Peeta parece estar
atascado con la misma reticencia que estoy experimentando yo.
Bueno,
yo… yo hice la cosa del camuflaje, como sugeriste tú, Katniss. Vacila.
No exactamente camuflaje. Quiero decir, usé los tintes. ¿Para hacer
qué? Pregunta Portia.
Pienso
en qué nerviosos estaban los Vigilantes cuando entré en el gimnasio
para mi sesión.
El
olor de los limpiadores. La alfombra sobre ese punto en el centro del
gimnasio. ¿Era para ocultar algo que no pudieron limpiar?
Pintaste
algo, ¿no? Un cuadro. ¿Lo viste? Pregunta Peeta.
No.
Pero se preocuparon mucho por cubrirlo.
Bueno,
eso sería normal. No pueden dejar que un tributo sepa lo que otro hizo.
Dice Effie, despreocupada. ¿Qué pintaste, Peeta? Parece un poco
llorosa. ¿Fue un retrato de Katniss? ¿Por qué iba a pintar un retrato
mío, Effie? Pregunto, irritada.
Para
mostrar que va a hacer todo lo que pueda para defenderte. Eso es lo
que todos se esperan en el Capitolio, en cualquier caso. ¿No se presentó
voluntario para ir contigo? Dice Effie, como si fuera la cosa más obvia
en el mundo.
De
hecho, pinté un cuadro de Rue. Dice Peeta. Tal y como estaba después
de que Katniss la cubriera de flores.
Hay
una larga pausa en la mesa mientras todos asimilan esto. ¿Y qué pretendías
conseguir exactamente? Haymitch pregunta en una voz muy mesurada.
No
estoy seguro. Sólo quería hacerlos responsables. Dice Peeta. Por matar
a esa niña pequeña.
Esto
es temible. Effie suena como si estuviera a punto de llorar. Ese tipo
de pensamiento… está prohibido, Peeta. Absolutamente. Sólo os
traerás más problemas para ti mismo y para Katniss.
Tengo
que estar de acuerdo con Effie en esto. Dice Haymitch. Portia y Cinna
permanecen callados, pero sus rostros están muy serios. Por supuesto,
tienen razón. Pero aunque me preocupa, creo que lo que hizo es alucinante.
Supongo
que este es un mal momento para mencionar que yo ahorqué a un maniquí
y le pinté el nombre de Seneca Crane encima. Digo. Esto tiene el
efecto deseado. Después de un momento de incredulidad, toda la desaprobación
de la sala me golpea como una tonelada de ladrillos. ¿Tú… ahorcaste…
a Seneca Crane? Dice Cinna.
Sí.
Estaba fardando de mis nuevas habilidades para atar nudos, y de alguna
forma terminó al final del lazo.
Vale,
Katniss. Dice Effie en una voz ahogada. ¿Cómo sabías siquiera acerca
de eso? ¿Es un secreto? El Presidente Snow no actuó como si lo fuera.
De hecho, parecía deseoso de que lo supiera. Digo. Effie deja la mesa
con la servilleta presionada contra la cara.
Ahora
he disgustado a Effie. Debí haber dicho que disparé unas cuantas
flechas.
Pensarías
que lo teníamos planeado. Dice Peeta, ofreciéndome una ligerísima
sonrisa. ¿No lo teníais? Pregunta Portia. Sus dedos presionan sus
párpados cerrados como si se estuviera protegiendo de una luz muy
brillante.
No.
Digo, mirando a Peeta con una nueva apreciación. Ninguno de los dos
sabía siquiera lo que iba a hacer antes de entrar.
Y,
¿Haymitch? Dice Peeta. Decidimos que no queremos ningún otro aliado
en la arena.
Bien.
Entonces no seré responsable de que matéis a ninguno de mis amigos
con vuestra estupidez.
Eso
es justamente lo que estábamos pensando. Le digo yo.
Terminamos
la comida en silencio, pero cuando nos levantamos para ir a la sala,
CInna me rodea con el brazo y me da un apretón.
Vayamos
a ver esas notas de entrenamiento.
Nos
reunimos alrededor de la televisión y una Effie de ojos enrojecidos
se nos vuelve a unir.
Aparecen
los rostros de los tributos, distrito tras distrito, y sus puntuaciones
centellean bajo sus fotos. Del uno al doce. Unas notas altas predecibles
para Cashmere, Gloss, Brutus, Enobaria y Finnick. Bajas o medias para
los demás. ¿Han dado alguna vez un cero? Pregunto.
No,
pero hay una primera vez para todo. Responde Cinna.
Y
resulta que tiene razón. Porque cuando Peeta y yo sacamos un doce cada
uno, hacemos historia en los Juegos del Hambre. Aunque nadie se siente
como para celebrarlo. ¿Por qué lo hicieron? Pregunto.
Para
que os demás no tengan más opción que señalaros como objetivo. Dice
Haymitch con voz neutra. Id a la cama. No puedo soportar miraros a ninguno
de los dos.
Peeta
me acompaña a mi habitación en silencio, pero antes de que pueda decir
buenas noches, lo rodeo con los brazos y apoyo mi cabeza contra su pecho.
Sus manos se deslizan hacia arriba por mi espalda y su mejilla descansa
contra mi pelo.
Siento
haber puesto peor las cosas. Digo.
No
peor que yo. ¿Por qué lo hiciste, por cierto?
No
lo sé. ¿Para enseñarles que soy más que una pieza en sus Juegos?
Él
se ríe un poco, sin duda recordando la noche antes de los Juegos el año
pasado.
Estábamos
en el tejado, ninguno de los dos capaz de dormir. Peeta había dicho entonces
algo parecido, y yo no había entendido a qué se refería. Ahora sí.
Yo
también. Me dice. Y no estoy diciendo que no lo vaya a intentar. Llevarte
a casa, quiero decir. Pero si soy perfectamente sincero sobre de ello…
Si
eres perfectamente sincero sobre ello, crees que el Presidente Snow
probablemente les haya dado órdenes directas para que se aseguren
de que morimos en la arena pase lo que pase.
Se
me ha pasado por la cabeza.
También
se me ha pasado a mí por la cabeza. Repetidamente. Pero aunque sé
que yo nunca dejaré esa arena con vida, aún albergo la esperanza de
que Peeta lo hará. Después de todo, él no sacó esas bayas, yo lo hice.
Nadie ha dudado nunca de que el desafío de Peeta no estuviera motivado
por amor. Así que tal vez el Presidente Snow preferirá mantenerlo a él
con vida, machacado y con el corazón roto, como un aviso viviente
para otros.
Pero
incluso si eso sucede, todos sabrán que nos fuimos luchando, ¿verdad?
Pregunta Peeta.
Todos
lo sabrán. Respondo. Y por primera vez, me distancio de la tragedia
personal que me ha consumido desde que anunciaron el Quell. Recuerdo
al anciano al que le dispararon en el Distrito 11, y a Bonnie y Twill,
y los rumores de levantamientos. Sí, todos en los distritos estarán
pendientes de mí para ver cómo manejo esta sentencia de muerte, este
acto final de la dominación del Presidente Snow. Estarán buscando
alguna señal de que sus batallas no han sido en vano. Si puedo dejar
claro que estoy desafiando al Capitolio hasta el final, el Capitolio
me habrá matado… pero no a mi espíritu. ¿Qué mejor forma de darles
esperanza a los rebeldes?
Lo
más hermoso de esta idea es que mi decisión de mantener a Peeta vivo
a expensas de mi propia vida es un acto de desafío en sí mismo. Una negativa
a jugar los Juegos del Hambre según las reglas del Capitolio. Mi agenda
privada encaja completamente con mi agenda pública. Y si de verdad
pudiera salvar a Peeta… en términos de revolución, esto sería lo
ideal.
Porque
yo seré más valiosa estando muerta. Pueden convertirme en algún tipo
de mártir por la causa y pintar mi cara en estandartes, y eso hará más
para congregar a gente que nada que pudiera hacer estando viva. Pero
Peeta será más valioso vivo, y trágico, porque será capaz de convertir
su dolor en palabras que transformen a la gente.
Peeta
se pondría furioso si supiera que estaba pensando en nada de eso,
así que me limito a decir:
Así
que ¿qué deberíamos hacer con nuestros últimos días?
Yo
sólo quiero pasarme cada posible minuto del resto de mi vida contigo.
Responde Peeta.
Ven,
entonces. Digo, metiéndolo en mi habitación.
Se
siente como un lujo, dormir con Peeta de nuevo. No me había dado cuenta
hasta ahora de qué necesitada he estado de cercanía humana. De sentirlo
a él a mi lado en la oscuridad.
Desearía
no haber malgastado el último par de noches dejándolo fuera. Me hundo
en el sueño, envuelta en su calor, y cuando abro los ojos de nuevo,
la luz del día entra por las ventanas.
Sin
pesadillas. Dice.
Sin
pesadillas. Confirmo. ¿Tú?
Ninguna.
Había olvidado cómo se siente una noche de sueño de verdad.
Nos
quedamos allí acostados durante un rato, sin prisa por empezar el
día. Mañana por la noche será la entrevista televisada, así que hoy
Effie y Haymitch deberían entrenarnos. Más tacones altos y comentarios
sarcásticos, pienso. Pero entonces entra la chica Avox pelirroja
con una nota de Effie diciendo que, dado nuestro reciente tour, ella
y Haymitch están de acuerdo en que nos manejamos adecuadamente en
público. Las sesiones de entrenamiento han sido canceladas. ¿De
verdad? Dice Peeta, tomando la nota de mi mano y examinándola. ¿Sabes
lo que significa esto? Tendremos todo el día para nosotros.
Qué
mal que no podamos ir a ningún sitio. Digo con nostalgia. ¿Quién dice
que no podamos?
El
tejado. Pedimos un montón de comida, cogemos algunas mantas, y vamos
al tejado para un picnic. Un picnic de un día completo en el jardín de
flores con los tintineos de las campanillas del viento. Comemos. Nos
tumbamos al sol. Arranco viñas colgantes y uso mi recientemente adquirido
conocimiento del entrenamiento para practicar nudos y tejer redes.
Peeta
me dibuja. Nos inventamos un juego con el campo de fuerza que rodea
el tejadouno de nosotros le lanza una manzana y la otra persona tiene
que cogerla.
Nadie
nos molesta. Hacia el final de la tarde, estoy tumbada con la cabeza
en el regazo de Peeta, haciendo una corona de flores mientras él
juguetea con mi pelo, alegando que está practicando sus nudos. Después
de un rato, sus manos se quedan quietas. ¿Qué? Pregunto.
Desearía
poder congelar este momento, justo aquí, justo ahora, y vivir en él
para siempre.
Normalmente
este tipo de comentario, el tipo que insinúa su amor inmortal por mí,
me hace sentir culpable y horrible. Pero me siento tan cálida y relajada
y tan por encima de toda preocupación por un futuro que nunca tendré,
que dejo que se escape la palabra:
Vale.
Puedo
oír la sonrisa en su voz. ¿Entonces lo permitirás?
Lo
permitiré.
Sus
dedos vuelven a mi pelo y me adormilo, pero él me despierta para ver
el atardecer. Es de un brillo amarillo y naranja espectacular, detrás
del skyline del Capitolio.
No
creí que quisieras perdértelo. Dice.
Gracias.
Digo. Porque puedo contar con los dedos el número de atardeceres que
me quedan, y no quiero perderme ninguno.
No
bajamos para reunirnos con los demás para la cena, y nadie sube a llamarnos.
Me
alegro. Estoy harto de poner a todos a mi alrededor tan tristes. Dice
Peeta.
Todos
llorando. O Haymitch… No necesita seguir.
Nos
quedamos en el tejado hasta la hora de dormir y después nos deslizamos
silenciosamente de nuevo en mi habitación sin encontrarnos con nadie.
A
la mañana siguiente, nos despierta mi equipo de preparación. Vernos
a Peeta y a mí durmiendo juntos es demasiado para Octavia, porque
rompe a llorar de inmediato.
Recuerdas
lo que nos dijo Cinna. Dice Venia con fiereza. Octavia asiente y se
va entre sollozos.
Peeta
tiene que volver a su habitación para la preparación, y me quedo sola
con Venia y Flavius. La cháchara usual ha sido suspendida. De hecho,
hay poca charla en absoluto, más que para hacerme alzar la barbilla
o comentar sobre la técnica de maquillaje. Ya casi es hora de comer
cuando siento algo goteando sobre mi hombro y me giro para encontrarme
con Flavius, que me está recortando el pelo con lágrimas silenciosas
que le ruedan por las mejillas. Venia le dirige una mirada penetrante,
y él deja con cuidado las tijeras sobre la mesa y se va.
Después
sólo queda Venia, cuya piel está tan pálida que sus tatuajes parece
que están saltando fuera de ella. Casi rígida con determinación,
se encarga de mi pelo y uñas y maquillaje, sus dedos volando ágilmente
para compensar por la ausencia de sus compañeros de equipo. Todo el tiempo
evita mi mirada. Sólo cuando aparece Cinna para aprobarme y dejar
que se marche, ella me toma las manos, me mira directamente a los ojos,
y dice:
Todos
queríamos que supieras qué… privilegio ha sido el sacar lo mejor de
tu apariencia. Después sale de la sala apresuradamente.
Mi
equipo de preparación. Mis mascotas tontorronas, superficiales y
afectuosas, con sus obsesiones por las plumas y las fiestas, casi me
rompen el corazón con su adiós. Está claro por las últimas palabras
de Venia que todos sabemos que no voy a volver. ¿Es que todo el mundo lo
sabe? Me pregunto. Miro a Cinna. Él lo sabe, eso seguro. Pero tal y como
prometió, no hay peligro de lágrimas por su parte.
Así
que, ¿qué voy a llevar esta noche? Pregunto, mirando la bolsa de atuendos
que contiene mi vestido.
El
Presidente Snow puso la orden del vestido en persona. Dice Cinna. Desabrocha
la cremallera de la bolsa, revelando uno de los vestidos de boda que
llevé para la sesión de fotos.
Pesada
seda blanca con un escote bajo y cintura ajustada y mangas que caen
desde la muñeca hasta el suelo. Y perlas. Perlas por todas partes. Pegadas
al vestido y en cadenas en mi garganta y formando la corona para el
velo. Incluso aunque anunciaron el Quarter Quell la noche de la sesión
de fotos, la gente todavía votó por su vestido favorito, y este fue
el ganador. El presidente dice que tienes que llevarlo esta noche.
Nuestras objeciones fueron ignoradas.
Deslizo
un poco de seda entre mis dedos, intentando averiguar el razonamiento
del Presidente Snow. Supongo que ya que fui la mayor infractora, mi
dolor y pérdida y humillación deben estar bajo el foco más brillante.
Esto, piensa él, lo dejará claro. Es tan barbárico, el presidente
convirtiendo mi vestido nupcial en mi mortaja, que el golpe hace diana,
dejándome con un dolor entumecido dentro.
Bueno,
sería una vergüenza malgastar un vestido tan bonito. Es todo lo que
digo.
Cinna
me ayuda con cuidado a entrar en el vestido. Cuando se asienta sobre
mis hombros, estos no pueden sino encogerse quejándose. ¿Fue siempre
tan pesado? Pregunto. Recuerdo que varios de los vestidos eran densos,
pero este parece pesar una tonelada.
Tuve
que hacer varias leves alteraciones por la luz. Dice Cinna. Asiento,
pero no puedo ver qué es lo que tiene que ver eso con nada. Me engalana
con los zapatos y las joyas de perlas y el velo. Retoca mi maquillaje.
Me hace andar.
Estás
deslumbrante. Dice. Ahora, Katniss, porque este corpiño está tan ajustado,
no quiero que levantes los brazos por encima de la cabeza. Bueno, no
hasta que des las vueltas, en cualquier caso. ¿Voy a dar vueltas otra
vez? Pregunto, pensando en mi vestido del año pasado.
Estoy
seguro de que Caesar te lo pedirá. Y si no lo hace, lo sugieres tú misma.
Sólo que no al instante. Resérvatelo para el broche final. Me instruye
Cinna.
Hazme
una señal para que sepa cuándo.
Muy
bien. ¿Algún plan para tu entrevista? Sé que Haymitch os dejó a los dos
a vuestro aire.
No,
este año voy a improvisar. Lo gracioso es que no estoy nerviosa en absoluto.
Y no lo estoy. A pesar de lo mucho que me odia el Presidente Snow, esta
audiencia del Capitolio es mía.
Nos
encontramos con Effie, Haymitch, Portia y Peeta en el ascensor. Peeta
está en un elegante esmoquin con guantes blancos. El tipo de cosa
que llevan los novios para casarse, aquí en el Capitolio.
En
casa todo es mucho más sencillo. La mujer generalmente alquila un
vestido blanco que ha sido usado cientos de veces. EL hombre lleva
algo limpio que no sean ropas de mina.
Rellenan
algunos formularios en el Edificio de Justicia y se les asigna una
casa. La familia y los amigos se reúnen para una comida o un poco de
tarta, si se la pueden permitir. Incluso si no pueden, siempre hay
una canción tradicional que cantamos mientras la nueva pareja camina
bajo el umbral de su hogar. Y tenemos nuestra propia ceremonia, cuando
hacen su primer fuego, tuestan un poco de pan, y lo comparten. Tal vez
sea anticuado, pero nadie se siente casado de verdad en el Distrito
12 hasta después del tueste.
Los
otros tributos ya se han reunido detrás del escenario y están hablando
en voz baja, pero cuando llegamos Peeta y yo, se quedan callados. Me
doy cuenta de que todos le están lanzando puñales con los ojos a mi
vestido de boda. ¿Tienen celos por su belleza? ¿El poder que tal vez
tenga para manipular a la multitud?
Finalmente
Finnick dice:
No
me puedo creer que Cinna te haya puesto esa cosa.
No
tuvo elección. El Presidente Snow lo obligó. Digo, algo a la defensiva.
No dejaré que nadie critique a Cinna.
Cashmere
se echa atrás sus fluidos rizos rubios y escupe:
Bueno,
¡te ves ridícula! Coge la mano de su hermano y lo coloca en posición
para guiar nuestra procesión al escenario. Los otros tributos
también empiezan a alinearse. Estoy confundida porque, aunque todos
están enfadados, algunos nos están dando palmadas compasivas en el
hombro, y Johanna Mason incluso se para a enderezar mi collar de
perlas.
Házselo
pagar, ¿vale? Dice.
Asiento,
pero no sé a qué se refiere. No hasta que todos estamos sentados y Caesar
Flickerman, con la faz y el pelo resaltados en color lavanda este
año, ha hecho su discurso de apertura y los tributos empiezan sus entrevistas.
Esta es la primera vez que me doy cuenta de la profundidad de la traición
que sienten los vencedores y la furia que la acompaña. Pero son muy
listos, extraordinariamente listos sobre cómo la presentan, porque
todo viene a rebotar en el gobierno y el Presidente Snow en particular.
No todos. Están los de siempre, como Brutus y Enobaria, que sólo están
aquí por los Juegos, y esos demasiado perplejos o drogados o perdidos
para unirse en el ataque. Pero hay suficientes vencedores que todavía
tienen la sagacidad y el valor de salir luchando.
Cashmere
empieza a rodar la pelota con un discurso de cómo no puede dejar de
llorar pensando en cuánto debe de estar sufriendo la gente del Capitolio
porque van a perdernos.
Gloss
recuerda la amabilidad que les mostraron aquí a él y a su hermana.
Beetee cuestiona la legalidad del Quell con sus maneras nerviosas e
inquietas, preguntándose si ha sido totalmente examinado por expertos
recientes. Finnick recita un poema que escribió para su amor verdadero
e el Capitolio, y unas cien personas se desmayan porque están seguras
de que se refiere a ellas. Para cuando sale Johanna, está preguntando
si no se puede hacer nada sobre la situación. Seguramente los creadores
del Quarter Quell nunca anticiparon que se formara tanto amor entre
los vencedores y el Capitolio. Nadie podría ser tan cruel como para
cortar un vínculo tan profundo. Seeder rumia en voz baja sobre cómo,
en el Distrito 11, todos asumen que el Presidente Snow es todopoderoso.
Así que si es todopoderoso, ¿por qué no puede cambiar el Quell? Y
Chaff, que viene justo en sus talones, insiste en que el presidente
podría cambiar el Quell si quisiera, pero que debe de pensar que no le
importa mucho a nadie.
Para
cuando soy presentada, la audiencia es un completo desastre. La
gente ha estado llorando y desmayándose e incluso pidiendo un
cambio. El verme a mí en mi sedoso vestido blanco de novia prácticamente
provoca un motín. No más yo, no más amantes imposibles viviendo felices
para siempre, no más boda. Incluso puedo ver que la profesionalidad
de Caesar muestra algunas fisuras cuando intenta aquietarlos para
que yo pueda hablar, pero mis tres minutos están pasando rápidamente.
Finalmente
hay una pausa y consigue decir:
Así
que Katniss, obviamente esta es una noche muy emotiva para todos.
¿Hay algo que querrías decir?
Mi
voz tiembla cuando hablo.
Sólo
que siento mucho que no podáis ir a mi boda… pero me alegro de que por
lo menos podáis verme en mi vestido. ¿No es acaso… la cosa más bonita?
No tengo que mirar a Cinna en busca de una señal. Sé que este es el momento
perfecto. Empiezo a girar lentamente, alzando las mangas de mi vestido
nupcial sobre la cabeza.
Cuando
oigo los gritos de la muchedumbre, creo que es porque debo de estar deslumbrante.
Después noto que algo se está levantando a mi alrededor. Humo. De
fuego. No la cosa titilante que llevé el año pasado en el carruaje,
sino algo mucho más real que devora mi vestido. Empiezo a entrar en
pánico cuando el humo se hace más espeso. Pedacitos calcinados de
seda blanca flotan en el aire, y perlas caen haciendo ruido sobre el
escenario. De algún modo tengo miedo de parar porque mi carne no parece
estar quemándose y sé que Cinna debe de estar detrás de lo que sea que
está sucediendo. Así que sigo girando y girando.
Durante
una fracción de segundo ahogo un grito, totalmente cubierta por las
extrañas llamas.
Después,
de repente, el fuego ha desaparecido. Me detengo despacio, preguntándome
si estoy desnuda y por qué Cinna se las ha arreglado para quemar mi
vestido de boda.
Pero
no estoy desnuda. Estoy en un vestido del diseño exacto de mi vestido
de boda, sólo que es del color del carbón y hecho de pequeñas plumas.
Con curiosidad, levanto mis largas y fluidas mangas en el aire, y es entonces
cuando me veo en la pantalla de la televisión. Vestida de negro salvo
por las zonas blancas en mis mangas. O debería decir mis alas.
Porque
Cinna me ha convertido en un sinsajo.
Aún
estoy algo humeante, así que Caesar levanta con precaución una mano
hacia mi tocado. El blanco se ha quemado, dejando un velo negro ajustado
y suave que cubre el escote del vestido en la espalda.
Plumas.
Dice Caesar. Eres un pájaro.
Un
sinsajo, creo. Digo, agitando un poco mis alas. Es el pájaro de la insignia
que llevé como recuerdo.
Una
sombra de comprensión cruza las facciones de Caesar, y entiendo
que sabe que el sinsajo no es sólo mi recuerdo. Que ha llegado a simbolizar
muchísimo más. Que lo que se verá como un vistoso cambio de vestido
en el Capitolio está resonando de una forma totalmente distinta en
los distritos. Pero hace lo que puede por ver el lado bueno.
Bueno,
me saco el sombrero ante tu estilista. No creo que nadie pueda negar
que es lo más espectacular que hemos visto jamás en una entrevista.
¡Cinna, creo que sería bueno que saludaras! Caesar le hace un gesto a
Cinna para que se levante. Él lo hace, y ofrece una reverencia pequeña
y graciosa. Y de repente tengo mucho miedo por él. ¿Qué ha hecho? Algo
terriblemente peligroso. Un acto de rebelión en sí mismo Y lo ha
hecho por mí. Recuerdo sus palabras…
"No
te preocupes. Siempre canalizo mis emociones hacia mi trabajo. Así
no le hago daño a nadie más que a mí mismo." … y temo que se haya
hecho daño a sí mismo más allá de todo arreglo. El significado de mi
feroz transformación no le pasará desapercibido al Presidente
Snow.
La
audiencia, que se ha quedado muda por la sorpresa, rompe en un salvaje
aplauso.
Apenas
puedo oír el zumbido que indica que mis tres minutos se han terminado.
Caesar me da las gracias y regreso a mi asiento, mi vestido ahora más
ligero que el aire.
Cuando
me cruzo con Peeta, que se dirige a su entrevista, él rehúye mis ojos.
Tomo asiento con cuidado, pero aparte de los hilos de humo aquí y allá,
parezco ilesa, así que le dedico toda mi atención.
Caesar
y Peeta han sido un equipo natural desde que aparecieron juntos por
primera vez hace un año. Su sencillo toma y daca, su comicidad, y la
habilidad de conseguir momentos desgarradores, como la confesión
de Peeta de su amor por mí, los han convertido en un inmenso éxito con
la audiencia. Abren sin esfuerzo con unos pocos chistes sobre fuegos
y plumas y pollos demasiado cocinados. Pero todos pueden ver que Peeta
está preocupado, así que Caesar dirige la conversación directamente
a lo que está en mente de todos.
Esta trilogía empezando por las películas me han echo llorar desde un principio pero este capitulo a logrado sacarme lágrimas que no puedo detener me encanta y le agradezco a la escritora pero sobre todo al dueño del blog
ResponderEliminar