miércoles, 18 de marzo de 2015

23 de Febrero de 1992

Querido amigo:

He estado sentado en la sala de espera de la
clínica. He estado allí durante una hora más o
menos. No recuerdo exactamente cuánto
tiempo. Bill me ha dado un libro nuevo para
leer, pero no podía concentrarme. Supongo que
es lógico.
Entonces, intenté leer algunas revistas,
pero de nuevo, me resultó imposible. No tanto
porque mencionaran lo que la gente estaba
comiendo. Era por las portadas de las revistas.
Todas tenían la cara sonriente, y cada vez que
salía una mujer en la portada, enseñaba el
escote. Me pregunté si aquellas mujeres lo
hacían para parecer guapas o si era solo algo
que iba con su trabajo. Me pregunté si tendrían
elección si lo que quieren es tener éxito. No
podía quitarme esa idea de la cabeza.
Casi pude imaginar la sesión de fotos y
cómo la actriz o la modelo, más tarde, se iba a
tomar un «almuerzo ligero» con su novio. Podía
verlo preguntándole cómo le había ido el día, y
cómo ella no le daría demasiada importancia a
lo que había hecho, o tal vez, si era su primera
portada de revista, le contaría lo emocionada
que estaba por empezar a hacerse famosa.
Podía imaginarme la revista en los quioscos, y
un montón de ojos anónimos mirándola, y cómo
algunas personas pensarían que era muy
importante. Y en cómo una chica como Mary
Elizabeth se pondría furiosa porque la actriz o
la modelo enseñará el escote, igual que todas las
demás actrices y modelos, mientras algún
fotógrafo como Craig solo se preocuparía por la
calidad de la fotografía. Entonces, pensé que
habría algunos hombres que comprarían la
revista para masturbarse con ella. Y me
pregunté lo que la actriz o su novio pensarían
al respecto, si acaso se les ocurría. Y después
pensé que ya era hora de que dejara de pensar
porque no le estaba haciendo ningún bien a mi
hermana.
Entonces fue cuando empecé a pensar en
mi hermana.
Pensé en aquella vez en la que ella y sus
amigas me pintaron las uñas, y en cómo no
pasó nada porque mi hermano no estaba
presente. Y aquella vez en la que me dejó que
utilizara sus muñecas para hacer obras de
teatro, o cuando me dejó ver lo que yo quisiera
en la tele. Y cuando empezó a convertirse en
una «jovencita» y no permitía que nadie la
mirara porque pensaba que estaba gorda. Y
cómo en realidad no estaba gorda. Y en lo
guapa que era verdaderamente. Y en cómo le
cambió la cara cuando se dio cuenta de que los
chicos pensaban que era guapa. Y en cómo le
cambió la cara la primera vez que le gustó un
chico que no era de un póster de su pared. Y en
cómo le cambió la cara cuando se dio cuenta de
que estaba enamorada de ese chico. Y entonces
me pregunté cómo sería su cara cuando saliera
de detrás de aquellas puertas.
Mi hermana fue quien me contó de dónde
venían los niños. Mi hermana fue también la
que se rio cuando inmediatamente pregunté
adónde iban.
Al acordarme de aquello, me eché a llorar.
Pero no podía dejar que me vieran porque, si lo
hacían, tal vez no me dejaran llevarla en coche
a casa, y podrían llamar a nuestros padres. Y
no podía permitir que eso ocurriera porque mi
hermana contaba conmigo, y era la primera vez
que alguien contaba conmigo para algo.
Cuando me di cuenta de que era la primera vez
que lloraba desde que le prometí a mi tía Helen
no llorar salvo por algo importante, tuve que
salir afuera porque ya no podía ocultárselo más
a nadie.
Debí de haber estado en el coche mucho
tiempo, porque mi hermana al final me
encontró allí. Estaba fumando un cigarrillo tras
otro y llorando todavía. Mi hermana llamó con
los nudillos a la ventanilla. La bajé. Me miró
con curiosidad. Entonces, su curiosidad se
transformó en enfado.
—Charlie, ¡¿estás fumando?!
Estaba enfadadísima. No te puedes hacer
una idea de lo enfadada que estaba.
—¡No puedo creer que estés fumando!
Entonces fue cuando dejé de llorar. Y
empecé a reírme. Porque de todas las cosas que
podría haber dicho nada más salir de allí, había
elegido el hecho de que yo fumara. Y se había
enfadado por eso. Y yo sabía que si mi hermana
estaba enfadada, entonces no le cambiaría
demasiado la cara. Y pronto estaría bien.
—Voy a decírselo a mamá y papá, ¿sabes?
—No, no lo vas a hacer —Dios mío, no
podía parar de reírme.
Cuando mi hermana se paró un segundo a
pensar en ello, creo que se dio cuenta de por
qué no se lo contaría a mamá y papá. Fue como
si de pronto hubiera recordado dónde estábamos
y lo que acababa de pasar y lo absurda que era
toda nuestra conversación. Entonces, se echó a
reír.
Pero la risa hizo que se mareara, así que
tuve que salir del coche y ayudarla a sentarse
en el asiento trasero. Ya le había preparado la
almohada y la manta, porque nos pareció que
sería mejor que durmiera algo en el coche antes
de volver a casa.
Justo antes de quedarse dormida, dijo:
—Bueno, si vas a fumar, por lo menos abre
un poco la ventanilla.
Lo que me hizo reír otra vez.
—Charlie, fumando. No puedo creerlo.
Lo que me hizo reír más todavía, y dije:
—Te quiero.
Y mi hermana dijo:
—Yo también te quiero. Pero para de reírte
de una vez.
Al final, mis carcajadas se convirtieron en
risillas esporádicas, y luego pararon. Miré hacia
atrás y vi que mi hermana estaba dormida. Así
que arranqué el coche y encendí la calefacción
para que estuviera caliente. Entonces fue
cuando empecé a leer el libro que Bill me había
dado. Es Walden, de Henry David Thoreau,
que es el libro favorito de la novia de mi
hermano, así que tenía muchas ganas de leerlo.
Cuando se puso el sol, coloqué el folleto
sobre el tabaco en la página donde había
parado de leer y empecé a conducir hacia casa.
Me detuve unos cuantos bloques antes de llegar
para despertar a mi hermana y guardar la
manta y la almohada en el maletero.
Aparcamos en el camino de entrada. Salimos del
coche. Entramos en casa. Y oímos las voces de
nuestros padres desde lo alto de la escalera.
—¿Dónde habéis estado todo el día, vosotros
dos?
—Sí. La cena está casi lista.
Mi hermana me miró. Yo la miré a ella. Ella
se encogió de hombros. Así que empecé a contar
a mil por hora que habíamos visto una película
y que mi hermana me había enseñado a
conducir por la autopista y que habíamos ido a
McDonald’s.
—¡¿A McDonald’s?! ¡¿Cuándo?!
—Vuestra madre ha preparado costillas,
¿sabéis? —mi padre estaba leyendo el periódico.
Mientras yo hablaba, mi hermana se acercó
a mi padre y le dio un beso en la mejilla. Él no
levantó la vista del periódico.
—Ya lo sé, pero fuimos a McDonald’s antes
de la película, y eso fue hace mucho.
Entonces, mi padre preguntó como si nada:
—¿Qué película habéis visto?
Me quedé congelado, pero mi hermana me
salvó con el nombre de una película antes de
besar a mi madre en la mejilla. Yo nunca había
oído hablar de ella.
—¿Era buena?
Me quedé helado otra vez.
Mi hermana estaba tan tranquila.
—No ha estado mal. Esas costillas huelen
genial.
—Sí —dije.
Entonces, pensé en algo para cambiar de
tema. —Oye, papá. ¿Echan hoy partido de
hockey?
—Sí, pero solo puedes verlo conmigo si no
me haces ninguna de tus preguntas tontas.
—Vale, pero ¿puedo hacerte una ahora,
antes de que empiece?
—No lo sé. ¿Puedes?
—¿Me dejas? —pregunté, corrigiéndome.
Gruñó.
—Adelante.
—¿Me recuerdas cómo llaman los jugadores
al disco de hockey?
—Galleta. Lo llaman galleta.
—Guay. Gracias.
Desde ese momento y durante toda la cena
mis padres no nos hicieron más preguntas sobre
nuestro día, aunque mi madre dijo cuánto se
alegraba de que mi hermana y yo estuviéramos
pasando más tiempo juntos.
Aquella noche, después de que nuestros
padres se fueran a dormir, bajé al coche y saqué
la almohada y la manta del maletero. Se los
llevé a mi hermana a su habitación. Estaba
muy cansada. Y hablaba en voz muy baja. Me
dio las gracias por todo el día. Dijo que no la
había decepcionado. Y dijo que quería que
fuera nuestro pequeño secreto, ya que había
decidido decirle a su antiguo novio que el
embarazo había sido una falsa alarma.
Supongo que ya no confiaba en él como para
decirle la verdad nunca más.
Justo después de que le apagara las luces y
abriera la puerta, le oí decir suavemente:
—Quiero que dejes de fumar, ¿me oyes?
—Te oigo.
—Porque te quiero, Charlie, de verdad.
—Yo también te quiero.
—Lo digo en serio.
—Yo también.
—De acuerdo entonces. Buenas noches.
—Buenas noches.
Ahí fue cuando cerré la puerta y dejé que
se durmiera.
No tenía ganas de leer esa noche, así que
bajé al piso de abajo y vi un anuncio de media
hora sobre un aparato de gimnasia. No dejaban
de bombardear con un número de teléfono, así
que llamé. La mujer que respondió al otro lado
del teléfono se llamaba Michelle. Y le dije a
Michelle que era un chico y que no necesitaba
un aparato de gimnasia, pero que esperaba que
estuviera teniendo una buena noche.
Entonces Michelle me colgó. Y no me
importó nada.

Con mucho cariño,
Charlie.

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