domingo, 15 de marzo de 2015

15 de Noviembre de 1991

Querido amigo:

Están empezando a llegar el frío y las heladas.
El agradable tiempo de otoño prácticamente ha
desaparecido. Lo bueno es que se acercan las
vacaciones, que ahora me gustan todavía más
porque mi hermano volverá pronto a casa.
¡Quizá incluso en Acción de Gracias! Al menos
espero que lo haga por mi madre.
Mi hermano lleva sin telefonear a casa
unas cuantas semanas ya, y mi madre no habla
más que de sus notas y de si dormirá, y de lo
que comerá, y mi padre siempre dice lo mismo:
—Eso no le va a hacer daño.
Personalmente, me gusta pensar que mi
hermano está teniendo una experiencia
universitaria como las de las películas. No me
refiero al tipo de películas sobre las grandes
fiestas de las hermandades estudiantiles. Más
bien a una película en la que el chico conoce a
una chica inteligente que suele llevar suéter y
bebe chocolate. Hablan de libros y de temas
intelectuales y se besan bajo la lluvia. Creo que
algo así le vendría muy bien, sobre todo si la
chica tuviera una belleza nada convencional.
Esas son las mejores, me parece a mí.
Personalmente encuentro raras a las
«supermodelos». No sé por qué.
Mi hermano, por otro lado, tiene pósteres de
«supermodelos» y coches y cerveza y cosas así
en las paredes de su dormitorio. Supongo que
su habitación en la residencia de estudiantes
probablemente también tenga ese aspecto,
añadiéndole el suelo sucio. Mi hermano siempre
ha odiado hacer su cama, pero mantenía el
armario de la ropa muy ordenado. Quién lo
diría.
El caso es que, cuando mi hermano llama a
casa, no cuenta mucho. Habla un poco de sus
clases, pero principalmente del equipo de fútbol.
Hay un montón de interés en el equipo porque
son muy buenos y tienen jugadores con mucho
potencial. Mi hermano dijo que uno de los chicos
probablemente será millonario algún día, pero
que es «más bruto que un arado». Supongo que
eso es ser bastante bruto.
Mi hermano me contó una anécdota en la
que estaba todo el equipo sentado en círculo en
el vestuario, comentando lo que había que
hacer para jugar al fútbol en la universidad. Al
final acabaron hablando de la puntuación de
las pruebas de Selectividad, que yo todavía no
he hecho.
Y un tipo dijo:
—Yo he sacado un 4.
Y mi hermano dijo:
—¿En qué examen?
Y el chico dijo:
—¿Ehhh?
Y el equipo entero se echó a reír.
Siempre he querido estar en un equipo así.
No estoy muy seguro de por qué, pero siempre
me ha parecido que sería divertido tener «días
de gloria». Luego tendría historias que contar a
mis hijos y a los amigotes con los que jugara al
golf. Supongo que podría hablar sobre Punk
Rocky y mis vueltas a casa caminando desde el
instituto y cosas así. Quizás estos sean mis días
de gloria y ni siquiera me esté dando cuenta
porque no hay en ellos una pelota.
Yo solía hacer deporte cuando era más
pequeño y, de hecho, era muy bueno, pero el
problema es que me provocaba demasiada
agresividad, así que los médicos le dijeron a mi
madre que tendría que dejarlo.
Mi padre tuvo una vez días de gloria. He
visto fotos de él cuando era joven. Era un
hombre muy guapo. No sé expresarlo de otra
manera. Era como son siempre las fotos
antiguas. Las fotos antiguas parece que son
muy toscas y juveniles, y la gente de las fotos
siempre parece mucho más feliz que tú.
Mi madre está preciosa en las fotos
antiguas. De hecho, está más guapa que nadie,
salvando tal vez a Sam. A veces miro a mis
padres ahora y me pregunto qué les habrá
pasado que los haya hecho ser tal y como son. Y
entonces me pregunto qué le pasará a mi
hermana cuando su novio termine el doctorado
en Derecho. Y cómo será la cara de mi hermano
en un cromo de fútbol, o cómo será si nunca
aparece en un cromo. Mi padre jugó al béisbol
universitario durante dos años, pero tuvo que
dejarlo cuando mamá se quedó embarazada de
mi hermano. Fue entonces cuando él empezó a
trabajar en la oficina. Sinceramente, no sé lo
que hace mi padre.
A veces nos cuenta una anécdota. Es una
historia buenísima. Tiene que ver con el
campeonato estatal de béisbol de cuando él iba
al instituto. Estaban en la parte baja de la
novena entrada, y había un jugador en la
primera base. Hubo dos outs y el equipo de mi
padre estaba perdiendo por una carrera. Mi
padre era más joven que la mayoría del equipo
del instituto, porque estaba solo en el segundo
año de instituto, y creo que el equipo pensaba
que iba a echar a perder el partido. Tenía
muchísima presión. Estaba nerviosísimo. Y muy
asustado. Pero, después de unos cuantos
lanzamientos, dijo que empezó a sentirse «en su
elemento». Cuando el pitcher levantó el brazo y
lanzó la siguiente bola, sabía exactamente
adónde iba a ir. La golpeó más fuerte que
ninguna otra bola en toda su vida. E hizo un
home run, y su equipo ganó el campeonato
estatal. Lo mejor de esta historia es que, por
mucho que mi padre la cuente, nunca cambia.
Él no es de los que exageran.
A veces pienso en todo esto cuando estoy
viendo un partido de fútbol con Patrick y Sam.
Contemplo el campo y pienso en el chico que
acaba de hacer el touchdown. Creo que estos
son los días de gloria de ese chico, y que ese
momento se convertirá en una historia algún
día, porque todos los que logran touchdowns y
home runs acabarán siendo los padres de
alguien. Y cuando sus hijos miren su foto en el
anuario escolar, pensarán que su padre era
tosco y guapo, y que parecía mucho más feliz
que ellos.
Solo espero acordarme de decirles a mis
hijos que ellos son tan felices como yo parezco
en mis viejas fotografías. Y espero que me
crean.

Con mucho cariño,
Charlie.

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