La morphling
mira a Peeta a los ojos, aferrándose a sus palabras.
Una vez, me pasé
tres días mezclando pintura hasta que encontré el tono adecuado de
la luz del sol sobre pelaje blanco. Verás, no dejaba de pensar que era
amarillo, pero era mucho más que eso. Capas de todo tipo de colores.
Una por una. Dice Peeta.
La respiración
de morphling se está haciendo más y más superficial. Su mano libre
chapotea en la sangre de su pecho, haciendo esos círculos pequeños
con los que tanto le gustaba pintar.
Aún no he conseguido
un arco iris. Vienen tan rápido y se van tan pronto. Nunca he tenido tiempo
suficiente para capturarlos. Sólo un poco de azul por aquí o morado
por allá. Y después se desvanecen de nuevo. De vuelta al aire. Dice
Peeta.
La morphling
parece fascinada por las palabras de Peeta. Cautivada. Levanta una
mano temblorosa y pinta lo que creo que tal vez sea una flor en la mejilla
de Peeta.
Gracias. Susurra
él. Es precioso.
Durante un instante,
el rostro de la morphling se ilumina con una amplia sonrisa y hace
un pequeño sonido chillón. Después su mano mojada en sangre cae de
nuevo sobre su pecho, suelta un último soplo de aire, y suena el cañón.
El agarre sobre mi mano se afloja.
Peeta la lleva
en brazos hasta el agua. Regresa y se sienta a mi lado. La morphling
flota hacia la Cornucopia durante un rato, después aparece el aerodeslizador
y baja una garra con cuatro patas, la cubre, la lleva hacia el cielo
nocturno, y se va.
Finnick se nos
une, su puño lleno de mis flechas todavía húmedas de sangre de mono.
Las deja caer a mi lado en la arena.
Pensé que las
querrías.
Gracias. Digo.
Camino hacia el agua y limpio la sangre, de mis armas, de mis heridas.
Para cuando
regreso a la selva a recoger algo de musgo con el que secarlas, todos
los cuerpos de los monos se han desvanecido. ¿A dónde han ido? Pregunto.
No lo sabemos
exactamente. Las viñas se movieron y después se habían ido. Dice Finnick.
Nos quedamos
mirando a la selva, entumecidos y exhaustos. En la tranquilidad,
me doy cuenta de que sobre los puntos donde las gotitas de niebla tocaron
mi piel se han formado costras. Han dejado de doler y empezado a picar.
Intento pensar en esto como en una buena señal. De que están curando.
Miro a Peeta, a Finnick, y veo que los dos se están rascando sus caras
dañadas. Sí, incluso la belleza de Finnick se ha estropeado esta
noche.
No os rasquéis.
Digo, deseando desesperadamente rascarme yo también. Pero sé que
es lo que aconsejaría mi madre. Sólo traeréis infección. ¿Creéis
que es seguro intentarlo otra vez con el agua?
Nos abrimos
camino hasta el árbol que Peeta había estado perforando. Finnick y
yo nos quedamos con las armas listas mientras él mete el spile, pero
no aparece ninguna amenaza.
Saciamos nuestra
sed, dejamos que el agua tibia corra por el picor de nuestros cuerpos.
Llenamos un puñado
de conchas con agua potable y volvemos a la playa.
Aún es de noche,
aunque no pueden faltar muchas horas para el amanecer. A no ser que los
Vigilantes lo quieran así. ¿Por qué no descansáis un poco vosotros
dos? Digo. Yo montaré guardia un rato.
No, Katniss,
preferiría hacerlo yo. Dice Finnick. Lo miro a los ojos, veo su cara,
y me doy cuenta de que apenas consigue contener las lágrimas. Mags. Lo
menos que puedo hacer es darle privacidad para que llore su muerte.
Está bien, Finnick,
gracias. Digo. Me acuesto en la arena con Peeta, que se duerme al instante.
Yo me quedo mirando a la noche, pensando en qué diferencia supone un
día. Cómo ayer por la mañana, Finnick estaba en mi lista para matar, y
ahora estoy dispuesta a dormir con él como mi guarda. Salvó a Peeta
y dejó morir a Mags y no sé por qué. Sólo que nunca podré equilibrar la
balanza entre nosotros. Todo lo que puedo hacer de momento es irme
a dormir y dejar que él llore en paz. Y así hago.
Es media mañana
cuando vuelvo a abrir los ojos. Peeta aún está dormido a mi lado.
Sobre nosotros, una estera de hierba suspendida sobre ramas protege
nuestras caras de la luz del sol. Me siento y veo que las manos de Finnick
no han sido perezosas. Dos cuencos entretejidos están llenos de
agua fresca. Un tercero contiene un batiburrillo de mariscos.
Finnick está
sentado en la arena, abriéndolos con una piedra.
Están mejor
frescos. Dice, arrancando un pedazo de carne rosa de la concha y metiéndoselo
en la boca. Sus ojos todavía están hinchados pero finjo no darme cuenta.
Mi estómago
empieza a gruñir ante el olor de comida y cojo uno. La visión de mis
uñas, llenas de sangre, me detiene. Me he estado rascando mientras
dormía.
Ya sabes, si
te rascas traerás infección. Dice Finnick.
Eso es lo que
he oído. Digo. Voy al agua salada y me limpio la sangre, intentando decidir
qué es lo que odio más, el dolor o el picor. Cuando estoy llena, voy otra
vez a la playa a pisotones, levanto la cabeza, y espeto Eh, Haymitch,
si no estás demasiado borracho, no nos vendría nada mal algo para la
piel.
Es casi gracioso
lo rápido que aparece el paracaídas sobre mí. Alzo la mano y el tubo
aterriza de lleno en mi mano abierta.
Ya iba siendo
hora. Digo, pero no puedo seguir frunciendo el ceño. Haymitch. Lo
que no daría yo por cinco minutos de conversación con él.
Me dejo caer
sobre la arena junto a Finnick y desenroscó la tapa del tubo. Dentro
hay un ungüento espeso y oscuro con un olor pungente, una combinación
de alquitrán y agujas de pino. Arrugo la nariz cuando estrujo un
pegote de la medicina sobre mi palma y empiezo a masajearla sobre
mi pierna. Un sonido de placer se escapa de mi boca cuando la cosa
erradica el picor. También tiñe mi piel llena de costras de un horrendo
gris verdoso. Mientras empiezo con la otra pierna le lanzo el tubo
a Finnick, que me mira dubitativo.
Es como si te
estuvieras descomponiendo. Dice Finnick. Pero supongo que gana el
picor, porque después de un minuto Finnick también empieza a tratar
su propia piel. Es verdad, la visión de la combinación de las costras
y el ungüento es espantosa. No puedo evitar regocijarme en su angustia.
Pobre Finnick.
¿Es esta la primera vez en tu vida que no estás guapo? Digo.
Debe de ser. La
sensación es completamente nueva. ¿Cómo te las has arreglado todos
estos años?
Tú sólo evita
los espejos. Te olvidarás.
No si sigo mirándote
a ti.
Nos embadurnamos
de pies a cabeza, incluso turnándonos para frotar el ungüento en
la espalda del otro allí donde las camisetas interiores no protegen
nuestra piel.
Voy a despertar
a Peeta. Digo.
No, espera.
Dice Finnick. Hagámoslo juntos. Pongamos la cara justo delante de
la suya.
Bueno, quedan
tan pocas oportunidades de diversión en mi vida, que accedo. Nos posicionamos
uno a cada lado de Peeta, nos inclinamos hacia delante hasta que nuestras
caras están a centímetros de su nariz, y le damos una ligera sacudida.
Peeta. Peeta,
despierta. Digo con una suave voz cantarina.
Sus párpados
se levantan y después da un salto como si lo hubiéramos apuñalado.
¡Ah!
Finnick y yo caemos
en la arena, muriéndonos de risa. Cada vez que intentamos parar, miramos
al intento de Peeta por mantener una expresión desdeñosa y volvemos
a empezar.
Para cuando
nos recomponemos, estoy pensando que tal vez Finnick Odair está bien.
No tan vanidoso ni tan engreído como había pensado. No tan malo en
absoluto, de verdad. Y justo cuando he llegado a esta conclusión
un paracaídas aterriza junto a nosotros con una hogaza fresca de
pan. Recordando del año pasado cómo los regalos de Haymitch tienen un
mensaje, me apunto una nota. Sed amigos de Finnick. Conseguiréis comida.
Finnick gira
el pan en sus manos, examinando la corteza. Un poco posesivamente.
No es necesario. Tiene ese color verde de algas que siempre tiene el
pan del Distrito 4. Todos sabemos que es suyo. Tal vez sólo se está
dando cuenda de qué precioso es, y de que tal vez nunca vuelva a ver otra
hogaza. Tal vez algún recuerdo de Mags está asociado con la corteza.
Pero todo lo
que dice es:
Esto irá bien
con el marisco.
Mientras yo ayudo
a Peeta a cubrirse la piel con el ungüento, Finnick limpia hábilmente
la carne del marisco. Nos juntamos alrededor y comemos la deliciosa
carne dulce con el pan salado del Distrito 4.
Todos tenemos
una apariencia monstruosael ungüento parece estar haciendo que
algunas de las costras se desprendanpero me alegro por la medicina.
No sólo porque proporciona un alivio del picor, sino porque también
sirve de protección contra ese sol blanco fulgurante en el cielo rosa.
Por su posición, estimo que deben de ser las diez en punto, que hemos
estado en la arena aproximadamente un día. Once de nosotros están
muertos. Trece vivos. En algún sitio en la selva, se esconden otros
diez. Tres o cuatro son los Profesionales. No me siento por la labor
de intentar recordar quiénes son los otros.
Para mí, la selva
ha pasado rápidamente de ser un lugar de protección a una trampa siniestra.
Sé que en algún momento nos veremos obligados a retornar a sus profundidades,
ya sea para cazar o para ser cazados, pero de momento tengo pensado
que nos quedemos en nuestra pequeña playa. Y no oigo que Peeta o Finnick
sugieran que hagamos de otro modo.
Durante un rato
la selva parece casi estática, zumbando, vibrando, pero no haciendo
alarde de sus peligros. Después, de la distancia, llegan gritos. Enfrente
a nosotros, una cuña de la selva empieza a vibrar. Una inmensa ola aparece
en la cumbre de la colina, por encima de los árboles y bajando estruendosamente
por la pendiente. Golpea la existente agua salada con semejante fuerza
que, incluso aunque nosotros estamos tan lejos de ella como podemos,
la espuma sube y nos llega hasta las rodillas, poniendo a flote nuestras
posesiones. Entre los tres nos las arreglamos para cogerlo todo antes
de que se lo lleve el agua, excepto nuestros monos llenos de sustancias
químicas, que están tan destrozados que a nadie le importa si los perdemos.
Suena un cañón.
Vemos el aerodeslizador aparecer sobre el área donde empezó la ola y
arrancar un cuerpo de entre los árboles. Doce, pienso.
El círculo de
agua se calma lentamente, habiendo absorbido la ola gigante. Recolocamos
nuestras cosas de nuevo sobre la arena húmeda y estamos a punto de
asentarnos cuando las veo. Tres figuras, a unos dos radios de distancia,
andando a trompicones hacia la playa.
Allí. Digo en
voz baja, asintiendo en dirección a los recién llegados. Peeta y
Finnick siguen mi mirada. Como si por un acuerdo previo, todos volvemos
a desaparecer entre las sombras de la selva.
El trío está
en mala formapuedes verlo al instante. Uno está siendo prácticamente
arrastrado por un segundo, y el tercero vaga en círculos, como si
estuviera loco. Están cubiertos de un intenso color rojo, como si
hubieran sido cubiertos de pintura y puestos a secar. ¿Quiénes son
esos? Pregunta Peeta. ¿O qué? ¿Mutaciones?
Preparo una
flecha, lista para un ataque. Pero todo lo que pasa es que el que está
siendo arrastrado se desploma sobre la playa. El que lo arrastraba
golpea el suelo con frustración y, en un aparente arrebato, se da la
vuelta y le da una buena sacudida al loco que daba vueltas.
El rostro de
Finnick se ilumina. ¡Johanna! Grita, y corre hacia las cosas rojas.
¡Finnick! Oigo responder a la voz de Johanna.
Intercambio una
mirada con Peeta. ¿Ahora qué? Pregunto.
No podemos dejar
a Finnick. Dice.
Supongo que no.
Vamos, entonces. Digo en tono rezongón, porque incluso si hubiera
tenido una lista de aliados, Johanna Mason definitivamente no habría
estado en ella. Los dos juntos bajamos por la playa hasta donde Finnick
y Johanna acaban de reencontrarse. Cuando nos acercamos, veo a sus
compañeros, y me lleno de confusión. Ese es Beetee sobre el suelo bocarriba
y Wiress, que vuelve a estar de pie, sigue dando vueltas. Tiene a Wiress
y Beetee. ¿Nuts y Volts? Dice Peeta, igualmente intrigado. Tengo que
oír ya qué es lo que ha pasado.
Cuando los alcanzamos,
Johanna está gesticulando hacia la selva y hablando muy rápido con
Finnick.
Pensamos que
era lluvia, ya sabes, por los rayos, y estábamos todos muertos de sed.
Pero cuando
empezó a caer, resultó ser sangre. Sangre espesa y caliente. No
podías ver, no podías hablar sin llenarte la boca. No podíamos hacer
más que andar a trompicones por ahí, y fue entonces cuando Blight golpeó
el campo de fuerza. (NdT: blight significa plaga) Lo siento, Johanna.
Dice Finnick. Me lleva un momento situar a Blight. Creo que era el compañero
de Johanna del Distrito 7, pero apenas si recuerdo verlo. Ahora que
lo pienso, creo que ni siquiera apareció por el entrenamiento.
Sí, bueno, no
era mucho, pero era de casa. Dice ella. Y me dejó sola con estos dos.
Le da un empujoncito
a Beetee, que apenas si está consciente, con el zapato. Él recibió
una cuchillada en la espalda en la Cornucopia. Y ella…
Todos nos volvemos
hacia Wiress, que está dando vueltas, cubierta de sangre seca, y
murmurando:
Tic, tac. Tic,
tac.
Sí, lo sabemos. Tic, tac. Nuts está en shock. Dice Johanna. Esto parece
atraer a Nuts en su dirección y después se echa sobre Johanna, que la
tira con dureza a la arena. Tú sólo quédate abajo, ¿sí?
Déjala en paz.
Espeto.
Johanna me mira
con odio con los ojos convertidos en dos finas ranuras. ¿Déjala en
paz? Sisea. Da un paso hacia delante antes de que yo pueda reaccionar
y me da un bofetón tal que veo las estrellas. ¿Quién te crees tú que
los sacó de esa selva sangrante para ti? Tú… Finnick se lanza su cuerpo,
que no deja de retorcerse, sobre el hombro, y la lleva al agua y la sumerge
repetidamente mientras ella me grita un montón de cosas muy insultantes.
Pero no disparo. Porque está con Finnick y por lo que dijo, de cogerlos
para mí. ¿Qué quería decir? ¿Que los cogió para mí? Le pregunto a Peeta.
No lo sé. Pero
sí que los querías originalmente. Me recuerda.
Sí, los quería.
Originalmente. Pero eso no responde nada. Bajo la vista al cuerpo
inerte de Beetee. Pero no los tendré mucho tiempo a no ser que hagamos
algo.
Peeta levanta
a Beetee en brazos y yo cojo a Wiress de la mano y volvemos a nuestro
pequeño campamento de la playa. Siento a Wiress en la orilla para
que se pueda lavar un poco, pero ella sólo cierra con fuerza las manos
y de vez en cuando murmura "Tic, tac."
Desabrocho el
cinturón de Beetee y encuentro unido un pesado cilindro metálico
al lateral con una cuerda de viñas. No sé lo que es, pero si él pensaba
que valía la pena salvarlo, no seré yo quien lo pierda. Lo lanzo sobre
la arena. Las ropas de Beetee están pegadas a él con sangre, así que Peeta
lo sostiene en el agua mientras yo las aflojo. Lleva un rato sacar el
mono, y cuando encontramos su ropa interior también está saturada
de sangre. No hay más opción que desnudarlo para limpiarlo, pero
tengo que decir que esto ya no me impresiona tanto como antes. Este
año la mesa de nuestra cocina ha estado llena de tantos hombres desnudos.
Se puede decir que te acostumbras después de un tiempo.
Colocamos en el
suelo la estera de Finnick y tumbamos a Beetee sobre el estómago para
poder examinarle la espalda. Hay un tajo de unos quince centímetros
de largo desde su omóplato hasta por debajo de las costillas. Afortunadamente
no es muy profundo. Sin embargo, perdió un montón de sangrelo puedes
ver por la palidez de su piely aún está manándole de la herida.
Me siento sobre
los talones, intentando pensar. ¿Qué tengo para trabajar? ¿Agua salada?
Me siento como
mi madre cuando su primera línea de defensa para tratarlo todo era
nieve.
Miro hacia la
selva. Me apuesto que habría toda una farmacia allí si sólo supiera
cómo usarla.
Pero estas no
son mis plantas. Después pienso en el musgo que Mags me dio para sonarme
la nariz.
Ahora mismo vuelvo.
Le digo a Peeta. Afortunadamente la cosa parece ser bastante común
en la selva. Arranco un puñado de los árboles cercanos y lo llevo de
nuevo a la selva.
Formo una almohadilla
gruesa con el musgo, la coloco sobre el corte de Beetee, y lo aseguro
atándole viñas alrededor del cuerpo. Hacemos que beba algo de agua
y después lo llevamos hasta la sombra en el borde de la selva.
Creo que eso es
todo lo que podemos hacer. Digo.
Está bien.
Eres buena con esto de curar. Dice él. Lo llevas en la sangre.
No. Digo, sacudiendo
la cabeza. Yo heredé la sangre de mi padre. La clase que se acelera
durante una cacería, no una epidemia. Voy a ver a Wiress.
Tomo un puñado
del musgo para usar como trapo y voy junto a Wiress en la orilla. No se
resiste cuando le saco la ropa, cuando froto la sangre de su piel.
Pero sus ojos están dilatados de miedo, y cuando hablo, no responde
excepto para decir, con una urgencia en aumento:
"Tic,
tac." Parece estar intentando decirme algo, pero sin Beetee para
explicar sus pensamientos, no consigo entender.
Sí, tic, tac.
Tic, tac. Digo. Esto parece calmarla un poco.
Lavo su mono hasta que casi no queda rastro de sangre, y la ayudo a
ponérselo de nuevo. No está dañado como estaban los nuestros. Su
cinturón está bien, así que también se lo abrocho. Después coloco
su ropa interior, junto a la de Beetee, bajo unas rocas, y dejo que se
empape bien.
Para cuando
he aclarado el mono de Beetee, una reluciente Johanna y un Finnick
en proceso de descamación se nos han unido. Johanna bebe agua a grandes
tragos y se atiborra de marisco mientras yo intento que Wiress coma
algo. Finnick habla de la niebla y los monos con una voz distante, casi
clínica, evitando el detalle más importante de la historia.
Todos se ofrecen
a montar guardia mientras los demás descansan, pero al final, somos
Johanna y yo quienes nos quedamos despiertas. Yo porque estoy muy descansada,
ella porque simplemente se niega a acostarse. Las dos nos sentamos
en silencio en la playa hasta que los demás se han dormido.
Johanna mira a
Finnick, para asegurarse, después se vuelve hacia mí. ¿Cómo perdisteis
a Mags?
En la niebla.
Finnick tenía a Peeta. Yo tuve a Mags durante un tiempo. Después no
podía levantarla. Finnick dijo que no podía con los dos. Ella lo besó
y caminó derecha hacia el veneno.
Era la mentora
de Finnick, ya lo sabes. Dice Johanna, acusadora.
No, no lo sabía.
Digo yo.
Era la mitad
de su familia. Dice un momento después, pero hay menos veneno en su
voz.
Miramos el agua
chocar contra la ropa interior.
Así que ¿qué estabas
haciendo tú con Nuts y Volts? Pregunto.
Te lo he dicho,
los cogí para ti. Haymitch dijo que si íbamos a ser aliadas tenía que
traértelos Dice Johanna. Eso es lo que le dijiste, ¿verdad?
No, pienso.
Pero asiento con la cabeza.
Gracias. Aprecio
el gesto.
Eso espero.
Me dedica una mirada llena de odio, como si yo fuera la carga más pesada
posible en su vida. Me pregunto si es así cómo se siente el tener una
hermana mayor que te odia de verdad.
Tic, tac. Oigo
detrás de mí. Me giro y veo que Wiress ha gateado hasta aquí. Sus ojos
están enfocados en la selva.
Oh, Señor,
aquí vuelve. Vale, me voy a dormir. Tú y Nuts podéis montar guardia
juntas.
Dice Johanna.
Se marcha y se echa al lado de Finnick.
Tic, tac. Susurra
Wiress. La guío delante de mí y hago que se tumbe, acariciándole el
brazo para tranquilizarla. Se duerme, removiéndose con inquietud,
de vez en cuando suspirando su frase. Tic, tac.
El sol se alza
en el cielo hasta que está directamente sobre nosotros. Debe de ser
mediodía, pienso sin prestarle mucha atención. No es que eso importe.
Al otro lado del agua, hacia la derecha, veo el inmenso fogonazo cuando
el rayo golpea el árbol y la tormenta eléctrica empieza de nuevo.
Justo en la misma área que anoche. Alguien debe de haber entrado en
su zona, apretando el gatillo de su ataque. Me siento durante un rato
mirando los rayos, manteniendo a Wiress tranquila, acunada a algo
parecido a la paz por el movimiento del agua.
Pienso en anoche,
cómo los relámpagos empezaron justo después de las campanadas.
Tic, tac. Dice
Wiress, resurgiendo a la consciencia durante un momento y después
volviendo a sumergirse.
Doce campanadas
anoche. Como si fuera medianoche. Después relámpagos. El sol arriba
ahora. Como si fuera mediodía. Y relámpagos.
Lentamente me
levanto y escaneo toda la arena. Los relámpagos allí. En la siguiente
cuña vino la lluvia de sangre, donde quedaron atrapados Johanna, Wiress
y Beetee. Nosotros habríamos estado en la tercera sección, justo al
lado de esa, donde apareció la niebla. Y tan pronto como fue absorbida,
los monos empezaron a reunirse en la cuarta. Tic, tac. Giro la cabeza
al otro lado. Hace un par de horas, a eso de las diez, esa ola vino de la
segunda sección a la izquierda de donde atacan ahora los relámpagos.
A mediodía. A medianoche. A mediodía.
Tic, tac. Dice
Wiress entre sueños. Mientras los rayos cesan y empieza la lluvia
de sangre justo a su derecha, sus palabras cobran sentido de pronto.
Oh. Digo en
voz baja. Tic, tac. Mis ojos barren el círculo completo de la arena y
sé que tiene razón. Tic, tac. Esto es un reloj.
Un reloj. Casi
puedo oír a las manecillas haciendo tictac en la esfera de doce secciones
de la arena. Cada hora empieza un nuevo horror, una nueva arma de los
Vigilantes, y termina el anterior. Rayos, lluvia de sangre, niebla,
monosesas son las primeras cuatro horas del reloj. Y a las diez, la
ola. No sé lo que pasa en las otras siete, pero sé que Wiress tiene razón.
De momento,
la lluvia de sangre está cayendo y estamos en la playa por debajo
del segmento de los monos, demasiado cerca de la niebla para mi gusto.
¿Se quedan los diversos ataques dentro de los confines de la selva?
No necesariamente. La ola no lo hizo. Si esa niebla sale de la selva,
o si vuelven los monos…
Levantaos. Ordeno,
sacudiendo a Peeta y a Finnick y a Johanna para que se despierten.
Levantaos, tenemos que movernos. Sin embargo, hay tiempo suficiente
para explicarles la teoría del reloj. Sobre los tictacs de Wiress y
cómo los movimientos de las manecillas invisibles pulsan el gatillo
de una fuerza mortal en cada sección.
Creo que he convencido
a todos los que están conscientes excepto a Johanna, que se opone naturalmente
a que le guste nada que yo proponga. Pero incluso ella está de acuerdo
en que más vale prevenir que lamentar.
Mientras los otros
recogen nuestras escasas posesiones y vuelven a meter a Beetee en
su mono, despierto a Wiress. Ella se despierta con un "¡Tic,
tac!" cargado de pánico.
Sí, tic, tac,
la arena es un reloj. Es un reloj, Wiress, tenías razón. Digo. Tenías
razón.
EL alivio inunda
su expresiónsupongo que es porque alguien ha entendido por fin lo
que ella ha sabido probablemente desde las primeras campanadas.
Medianoche.
Empieza a medianoche.
Confirmo.
Un recuerdo
lucha por resurgir a la superficie de mi cerebro. Veo un reloj. No, es
un reloj de bolsillo, descansando sobre la palma de Plutarch Heavensbee.
"Empieza a medianoche," había dicho Plutarch. Y después mi
sinsajo apareció brevemente y se desvaneció. En retrospectiva, es
como si me estuviera dando una pista sobre la arena. Pero ¿por qué iba
a hacerlo? En el momento, yo no era más un tributo en estos Juegos de
lo que lo era él. Tal vez pensara que me ayudaría como mentora. O tal
vez este había sido el plan desde el principio.
Wiress asiente
en dirección a la lluvia de sangre.
Una y media.
Dice.
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