Cuidado. Dice débilmente. Hay un
campo de fuerza delante.
Me río, pero
hay lágrimas corriendo por mis mejillas.
Debe de ser mucho
más fuerte que el del tejado del Centro de Entrenamiento. Dice.
Aunque estoy bien.
Sólo un poco sacudido. ¡Estabas muerto! ¡Tu corazón se paró! Exploto,
antes de pararme a considerar si esto es una buena idea. Me tapo la boca
con la mano porque estoy empezando a hacer esos horribles sonidos
ahogados que hago cuando sollozo.
Bueno, parece
estar funcionando ahora. Dice. Está bien, Katniss. Asiento, pero
los sonidos no se detienen. ¿Katniss? Ahora Peeta está preocupado
por mí, lo que se añade a la locura de todo.
Está bien. Sólo
son las hormonas. Dice Finnick. Del bebé. Alzo la vista y lo veo, sentado
sobre las rodillas pero todavía algo jadeante de la escalada y el
calor y el esfuerzo de traer a Peeta de vuelta de entre los muertos.
No. No es… Consigo
decir, pero me interrumpe una ronda de sollozos todavía más histérica
que sólo parece confirmar lo que Finnick dijo sobre el bebé. Me mira
a los ojos y lo fulmino a través de mis lágrimas. Es estúpido, lo sé,
que sus esfuerzos me irriten tanto. Todo lo que yo quería era mantener
a Peeta vivo, y yo no pude y Finnick pudo, y sólo debería estar agradecida.
Y lo estoy. Pero también estoy furiosa porque eso significa que nunca
dejaré de estar en deuda con Finnick Odair. Nunca. Así que ¿cómo puedo
matarlo mientras duerme?
Espero ver una
expresión de superioridad o de sarcasmo en su rostro, pero en vez
de eso muestra una extraña curiosidad. Nos mira alternativamente
a Peeta y a mí, como si intentara averiguar algo, después sacude
levemente la cabeza como si para aclararla. ¿Cómo estás? Le pregunta
a Peeta. ¿Crees que puedes avanzar?
No, tiene que
descansar. Digo yo. Mi nariz está moqueando como una loca y ni siquiera
tengo un pedazo de tela que usar como pañuelo. Mags arranca un puñado
de musgo colgante de la rama de un árbol y me la da. Estoy demasiado
hecha un desastre como para cuestionarlo siquiera. Me sueno ruidosamente
y enjugo las lágrimas de mi cara. Está bien, el musgo. Absorbente y
sorprendentemente suave.
Capto un destello
de oro sobre el pecho de Peeta. Cojo con la mano el disco que cuelga de
una cadena alrededor de su cuello. Mi sinsajo ha sido grabado en
él. ¿Es este tu recuerdo? Pregunto.
Sí. ¿Te importa
que haya usado tu sinsajo? Quería que combináramos.
No, pues claro
que no me importa. Fuerzo una sonrisa. Peeta apareciendo en la arena
con un sinsajo es a la vez una bendición y una maldición. Por una parte,
debería darles ánimos a los rebeldes del distrito. Por la otra, es difícil
imaginar que el Presidente Snow lo deje pasar, y eso hace que el trabajo
de mantener a Peeta con vida se haga más duro. ¿Así que quieres hacer
un campamento aquí, entonces? Pregunta Finnick.
No creo que eso
sea una opción. Responde Peeta. Quedarnos aquí. Sin agua. Sin protección.
Me encuentro bien, de verdad. Sólo si pudiéramos ir despacio.
Despacio sería
mejor que nada. Finnick ayuda a Peeta a levantarse mientras yo me
recompongo. Desde que me levanté esta mañana he visto cómo le daban
una paliza a Cinna, he aterrizado en otra arena, y he visto morir a
Peeta. Aún así, me alegro de que Finnick siga jugando la carta del embarazo
por mí, porque desde el punto de vista de un patrocinador, no estoy manejando
las cosas demasiado bien.
Reviso mis armas,
que ya sé que están en perfecto estado, porque me hace parecer más controlada.
Yo llevaré la
delantera. Anuncio.
Peeta empieza
a objetar pero Finnick lo corta.
No, déjala hacerlo.
Me frunce el ceño. Tú sabías que ese campo de fuerza estaba allí,
¿verdad? ¿Justo en el último instante? Empezaste a dar un aviso. Asiento.
¿Cómo lo supiste?
Vacilo. Revelar
que sé el truco de Beetee y Wiress para reconocer un campo de fuerza
podría ser peligroso. No sé si los Vigilantes tomaron nota o no de
ese momento durante el entrenamiento cuando los dos me lo enseñaron.
De un modo u otro, tengo una información muy valiosa en mi poder. Y
si saben que la tengo, tal vez hagan algo para alterar el campo de fuerza
de modo que ya no pueda ver la aberración. Así que miento.
No lo sé. Es casi
como si pudiera oírlo. Escuchad. Todos nos quedamos quietos. Está
el sonido de insectos, pájaros, la brisa en el follaje.
Yo no oigo nada.
Dice Peeta.
Sí, insisto
es casi como cuando la valla del Distrito Doce está encendida, sólo
que mucho, mucho más bajo. Digo. Todos escuchan de nuevo con atención.
Yo también, aunque no hay nada que oír. ¡Ahí! Digo. ¿No lo oís? Viene justo
de donde chocó Peeta.
Yo tampoco lo
oigo. Dice Finnick. Pero si tú sí, entonces por supuesto, toma la delantera.
Decido aprovechar
bien este ángulo.
Eso es raro.
Digo. Giro la cabeza de lado a lado como si estuviera intrigada.
Sólo puedo oírlo con mi oreja izquierda. ¿La que reconstruyeron
los médicos? Pregunta Peeta.
Sí. Digo, después
me encojo de hombros. Tal vez hicieron un trabajo mejor de lo que creían.
Sabes, a veces oigo cosas raras por ese lado. Cosas que normalmente no
pensarías que tengan un sonido. Como alas de insecto. O la nieve golpeando
el suelo. Perfecto. Ahora toda la atención se volverá a los cirujanos
que arreglaron mi oído sordo después de los Juegos del año pasado, y
tendrán que explicar por qué puedo oír como un murciélago.
Tú. Dice Mags,
empujándome hacia delante, así que tomo la delantera. Ya que vamos
a avanzar despacio, Mags prefiere andar con la ayuda de una rama que
Finnick rápidamente transforma en un bastón para ella. También le
hace uno a Peeta, lo que es bueno porque, a pesar de sus protestas, creo
que lo único que quiere hacer es acostarse. Finnick va a la retaguardia,
así que por lo menos alguien alerta nos cubre las espaldas.
Ando con el campo
de fuerza a mi izquierda, porque se supone que ese es el lado de mi
oído sobrehumano. Pero ya que todo está inventado, corto un puñado
de frutos secos que cuelgan como uvas de un árbol cercano y las lanzo
delante de mí mientras ando. Eso es bueno, porque presiento que estoy
pasando por alto los parches que indican el campo de fuerza con más
frecuencia que con la que los veo. Cuando un fruto seco golpea el campo
de fuerza, hay un soplido de humo antes de que el fruto aterrice, ennegrecido
y con la cáscara rota, en el suelo a mis pies.
Después de unos
minutos me doy cuenta de un sonido raro detrás de mí y me doy la vuelta
para ver a Mags pelando la cáscara de uno de los frutos y metiéndoselo
en su boca ya llena. ¡Mags! Grito. Escupe eso. Podría ser venenoso.
Ella murmura
algo y me ignora, lamiéndose los labios con aparente deleite. Miro
a Finnick en busca de ayuda pero él sólo se ríe.
Supongo que lo
averiguaremos. Dice.
Sigo adelante,
haciéndome preguntas sobre Finnick, que salvó a la vieja Mags pero
que le deja comer frutos extraños. A quien Haymitch ha estampado
con su sello de aprobación. Quien trajo a Peeta de vuelta de entre
los muertos. ¿Por qué no se limitó a dejarlo morir? Habría quedado
sin culpa. Yo nunca habría averiguado que estaba en su poder el revivirlo.
¿Por qué iba él querer salvar a Peeta? ¿Y por qué estaba tan determinado
a aliarse conmigo? Deseoso de matarme, también, llegado el momento.
Pero dejándome a mí la elección de si luchamos o no.
Sigo andando,
lanzando mis frutos, a veces viendo el campo de fuerza, intentando
presionar hacia la izquierda para encontrar un punto donde podamos
cruzar, salir de la Cornucopia, y esperemos que también encontrar
agua. Pero después de otra hora o así me doy cuenta de que es inútil.
No estamos haciendo ningún progreso hacia la izquierda. De hecho,
el campo de fuerza parece estar guiándonos por un camino curvo. Me
paro y vuelvo la vista atrás, a la silueta renqueante de Mags, a la
capa de sudor en el rostro de Peeta.
Tomémonos un
descanso. Digo. Tengo que echar un vistazo desde arriba.
El árbol que
elijo parece alzarse más alto en el aire que los demás. Me abro camino
entre las ramas flexibles, permaneciendo tan cerca del tronco como
es posible. No sabría decir con qué facilidad se podrían romper estas
ramas gomosas. Aún así, escalo más allá de lo que dicta el sentido común,
porque hay algo que tengo que ver. Mientras me aferro a un tramo de
tronco no más ancho que un arbolillo, balanceándome de un lado a otro
en la brisa húmeda, mis sospechas se ven confirmadas. Hay una razón
por la que no podemos girar a la izquierda, por la que jamás podremos.
Desde este precario punto ventajoso, puedo ver la forma de toda la
arena por primera vez. Un círculo perfecto. Con una rueda perfecta en
el medio. El cielo sobre la circunferencia de la jungla está teñido
de un rosa uniforme. Y creo que puedo vislumbrar uno o dos de esos cuadrados
ondeantes, grietas en la armadura, tal y como Wiress y Beetee los llamaron,
porque revelan lo que debería estar oculto y así constituyen una debilidad.
Sólo para asegurarme completamente, disparo una flecha al espacio
vacío sobre la línea de los árboles. Hay un fogonazo de luz, se ve el
cielo real durante un instante, y la flecha regresa a la jungla.
Desciendo para darles a los demás las malas noticias.
El campo de fuerza
nos tiene atrapados en un círculo. Una doma, en realidad. No sé hasta
dónde llega de alto. Está la Cornucopia, el mar, y después la selva
todo alrededor. Muy exacto. Muy simétrico. Y no muy grande. Digo.
¿Viste algo de agua? Pregunta Finnick.
Sólo el agua salada
donde empezamos los Juegos.
Tiene que haber
alguna otra fuente. Dice Peeta, frunciendo el ceño. O estaremos
todos muertos en cuestión de días.
Bueno, el follaje
es denso. Tal vez haya estanques o arroyos en alguna parte. Digo, dubitativa.
Instintivamente presiento que el Capitolio tal vez quiera que estos
Juegos impopulares terminen tan pronto como sea posible. Plutarch
Heavensbee tal vez haya recibido ya órdenes para dejarnos fuera
de combate. En cualquier caso, no tiene sentido intentar averiguar
qué es lo que hay más allá de la colina, porque la respuesta es nada.
Tiene que haber
agua potable entre el campo de fuerza y la rueda. Insiste Peeta.
Todos sabemos
lo que esto significa. Volver abajo. Volver a los Profesionales y a
la carnicería.
Con Mags apenas
capaz de andar y Peeta demasiado debilitado para luchar.
Decidimos bajar
por la pendiente unos cien metros y después seguir en círculo. Ver
si tal vez hay algo de agua a ese nivel. Yo sigo a la cabeza, ocasionalmente
lanzando un fruto seco a mi izquierda, pero ahora estamos muy lejos
del campo de fuerza. El sol cae plomizo sobre nosotros, haciendo que
el aire se convierta en vapor, engañando a la vista. Hacia media tarde,
está claro que Peeta y Mags no pueden seguir.
Finnick elige
un lugar para acampar a unos diez metros por debajo del campo de fuerza,
diciendo que podemos usarlo como arma, para desviar a nuestros
enemigos hacia él si nos atacan. Después él y Mags arrancan briznas de
la hierba afilada que nace en manojos de metro y medio de alto y empiezan
a tejerlas formando esteras. Ya que Mags no parece estar enferma
por los frutos secos, Peeta recoge puñados de ellos y los fríe haciéndolos
rebotar en el campo de fuerza. Metódicamente les quita las cáscaras,
apilando la parte carnosa sobre una hoja. Yo me quedo montando guardia,
nerviosa y con calor y con las emociones del día a flor de piel.
Sed. Tengo tanta
sed. Al final ya no puedo soportarlo más.
Finnick, por
qué no te quedas tú montando guardia y yo iré otro rato más en busca de
agua. Digo. A nadie le entusiasma la idea de que vaya sola, pero la
amenaza de la deshidratación pende sobre nosotros.
No te preocupes,
no iré lejos. Le prometo a Peeta.
Yo también
voy. Dice.
No, cazaré algo
si puedo. Le digo. No añado "Y tú no puedes venir porque haces mucho
ruido." Pero queda implícito. Con su paso pesado conseguiría
a la vez asustar a las presas y ponerme a mí en peligro. No tardaré mucho.
Me muevo ágilmente
entre los árboles, contenta al descubrir que el suelo es perfecto para
pisadas mudas. Me abro camino hacia abajo en diagonal, pero no encuentro
más que vegetación exuberante.
El sonido del
cañón me hace detenerme. El baño de sangre inicial de la Cornucopia
debe de haberse terminado ya. Ahora está disponible el recuento
de muertes entre los tributos. Cuento los disparos, cada uno de ellos
representando la muerte de un vencedor. No tantos como el año pasado.
Pero parecen más, ya que conozco la mayoría de sus nombres.
Repentinamente
débil, me apoyo contra un árbol para descansar, sintiendo cómo el
calor arranca la humedad de mi cuerpo como una esponja. Tragar ya se
está haciendo difícil y la fatiga empieza a apoderarse de mí. Intento
frotarme la barriga con la mano, con la esperanza de que alguna mujer
embarazada compasiva me patrocine y Haymitch pueda mandar algo de
agua. No hay suerte. Me dejo caer al suelo para descansar.
En mi quietud,
empiezo a fijarme en los animales: pájaros extraños de brillantes
plumajes, lagartos de árbol con largas lenguas azules, y algo que parece
un cruce entre una rata y una comadreja aferrándose a las ramas más
cercanas al tronco. Disparo a uno de estos últimos para examinarlo
más de cerca.
Es feo, vale,
un gran roedor con un pelaje gris moteado y desordenado y dos dientes
de aspecto peligroso protruyendo sobre su labio inferior. Mientras
lo desuello y le quito las vísceras, me doy cuenta de algo más. Su hocico
está húmedo. Como el de un animal que ha estado bebiendo de un arroyo.
Excitada, empiezo en el árbol donde lo cacé y me muevo lentamente
hacia fuera en espiral. No puede estar lejos, la fuente de agua de la
criatura.
Nada. No encuentro
nada. Ni una gota de rocío. Pasado un tiempo, porque sé que Peeta estará
preocupado por mí, me dirijo de vuelta al campamento, con más calor
y más frustrada que nunca.
Cuando llego,
veo que los demás han transformado el lugar. Mags y Finnick han creado
una especie de cabaña con las esteras de hierba, abierta por un lado
pero con tres paredes, un suelo y un tejado. Mags también ha creado varios
cuencos que Peeta ha llenado con frutos secos tostados. Sus rostros
se vuelven hacia mí expectantes, pero sacudo la cabeza.
No. No hay
agua. Aunque está allí. Él sabía dónde estaba. Digo, levantando el
roedor desollado para que lo vean. Había estado bebiendo hacía poco
cuando le disparé en un árbol, pero no pude encontrar su fuente. Lo
juro, cubrí cada pulgada de suelo en un radio de treinta metros. ¿Podemos
comerlo? Pregunta Peeta.
No lo sé con seguridad.
Pero su carne no parece muy distinta a la de una ardilla. Debería ser
cocinado… Vacilo al pensar en empezar un fuego aquí a partir de la nada.
Incluso si tuviera éxito, hay que pensar en el humo. Estamos todos
tan cerca en esta arena, que no hay posibilidad de esconderlo.
Peeta tiene otra
idea. Corta un cubito de carne de roedor, la clava en la punta de un palo
afilado, y la deja caer en el campo de fuerza. Hay un chasquido y el
palo vuela de vuelta. El trozo de carne está ennegrecido por fuera
pero bien cocinado en el centro. Le dedicamos un aplauso, después
paramos rápidamente, recordando donde estamos.
El sol blanco
se hunde en el cielo rosado cuando nos reunimos en la cabaña. Yo aún
no las tengo todas conmigo con los frutos secos, pero Finnick dice que
Mags los reconoció de otros Juegos. Yo no me molesté en pasar tiempo
en la sección de plantas comestibles del entrenamiento porque el
año pasado me fue muy sencillo. Ahora desearía haberlo hecho.
Seguro que habrían
estado varias de las plantas extrañas que me rodean. Y tal vez habría
averiguado un poco más sobre el lugar adonde me dirigía. Sin embargo,
Mags parece estar bien, y ha estado comiendo esos frutos durante horas.
Así que cojo uno y le doy un mordisquito. Tiene un sabor agradable, algo
dulce, que me recuerda a una castaña. Decido que está bien. La carne
del roedor es fuerte y correosa, pero sorprendentemente jugosa. De
verdad, no es una mala comida para nuestra primera noche en la arena.
Si tan sólo tuviéramos algo con lo que regarla.
Finnick hace
un montón de preguntas sobre el roedor, al que decidimos llamar rata
de árbol. ¿Qué alta estaba, cuánto la miré antes de disparar, y qué
estaba haciendo? No recuerdo que estuviera haciendo gran cosa.
Moviendo el morro en busca de insectos o algo.
Temo a la noche.
Por lo menos la hierba fuertemente entretejida nos ofrece algo
de protección de lo que quiera que aceche en los suelos de la selva en
la oscuridad. Pero poco después de que el sol se esconda tras el horizonte,
se levanta una pálida luna blanca, haciendo que la visibilidad sea
lo suficientemente buena. Nuestra conversación se va apagando
porque sabemos lo que viene ahora. Nos posicionamos en fila en la boca
de la cabaña y Peeta desliza su mano en la mía.
El cielo se
alumbra cuando aparece el sello del Capitolio como si flotara en
el espacio.
Mientras escucho
el himno pienso, Será más duro para Finnick y Mags. Pero resulta ser
bastante duro para mí también. Ver los rostros de los ocho vencedores
muertos proyectados en el cielo.
El hombre del
Distrito 5, el que Finnick mató con su tridente, es el primero en aparecer.
Eso significa que todos los tributos del 1 al 4 están vivoslos cuatro
Profesionales, Beetee y Wiress, y, por supuesto, Mags y Finnick. El
hombre del Distrito 5 es seguido por el morphling del 6, Cecelia y
Woof del 8, los dos del 9, la mujer del 10, y Seeder del 11. El sello de
Capitolio está de vuelta con un remate final de música y después
el cielo se oscurece, excepto por la luna.
Nadie dice nada.
No puedo fingir que conocía bien a ninguno de ellos. Pero estoy pensando
en esos tres niños colgando de Cecelia cuando se la llevaron. La amabilidad
de Seeder conmigo cuando nos conocimos. Incluso la idea del morphling
de ojos vidriosos pintándome flores amarillas en las mejillas me revuelve
el estómago. Todos muertos. Todos se han ido.
No sé cuánto
nos habríamos quedado allí sentados de no ser por la llegada del paracaídas
plateado, que se desliza entre el follaje y aterriza ante nosotros.
Nadie lo recoge. ¿De quién pensáis que es? Digo finalmente.
Ni idea. Dice
Finnick. ¿Por qué no dejamos que Peeta lo reclame, ya que murió hoy?
Peeta desata
la cuerda y alisa el círculo de seda. En el paracaídas hay un pequeño
objeto metálico que no puedo identificar. ¿Qué es eso? Pregunto. Nadie
lo sabe. Lo pasamos de mano a mano, turnándonos para examinarlo. Es
un tubo metálico hueco, ligeramente afilado en un extremo. En el
otro extremo un pequeño labio se curva hacia abajo. Es vagamente
familiar. Una parte que podría haber caído de una bicicleta, una barra
de cortina, cualquier cosa, en realidad.
Peeta sopla
por un extremo para ver si emite algún sonido. No lo hace. Finnick
desliza su meñique en su interior, probándolo como arma. Inútil.
¿Puedes pescar con él, Mags? Pregunto. Mags, que puede pescar casi con
cualquier cosa, sacude la cabeza y gruñe.
Lo cojo y lo
giro de uno a otro lado sobre la palma. Ya que somos aliados, Haymitch
estará actuando con los mentores del Distrito 4. Tuvo algo que ver
en la elección de este regalo. Eso significa que es valioso. Pienso
en el año pasado, cuando deseaba tanto el agua, pero él no la enviaba
porque sabía que la encontraría si lo intentaba. Los regalos de Haymitch,
o la falta de ellos, contienen importantes mensajes. Casi puedo oírlo
gruñéndome, " Usa el cerebro si tienes uno. ¿Qué es esto?"
Me seco el sudor
de los ojos y examino el regalo a la luz de la luna. Lo muevo en esta
dirección y en esa, viéndolo desde distintos ángulos, cubriendo
porciones y después revelándolas. Intentando hacer que me revele
su propósito. Finalmente, frustrada, clavo un extremo en la tierra.
Me rindo. Tal
vez si nos juntamos con Beetee o Wiress pueden averiguarlo.
Me estiro,
presionando mi mejilla caliente contra la estera de hierba, mirando
agraviada a la cosa. Peeta masajea un punto tenso entre mis hombros
y me permito relajarme un poco.
Me pregunto
por qué este sitio no se ha enfriado en absoluto ahora que se ha puesto
el sol.
Me pregunto
qué estará pasando ahora en casa.
Prim. Mi madre.
Gale. Madge. Pienso en ellos mirándome desde casa. Por lo menos espero
que estén en casa. No bajo la custodia de Thread. Siendo castigados
igual que Cinna. Que Darius. Castigados por mi culpa. Todos.
Empiezo a añorarlos
a ellos, a mi distrito, a mi bosque. Un bosque decente con árboles robustos
de madera resistente, mucha comida, caza que no da miedo. Arroyos.
Brisas frescas.
No, vientos
fríos para apartar este calor sofocante. Conjuro ese viento en mi
mente, dejando que me congele las mejillas y me entumezca los dedos,
y, de repente, el pedazo de metal medio enterrado en la tierra negra
tiene un nombre. ¡Un spile! (NdT: tampoco traduje ese nombre. Sin embargo,
es posible que esté relacionado con el verbo spill, que significa
derramar) Exclamo, sentándome de repente. ¿Qué? Pregunta Finnick.
Saco la cosa
del suelo y la limpio frotándola. Ahueco mi mano sobre el extremo
afilado, ocultándolo, y miro el labio. Sí, he visto uno de estos antes.
En un día frío y ventoso hace mucho tiempo, cuando estaba fuera en
el bosque con mi padre. Fuertemente insertado en un agujero perforado
en el tronco de un arce. Un camino para que siguiera la savia mientras
fluía a nuestro cubo. El sirope de arce podía hacer que incluso nuestro
pan soso fuera una delicia.
Después de que
muriera mi padre, no sé qué había pasado con el puñado de spiles que
poseía.
Escondidos en
algún lugar del bosque, probablemente. Ocultos para siempre.
Es un spile.
Algo así como un grifo. Lo pones en un árbol y sale la savia. Miro a
los nervudos troncos verdes a mi alrededor. Bueno, en el tipo adecuado
de árbol. ¿Savia? Pregunta Finnick. Tampoco tienen el tipo adecuado
de árboles junto al mar.
Para hacer sirope.
Dice Peeta. Pero debe de haber algo distinto dentro de estos árboles.
Todos nos ponemos
en pie a la vez. Nuestra sed. La falta de ríos. Los afilados dientes
frontales de la rata de árbol y su hocico húmedo. Sólo puede haber
una cosa que merezca la pena dentro de esos árboles. Finnick se marcha
a clavar a golpes el spile en la corteza verde de un árbol inmenso, pero
lo detengo.
Espera. Podrías
estropearlo. Necesitamos perforarlo primero. Digo.
No hay nada
con lo que taladrar, así que Mags ofrece su punzón y Peeta lo clava directamente
en la corteza, enterrando la punta cinco centímetros en el tronco.
Él y Finnick se turnan abriendo el agujero con el punzón y los cuchillos
hasta que ya puede contener el spile.
Yo lo introduzco
dándole vueltas con cuidado y todos nos echamos atrás expectantes.
Al principio no pasa nada. Después una gota de agua rueda por el labio
y cae sobre la palma de Mags. Ella la lame y alza la mano en busca de
más.
A base de dar
vueltas y ajustar el spile, conseguimos que salga una fina corriente.
Nos turnamos colocando la boca bajo el grifo, humedeciendo nuestras
lenguas resecas. Mags trae una cesta, y la hierba está tan fuertemente
entretejida que sostiene el agua. Llenamos la cesta y nos la pasamos,
tomando largos tragos y después, lujosamente, lavándonos la cara.
Como todo aquí, el agua está más bien tibia, pero este no es el momento
de ponerse quisquillosos.
Sin nuestra
sed para distraernos, somos muy conscientes de lo agotados que estamos
y hacemos arreglos para la noche. El año pasado, siempre intentaba
tener mis cosas listas por si acaso tenía que marcharme rápidamente
durante la noche. Este año, no hay mochila que preparar. Sólo mis armas,
que en cualquier caso no dejan mi agarre. Después pienso en el spile
y lo saco con trabajo del tronco del árbol. Arranco una gruesa viña y
le separo las hojas, la paso por el centro hueco, y ato el spile con
seguridad a mi cinturón.
Finnick se ofrece
a tomar la primera guardia y lo dejo, sabiendo que tiene que ser uno
de los dos hasta que Peeta haya descansado. Me acuesto junto a Peeta
sobre el suelo de la cabaña, diciéndole a Finnick que me despierte
cuando esté cansado. En vez de ello me arrancan de mi sueño unas horas
después lo que parecen ser campanadas. ¡Bong! ¡Bong! No es exactamente
como la campana que hacen sonar en el Edificio de Justicia en Año Nuevo,
pero se parece lo bastante como para que la reconozca. Peeta y Mags
no se despiertan, pero Finnick tiene la misma expresión de atención
que siento yo. Las campanadas paran.
Conté doce. Dice.
Asiento. Doce.
¿Qué significa esto? ¿Una campanada por cada distrito? Tal vez. Pero
¿por qué? ¿Crees que significan algo?
Nos quedamos
a la espera de más instrucciones, tal vez un mensaje de Claudius Templesmith.
Una invitación a un banquete. La única cosa de mención aparece en
la distancia.
Un cegador
resplandor de electricidad golpea un árbol altísimo y después empieza
una tormenta eléctrica. Supongo que es una indicación de lluvia,
una fuente de agua para aquellos que no tienen mentores tan listos como
Haymitch.
Vete a dormir,
Finnick. En cualquier caso, es mi turno para vigilar. Digo.
Finnick vacila,
pero nadie puede seguir despierto eternamente. Se acomoda a la entrada
de la cabaña, una mano aferrando el tridente, y cae en un sueño inquieto.
Me siento con
el arco cargado, vigilando la selva, que es fantasmalmente pálida
y verde a la luz de la luna. Después de una hora o así, los relámpagos
paran. Puedo oír llegar la lluvia, sin embargo, golpeando las hojas
a unos pocos centenares de metros de distancia. Estoy esperando que
nos alcance, pero nunca llega.
El sonido del
cañón me sobresalta, aunque apenas si hace efecto sobre mis compañeros
dormidos. No tiene sentido despertarlos por esto. Otro vencedor muerto.
Ni siquiera me permito preguntarme quién será.
La lluvia elusiva
se detiene de repente, como hizo el año pasado la tormenta en la arena.
Momentos después
de que se detenga, veo la niebla deslizándose suavemente hacia aquí
desde la dirección del reciente aguacero. Sólo una reacción. Agua
fría sobre el suelo hirviente, pienso. Sigue aproximándose a un paso
estable. Pequeños tentáculos avanzan y después se doblan como dedos,
como si estuvieran arrastrando el resto de la pared detrás de sí. Mientras
miro, siento cómo se me erizan los pelos de la nuca. Algo está mal en
esta niebla. La progresión de la línea frontal es demasiado uniforme
para ser natural. Y si no es natural…
Un dolor asquerosamente
dulce empieza a invadir mis fosas nasales y me giro hacia los demás,
gritándoles para que se despierten.
En los pocos
segundos que me lleva despertarlos, mi piel empieza a ampollarse.
Puñaladas pequeñas
y abrasadoras. Dondequiera que las gotitas tocan mi piel. ¡Corred!
Les grito a los demás. ¡Corred!
Finnick se despierta
al instante, levantándose para enfrentarse a un enemigo. Pero cuando
ve la pared de niebla, se lanza a una Mags aún dormida sobre la espalda
y sale disparado.
Peeta está en
pie pero no tan alerta. Lo cojo del brazo y empiezo a impulsarlo a través
de la selva en pos de Finnick. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Dice, atónito.
Algún tipo de
niebla. Gas venenoso. ¡Apresúrate, Peeta! Lo urjo. Puedo decir que
por mucho que lo haya negado durante el día, los efectos de haberse
golpeado contra el campo de fuerza son significativos. Va lento,
mucho más lento de lo habitual. Y el embrollo de viñas y maleza, que
me hacen perder el equilibrio a veces, lo hacen tropezar a cada paso.
Miro atrás a
la pared de niebla extendiéndose en línea recta hasta donde me alcanza
la vista, en todas direcciones. Me invade un impulso terrible de huir,
de abandonar a Peeta y salvarme yo. Sería tan fácil, correr a toda velocidad,
tal vez incluso escalar un árbol sobre la línea de niebla, que parece
no llegar más allá de los doce metros. Recuerdo cómo hice exactamente
esto cuando aparecieron las mutaciones en los últimos Juegos. Me eché
a correr y sólo pensé en Peeta al llegar a la Cornucopia. Pero esta
vez, atrapo mi terror, lo empujo hacia abajo, y me quedo a su lado. Esta
vez el objetivo no es mi supervivencia. Lo es la de Peeta.
Pienso en los
ojos pegados a las pantallas de la televisión en los distritos, viendo
si huiré, tal y como desea el Capitolio, o si me mantendré firme.
Cierro mis dedos
con fuerza en torno a los suyos y digo:
Mira mis pies.
Tú simplemente intenta pisar donde yo pise. Eso ayuda. Parecemos
movernos algo más rápido, pero nunca lo bastante como para poder
permitirnos un descanso, y la niebla sigue pisándonos los talones.
Algunas gotitas salen libres del cuerpo de vapor.
Queman, pero
no como fuego. Menos una sensación de calor y más un dolor intenso a
medida que las sustancias químicas encuentran nuestra carne, se
aferran a ella, y se entierran profundamente entre las capas de la
piel. Nuestros monos no son de ninguna ayuda. Lo mismo podríamos estar
vestidos de papel de fumar, dada toda la protección que nos proporcionan.
Finnick, que
inicialmente salió disparado, se para cuando se da cuenta de que
estamos teniendo problemas. Pero esto no es algo contra lo que puedas
luchar, sólo evadir. Nos grita para darnos ánimos, intentando hacernos
avanzar, y el sonido de su voz sirve de guía, aunque de poco más.
" Usa el cerebro si tienes uno" sin duda eso el lo que le intenta decir Haymitch a Katniss
ResponderEliminarXD
EliminarQue emocionante! Gracias Edil
ResponderEliminarCoño que amo a finnick
ResponderEliminar