domingo, 15 de marzo de 2015

14 de Octubre de 1991

Querido amigo:
¿Sabes lo que es la «masturbación»?
Probablemente sí, porque eres mayor que yo.
Pero por si acaso, te lo contaré. La masturbación
es cuando te frotas los genitales hasta que
tienes un orgasmo. ¡Guau!
He pensado que en esas películas y series
de televisión en las que hablan de la pausa
para el café, deberían tener también una pausa
para la masturbación. Pero por otro lado, creo
que bajaría la productividad.
No me hagas caso. Solo estaba bromeando.
Quería hacerte sonreír. Aunque lo de «¡guau!»
iba en serio.
Le dije a Sam que había soñado que ella y
yo estábamos desnudos en el sofá, y me eché a
llorar porque me sentía fatal, y ¿sabes qué hizo
ella? Se puso a reír. Aunque no fue una risa
cruel, sino una risa simpática y cálida. Dijo que
le parecía muy tierno. Y dijo que no pasaba
nada si había tenido un sueño con ella. Y dejé
de llorar. Después Sam me preguntó si me
parecía guapa, y le dije que me parecía
«preciosa». Entonces Sam me miró fijamente a
los ojos.
—¿Sabes que eres demasiado pequeño para
mí, Charlie?
—Sí, lo sé.
—No quiero que pierdas el tiempo
pensando en mí de esa manera.
—No lo haré. Ha sido solo un sueño.
Entonces Sam me dio un abrazo, y fue raro
porque en mi familia no acostumbramos a
abrazarnos demasiado, salvo mi tía Helen. Pero
después de unos instantes, pude oler el perfume
de Sam, y pude sentir su cuerpo contra el mío.
Y di un paso atrás.
—Sam, estoy pensando en ti de esa
manera.
Entonces me miró y sacudió la cabeza.
Luego, me rodeó los hombros con el brazo y me
llevó caminando por el pasillo. Nos encontramos
con Patrick afuera porque a veces no les
apetecía ir a clase. Preferían fumar.
—Charlie está «charliescamente» colgado
por mí, Patrick.
—¿Ah, sí?
—Estoy intentando no estarlo —me excusé,
con lo que solo les hice reír.
Patrick entonces le pidió a Sam que se
fuera, cosa que hizo, y me dio algunas
explicaciones para que supiera cómo
comportarme con las demás chicas y no perder
mi tiempo pensando en Sam de esa manera.
—Charlie, ¿alguien te ha contado cómo va
esto?
—Creo que no.
—Bueno, pues hay que seguir algunas
reglas, no porque tú quieras, sino porque tienes
que hacerlo. ¿Lo pillas?
—Supongo que sí.
—Vale. Mira las chicas, por ejemplo. Copian
a sus madres y las revistas y todo para saber
cómo actuar delante de los chicos.
Pensé en las madres y en las revistas y en
los todos, y la idea me puso nervioso,
especialmente si incluía la televisión.
—Me refiero a que no es como en las
películas, donde a las chicas les gustan los
gilipollas, ni nada parecido. No es tan fácil. Lo
que les gusta son los chicos que les pueda dar
un propósito.
—¿Un propósito?
—Exacto. ¿Sabes? A las chicas les gusta
que los tíos sean un reto. Les da una especie de
molde en el que encajar su actuación. Como
una madre. ¿Qué haría una madre si no
pudiera preocuparse por ti y hacer que ordenes
tu cuarto? ¿Y qué harías tú sin que ella se
preocupe por ti y te obligue a ordenarlo? Todo el
mundo necesita una madre. Y las madres lo
saben. Y esto les da un propósito. ¿Lo pillas?
—Sí —dije, aunque no lo había pillado.
Pero sí lo bastante como para decir que sí y no
estar mintiendo.
—El caso es que algunas chicas piensan
que pueden cambiar a los chicos. Y lo gracioso
es que si consiguen cambiarlos, se aburren de
ellos. El reto se ha acabado. Lo que tienes que
hacer es darles a las chicas un tiempo para
pensar en una forma nueva de hacer las cosas,
y eso es todo. Algunas la descubrirán pronto.
Algunas, algo más tarde. Algunas, nunca. Yo
no me preocuparía demasiado por eso.
Pero creo que yo sí me he preocupado. He
estado preocupándome sobre este tema desde
que me lo dijo. Miro a la gente que va de la
mano por los pasillos e intento pensar en cómo
funciona todo. En los bailes del instituto me
siento al fondo, marco el ritmo con el pie y me
pregunto cuántas parejas bailarán «su
canción». En los pasillos, veo a las chicas que
llevan puestas las chaquetas de los chicos, y
reflexiono sobre la idea de propiedad. Y me
pregunto si alguien es realmente feliz. Espero
que lo sean. De verdad.
Bill me vio mirando a la gente y, después
de clase, me preguntó en qué estaba pensando,
y se lo dije. Me escuchó y asintió con la cabeza e
hizo ruidos «afirmativos». Cuando hube
terminado, su cara se convirtió en «cara de
tener una conversación seria».
—¿Siempre piensas tanto, Charlie?
—¿Es malo? —solo quería que alguien me
dijera la verdad.
—No necesariamente. Es que a veces la
gente utiliza el pensamiento para no implicarse
en la vida.
—¿Eso es malo?
—Sí.
—Pero yo creo que me implico. ¿Usted no?
—Bueno, ¿bailas en esas fiestas?
—No bailo demasiado bien.
—¿Sales con alguien?
—Bueno, no tengo coche, e incluso si lo
tuviera, no puedo conducir porque tengo quince
años, y de todas formas, no he conocido a
ninguna chica que me guste excepto Sam, pero
soy demasiado joven para ella, y le tocaría
conducir a ella siempre, lo que no me parece
justo. Bill sonrió y continuó haciéndome
preguntas. Poco a poco, llegó a los «problemas
en casa». Y le hablé de cuando el chico que hace
cintas de varios pegó a mi hermana, porque mi
hermana solo dijo que no se lo contara a mis
padres, así que supuse que se lo podía contar a
Bill. Después de contárselo, puso una cara muy
seria y me dijo algo que no creo que olvide
durante este semestre o jamás:
—Charlie, aceptamos el amor que creemos
merecer.
Me quedé ahí de pie, en silencio. Bill me dio
una palmadita en el hombro y un libro nuevo
para leer. Me dijo que todo iría bien.
Normalmente vuelvo a casa caminando
porque me hace sentir que me lo he ganado. Me
refiero a que quiero poder decirles a mis hijos
que iba andando al colegio igual que mis
abuelos en «los viejos tiempos». Es raro estar
planeando esto, teniendo en cuenta que nunca
he salido con nadie, pero supongo que tiene
sentido. Normalmente caminar me lleva una
hora más que tomar el autobús, pero merece la
pena cuando el tiempo es agradable y fresco
como hoy.
Cuando por fin llegué a casa, mi hermana
estaba sentada en una silla. Mi madre y mi
padre estaban de pie delante de ella. Y supe
que Bill había llamado a casa y se lo había
contado. Y me sentí fatal. Había sido por mi
culpa. Mi hermana estaba llorando. Mi madre
estaba muy, muy callada. Mi padre fue el único
que habló. Dijo que mi hermana no podría
volver a ver nunca más a ese chico que le
pegaba, y que iba a tener una charla con los
padres del chico esa noche. Entonces mi
hermana dijo que la culpa había sido suya, que
lo había estado provocando, pero mi padre dijo
que aquello no era excusa.
—Pero ¡lo quiero! —nunca había visto a mi
hermana llorar tanto.
—No, no lo quieres.
—¡Te odio!
—No, no me odias —mi padre a veces
puede ser extremadamente tranquilo.
—Él lo es todo para mí.
—No vuelvas a decir eso de nadie nunca
más. Ni siquiera de mí —esta vez habló mi
madre.
Mi madre elige muy bien cuándo toma
partido y, si hay algo que puedo decir sobre mi
familia, es que cuando mi madre interviene,
siempre se sale con la suya. Y esta vez no fue
una excepción. Mi hermana paró de llorar
inmediatamente.
Después de aquello, mi padre le dio a mi
hermana un inesperado beso en la frente.
Luego salió de la casa, se subió a su Oldsmobile
y se alejó conduciendo. Pensé que
probablemente fuera a hablar con los padres del
chico. Y sentí mucha lástima por ellos. Por sus
padres, quiero decir. Porque mi padre no pierde
una batalla. Así de fácil.
Entonces mi madre se fue a la cocina para
preparar el plato favorito de mi hermana, y mi
hermana me miró.
—Te odio.
Lo dijo de forma distinta a como se lo había
dicho a mi padre. A mí me lo decía en serio.
Muy en serio.
—Te quiero —fue lo único que pude decir
en respuesta.
—Eres un bicho raro, ¿lo sabes? Siempre
has sido un bicho raro. Todo el mundo lo dice y
lo ha dicho siempre.
—Estoy intentando no serlo.
Entonces me di la vuelta y me fui andando
a mi cuarto y cerré la puerta y metí la cabeza
bajo la almohada y dejé que el silencio volviera
a poner las cosas en su sitio.
Por cierto, imagino que sentirás curiosidad
sobre mi padre. ¿Nos pegaba cuando éramos
niños o incluso ahora? He pensado que podrías
sentir curiosidad porque Bill la tuvo, después de
que le contara lo de ese chico y mi hermana.
Pues, por si te lo preguntabas, no lo ha hecho.
Nunca les ha levantado la mano a mis
hermanos. Y la única vez que me dio una
bofetada a mí fue cuando hice llorar a mi tía
Helen. Y cuando todos nos tranquilizamos, se
puso de rodillas delante de mí y me contó que su
padrastro le había dado muchas palizas y que,
en la universidad, cuando mi madre se quedó
embarazada de mi hermano mayor, decidió que
él nunca pegaría a sus hijos. Y se sentía fatal
por haberlo hecho. Y lo sentía muchísimo. Y
nunca me volvería a pegar de nuevo. Y no lo ha
hecho.
Solo es severo, a veces.

Con mucho cariño,
Charlie

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