jueves, 19 de marzo de 2015

18 de Abril de 1992

Querido amigo:

He armado un lío tremendo. De verdad. Me
siento fatal. Patrick dijo que lo mejor que podía
hacer era alejarme durante unos días.
Todo empezó el lunes pasado. Mary
Elizabeth vino al instituto con un libro de
poemas de un famoso poeta llamado E. E.
Cummings. La razón de que trajera ese libro
era que había visto una película que hablaba
de un poema que compara las manos de una
mujer con flores y lluvia. Le pareció que era tan
bonito que salió de casa y compró el libro. Lo ha
leído un montón de veces desde entonces, y dijo
que quería que yo tuviera mi propio ejemplar.
No el ejemplar que ella había comprado, sino
uno nuevo.
Durante todo el día me estuvo pidiendo que
le enseñara a todo el mundo el libro.
Sé que debería haber estado agradecido
porque fue un detalle. Pero no me sentía
agradecido. No me sentía agradecido en
absoluto. No me malinterpretes. Fingí que lo
estaba. Pero no lo estaba. Si te soy sincero, me
estaba empezando a enfadar. Quizá si me
hubiera dado el ejemplar que se había
comprado para ella, habría sido distinto. O
quizá si solo me hubiera escrito a mano el
poema que le gusta sobre la lluvia en un papel
bonito. Y, desde luego, si no me hubiera hecho
enseñarle el libro a todos nuestros conocidos.
Tal vez debería haber sido sincero entonces,
pero no me pareció el momento apropiado.
Cuando salí del instituto ese día, no volví a
casa porque de verdad que no podía hablar con
ella por teléfono, y mi madre no tiene
demasiada habilidad mintiendo en este tipo de
cosas. Así que, en su lugar, fui caminando hacia
la zona donde están todas las tiendas y
videoclubs. Fui directamente a la librería. Y
cuando la señora detrás del mostrador me
preguntó si necesitaba ayuda, abrí la bolsa y
devolví el libro que Mary Elizabeth me había
comprado. No hice nada con el dinero. Solo me
lo guardé en el bolsillo.
Mientras volvía andando a casa, no podía
dejar de pensar en lo horrible que era lo que
acababa de hacer, y empecé a llorar. Cuando
llegué a la puerta principal, estaba llorando
tanto que mi hermana dejó de ver la televisión
para hablar conmigo. Después de contarle lo
que había hecho, me llevó en coche de vuelta a
la librería porque yo no estaba en condiciones
para conducir, y recuperé el libro, con lo que me
sentí un poco mejor.
Cuando Mary Elizabeth me preguntó por
teléfono aquella noche dónde había estado todo
el día, le dije que había ido a la librería con mi
hermana. Y cuando me preguntó si le había
comprado algo bonito, dije que sí. Ni siquiera se
me ocurrió que lo estuviera preguntando en
serio, pero dije que sí de todas formas. Tan mal
me sentía por haber intentado devolver su libro.
Pasé la siguiente hora al teléfono escuchando
su charla sobre el libro. Después, nos dimos las
buenas noches. Después, bajé las escaleras para
preguntarle a mi hermana si podía llevarme de
nuevo a la librería para poder comprarle a
Mary Elizabeth algo bonito. Mi hermana me
dijo que condujera yo mismo. Y que debería
empezar a ser sincero con Mary Elizabeth sobre
mis sentimientos. Quizá debiera haberlo hecho
entonces, pero no me parecía el momento
apropiado.
Al día siguiente, en el instituto, le di a
Mary Elizabeth el regalo que fui a comprar en
coche. Era un ejemplar nuevo de Matar un
ruiseñor. Lo primero que dijo Mary Elizabeth
fue:
—Qué original.
Me tuve que recordar a mí mismo que no lo
decía con maldad. No se estaba burlando de mí.
No estaba comparando. O criticando. Y en
realidad, no lo hacía. Créeme. Así que le conté
que Bill me suele dar libros especiales para leer
fuera de clase y que Matar un ruiseñor fue el
primero. Y lo especial que era para mí. Entonces
dijo:
—Gracias. Qué mono.
Pero entonces empezó a explicarme que se
lo había leído tres años antes y que pensaba
que estaba «sobrevalorado» y que lo habían
convertido en una película en blanco y negro
con actores famosos como Gregory Peck y
Robert Duvall, y que ganó un premio de la
Academia por el guion. Yo me tragué mis
sentimientos después de aquello.
Salí del instituto, di un paseo y no volví a
casa hasta la una de la madrugada. Cuando le
expliqué a mi padre por qué, me dijo que me
portara como un hombre.
Al día siguiente en el instituto, cuando
Mary Elizabeth me preguntó dónde había
estado el día anterior, le dije que había
comprado un paquete de cigarrillos, ido al Big
Boy y pasado el resto del día leyendo el libro de
E. E. Cummings y comiendo sándwiches dobles.
Sabía que no me arriesgaba diciendo eso porque
ella nunca me haría preguntas sobre el libro. Y
tenía razón. Después de haberse despachado
sobre el tema la otra vez, no creo que necesite
leerlo por mí mismo jamás. Ni aunque quisiera.
Estoy seguro de que debería haberme
sincerado entonces, pero si te digo la verdad, me
estaba enfureciendo tanto como cuando hacía
deporte, y aquello empezaba a asustarme.
Afortunadamente, las vacaciones de
Semana Santa empezaron el viernes, y
relajaron un poco las cosas. Bill me dio Hamlet
para leer durante las fiestas. Dijo que
necesitaría tener tiempo libre para
concentrarme de verdad en la obra. Supongo
que no tengo que decirte quién la escribió. El
único consejo que me dio fue que pensara en el
protagonista desde el punto de vista de otros
protagonistas de libros que he leído hasta
ahora. Me dijo que no perdiera el tiempo
pensando en «lo barroco del lenguaje».
Bueno, ayer, Viernes Santo, tuvimos un
espectáculo especial de The Rocky Horror
Picture Show. Lo que lo hizo especial fue el
hecho de que todo el mundo sabía que
empezaban las vacaciones de Semana Santa, y
un montón de chicos llevaban todavía los trajes
y vestidos de misa. Me recordó los Miércoles de
Ceniza del colegio, cuando los niños llegaban
con huellas en la frente. Siempre le daba un
toque de emoción.
Después del espectáculo, Craig nos invitó a
todos a su apartamento para beber vino y
escuchar el Álbum Blanco. Después de que
terminara el disco, Patrick sugirió que
jugáramos todos a Verdado Atrevimiento, un
juego que le encanta cuando tiene «el puntillo».
¿Adivinas quién escogió atrevimiento a
verdad durante toda la noche? Yo. No quería
decirle la verdad a Mary Elizabeth a causa de
un juego.
Salió bastante bien durante gran parte de
la noche. Las pruebas eran cosas como «bebe
una cerveza del tirón». Pero entonces, Patrick
me lo puso difícil. Ni siquiera creo que supiera lo
que estaba haciendo, aunque lo hizo de todas
formas.
—Besa en los labios a la chica más guapa
de la habitación.
Fue entonces cuando decidí ser sincero.
Echando la vista atrás, probablemente no
podría haber elegido un momento peor.
Se hizo el silencio en cuanto me levanté (ya
que Mary Elizabeth estaba sentada justo a mi
lado). Para cuando me hube arrodillado delante
de Sam y la besé, el silencio era ya insoportable.
No fue un beso romántico. Fue amistoso, como
cuando hice de Rocky y ella de Janet. Pero daba
igual. Podría decir que fueron el vino o la cerveza
que me tuve que beber del tirón. También
podría decir que se me había olvidado el
momento en que Mary Elizabeth me preguntó
si me parecía guapa. Pero estaría mintiendo. Lo
cierto es que, cuando Patrick me retó, supe que
si besaba a Mary Elizabeth les estaría
mintiendo a todos. Incluyendo a Sam.
Incluyendo a Patrick. Incluyendo a Mary
Elizabeth. Y ya no podía seguir haciéndolo. Ni
siquiera como parte de un juego.
Después del silencio, Patrick hizo lo que
pudo para salvar la noche. Lo primero que dijo
fue:
—Vaya, ¡menuda situación!
Pero no funcionó. Mary Elizabeth salió
precipitadamente de la habitación y entró en el
baño. Patrick me dijo luego que no quería que
nadie la viese llorar. Sam la siguió, pero antes
de abandonar del todo la habitación, se volvió
hacia mí y dijo con tono serio y sombrío:
—¿A ti qué coño te pasa?
Fue la expresión de su cara al decirlo. Y
cuánto lo sentía. Hizo que, de pronto, todo
pareciera tal y como realmente era. Me sentí
fatal. Sencillamente fatal. Patrick se levantó
inmediatamente y me sacó del apartamento de
Craig. Fuimos a la calle, y lo único de lo que fui
consciente fue del frío. Dije que debería volver y
disculparme. Patrick dijo:
—No. Yo recogeré nuestros abrigos.
Quédate aquí.
Cuando Patrick me dejó fuera, empecé a
llorar. Era un llanto real y de pánico, y no podía
pararlo. Cuando Patrick volvió, dije, llorando a
mares:
—En serio creo que debería disculparme.
Patrick negó con la cabeza.
—Créeme. No es buena idea volver ahí
dentro.
Entonces sacudió las llaves del coche
delante de mi cara y dijo:
—Vamos. Te llevaré a casa.
En el coche, le conté a Patrick todo lo que
había estado pasando. Sobre el disco. Y el libro.
Y Matar un ruiseñor. Y cómo Mary Elizabeth
nunca me hacía preguntas. Y lo único que dijo
Patrick fue:
—Qué pena que no seas gay —aquello me
hizo parar un poco de llorar—. Aunque
pensándolo bien, si fueras gay, nunca saldría
contigo. Eres un desastre —aquello me hizo reír
un poco—. Y yo que pensaba que Brad estaba
pirado. ¡Dios mío!
Aquello me hizo reír mucho más. Entonces
puso la radio y me llevó de vuelta a casa a
través de los túneles. Cuando me dejó en casa,
Patrick me dijo que lo mejor que podía hacer era
mantenerme alejado unos días. Creo que ya te
lo he dicho. Dijo que, cuando supiera algo más,
me llamaría.
—Gracias, Patrick.
—No hay de qué.
Y entonces dije:
—¿Sabes, Patrick? Si fuera gay, querría
salir contigo.
No sé por qué lo dije, pero me pareció que
tenía que hacerlo.
Patrick se limitó a sonreír haciéndose el
chulo y dijo:
—Faltaría más.
Después arrancó el coche y se fue a toda
pastilla.
Cuando me tumbé en la cama esa noche
puse el disco de Billie Holiday y empecé a leer el
libro de poemas de E. E. Cummings. Después de
leer el poema que compara las manos de la
mujer con flores y lluvia, dejé el libro y fui a la
ventana. Miré fijamente mi reflejo y los árboles
detrás de él durante un rato largo. Sin pensar
en nada. Sin sentir nada. Sin oír el disco.
Durante horas.
Es verdad que me está pasando algo. Y no
sé lo que es.

Con mucho cariño,
Charlie.

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