eso. Así que
por favor, créeme si te digo que me sentí fatal
cuando Michael murió, y que vi a una chica en
clase, que no se dio cuenta de que yo estaba allí
delante, y que estuvo hablándole mucho de ti a
una amiga suya. Y aunque no te conocía, sentí
como que sí, porque me pareciste una buena
persona. El tipo de persona a la que no le
importaría recibir cartas de un chaval de
instituto. El tipo de persona que comprendería
que son mejor que un diario porque en ellas
hay comunión, y un diario puede ser
descubierto. Pero no quiero que te preocupes
por mí, o que pienses que me has conocido, ni
que sigas perdiendo el tiempo. Siento mucho
haberte hecho perder el tiempo porque la
verdad es que significas mucho para mí y
espero que seas muy feliz en la vida porque de
verdad creo que lo mereces. De verdad lo creo.
Espero que tú también lo pienses. Bueno, pues
ya está. Adiós.
Con mucho cariño,
Charlie.
16 de Junio de 1992
Querido amigo:
Acabo de volver a casa en autobús. Hoy ha sido
mi último día de clase. Y ha llovido. Cuando voy
en autobús, normalmente me siento en la
mitad, porque he oído que sentarte delante es
de empollones y sentarte detrás es de macarras,
y todo esto me pone nervioso. No sé cómo
llaman a los «macarras» en otros institutos.
En cualquier caso, hoy he decidido
sentarme delante con las piernas sobre el
asiento entero. Estaba medio recostado con la
espalda en la ventana. Lo he hecho para poder
mirar al resto de la gente del autobús. Me
alegro de que los autobuses escolares no tengan
cinturones de seguridad, o si no, no habría
podido hacerlo.
Lo único que noté es lo cambiados que
estaban todos. Cuando éramos pequeños,
solíamos cantar canciones en el autobús de
vuelta a casa el último día de curso. La canción
favorita era una de Pink Floyd, lo descubrí más
tarde, llamada Another Brick in the Wall, Part
II. Pero había otra canción que nos gustaba
todavía más porque acababa con un taco. Era
así:
No más lápices / no más libros / no más
miradas sucias de profesores / cuando el
profesor toque la campana / tirad los libros y
corred como cabrones.
Cuando terminábamos, mirábamos al
conductor durante un segundo lleno de tensión.
Entonces, nos echábamos todos a reír porque
sabíamos que podíamos meternos en un lío por
haber dicho una palabrota, pero al ser tantos
evitaríamos cualquier castigo. Éramos
demasiado pequeños para saber que al
conductor le daba igual nuestra canción. Que lo
único que quería era irse a casa después del
trabajo. Y quizá dormir la mona de lo que había
bebido en la comida. En aquella época daba
igual. Los empollones y los macarras estaban
unidos.
Mi hermano volvió a casa el sábado por la
noche. Y estaba incluso más cambiado que los
chicos del autobús escolar en comparación con el
principio de curso. ¡Tiene barba! ¡Me alegré
tanto! También sonríe diferente y es más
«caballeroso». Todos nos sentamos a cenar, y le
hicimos preguntas sobre la universidad. Papá le
preguntó por el fútbol. Mamá le preguntó por
las clases. Yo le pregunté por todas las
anécdotas divertidas. Mi hermana le hizo
preguntas nerviosas sobre cómo es «de verdad»
la universidad y si ganaría «siete kilos de
novata». No sé lo que significa, pero supongo
que se refiere a lo que engordas.
Esperaba que mi hermano se pusiera a
hablar y hablar de sí mismo durante un rato
largo. Solía hacerlo cada vez que había un
partido importante en el instituto, o el baile de
graduación, o algo. Pero parecía mucho más
interesado en cómo estábamos nosotros,
especialmente mi hermana con su graduación.
Así que mientras todos hablaban, de pronto
me acordé del presentador de las noticias de
deportes y de lo que había dicho sobre mi
hermano. Me emocioné un montón. Y se lo
conté a toda mi familia. Y esto fue lo que pasó
como consecuencia.
Mi padre dijo:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Dijo algo bueno?
Mi padre dijo:
—Cualquier noticia ya es buena noticia.
No sé de dónde saca mi padre estas cosas.
Mi hermano insistió:
—¿Qué dijo?
Yo dije:
—Bueno, creo que dijo que los equipos
universitarios presionan mucho a los
estudiantes de sus equipos —mi hermano
asintió—. Pero dijo que eso forja el carácter. Y
dijo que Penn State tenía un ojo buenísimo con
sus fichajes. Y te mencionó.
Mi padre repitió:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Cuándo hablaste con él?
Dije:
—Hace un par de semanas.
Y entonces me quedé helado porque de
pronto recordé el resto. El hecho de que conocí a
ese hombre en el parque de noche. Y que le di
uno de mis cigarrillos. Y el hecho de que
estuviera intentando ligar conmigo. Me quedé
ahí sentado, esperando a que cambiaran de
tema. Pero no lo hicieron.
—¿Dónde lo conociste, cariño? —preguntó
mi madre.
Del silencio que se hizo en la habitación se
podía oír el vuelo de una mosca. E intenté
imitar lo mejor posible mi cara de cuando no
puedo recordar algo. Y esto es lo que me pasaba
por la cabeza: «Bueno... vino al instituto a dar
una charla en clase... no... mi hermana sabría
que es mentira... lo conocí en el Big Boy...
estaba con su familia... no... mi padre me
echaría la bronca por molestar al “pobre
hombre”... lo dijo en un telediario... pero he
dicho que estuve hablando con él... espera...».
—En el parque. Fui con Patrick —dije.
Mi padre dijo:
—¿Estaba allí con su familia? ¿Molestaste al
pobre hombre?
—No. Estaba solo.
Aquello fue suficiente para mi padre y para
todos los demás, y ni siquiera tuve que mentir.
Afortunadamente, la atención se desvió de mí
cuando mi madre dijo lo que siempre le gusta
decir cuando estamos todos juntos celebrando
algo.
—¿A quién le apetece un helado?
Nos apetecía a todos excepto a mi hermana.
Creo que está preocupada por los «siete kilos de
novata».
La mañana siguiente empezó temprano.
Todavía no había tenido noticias de Patrick ni
de Sam ni de nadie, pero supe que los vería en
la graduación, así que intenté no preocuparme
demasiado. Todos mis familiares, incluidos los
del lado paterno de Ohio, vinieron a casa
alrededor de las diez. Las dos familias en
realidad no se caen nada bien, salvo los primos
más jóvenes, porque somos unos ingenuos.
Hicimos un gran brunch con champán, e
igual que el año pasado por la graduación de mi
hermano, mi madre le dio a su padre (mi
abuelo) zumo de manzana espumoso en vez de
champán porque no quería que se
emborrachara y montara una escenita. Y él dijo
lo mismo que había dicho el año pasado:
—Este champán es bueno.
No creo que notara la diferencia, porque es
bebedor de cerveza. A veces, de whisky.
Alrededor de las doce y media, el brunch ya
había acabado. Los primos fueron los que
condujeron, porque los adultos estaban todavía
algo borrachos para conducir hasta la
graduación. Excepto mi padre, que había estado
demasiado ocupado grabándolos a todos con
una cámara que había alquilado en el
videoclub.
—¿Por qué comprar una cámara cuando
solo la necesitas tres veces al año?
En fin, mi hermana, mi hermano, mi padre,
mi madre y yo, cada uno tuvimos que ir en un
coche distinto para asegurarnos de que nadie se
perdía. Yo fui con todos mis primos de Ohio, que
enseguida sacaron un porro y lo empezaron a
pasar. No fumé nada porque no tenía ganas, y
dijeron lo que siempre dicen:
—Charlie, eres un gallina.
Bueno, todos los coches estacionaron en el
aparcamiento, y salimos. Y mi hermana le chilló
a mi primo Mike por bajar la ventanilla
mientras conducía y despeinarla.
—Estaba fumando un cigarrillo —fue su
respuesta.
—¿No podías esperar diez minutos? —fue la
de mi hermana.
—Es que la canción era genial —fue su
última palabra.
Entonces, mientras mi padre sacaba la
videocámara del maletero y mi hermano
hablaba con algunas de las chicas que se
graduaban, que eran un año mayores y
«atractivas», mi hermana fue a buscar a mi
madre para sostenerle el bolso. Lo increíble del
bolso de mi madre es que necesites lo que
necesites, sea cuando sea, lo tiene. Cuando yo
era pequeño, solía llamarlo el «botiquín de
primeros auxilios», porque aquello era todo lo
que necesitábamos entonces. Sigo sin averiguar
cómo lo hace.
Después de retocarse, mi hermana siguió la
senda de birretes de graduación hasta el campo
de fútbol, y todos nos abrimos paso hasta las
gradas. Yo me senté entre mi madre y mi
hermano, ya que mi padre se había ido a buscar
el mejor ángulo para la cámara. Y mi madre
estuvo todo el rato haciendo callar a mi abuelo,
que no dejaba de hablar de la cantidad de
negros que había en el instituto.
Como no podía hacerle parar, mencionó mi
historia sobre el presentador de deportes del
telediario hablando de mi hermano. Esto hizo
que mi abuelo llamara a mi hermano para que
se acercase a hablar del tema. Fue muy
inteligente por parte de mi madre, porque mi
hermano es la única persona que puede
conseguir que mi abuelo deje de montar un
numerito, ya que no se muerde la lengua.
Después de la anécdota, esto fue lo que pasó:
—¡Dios mío! Mira esas gradas. Cuánta
gente negra...
Mi hermano le cortó.
—Vale, abuelo. Vamos a hacer un trato. Si
nos avergüenzas otra vez, voy a llevarte en
coche de vuelta a la residencia y no verás
nunca a tu nieta dar un discurso —mi hermano
es muy duro de pelar.
—Pero entonces tú tampoco verás el
discurso, señor importante... —mi abuelo
también es muy duro de pelar.
—Sí, pero mi padre lo está grabando todo.
Y puedo arreglármelas para conseguir ver la
cinta, y tú no. ¿Verdad?
Mi abuelo tiene una sonrisa muy rara.
Sobre todo cuando es otro el que gana. No dijo
nada más sobre el tema. Solo empezó a hablar
de fútbol y ni siquiera mencionó que mi
hermano jugaba en un equipo con chicos
negros. No te imaginas lo mal que lo pasamos el
año pasado, ya que mi hermano estaba en el
campo graduándose en vez de en las gradas
parándole los pies al abuelo.
Mientras hablaban de fútbol, estuve
buscando a Patrick y Sam, pero lo único que
pude ver fueron birretes de graduación en la
distancia. Cuando empezó la música, los
birretes empezaron a marchar hacia las sillas
plegables que habían colocado en el campo. Fue
entonces cuando por fin vi a Sam andando
detrás de Patrick. Fue un alivio. No te podría
decir si la vi feliz o triste, pero me bastó verla y
saber que estaba allí.
Cuando todos los chicos se sentaron en las
sillas, paró la música. Y el director Small se
levantó y dio un discurso sobre lo maravillosa
que había sido esa promoción. Mencionó
algunos logros que había conseguido el
instituto, e hizo hincapié en que necesitaban
ayuda en la venta de pasteles del Día de la
Comunidad para recaudar fondos para una
nueva aula de informática. Luego presentó a la
presidenta de la promoción, que dio un discurso.
No sé lo que hacen los presidentes de
promoción, pero la chica dio un discurso muy
bueno.
Entonces llegó el momento de que los cinco
alumnos más destacados hicieran su discurso.
Esa es la tradición del instituto. Mi hermana
era la segunda de su clase, así que dio el cuarto
discurso. El mejor estudiante va siempre al
final. Entonces, el director Small y el
subdirector, que Patrick jura que es gay,
entregaron los diplomas.
Los primeros tres discursos fueron muy
parecidos. Todos citaban canciones pop que
tenían algo que ver con el futuro. Y durante los
discursos, me fijé en las manos de mi madre.
Las apretaba cada vez con más fuerza.
Cuando anunciaron el nombre de mi
hermana, mi madre estalló en un aplauso. Fue
realmente fantástico ver a mi hermana subir al
estrado, porque mi hermano fue algo así como el
número 223 de su promoción y, por
consiguiente, no llegó a dar un discurso. Y
quizá no sea objetivo, pero cuando mi hermana
citó una canción pop y habló del futuro, sonó
genial. Le eché una mirada a mi hermano, y él
me la echó a mí. Y los dos sonreímos. Entonces,
miramos a mi madre, y estaba hundida en un
silencioso mar de lágrimas, así que mi hermano
y yo le agarramos una mano cada uno. Nos
miró y sonrió y lloró con más ganas. Entonces,
ambos apoyamos la cabeza en sus hombros,
como un abrazo lateral, lo que le hizo llorar
todavía más. O quizá hicimos que llorara
todavía más. No estoy seguro. Pero nos dio un
pequeño apretón en las manos y dijo «mis
niños», muy suavemente, y volvió a llorar.
Quiero tanto a mi madre... No me importa si es
cursi decirlo. Creo que en mi próximo
cumpleaños voy a comprarle un regalo. Creo
que esa debería ser la tradición. El hijo recibe
regalos de todo el mundo y él compra uno para
su madre, ya que ella también estuvo allí. Creo
que sería bonito.
Cuando mi hermana terminó su discurso,
todos aplaudimos y gritamos, pero nadie
aplaudió ni gritó más fuerte que mi abuelo.
Nadie.
No recuerdo lo que dijo el mejor de la
promoción, salvo que citó a Henry David
Thoreau en vez de una canción pop.
Entonces, el director Small se puso de pie
en el estrado y pidió a todos que se abstuvieran
de aplaudir hasta que se hubieran leído todos
los nombres y entregado todos los diplomas.
Debería mencionar que esto tampoco funcionó
el año pasado.
Así que vi a mi hermana recoger su
diploma y a mi madre llorar otra vez. Y luego vi
a Mary Elizabeth. Y a Alice. Y a Patrick. Y a
Sam. Fue un día genial. Incluso cuando vi a
Brad. No me molestó.
Todos nos encontramos con mi hermana en
el aparcamiento, y el primero que la abrazó fue
mi abuelo. Es un hombre muy orgulloso a su
manera. Todos dijeron cuánto les había gustado
el discurso de mi hermana, incluso si no era
cierto. Entonces, vimos a mi padre atravesar el
aparcamiento llevando triunfalmente la
videocámara por encima de su cabeza. No creo
que nadie le diera un abrazo más largo a mi
hermana que mi padre. Yo miré alrededor
buscando a Sam y Patrick, pero no pude
encontrarlos por ninguna parte.
En el camino de vuelta a casa para la
fiesta, mis primos de Ohio encendieron otro
porro. Esta vez, le di un tiro, pero me siguieron
llamando gallina. No sé por qué. A lo mejor es
que los primos de Ohio es lo que hacen. Eso y
contar chistes.
—¿Qué tiene treinta y dos piernas y un
diente?
—¿Qué? —preguntamos todos.
—Una cola del paro en el oeste de Virginia.
Cosas así.
Cuando llegamos a casa, mis primos de
Ohio fueron directos a por las bebidas, porque
las graduaciones parecen ser la única ocasión
en la que todos pueden beber. Por lo menos así
fue el año pasado y este. Me pregunto cómo
será mi graduación. Parece que queda muy
lejos.
Bueno, mi hermana pasó la primera hora
de la fiesta abriendo todos los regalos, y su
sonrisa crecía con cada cheque, jersey o billete
de cincuenta dólares. Nadie es rico en nuestra
familia, pero parece que todo el mundo ahorra
lo bastante para este tipo de eventos, y todos
fingimos ser ricos por un día.
Los únicos que no le dimos a mi hermana
dinero o un jersey fuimos mi hermano y yo. Mi
hermano le prometió llevarla un día a comprar
cosas para cuando se vaya a la universidad,
como jabón, que pagaría él, y yo le compré una
casita de piedra tallada a mano y pintada en
Inglaterra. Le dije que quería regalarle algo
que hiciera que se sintiera como en casa incluso
después de irse. Mi hermana me dio un beso en
la mejilla por el detalle.
Pero lo mejor de la fiesta fue cuando mi
madre se acercó a mí y me dijo que tenía una
llamada. Fui al teléfono.
—¿Diga?
—¿Charlie?
—¡Sam!
—¿Cuándo vas a venir? —preguntó.
—¡Ahora! —dije.
Entonces, mi padre, que se estaba bebiendo
un whisky sour, gruñó:
—Tú no vas a ir a ningún sitio hasta que
tus familiares se vayan. ¿Me oyes?
—Esto... Sam... tengo que esperar hasta
que mis familiares se vayan —dije.
—Vale... Estaremos aquí hasta las siete.
Después te llamaré desde dondequiera que
estemos —Sam sonaba verdaderamente feliz.
—Vale, Sam. ¡Enhorabuena!
—Gracias, Charlie. Adiós.
—Adiós.
Colgué el teléfono.
Te lo juro, creí que mis familiares no se
iban a ir nunca. Cada anécdota que contaban.
Cada rollito de salchicha que se comían. Cada
fotografía que miraban, y cada vez que oía
decir «cuando eras así de alto» con el gesto
correspondiente, era como si el reloj se parara.
No es que me molestaran las anécdotas, porque
no era así. Y los rollitos de salchicha la verdad
es que estaban muy buenos. Pero quería ver a
Sam. Alrededor de las 21:30 todos estaban
saciados y sobrios. A las 21:45 se acabaron los
abrazos. A las 21:50 la puerta de la casa estaba
ya despejada de coches. Mi padre me dio veinte
dólares y las llaves de su Oldsmobile, diciendo:
—Gracias por quedarte. Significaba mucho
para mí y para la familia.
Estaba achispado, pero lo decía de verdad.
Sam me había dicho que iba a una discoteca del
centro. Así que cargué en el maletero los regalos
para todos, me monté en el coche y me alejé
conduciendo.
El túnel que lleva al centro de la ciudad
tiene algo especial. De noche, es magnífico.
Simplemente magnífico. Empiezas a un lado de
la montaña, y está oscuro, y la radio está a todo
volumen. Al entrar en el túnel, el viento
desaparece y las luces del techo te hacen
entornar los ojos. Cuando te adaptas a las luces,
puedes ver a lo lejos el otro lado mientras el
sonido de la radio se atenúa hasta desparecer
porque las ondas no llegan hasta allí. Entonces,
estás en medio del túnel, y todo se transforma
en un sueño tranquilo. Aunque ves cómo se
acerca la salida, parece que tardas muchísimo
en llegar. Y por fin, cuando ya pensabas que
nunca llegarías, ves la salida justo delante de ti.
Y la radio vuelve con más potencia de la que
recordabas. Y el viento te está esperando. Y
sales volando del túnel para llegar al puente. Y
ahí está. La ciudad. Un millón de luces y
edificios y todo parece tan emocionante como la
primera vez que la viste. Es verdaderamente
una gran entrada en escena.
Después de pasar alrededor de media hora
dando vueltas por la discoteca, por fin vi a Mary
Elizabeth con Peter. Ambos estaban bebiendo
whisky sour, que Peter había comprado porque
es mayor y le habían sellado la mano. Le di la
enhorabuena a Mary Elizabeth y le pregunté
dónde estaba todo el mundo. Me dijo que Alice
se estaba colocando en el baño de chicas, y que
Sam y Patrick estaban bailando en la pista. Dijo
que me sentara hasta que volvieran, porque no
sabía exactamente dónde estaban. Así que me
senté y escuché a Peter discutir con Mary
Elizabeth sobre los candidatos demócratas. De
nuevo, me pareció que el reloj se paraba.
Necesitaba tanto ver a Sam...
Después de tres canciones más o menos,
Sam y Patrick volvieron, completamente
bañados de sudor.
—¡Charlie!
Me levanté, y nos abrazamos todos como si
no nos hubiéramos visto en meses. Teniendo en
cuenta todo lo que había pasado, supongo que
es normal. Después de soltarnos, Patrick se tiró
sobre Peter y Mary Elizabeth como si fueran un
sofá. Luego le quitó a Mary Elizabeth el whisky
de la mano y se lo bebió.
—¡Eh, imbécil! —fue su respuesta.
Creo que estaba borracho, aunque no ha
estado bebiendo últimamente, pero Patrick hace
también ese tipo de cosas sobrio, así que nunca
se sabe.
Entonces fue cuando Sam me agarró la
mano.
—¡Me encanta esta canción!
Me llevó a la pista de baile. Y empezó a
bailar. Y empecé a bailar. Era una canción
rápida, así que no lo hice muy bien, pero no
pareció importarle. Solo bailábamos, y eso era
suficiente. La canción terminó, y luego vino una
lenta. Me miró. Yo la miré. Entonces, me tomó
de las manos y me atrajo hacia sí para bailar
lento. Tampoco sé muy bien cómo bailar una
lenta, pero sí sé balancearme.
Su susurro olía a zumo de arándanos y
vodka.
—Te he estado buscando hoy en el
aparcamiento.
Deseé que el mío todavía oliera a pasta de
dientes.
—Yo también te he estado buscando a ti.
Después nos quedamos callados durante el
resto de la canción. Me agarró un poco más
fuerte. Yo la agarré un poco más fuerte a ella. Y
seguimos bailando. Fue el único momento en
todo el día en el que realmente quise que el reloj
se parara. Y estar así durante mucho tiempo.
Después de la discoteca, volvimos al
apartamento de Peter, y le entregué a todos sus
regalos de graduación. Le di a Alice un libro de
cine sobre La noche de los muertos vivientes,
que le gustó, y le di a Mary Elizabeth una cinta
de Mi vida como un perro con subtítulos, que le
encantó.
Luego, le di a Patrick y a Sam sus regalos.
Hasta los había envuelto de forma especial.
Había utilizado la sección de tiras cómicas del
dominical, porque es a color. Patrick destrozó el
papel para abrir el suyo. Sam no lo rompió. Solo
despegó la cinta adhesiva. Y ambos miraron lo
que había en el interior de cada caja.
Le había regalado a Patrick En el camino,
El almuerzo desnudo, El extranjero, A este lado
del paraíso, Peter Pan y Una paz solo nuestra.
Le había regalado a Sam Matar un
ruiseñor, El guardián entre el centeno, El Gran
Gatsby, Hamlet, Walden y El manantial.
Debajo de los libros había una tarjeta que
escribí utilizando la máquina que me compró
Sam. Las tarjetas decían que aquellos eran mis
ejemplares de todos mis libros favoritos y que
quería que Sam y Patrick los tuvieran porque
eran mis dos personas favoritas del mundo
entero.
Cuando ambos levantaron la vista de la
lectura, se quedaron callados. Nadie sonrió ni
lloró ni hizo nada. Nos quedamos sencillamente
allí, con el alma al descubierto, mirándonos
mutuamente. Sabían que decía en serio lo que
había escrito en las tarjetas. Y yo sabía que
significaba mucho para ellos.
—¿Qué dicen las tarjetas? —preguntó Mary
Elizabeth.
—¿Te importa, Charlie? —preguntó Patrick.
Negué con la cabeza, y ambos leyeron sus
tarjetas mientras iba a llenar mi taza de café
con vino tinto.
Cuando volví, todos me miraron, y les dije:
—Os voy a echar mucho de menos. Espero
que os lo paséis fenomenal en la universidad.
Y, después, empecé a llorar porque de
repente me di cuenta de que se iban a ir todos.
Creo que Peter piensa que soy un poco raro.
Entonces, Sam se levantó y me llevó a la cocina,
diciéndome por el camino que todo estaba
«bien». Cuando llegamos a la cocina, ya me
había calmado un poco.
Sam dijo:
—¿Sabes que me voy dentro de una
semana, Charlie?
—Sí. Lo sé.
—No empieces a llorar otra vez.
—Vale.
—Quiero que me escuches.
—Vale.
—Me da mucho miedo estar sola en la
universidad.
—¿De verdad? —pregunté. Nunca me lo
había planteado.
—Igual que tú tienes miedo de estar solo
aquí. —Ajá —asentí.
—Así que te propongo un trato. Cuando me
agobien demasiado las cosas en la universidad,
te llamaré, y tú me llamarás cuando te agobien
demasiado las cosas aquí.
—¿Podemos escribirnos cartas?
—Claro que sí —dijo.
Entonces me eché a llorar otra vez. A veces
soy una auténtica montaña rusa. Pero Sam
tuvo paciencia.
—Charlie, voy a volver al final del verano,
pero antes de pensar en eso, vamos a disfrutar
nuestra última semana juntos. Todos nosotros.
¿Vale?
Asentí y me tranquilicé.
Pasamos el resto de la noche bebiendo y
escuchando música como siempre, pero esta vez
era en casa de Peter, y fue mejor que en la de
Craig, la verdad, porque la colección de discos
de Peter es mejor. Fue cerca de la una de la
madrugada cuando se me ocurrió de repente.
—¡Oh, Dios mío! —dije.
—¿Qué pasa, Charlie?
—¡Mañana tengo clase!
No creo que pudiera haberles hecho reír
más fuerte.
Peter me llevó a la cocina para hacer café y
así despejarme para conducir a casa. Me tomé
alrededor de ocho tazas seguidas y estuve listo
para conducir en unos veinte minutos. El
problema fue que, cuando llegué a casa, estaba
tan despierto por el café que no me pude
dormir. Para cuando llegué al instituto, estaba
que me moría. Afortunadamente habían
terminado los exámenes, y lo único que hicimos
en todo el día fue ver documentales educativos.
Creo que nunca he dormido mejor. Me alegré,
también, porque el instituto es muy solitario sin
ellos.
Hoy ha sido distinto porque no he dormido
y no conseguí ver a Sam ni a Patrick anoche
porque tuvieron una cena especial con sus
padres. Y mi hermano tenía una cita con una
de las chicas «atractivas» de la ceremonia de
graduación. Mi hermana estaba ocupada con su
novio. Y mis padres estaban todavía cansados
de la fiesta de graduación.
Hoy, prácticamente casi todos los profesores
han dejado que los alumnos estemos sin hacer
nada y charlemos después de entregar nuestros
libros de texto. Sinceramente, no conocía a
nadie, excepto quizá a Susan, pero después de
aquella vez en el pasillo, me ha estado evitando
más que nunca. Así que la verdad es que no
hablé. La única clase que estuvo bien fue la de
Bill porque tuve la oportunidad de hablar con
él. Fue difícil despedirme de él cuando terminó
la clase, pero dijo que no era una despedida.
Podía llamarlo cada vez que quisiera durante el
verano si quería hablar o pedirle libros, y eso
hizo que me sintiera un poco mejor.
Un chico con los dientes torcidos llamado
Leonard me llamó «pelota» en el pasillo después
de la clase de Bill, pero me dio igual porque creo
que no había entendido nada.
Me comí el almuerzo fuera, sentado en un
banco donde todos solíamos fumar. Después me
comí un bollo de chocolate y encendí un
cigarrillo como deseando que alguien me pidiera
uno, pero nadie lo hizo.
Cuando terminó la última clase, todo el
mundo estaba celebrándolo y haciendo planes
para el verano. Y todo el mundo vaciaba sus
taquillas tirando trabajos viejos y notas y libros
al suelo del pasillo. Cuando llegué a mi taquilla,
vi al chico flacucho que había tenido la taquilla
contigua a la mía durante todo el año. Nunca
había hablado realmente con él.
Me aclaré la garganta y dije:
—Hola. Soy Charlie.
Lo único que dijo fue:
—Lo sé.
Después, cerró la puerta de su taquilla y se
alejó. Así que abrí mi taquilla, puse todos los
trabajos viejos y las cosas en mi mochila, y
caminé por el pasillo sobre los desechos de libros
y trabajos y notas hasta salir al aparcamiento.
Entonces me monté en el autobús. Y entonces te
escribí esta carta.
La verdad es que me alegro de que el curso
haya terminado. Quiero pasar mucho tiempo
con todos antes de que se vayan. Sobre todo con
Sam. Por cierto, he acabado sacando todo
sobresalientes en el curso entero. Mi madre
estaba muy orgullosa y ha puesto mis notas en
la nevera.
Con mucho cariño,
Charlie.
Acabo de volver a casa en autobús. Hoy ha sido
mi último día de clase. Y ha llovido. Cuando voy
en autobús, normalmente me siento en la
mitad, porque he oído que sentarte delante es
de empollones y sentarte detrás es de macarras,
y todo esto me pone nervioso. No sé cómo
llaman a los «macarras» en otros institutos.
En cualquier caso, hoy he decidido
sentarme delante con las piernas sobre el
asiento entero. Estaba medio recostado con la
espalda en la ventana. Lo he hecho para poder
mirar al resto de la gente del autobús. Me
alegro de que los autobuses escolares no tengan
cinturones de seguridad, o si no, no habría
podido hacerlo.
Lo único que noté es lo cambiados que
estaban todos. Cuando éramos pequeños,
solíamos cantar canciones en el autobús de
vuelta a casa el último día de curso. La canción
favorita era una de Pink Floyd, lo descubrí más
tarde, llamada Another Brick in the Wall, Part
II. Pero había otra canción que nos gustaba
todavía más porque acababa con un taco. Era
así:
No más lápices / no más libros / no más
miradas sucias de profesores / cuando el
profesor toque la campana / tirad los libros y
corred como cabrones.
Cuando terminábamos, mirábamos al
conductor durante un segundo lleno de tensión.
Entonces, nos echábamos todos a reír porque
sabíamos que podíamos meternos en un lío por
haber dicho una palabrota, pero al ser tantos
evitaríamos cualquier castigo. Éramos
demasiado pequeños para saber que al
conductor le daba igual nuestra canción. Que lo
único que quería era irse a casa después del
trabajo. Y quizá dormir la mona de lo que había
bebido en la comida. En aquella época daba
igual. Los empollones y los macarras estaban
unidos.
Mi hermano volvió a casa el sábado por la
noche. Y estaba incluso más cambiado que los
chicos del autobús escolar en comparación con el
principio de curso. ¡Tiene barba! ¡Me alegré
tanto! También sonríe diferente y es más
«caballeroso». Todos nos sentamos a cenar, y le
hicimos preguntas sobre la universidad. Papá le
preguntó por el fútbol. Mamá le preguntó por
las clases. Yo le pregunté por todas las
anécdotas divertidas. Mi hermana le hizo
preguntas nerviosas sobre cómo es «de verdad»
la universidad y si ganaría «siete kilos de
novata». No sé lo que significa, pero supongo
que se refiere a lo que engordas.
Esperaba que mi hermano se pusiera a
hablar y hablar de sí mismo durante un rato
largo. Solía hacerlo cada vez que había un
partido importante en el instituto, o el baile de
graduación, o algo. Pero parecía mucho más
interesado en cómo estábamos nosotros,
especialmente mi hermana con su graduación.
Así que mientras todos hablaban, de pronto
me acordé del presentador de las noticias de
deportes y de lo que había dicho sobre mi
hermano. Me emocioné un montón. Y se lo
conté a toda mi familia. Y esto fue lo que pasó
como consecuencia.
Mi padre dijo:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Dijo algo bueno?
Mi padre dijo:
—Cualquier noticia ya es buena noticia.
No sé de dónde saca mi padre estas cosas.
Mi hermano insistió:
—¿Qué dijo?
Yo dije:
—Bueno, creo que dijo que los equipos
universitarios presionan mucho a los
estudiantes de sus equipos —mi hermano
asintió—. Pero dijo que eso forja el carácter. Y
dijo que Penn State tenía un ojo buenísimo con
sus fichajes. Y te mencionó.
Mi padre repitió:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Cuándo hablaste con él?
Dije:
—Hace un par de semanas.
Y entonces me quedé helado porque de
pronto recordé el resto. El hecho de que conocí a
ese hombre en el parque de noche. Y que le di
uno de mis cigarrillos. Y el hecho de que
estuviera intentando ligar conmigo. Me quedé
ahí sentado, esperando a que cambiaran de
tema. Pero no lo hicieron.
—¿Dónde lo conociste, cariño? —preguntó
mi madre.
Del silencio que se hizo en la habitación se
podía oír el vuelo de una mosca. E intenté
imitar lo mejor posible mi cara de cuando no
puedo recordar algo. Y esto es lo que me pasaba
por la cabeza: «Bueno... vino al instituto a dar
una charla en clase... no... mi hermana sabría
que es mentira... lo conocí en el Big Boy...
estaba con su familia... no... mi padre me
echaría la bronca por molestar al “pobre
hombre”... lo dijo en un telediario... pero he
dicho que estuve hablando con él... espera...».
—En el parque. Fui con Patrick —dije.
Mi padre dijo:
—¿Estaba allí con su familia? ¿Molestaste al
pobre hombre?
—No. Estaba solo.
Aquello fue suficiente para mi padre y para
todos los demás, y ni siquiera tuve que mentir.
Afortunadamente, la atención se desvió de mí
cuando mi madre dijo lo que siempre le gusta
decir cuando estamos todos juntos celebrando
algo.
—¿A quién le apetece un helado?
Nos apetecía a todos excepto a mi hermana.
Creo que está preocupada por los «siete kilos de
novata».
La mañana siguiente empezó temprano.
Todavía no había tenido noticias de Patrick ni
de Sam ni de nadie, pero supe que los vería en
la graduación, así que intenté no preocuparme
demasiado. Todos mis familiares, incluidos los
del lado paterno de Ohio, vinieron a casa
alrededor de las diez. Las dos familias en
realidad no se caen nada bien, salvo los primos
más jóvenes, porque somos unos ingenuos.
Hicimos un gran brunch con champán, e
igual que el año pasado por la graduación de mi
hermano, mi madre le dio a su padre (mi
abuelo) zumo de manzana espumoso en vez de
champán porque no quería que se
emborrachara y montara una escenita. Y él dijo
lo mismo que había dicho el año pasado:
—Este champán es bueno.
No creo que notara la diferencia, porque es
bebedor de cerveza. A veces, de whisky.
Alrededor de las doce y media, el brunch ya
había acabado. Los primos fueron los que
condujeron, porque los adultos estaban todavía
algo borrachos para conducir hasta la
graduación. Excepto mi padre, que había estado
demasiado ocupado grabándolos a todos con
una cámara que había alquilado en el
videoclub.
—¿Por qué comprar una cámara cuando
solo la necesitas tres veces al año?
En fin, mi hermana, mi hermano, mi padre,
mi madre y yo, cada uno tuvimos que ir en un
coche distinto para asegurarnos de que nadie se
perdía. Yo fui con todos mis primos de Ohio, que
enseguida sacaron un porro y lo empezaron a
pasar. No fumé nada porque no tenía ganas, y
dijeron lo que siempre dicen:
—Charlie, eres un gallina.
Bueno, todos los coches estacionaron en el
aparcamiento, y salimos. Y mi hermana le chilló
a mi primo Mike por bajar la ventanilla
mientras conducía y despeinarla.
—Estaba fumando un cigarrillo —fue su
respuesta.
—¿No podías esperar diez minutos? —fue la
de mi hermana.
—Es que la canción era genial —fue su
última palabra.
Entonces, mientras mi padre sacaba la
videocámara del maletero y mi hermano
hablaba con algunas de las chicas que se
graduaban, que eran un año mayores y
«atractivas», mi hermana fue a buscar a mi
madre para sostenerle el bolso. Lo increíble del
bolso de mi madre es que necesites lo que
necesites, sea cuando sea, lo tiene. Cuando yo
era pequeño, solía llamarlo el «botiquín de
primeros auxilios», porque aquello era todo lo
que necesitábamos entonces. Sigo sin averiguar
cómo lo hace.
Después de retocarse, mi hermana siguió la
senda de birretes de graduación hasta el campo
de fútbol, y todos nos abrimos paso hasta las
gradas. Yo me senté entre mi madre y mi
hermano, ya que mi padre se había ido a buscar
el mejor ángulo para la cámara. Y mi madre
estuvo todo el rato haciendo callar a mi abuelo,
que no dejaba de hablar de la cantidad de
negros que había en el instituto.
Como no podía hacerle parar, mencionó mi
historia sobre el presentador de deportes del
telediario hablando de mi hermano. Esto hizo
que mi abuelo llamara a mi hermano para que
se acercase a hablar del tema. Fue muy
inteligente por parte de mi madre, porque mi
hermano es la única persona que puede
conseguir que mi abuelo deje de montar un
numerito, ya que no se muerde la lengua.
Después de la anécdota, esto fue lo que pasó:
—¡Dios mío! Mira esas gradas. Cuánta
gente negra...
Mi hermano le cortó.
—Vale, abuelo. Vamos a hacer un trato. Si
nos avergüenzas otra vez, voy a llevarte en
coche de vuelta a la residencia y no verás
nunca a tu nieta dar un discurso —mi hermano
es muy duro de pelar.
—Pero entonces tú tampoco verás el
discurso, señor importante... —mi abuelo
también es muy duro de pelar.
—Sí, pero mi padre lo está grabando todo.
Y puedo arreglármelas para conseguir ver la
cinta, y tú no. ¿Verdad?
Mi abuelo tiene una sonrisa muy rara.
Sobre todo cuando es otro el que gana. No dijo
nada más sobre el tema. Solo empezó a hablar
de fútbol y ni siquiera mencionó que mi
hermano jugaba en un equipo con chicos
negros. No te imaginas lo mal que lo pasamos el
año pasado, ya que mi hermano estaba en el
campo graduándose en vez de en las gradas
parándole los pies al abuelo.
Mientras hablaban de fútbol, estuve
buscando a Patrick y Sam, pero lo único que
pude ver fueron birretes de graduación en la
distancia. Cuando empezó la música, los
birretes empezaron a marchar hacia las sillas
plegables que habían colocado en el campo. Fue
entonces cuando por fin vi a Sam andando
detrás de Patrick. Fue un alivio. No te podría
decir si la vi feliz o triste, pero me bastó verla y
saber que estaba allí.
Cuando todos los chicos se sentaron en las
sillas, paró la música. Y el director Small se
levantó y dio un discurso sobre lo maravillosa
que había sido esa promoción. Mencionó
algunos logros que había conseguido el
instituto, e hizo hincapié en que necesitaban
ayuda en la venta de pasteles del Día de la
Comunidad para recaudar fondos para una
nueva aula de informática. Luego presentó a la
presidenta de la promoción, que dio un discurso.
No sé lo que hacen los presidentes de
promoción, pero la chica dio un discurso muy
bueno.
Entonces llegó el momento de que los cinco
alumnos más destacados hicieran su discurso.
Esa es la tradición del instituto. Mi hermana
era la segunda de su clase, así que dio el cuarto
discurso. El mejor estudiante va siempre al
final. Entonces, el director Small y el
subdirector, que Patrick jura que es gay,
entregaron los diplomas.
Los primeros tres discursos fueron muy
parecidos. Todos citaban canciones pop que
tenían algo que ver con el futuro. Y durante los
discursos, me fijé en las manos de mi madre.
Las apretaba cada vez con más fuerza.
Cuando anunciaron el nombre de mi
hermana, mi madre estalló en un aplauso. Fue
realmente fantástico ver a mi hermana subir al
estrado, porque mi hermano fue algo así como el
número 223 de su promoción y, por
consiguiente, no llegó a dar un discurso. Y
quizá no sea objetivo, pero cuando mi hermana
citó una canción pop y habló del futuro, sonó
genial. Le eché una mirada a mi hermano, y él
me la echó a mí. Y los dos sonreímos. Entonces,
miramos a mi madre, y estaba hundida en un
silencioso mar de lágrimas, así que mi hermano
y yo le agarramos una mano cada uno. Nos
miró y sonrió y lloró con más ganas. Entonces,
ambos apoyamos la cabeza en sus hombros,
como un abrazo lateral, lo que le hizo llorar
todavía más. O quizá hicimos que llorara
todavía más. No estoy seguro. Pero nos dio un
pequeño apretón en las manos y dijo «mis
niños», muy suavemente, y volvió a llorar.
Quiero tanto a mi madre... No me importa si es
cursi decirlo. Creo que en mi próximo
cumpleaños voy a comprarle un regalo. Creo
que esa debería ser la tradición. El hijo recibe
regalos de todo el mundo y él compra uno para
su madre, ya que ella también estuvo allí. Creo
que sería bonito.
Cuando mi hermana terminó su discurso,
todos aplaudimos y gritamos, pero nadie
aplaudió ni gritó más fuerte que mi abuelo.
Nadie.
No recuerdo lo que dijo el mejor de la
promoción, salvo que citó a Henry David
Thoreau en vez de una canción pop.
Entonces, el director Small se puso de pie
en el estrado y pidió a todos que se abstuvieran
de aplaudir hasta que se hubieran leído todos
los nombres y entregado todos los diplomas.
Debería mencionar que esto tampoco funcionó
el año pasado.
Así que vi a mi hermana recoger su
diploma y a mi madre llorar otra vez. Y luego vi
a Mary Elizabeth. Y a Alice. Y a Patrick. Y a
Sam. Fue un día genial. Incluso cuando vi a
Brad. No me molestó.
Todos nos encontramos con mi hermana en
el aparcamiento, y el primero que la abrazó fue
mi abuelo. Es un hombre muy orgulloso a su
manera. Todos dijeron cuánto les había gustado
el discurso de mi hermana, incluso si no era
cierto. Entonces, vimos a mi padre atravesar el
aparcamiento llevando triunfalmente la
videocámara por encima de su cabeza. No creo
que nadie le diera un abrazo más largo a mi
hermana que mi padre. Yo miré alrededor
buscando a Sam y Patrick, pero no pude
encontrarlos por ninguna parte.
En el camino de vuelta a casa para la
fiesta, mis primos de Ohio encendieron otro
porro. Esta vez, le di un tiro, pero me siguieron
llamando gallina. No sé por qué. A lo mejor es
que los primos de Ohio es lo que hacen. Eso y
contar chistes.
—¿Qué tiene treinta y dos piernas y un
diente?
—¿Qué? —preguntamos todos.
—Una cola del paro en el oeste de Virginia.
Cosas así.
Cuando llegamos a casa, mis primos de
Ohio fueron directos a por las bebidas, porque
las graduaciones parecen ser la única ocasión
en la que todos pueden beber. Por lo menos así
fue el año pasado y este. Me pregunto cómo
será mi graduación. Parece que queda muy
lejos.
Bueno, mi hermana pasó la primera hora
de la fiesta abriendo todos los regalos, y su
sonrisa crecía con cada cheque, jersey o billete
de cincuenta dólares. Nadie es rico en nuestra
familia, pero parece que todo el mundo ahorra
lo bastante para este tipo de eventos, y todos
fingimos ser ricos por un día.
Los únicos que no le dimos a mi hermana
dinero o un jersey fuimos mi hermano y yo. Mi
hermano le prometió llevarla un día a comprar
cosas para cuando se vaya a la universidad,
como jabón, que pagaría él, y yo le compré una
casita de piedra tallada a mano y pintada en
Inglaterra. Le dije que quería regalarle algo
que hiciera que se sintiera como en casa incluso
después de irse. Mi hermana me dio un beso en
la mejilla por el detalle.
Pero lo mejor de la fiesta fue cuando mi
madre se acercó a mí y me dijo que tenía una
llamada. Fui al teléfono.
—¿Diga?
—¿Charlie?
—¡Sam!
—¿Cuándo vas a venir? —preguntó.
—¡Ahora! —dije.
Entonces, mi padre, que se estaba bebiendo
un whisky sour, gruñó:
—Tú no vas a ir a ningún sitio hasta que
tus familiares se vayan. ¿Me oyes?
—Esto... Sam... tengo que esperar hasta
que mis familiares se vayan —dije.
—Vale... Estaremos aquí hasta las siete.
Después te llamaré desde dondequiera que
estemos —Sam sonaba verdaderamente feliz.
—Vale, Sam. ¡Enhorabuena!
—Gracias, Charlie. Adiós.
—Adiós.
Colgué el teléfono.
Te lo juro, creí que mis familiares no se
iban a ir nunca. Cada anécdota que contaban.
Cada rollito de salchicha que se comían. Cada
fotografía que miraban, y cada vez que oía
decir «cuando eras así de alto» con el gesto
correspondiente, era como si el reloj se parara.
No es que me molestaran las anécdotas, porque
no era así. Y los rollitos de salchicha la verdad
es que estaban muy buenos. Pero quería ver a
Sam. Alrededor de las 21:30 todos estaban
saciados y sobrios. A las 21:45 se acabaron los
abrazos. A las 21:50 la puerta de la casa estaba
ya despejada de coches. Mi padre me dio veinte
dólares y las llaves de su Oldsmobile, diciendo:
—Gracias por quedarte. Significaba mucho
para mí y para la familia.
Estaba achispado, pero lo decía de verdad.
Sam me había dicho que iba a una discoteca del
centro. Así que cargué en el maletero los regalos
para todos, me monté en el coche y me alejé
conduciendo.
El túnel que lleva al centro de la ciudad
tiene algo especial. De noche, es magnífico.
Simplemente magnífico. Empiezas a un lado de
la montaña, y está oscuro, y la radio está a todo
volumen. Al entrar en el túnel, el viento
desaparece y las luces del techo te hacen
entornar los ojos. Cuando te adaptas a las luces,
puedes ver a lo lejos el otro lado mientras el
sonido de la radio se atenúa hasta desparecer
porque las ondas no llegan hasta allí. Entonces,
estás en medio del túnel, y todo se transforma
en un sueño tranquilo. Aunque ves cómo se
acerca la salida, parece que tardas muchísimo
en llegar. Y por fin, cuando ya pensabas que
nunca llegarías, ves la salida justo delante de ti.
Y la radio vuelve con más potencia de la que
recordabas. Y el viento te está esperando. Y
sales volando del túnel para llegar al puente. Y
ahí está. La ciudad. Un millón de luces y
edificios y todo parece tan emocionante como la
primera vez que la viste. Es verdaderamente
una gran entrada en escena.
Después de pasar alrededor de media hora
dando vueltas por la discoteca, por fin vi a Mary
Elizabeth con Peter. Ambos estaban bebiendo
whisky sour, que Peter había comprado porque
es mayor y le habían sellado la mano. Le di la
enhorabuena a Mary Elizabeth y le pregunté
dónde estaba todo el mundo. Me dijo que Alice
se estaba colocando en el baño de chicas, y que
Sam y Patrick estaban bailando en la pista. Dijo
que me sentara hasta que volvieran, porque no
sabía exactamente dónde estaban. Así que me
senté y escuché a Peter discutir con Mary
Elizabeth sobre los candidatos demócratas. De
nuevo, me pareció que el reloj se paraba.
Necesitaba tanto ver a Sam...
Después de tres canciones más o menos,
Sam y Patrick volvieron, completamente
bañados de sudor.
—¡Charlie!
Me levanté, y nos abrazamos todos como si
no nos hubiéramos visto en meses. Teniendo en
cuenta todo lo que había pasado, supongo que
es normal. Después de soltarnos, Patrick se tiró
sobre Peter y Mary Elizabeth como si fueran un
sofá. Luego le quitó a Mary Elizabeth el whisky
de la mano y se lo bebió.
—¡Eh, imbécil! —fue su respuesta.
Creo que estaba borracho, aunque no ha
estado bebiendo últimamente, pero Patrick hace
también ese tipo de cosas sobrio, así que nunca
se sabe.
Entonces fue cuando Sam me agarró la
mano.
—¡Me encanta esta canción!
Me llevó a la pista de baile. Y empezó a
bailar. Y empecé a bailar. Era una canción
rápida, así que no lo hice muy bien, pero no
pareció importarle. Solo bailábamos, y eso era
suficiente. La canción terminó, y luego vino una
lenta. Me miró. Yo la miré. Entonces, me tomó
de las manos y me atrajo hacia sí para bailar
lento. Tampoco sé muy bien cómo bailar una
lenta, pero sí sé balancearme.
Su susurro olía a zumo de arándanos y
vodka.
—Te he estado buscando hoy en el
aparcamiento.
Deseé que el mío todavía oliera a pasta de
dientes.
—Yo también te he estado buscando a ti.
Después nos quedamos callados durante el
resto de la canción. Me agarró un poco más
fuerte. Yo la agarré un poco más fuerte a ella. Y
seguimos bailando. Fue el único momento en
todo el día en el que realmente quise que el reloj
se parara. Y estar así durante mucho tiempo.
Después de la discoteca, volvimos al
apartamento de Peter, y le entregué a todos sus
regalos de graduación. Le di a Alice un libro de
cine sobre La noche de los muertos vivientes,
que le gustó, y le di a Mary Elizabeth una cinta
de Mi vida como un perro con subtítulos, que le
encantó.
Luego, le di a Patrick y a Sam sus regalos.
Hasta los había envuelto de forma especial.
Había utilizado la sección de tiras cómicas del
dominical, porque es a color. Patrick destrozó el
papel para abrir el suyo. Sam no lo rompió. Solo
despegó la cinta adhesiva. Y ambos miraron lo
que había en el interior de cada caja.
Le había regalado a Patrick En el camino,
El almuerzo desnudo, El extranjero, A este lado
del paraíso, Peter Pan y Una paz solo nuestra.
Le había regalado a Sam Matar un
ruiseñor, El guardián entre el centeno, El Gran
Gatsby, Hamlet, Walden y El manantial.
Debajo de los libros había una tarjeta que
escribí utilizando la máquina que me compró
Sam. Las tarjetas decían que aquellos eran mis
ejemplares de todos mis libros favoritos y que
quería que Sam y Patrick los tuvieran porque
eran mis dos personas favoritas del mundo
entero.
Cuando ambos levantaron la vista de la
lectura, se quedaron callados. Nadie sonrió ni
lloró ni hizo nada. Nos quedamos sencillamente
allí, con el alma al descubierto, mirándonos
mutuamente. Sabían que decía en serio lo que
había escrito en las tarjetas. Y yo sabía que
significaba mucho para ellos.
—¿Qué dicen las tarjetas? —preguntó Mary
Elizabeth.
—¿Te importa, Charlie? —preguntó Patrick.
Negué con la cabeza, y ambos leyeron sus
tarjetas mientras iba a llenar mi taza de café
con vino tinto.
Cuando volví, todos me miraron, y les dije:
—Os voy a echar mucho de menos. Espero
que os lo paséis fenomenal en la universidad.
Y, después, empecé a llorar porque de
repente me di cuenta de que se iban a ir todos.
Creo que Peter piensa que soy un poco raro.
Entonces, Sam se levantó y me llevó a la cocina,
diciéndome por el camino que todo estaba
«bien». Cuando llegamos a la cocina, ya me
había calmado un poco.
Sam dijo:
—¿Sabes que me voy dentro de una
semana, Charlie?
—Sí. Lo sé.
—No empieces a llorar otra vez.
—Vale.
—Quiero que me escuches.
—Vale.
—Me da mucho miedo estar sola en la
universidad.
—¿De verdad? —pregunté. Nunca me lo
había planteado.
—Igual que tú tienes miedo de estar solo
aquí. —Ajá —asentí.
—Así que te propongo un trato. Cuando me
agobien demasiado las cosas en la universidad,
te llamaré, y tú me llamarás cuando te agobien
demasiado las cosas aquí.
—¿Podemos escribirnos cartas?
—Claro que sí —dijo.
Entonces me eché a llorar otra vez. A veces
soy una auténtica montaña rusa. Pero Sam
tuvo paciencia.
—Charlie, voy a volver al final del verano,
pero antes de pensar en eso, vamos a disfrutar
nuestra última semana juntos. Todos nosotros.
¿Vale?
Asentí y me tranquilicé.
Pasamos el resto de la noche bebiendo y
escuchando música como siempre, pero esta vez
era en casa de Peter, y fue mejor que en la de
Craig, la verdad, porque la colección de discos
de Peter es mejor. Fue cerca de la una de la
madrugada cuando se me ocurrió de repente.
—¡Oh, Dios mío! —dije.
—¿Qué pasa, Charlie?
—¡Mañana tengo clase!
No creo que pudiera haberles hecho reír
más fuerte.
Peter me llevó a la cocina para hacer café y
así despejarme para conducir a casa. Me tomé
alrededor de ocho tazas seguidas y estuve listo
para conducir en unos veinte minutos. El
problema fue que, cuando llegué a casa, estaba
tan despierto por el café que no me pude
dormir. Para cuando llegué al instituto, estaba
que me moría. Afortunadamente habían
terminado los exámenes, y lo único que hicimos
en todo el día fue ver documentales educativos.
Creo que nunca he dormido mejor. Me alegré,
también, porque el instituto es muy solitario sin
ellos.
Hoy ha sido distinto porque no he dormido
y no conseguí ver a Sam ni a Patrick anoche
porque tuvieron una cena especial con sus
padres. Y mi hermano tenía una cita con una
de las chicas «atractivas» de la ceremonia de
graduación. Mi hermana estaba ocupada con su
novio. Y mis padres estaban todavía cansados
de la fiesta de graduación.
Hoy, prácticamente casi todos los profesores
han dejado que los alumnos estemos sin hacer
nada y charlemos después de entregar nuestros
libros de texto. Sinceramente, no conocía a
nadie, excepto quizá a Susan, pero después de
aquella vez en el pasillo, me ha estado evitando
más que nunca. Así que la verdad es que no
hablé. La única clase que estuvo bien fue la de
Bill porque tuve la oportunidad de hablar con
él. Fue difícil despedirme de él cuando terminó
la clase, pero dijo que no era una despedida.
Podía llamarlo cada vez que quisiera durante el
verano si quería hablar o pedirle libros, y eso
hizo que me sintiera un poco mejor.
Un chico con los dientes torcidos llamado
Leonard me llamó «pelota» en el pasillo después
de la clase de Bill, pero me dio igual porque creo
que no había entendido nada.
Me comí el almuerzo fuera, sentado en un
banco donde todos solíamos fumar. Después me
comí un bollo de chocolate y encendí un
cigarrillo como deseando que alguien me pidiera
uno, pero nadie lo hizo.
Cuando terminó la última clase, todo el
mundo estaba celebrándolo y haciendo planes
para el verano. Y todo el mundo vaciaba sus
taquillas tirando trabajos viejos y notas y libros
al suelo del pasillo. Cuando llegué a mi taquilla,
vi al chico flacucho que había tenido la taquilla
contigua a la mía durante todo el año. Nunca
había hablado realmente con él.
Me aclaré la garganta y dije:
—Hola. Soy Charlie.
Lo único que dijo fue:
—Lo sé.
Después, cerró la puerta de su taquilla y se
alejó. Así que abrí mi taquilla, puse todos los
trabajos viejos y las cosas en mi mochila, y
caminé por el pasillo sobre los desechos de libros
y trabajos y notas hasta salir al aparcamiento.
Entonces me monté en el autobús. Y entonces te
escribí esta carta.
La verdad es que me alegro de que el curso
haya terminado. Quiero pasar mucho tiempo
con todos antes de que se vayan. Sobre todo con
Sam. Por cierto, he acabado sacando todo
sobresalientes en el curso entero. Mi madre
estaba muy orgullosa y ha puesto mis notas en
la nevera.
Con mucho cariño,
Charlie.
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