domingo, 9 de noviembre de 2014

25 de agosto de 1991

Querido amigo:
Te  escribo  porque  ella  dijo  que  escuchas  y comprendes y que no intentaste acostarte con aquella persona en esa fiesta aunque hubieras podido hacerlo. Por favor, no intentes descubrir quién es ella porque entonces podrías descubrir quién soy yo, y la verdad es que no quiero que lo hagas. Me referiré a la gente cambiándole el nombre  o  por  nombres  comunes  porque  no quiero que me encuentres. Por la misma razón no he adjuntado una dirección para que me respondas. No pretendo nada malo con esto. En serio.
Solo necesito saber que alguien ahí afuera escucha y comprende y no intenta acostarse con la gente aun pudiendo hacerlo. Necesito saber que existe alguien así.
Creo que tú lo comprenderías mejor que nadie porque creo que eres más consciente que los demás y aprecias lo que la vida significa. Al menos, eso espero, porque hay gente que acude a ti en busca de ánimos y amistad. Por lo menos, eso he oído.
Bueno, esta es mi vida. Y quiero que sepas que estoy al mismo tiempo contento y triste y que  todavía  intento  descubrir  cómo  eso  es posible.
Intento pensar que mi familia es una de las causas de que yo esté así, sobre todo después de que mi amigo Michael dejara de ir al colegio un día la primavera pasada y oyéramos la voz del señor Vaughn por el altavoz:
—Chicos y chicas, lamento informaros de que uno de nuestros estudiantes ha fallecido. Haremos una ceremonia por Michael Dobson en la asamblea escolar de este viernes.
No sé cómo se extienden las noticias por el colegio ni por qué a menudo no se equivocan. Quizá  fuera  en  el  comedor.  Es  difícil  de recordar. Pero Dave, el de las gafas raras, nos dijo que Michael se había suicidado. Su madre estaba jugando al bridge con una de las vecinas de Michael y oyeron el disparo.
No me acuerdo demasiado de lo que pasó después  de  aquello,  salvo  que  mi  hermano mayor vino al colegio, al despacho del señor Vaughn, y me dijo que parara de llorar. Luego, me rodeó los hombros con el brazo y me dijo que terminara de desahogarme antes de que papá volviera a casa. Después fuimos a comer patatas fritas a McDonalds y me enseñó a jugar al pinball. Incluso bromeó con que gracias a mí se había librado de las clases de la tarde y me preguntó  si  quería  ayudarlo  a  arreglar  su Chevrolet Camaro. Supongo que yo debía de estar hecho un desastre, porque hasta entonces nunca me había dejado arreglar su Camaro.
En las sesiones de orientación, nos pidieron a los que apreciábamos de verdad a Michael que  dijéramos  algunas  palabras.  Creo  que temían que algunos intentáramos matarnos o algo así, porque los orientadores parecían muy tensos y uno de ellos no paraba de tocarse la barba.
Bridget, que está loca, dijo que a veces pensaba en el suicidio cuando ponían anuncios en  la  tele.  Lo  decía  sinceramente,  y  esto desconcertó a los orientadores. Carl, que es muy amable con todo el mundo, dijo que estaba muy triste, pero que nunca podría suicidarse porque es pecado.
Uno de los orientadores fue pasando por todo el grupo hasta que al final llegó a mí: —¿Tú qué piensas, Charlie?
Lo extraño de esto era que yo no había visto  nunca  a  este  hombre  porque  era  un «especialista», y él sabía mi nombre aunque yo no llevara ninguna tarjeta identificativa, como se hace en las jornadas de puertas abiertas.
—Pues... a mí Michael me parecía un chico muy si.jpgmpático, y no entiendo por qué lo hizo. Por muy triste que me sienta, creo que no saberlo es lo que de verdad me preocupa.
Acabo de releer esto y no parece mi forma de hablar. Y mucho menos en ese despacho, porque  todavía  seguía  llorando.  Todavía  no había parado de llorar.
El  orientador  dijo  que  sospechaba  que Michael tenía «problemas en casa» y que creyó que no tenía a nadie con quien hablar. Tal vez por eso se sintió tan solo y se suicidó.Entonces empecé a gritarle al orientador que Michael podía haber hablado conmigo. Y me  puse  a  llorar  con  más  fuerza  todavía. Intentó calmarme diciendo que se refería a algún adulto, como un profesor o un orientador. Pero no funcionó, y al final mi hermano vino a recogerme al colegio con su Camaro.
Durante el resto del curso, los profesores me trataron  de  forma  especial  y  me  pusieron mejores notas, aunque yo no me había vuelto más listo. Si te digo la verdad, creo que los ponía nerviosos.
El funeral de Michael fue raro porque su padre no lloró. Y tres meses después abandonó a la madre de Michael. Al menos, eso nos contó Dave a la hora de comer. A veces pienso en ello. Me pregunto qué pasaba en la casa de Michael cuando se acercaba la hora de la cena y los programas de televisión. Michael no dejó una nota, o al menos sus padres no se la dejaron ver a nadie. Quizá fueran los «problemas en casa». Ojalá lo supiera. Podría hacer que lo echara mejor de menos. Podría darle un triste sentido a lo que hizo.
Lo que sí tengo claro es que esto hace que me pregunte si yo tengo «problemas en casa», pero me parece que un montón de gente lo tiene mucho peor que yo. Como cuando el primer novio de mi hermana empezó a verse con otra chica y mi hermana estuvo llorando durante todo el fin de semana.
Mi padre dijo:
—Hay gente que lo tiene mucho peor.
Y mi madre se quedó callada. Y eso fue todo. Un mes después, mi hermana conoció a otro chico y empezó a poner música alegre otra vez. Y mi padre siguió trabajando. Y mi madre siguió   barriendo.   Y   mi   hermano   siguió arreglando su Camaro. Bueno, hasta que se fue a la universidad a principios del verano. Juega al fútbol americano en el equipo de Penn State, pero necesitaba subir las notas este verano para poder jugar al fútbol.
No  creo  que  en  nuestra  familia  haya ningún hijo favorito. Somos tres, y yo soy el más pequeño. Mi hermano es el mayor. Es buenísimo jugando al fútbol y le encanta su coche. Mi hermana es muy guapa, es cruel con los chicos, y es la hija mediana. Yo ahora saco sobresaliente en todo como mi hermana y por eso me dejan en paz.
Mi   madre   llora   un   montón   con   los programas de la tele. Mi padre trabaja un montón y es un hombre honrado. Mi tía Helen solía   decir   que   mi   padre   era   demasiado orgulloso  como  para  tener  la  crisis  de  los cuarenta.  Todavía  no  comprendo  a  qué  se refería, porque acaba de cumplir los cuarenta y no ha cambiado nada.
Mi tía Helen era mi persona favorita del mundo entero. Era la hermana de mi madre. Sacaba  sobresaliente  en  todo  cuando  era adolescente, y solía darme libros para leer. Mi padre  decía  que  esos  libros  eran  un  poco antiguos para mí, pero me gustaban, así que acababa encogiéndose de hombros y me dejaba leer.
Mi tía Helen estuvo viviendo con nuestra familia durante los últimos años de su vida porque  algo  muy  malo  le  había  ocurrido. Entonces nadie me decía qué había pasado, aunque yo siempre quise saberlo. Cuando tenía más o menos siete años, dejé de preguntar sobre el tema porque un día estuve insistiendo, como siempre hacen los niños, y mi tía Helen se echó a llorar desconsoladamente.
Entonces fue cuando mi padre me dio una bofetada y dijo:
—¡Estás hiriendo los sentimientos de tu tía Helen!
Como no quería hacerlo, paré. La tía Helen le dijo a mi padre que no me pegara delante de ella nunca más, y mi padre repuso que aquella era su casa y que haría lo que le diera la gana, y mi madre se quedó callada y mis hermanos también.
No recuerdo mucho más después de eso porque empecé a llorar a lágrima viva y al cabo de un rato mi padre hizo que mi madre me llevara a mi cuarto. No fue hasta mucho tiempo más tarde que mi madre se tomó unas cuantas copas de vino blanco y me contó lo que le había pasado   a   su   hermana.   Algunas   personas verdaderamente lo tienen mucho peor que yo. Y tanto que sí.
Creo que ahora debería irme a dormir. Es muy tarde. No sé por qué te he contado todo esto. Te he escrito esta carta porque mañana empiezo el instituto y estoy bastante asustado.
Con mucho cariño,
Charlie

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