martes, 17 de marzo de 2015

25 de Diciembre de 1991

Querido amigo:

Estoy sentado en el antiguo dormitorio de mi
padre en Ohio. Mi familia todavía está en el
piso de abajo. No me siento demasiado bien. No
sé qué me pasa, pero estoy empezando a
asustarme. Ojalá volviéramos a casa esta noche,
pero siempre nos quedamos a dormir aquí. No
quiero decírselo a mi madre porque solo
conseguiría preocuparla. Se lo contaría a Sam y
Patrick, pero no me llamaron ayer. Y esta
mañana nos fuimos de casa después de abrir los
regalos. Quizá llamaran por la tarde. Espero
que no lo hicieran, porque no estaba allí. Espero
que no te importe que te lo esté contando. Es
que no sé qué otra cosa hacer. Siempre me
pongo triste cuando me pasa esto, y deseo que
Michael estuviera aquí. Y deseo que mi tía
Helen estuviera aquí. Echo de menos a mi tía
Helen cuando estoy así. Leer tampoco está
sirviendo de ayuda. No sé. Estoy pensando
demasiado rápido. Rapidísimo. Como anoche.
Estuvimos viendo en familia ¡Qué bello es
vivir!, que es una película muy bonita. Y en lo
único que podía pensar era en que la película
debería ir sobre el tío Billy. George Bailey fue
un hombre importante en su pueblo. Gracias a
él, un montón de gente consiguió salir de los
barrios pobres. Salvó el pueblo y, cuando su
padre murió, fue el único que pudo hacerse
cargo de todo. Quería vivir una aventura, pero
se quedó allí y sacrificó sus sueños por el bien
de la comunidad. Y, entonces, cuando aquello lo
entristeció, fue a suicidarse. Iba a morir porque
el dinero de su seguro de vida habría ayudado a
su familia. Y entonces un ángel bajó del cielo y
le enseñó cómo sería la vida si él no hubiera
nacido. Cómo habría sufrido todo el pueblo. Y
cómo su mujer se habría convertido en una
«solterona». Y, este año, mi hermana ni siquiera
abrió la boca sobre lo pasado de moda que ha
quedado eso. Un año sí y otro no hace un
comentario sobre cómo Mary se ganaba la vida
trabajando y que solo por el hecho de no
haberse casado no significa que su vida no
haya merecido la pena. Pero este año no dijo
nada. No sé por qué. Pensé que podía tener algo
que ver con su novio secreto. O quizá con lo que
ocurrió en el coche de camino a la casa de la
abuela. Yo hubiera querido que la película
tratara sobre el tío Billy porque bebe mucho y
es gordo y perdió todo su dinero. Quería que el
ángel bajara del cielo y nos enseñara que la
vida del tío Billy tenía sentido. Creí que me
haría sentir mejor.
Todo empezó ayer en casa. No me gusta mi
cumpleaños. No me gusta nada. Fui de compras
con mi madre y mi hermana, y mi madre estaba
de mal humor por las plazas de aparcamiento. Y
mi hermana estaba de mal humor porque no
podía comprarle un regalo a su novio secreto a
escondidas de mamá y tendría que volver por su
cuenta más tarde. Y yo me sentía raro. Muy
raro, porque mientras dábamos vueltas por
todas las tiendas, no sabía qué regalo querría
mi padre que yo le hiciera. Sabía qué comprarle
o regalarle a Sam y Patrick, pero no sabía qué
podía comprarle o regalarle o hacerle a mi
propio padre. A mi hermano le gustan los
pósteres de chicas y de latas de cerveza. A mi
hermana le gustan los vales para un corte de
pelo. A mi madre las películas antiguas y las
plantas. A mi padre solo le gusta el golf, y no es
un deporte de invierno excepto en Florida, y no
vivimos allí. Y ya no juega al béisbol. No le
gusta ni siquiera que se lo recuerden, salvo si se
pone a contar anécdotas. Yo quería saber qué
comprarle a mi padre porque lo quiero. Y no lo
conozco. Y a él no le gusta hablar de estas
cosas. —Bueno, ¿por qué no te juntas con tu
hermana y le compráis ese jersey?
—No quiero. Quiero comprarle algo por mi
cuenta. ¿Qué tipo de música le gusta?
Mi padre ya no escucha demasiada música
y todo lo que le gusta lo tiene.
—¿Qué tipo de libros le gusta leer?
Mi padre ya no lee casi libros porque los
escucha grabados en casetes de camino al
trabajo, y los consigue gratis de la biblioteca.
¿Qué tipo de películas? ¿Qué tipo de cosa?
Mi hermana decidió comprar el jersey por
su cuenta. Y se empezó a enfadar conmigo
porque necesitaba tiempo para volver a la
tienda y comprar el regalo para su novio
secreto.
—Cómprale unas pelotas de golf y ya está,
Charlie, por Dios.
—Pero es un deporte de verano.
—Mamá... ¿Puedes obligarlo a comprar
algo?
—Charlie. Cálmate. No pasa nada.
Me sentía tan triste... No sabía lo que
estaba pasando. Mi madre intentaba ser muy
dulce porque cuando me pongo así es ella la que
se esfuerza verdaderamente para que nadie
pierda los estribos.
—Lo siento, mamá.
—No. No lo sientas. Quieres comprarle un
buen regalo a tu padre. Es algo positivo.
—¡Mamá! —mi hermana se estaba
poniendo furiosa.
Mi madre ni siquiera la miró.
—Charlie, puedes comprarle a tu padre lo
que quieras. Sé que le va a encantar. Ahora,
cálmate. No pasa nada.
Mi madre me llevó a cuatro tiendas
distintas. En cada una de ellas mi hermana se
sentó en la silla más cercana a la puerta
refunfuñando. Por fin encontré la tienda
perfecta. Era de películas. Y encontré un vídeo
del último episodio de M.A.S.H. sin los
anuncios. Y me sentí mucho mejor. Entonces,
empecé a hablarle a mamá de cuando la vimos
todos juntos.
—Ya lo sabe, Charlie. Estaba allí, ¿o no te
acuerdas? Venga, vámonos.
Mi madre le dijo a mi hermana que no se
metiera donde no la llamaban, y escuchó cómo
le contaba la historia que ella ya sabía,
quitando la parte sobre mi padre llorando
porque ese era nuestro pequeño secreto. Mi
madre incluso me dijo que cuento muy bien las
cosas. Quiero mucho a mi madre. Y esta vez le
dije que la quería. Y ella me dijo que ella
también me quería. Y todo estuvo bien durante
un rato.
Nos sentamos a la mesa para cenar,
esperando a que mi padre volviera a casa del
aeropuerto con mi hermano. Llegaba ya muy
tarde, y mi madre empezó a preocuparse porque
afuera estaba nevando mucho. E hizo que mi
hermana se quedara en casa porque necesitaba
ayuda con la cena. Quería que fuera muy
especial, por mi hermano y por mí, porque mi
hermano volvía a casa y yo cumplía años. Pero
mi hermana solo quería comprarle un regalo a
su novio. Estaba de un humor de perros. Se
comportaba como esas chicas insoportables de
las películas de los ochenta, y mi madre no
paraba de decir «jovencita» al terminar cada
frase. Al final, mi padre telefoneó y dijo que,
debido a la nieve, el avión de mi hermano iba a
llegar con mucho retraso. Yo solo oí la parte de
mi madre de la discusión.
—Pero es la cena de cumpleaños de
Charlie... No, no espero que hagas nada... ¿lo
perdió? Solo estoy preguntando... No he dicho
que sea culpa tuya... no... No puedo hacer que
no se enfríe... estará seco... ¿qué?... Pero es su
favorito... bueno, ¿y qué les voy a dar de
comer?... Claro que tienen hambre... ya llegáis
una hora tarde... bueno, podrías haber
llamado...
No sé cuánto tiempo estuvo mi madre al
teléfono porque no pude quedarme en la mesa a
escuchar. Me fui a leer a mi habitación. De
todas formas, ya se me había pasado el hambre.
Solo quería estar en un sitio tranquilo. Después
de un rato, mi madre entró en mi cuarto. Dijo
que papá había vuelto a llamar y que estarían
en casa en treinta minutos. Me preguntó si me
pasaba algo, y supe que no se refería a mi
hermana, y supe que no se refería a ella y a mi
padre peleándose por teléfono porque ese tipo
de cosas pasan a veces. Mi madre había notado
que llevaba todo el día muy triste y no creía que
fuera porque mis amigos se hubieran ido,
porque el día anterior parecía estar bien cuando
volví de montar en trineo.
—¿Es por tu tía Helen?
Fue su forma de decirlo lo que empezó a
emocionarme.
—Por favor, no te hagas esto a ti mismo,
Charlie.
Pero sí lo hice. Como hago siempre por mi
cumpleaños.
—Lo siento.
Mi madre no me iba a dejar hablar del
tema. Sabe que dejo de escuchar y empiezo a
respirar muy rápidamente. Me tapó la boca y
me enjugó las lágrimas. Me calmé lo bastante
para ir al piso de abajo. Y me calmé lo bastante
como para alegrarme cuando mi hermano volvió
a casa. Y cuando nos tomamos la cena, no
estaba demasiado seca. Luego, fuimos afuera a
poner luminarias, que consiste en que todos
nuestros vecinos llenan de arena bolsas de
papel marrón y cubren con ellas las aceras de la
calle. Entonces clavamos una vela en la arena
de cada bolsa y, cuando las encendemos, la calle
se convierte en una especie de «pista de
aterrizaje» para Papá Noel. Me encanta poner
luminarias todos los años porque es precioso, y
una tradición, y me distrae bastante de que sea
mi cumpleaños.
Mi familia me hizo unos regalos muy
buenos. Mi hermana seguía todavía enfadada
conmigo, pero a pesar de todo me regaló un
disco de The Smiths. Y mi hermano me dio un
póster firmado por el equipo entero de fútbol. Mi
padre me regaló algunos discos que mi hermana
le dijo que comprara. Y mi madre me regaló
libros que a ella le habían encantado cuando
era joven. Uno de ellos era El guardián entre el
centeno.
Empecé a leer el ejemplar de mi madre por
donde había dejado el de Bill. Y no me hizo
pensar en mi cumpleaños. Lo único que pensé
fue en que pronto me voy a examinar para
sacarme el carné de conducir. Era algo bastante
bueno en lo que pensar. Y entonces pensé en
mis clases de conducir del semestre pasado.
El señor Smith, que es bajito y huele raro,
no nos dejaba a ninguno poner la radio
mientras conducíamos. Había también dos de
segundo año de instituto, un chico y una chica.
Solían tocarse las piernas a escondidas en el
asiento de atrás cuando era mi turno. Y luego
estaba yo. Ojalá tuviera un montón de
anécdotas que contar sobre las clases de
conducir. Bueno, está lo de esas películas sobre
accidentes mortales en la autopista. Y también
los oficiales de policía que venían a darnos
charlas. Y es verdad que fue divertido conseguir
mi permiso de conductor en prácticas, pero mis
padres dijeron que no quieren que conduzca
hasta que no haya más remedio, por lo caro que
es el seguro. Y sería incapaz de pedirle a Sam
que me dejara conducir su camioneta.
Simplemente, no podría.
Este tipo de cosas hicieron que me
tranquilizara la noche de mi cumpleaños.
A la mañana siguiente, la Navidad empezó
bien. A papá le gustó un montón su vídeo de
M.A.S.H., lo que me hizo mucha ilusión, sobre
todo porque contó su propia versión de aquella
noche en que la vimos. Omitió la parte de
cuando se fue a llorar, pero me guiñó un ojo
para que supiera que se acordaba. Incluso el
viaje de dos horas hasta Ohio no estuvo nada
mal durante la primera media hora, aunque
tuviera que sentarme encima del bulto del
asiento trasero, porque mi padre no paraba de
hacer preguntas sobre la universidad y mi
hermano no paraba de hablar. Está saliendo
con una de esas animadoras que hacen
volteretas en el aire durante los partidos de
fútbol. Se llama Kelly. Mi padre estaba muy
interesado en el tema. Mi hermana hizo algún
comentario sobre lo estúpido y machista que es
ser animadora, y mi hermano le dijo que
cerrara la boca. Kelly se estaba especializando
en Filosofía. Le pregunté a mi hermano si Kelly
tenía una belleza poco convencional.
—No, tiene belleza de tía buena.
Y mi hermana empezó a hablar de que el
aspecto de una mujer no es lo más importante.
Yo estuve de acuerdo con ella, pero entonces mi
hermano empezó a decir que mi hermana no
era más que una «tortillera con mala leche».
Entonces, mi madre le dijo a mi hermano que
no utilizara ese vocabulario delante de mí, lo
que resultó extraño, teniendo en cuenta que
probablemente yo sea el único de la familia que
tiene un amigo gay. Quizá no, pero sí soy el que
habla de ello. No estoy seguro.
Independientemente, mi padre preguntó cómo
se habían conocido mi hermano y Kelly.
Mi hermano y Kelly se habían conocido en
un restaurante llamado Ye Olde College Inn o
algo así, en Penn State. Al parecer, tienen un
famoso postre llamado grilled stickies. Bueno,
pues Kelly estaba con sus compañeras de
hermandad, y estaban a punto de irse, cuando
a Kelly se le cayó un libro justo delante de mi
hermano y siguió caminando. Mi hermano dijo
que aunque Kelly lo niega, está seguro de que
dejó caer el libro a propósito. Las hojas de los
árboles estaban en todo su esplendor cuando la
alcanzó, enfrente de una sala de juegos. Al
menos, así nos lo contó. Pasaron el resto de la
tarde jugando a videojuegos antiguos como el
Donkey Kong y sintiendo nostalgia, descripción
que me pareció triste y dulce a la vez. Le
pregunté a mi hermano si Kelly bebía chocolate.
—¿Estás colocado?
Y de nuevo mi madre le pidió a mi hermano
que no usara ese vocabulario delante de mí, y
otra vez resultó extraño, porque creo que soy la
única persona de la familia que ha estado
colocado alguna vez. Quizá también mi
hermano. No estoy seguro. Lo que está claro es
que mi hermana no. Aunque pensándolo bien,
quizá toda mi familia se haya colocado, pero no
le contamos esas cosas a los demás.
Mi hermana pasó los diez minutos
siguientes criticando el sistema griego de las
hermandades universitarias. Estuvo contando
historias de «novatadas» y de chicos que incluso
habían muerto. Después contó que había oído
que cierta hermandad femenina hacía que las
nuevas se pusieran de pie en ropa interior
mientras iban enmarcando en círculos su
«grasa» con un rotulador de color rojo. Cuando
llegó a este punto, mi hermano ya estaba harto
de mi hermana.
—¡Gilipolleces!
Todavía no puedo creer que mi hermano
dijera eso en el coche y que ni mi padre ni mi
madre dijeran nada. Supongo que, como ahora
está en la universidad, no pasa nada. A mi
hermana le dio igual el taco. Continuó
insistiendo:
—No son gilipolleces. Lo he oído.
—¡Cuidado con esa boca, jovencita! —dijo
mi padre desde el asiento delantero.
—¿Ah, sí? ¿Dónde lo has oído? —preguntó
mi hermano.
—Lo oí en la National Public Radio —dijo
mi hermana.
—¡Ay, Dios mío! —mi hermano tiene una
risa muy fuerte.
—Pues sí, lo oí.
Mis padres parecía que estaban viendo un
partido de tenis a través del parabrisas, porque
no paraban de sacudir la cabeza de un lado a
otro. No dijeron nada. No volvieron la vista.
Debería señalar, sin embargo, que mi padre
empezó a subir lentamente el volumen de la
música navideña de la radio hasta que fue
ensordecedora.
—No dices más que idioteces y mentiras.
Además, ¿cómo ibas a saber tú nada, de todas
formas? No has estado en la universidad. Kelly
no tuvo que pasar por nada parecido.
—Ya, claro... Como que te lo iba a contar.
—Sí... Lo haría. No tenemos secretos.
—Oh, eres un tío tan sensible y moderno...
Quería que dejaran de pelearse porque me
estaba empezando a enfadar, así que le hice
otra pregunta a mi hermano.
—¿Habláis de libros y de temas
intelectuales?
—Gracias por preguntar, Charlie. Sí. La
verdad es que sí lo hacemos. El libro favorito de
Kelly resulta que es Walden, de Henry David
Thoreau. Y resulta que Kelly ha dicho que el
movimiento trascendentalista sigue siendo
relevante hoy en día.
—Ohhh. Esas son palabras mayores... —mi
hermana sabe poner los ojos en blanco mejor
que nadie.
—Perdona, ¿alguien hablaba contigo?
Estaba hablando con mi hermano pequeño
sobre mi novia. Kelly dice que espera que un
buen candidato demócrata desafíe a George
Bush. Kelly dice que, si eso ocurre, espera que
por fin aprueben la reforma educativa. Así es.
La reforma educativa de la que siempre estás
cacareando. Hasta las animadoras piensan en
esas cosas. Y además, son capaces de pasárselo
bien mientras tanto.
Mi hermana se cruzó de brazos y empezó a
silbar. Pero mi hermano estaba demasiado
embalado como para detenerse. Me di cuenta de
que el cuello de mi padre se estaba poniendo
muy rojo.
—Pero hay otra diferencia entre tú y ella.
Ya ves... Kelly cree tanto en los derechos de las
mujeres que nunca permitiría que un tío le
levantara la mano. Creo que no puedo decir lo
mismo de ti.
Juro por Dios que estuvimos a punto de
matarnos. Mi padre pisó el freno con tanta
fuerza que mi hermano casi salió despedido del
asiento. Cuando el olor a quemado de los
neumáticos empezó a disiparse, mi padre respiró
hondo y se dio la vuelta. Primero se volvió hacia
mi hermano. No dijo ni una palabra. Solo lo
miró fijamente.
Mi hermano miró a mi padre como si fuera
un ciervo que mis primos hubieran acorralado.
Después de dos largos segundos, mi hermano se
volvió hacia mi hermana. Creo que de verdad lo
lamentaba, por cómo le salieron las palabras.
—Lo siento, ¿vale? En serio. Vamos. Para
de llorar.
Mi hermana estaba llorando tan
desconsoladamente que daba miedo. Entonces
mi padre se volvió hacia mi hermana. De
nuevo, no dijo ni una palabra. Solo chasqueó
los dedos para distraerla de su llanto. Ella lo
miró. Se desconcertó al principio, porque la
mirada de papá no era reconfortante. Pero
entonces bajó la vista, se encogió de hombros y
se volvió hacia mi hermano.
—Siento lo que he dicho sobre Kelly. Parece
maja. Entonces, mi padre se volvió hacia mi
madre. Y mi madre se volvió hacia nosotros.
—Vuestro padre y yo no queremos más
peleas. Y menos en la casa familiar.
¿Comprendido?
Mis padres a veces hacen muy buen
equipo. Es increíble contemplarlo. Mis
hermanos asintieron y bajaron la mirada.
Después, mi padre se volvió hacia mí.
—¿Charlie?
—¿Sí, señor?
Es importante decir «señor» en esos
momentos. Y si alguna vez te llaman por tu
nombre y apellidos, más vale que andes con
cuidado. Hazme caso.
—Charlie, me gustaría que condujeras tú el
resto del camino hasta la casa de mi madre.
Todo el mundo en el coche sabía que
aquella probablemente fuera la peor idea que
mi padre había tenido en toda su vida. Pero
nadie lo discutió. Salió del coche en medio de la
carretera. Se sentó en el asiento de atrás entre
mis hermanos. Yo me subí al asiento delantero,
calé el coche dos veces y me puse el cinturón de
seguridad. Conduje el resto del camino. No he
sudado tanto desde que hacía deporte, y eso que
hacía frío.
La familia de mi padre es un poco como la
de mi madre. Mi hermano dijo una vez que
parecían los mismos primos con diferentes
nombres. La gran diferencia es mi abuela. La
quiero mucho. Todo el mundo quiere a mi
abuela. Nos estaba esperando en el camino de
entrada, como siempre. Siempre sabe cuando
alguien llega.
—¿Está conduciendo Charlie?
—Ayer cumplió dieciséis años.
—Oh.
Mi abuela es muy vieja, y no recuerda
mucho las cosas, pero hace las galletas más
deliciosas del mundo. Cuando yo era pequeño,
teníamos a la madre de mi madre, que siempre
tenía caramelos, y a la madre de mi padre, que
siempre tenía galletas. Mi madre me dijo que
cuando yo era pequeño las llamaba «Abuela
Caramelo» y «Abuela Galleta». También
llamaba a la corteza que bordea la pizza «los
huesos de la pizza». No sé por qué te cuento
esto.
Mi primer recuerdo supongo que es de la
primera vez que fui consciente de que estaba
vivo. Mi madre y mi tía Helen me llevaron al
zoo. Creo que tenía tres años. No recuerdo esa
parte. En cualquier caso, estábamos
contemplando dos vacas. Una vaca madre y su
ternerito. Y no tenían mucho espacio para
pasear. Bueno, pues el ternerito estaba
andando justo debajo de su madre y la mamá
vaca le «plantó un pino» en la cabeza al ternero.
Me pareció lo más gracioso que había visto en el
mundo, y me estuve riendo de aquello durante
tres horas. Al principio, mi madre y la tía Helen
se rieron un poco, también, porque se alegraban
de que yo me riera. Al parecer, yo no hablaba
prácticamente nada cuando era pequeño, y
cada vez que me comportaba de forma normal
les daba una alegría. Pero cuando ya llevaba
tres horas, intentaron hacer que parara,
aunque con ello solo consiguieron hacerme reír
más. No creo que fueran realmente tres horas,
pero parecía que había pasado mucho tiempo.
Todavía sigo pensando en eso de vez en cuando.
Parece un principio bastante «prometedor».
Después de los abrazos y los apretones de
manos, entramos en la casa de mi abuela, y
todo el lado paterno de la familia estaba allí. El
tío abuelo Phil con su dentadura postiza y mi
tía Rebecca, que es la hermana de mi padre.
Mamá nos dijo que la tía Rebecca se acababa de
divorciar otra vez, así que mejor que no
mencionáramos nada. Yo solo pensaba en las
galletas, pero la abuela no las había hecho este
año porque tenía mal la cadera.
Así que todos nos sentamos y vimos la
televisión, y mis primos y mi hermano hablaron
de fútbol. Y mi tío abuelo Phil bebió. Y nos
comimos la cena. Y tuve que sentarme en la
mesa de los niños porque en la familia de mi
padre hay más primos que en la de mi madre.
Los niños pequeños hablan de las cosas
más raras. De verdad.
Después de cenar es cuando vimos ¡Qué
bello es vivir!, y yo empecé a ponerme cada vez
más triste. Mientras subía las escaleras hacia la
antigua habitación de mi padre y miraba las
viejas fotografías, empecé a pensar que hubo
un tiempo en el que no eran recuerdos. Que
alguien hizo realmente la fotografía, y la gente
que aparecía en ella acababa de comer o algo
así.
El primer marido de mi abuela murió en
Corea. Mi padre y mi tía Rebecca eran muy
pequeños. Y mi abuela se mudó con sus dos
hijos a vivir con su hermano, mi tío abuelo Phil.
Al final, unos años después, mi abuela
estaba muy triste porque tenía dos hijos
pequeños y estaba cansada de servir mesas todo
el rato. Entonces, un día, estaba en la cafetería
donde trabajaba y un camionero le pidió una
cita. Mi abuela era muy, muy guapa, al estilo
de las viejas fotografías. Salieron juntos
durante un tiempo. Y al final se casaron.
Resultó ser una persona terrible. Pegaba a mi
padre todo el rato. Y pegaba a mi tía Rebecca
todo el rato. Y pegaba muchísimo a mi abuela.
Todo el rato. Y mi abuela no podía hacer nada
al respecto, supongo, porque esto siguió así
durante siete años.
Por fin acabó cuando mi tío abuelo Phil vio
los cardenales de mi tía Rebecca y por fin le
sonsacó la verdad. Entonces, se reunió con unos
cuantos amigos de la fábrica y buscaron al
segundo marido de mi abuela en un bar. Y le
dieron una paliza tremenda. A mi tío abuelo
Phil le encanta contar la historia cuando mi
abuela no está cerca. La historia siempre
cambia, pero lo principal sigue siendo igual. El
tipo murió cuatro días después en el hospital.
Todavía no sé cómo se libró de la cárcel el
tío Phil por hacer lo que hizo. Se lo pregunté
una vez a mi padre, y dijo que la gente del
vecindario entendía que algunas cosas no
tenían nada que ver con la policía. Dijo que si
alguien tocaba a una hermana o a una madre,
tendría que pagar por ello, y todo el mundo
haría la vista gorda.
Es una lástima que aquello durara siete
años, porque mi tía Rebecca sufrió la misma
clase de maridos. En cambio, su experiencia fue
distinta porque los vecindarios cambian. Mi tío
abuelo Phil era demasiado viejo, y mi padre
había dejado su ciudad natal. Ella tuvo que
conseguir órdenes de alejamiento.
Pienso en cómo serán en el futuro mis tres
primos, los hijos de la tía Rebecca. Una chica y
dos chicos. Me da pena, también, porque creo
que la chica probablemente acabe como mi tía
Rebecca, y uno de los chicos probablemente
acabe como su padre. El otro puede acabar como
mi padre, porque es bueno con los deportes y
tiene un padre distinto del de sus hermanos. Mi
padre habla mucho con él, y le enseña cómo
lanzar y batear una pelota de béisbol. Yo solía
ponerme celoso cuando era pequeño, pero ya no
lo hago, porque mi hermano dijo que mi primo
es el único de su familia que tiene una
oportunidad. Necesita a mi padre. Supongo que
ahora lo comprendo.
La antigua habitación de mi padre está
prácticamente como la dejó, aunque más
descolorida. En un escritorio hay un globo
terráqueo que ha dado muchas vueltas. Y viejos
pósteres de jugadores de béisbol. Y recortes de
prensa de cuando mi padre ganó el gran partido
estando en segundo año de instituto. No sé por
qué, pero entiendo perfectamente por qué mi
padre tuvo que salir de esta casa. Cuando supo
que mi abuela nunca encontraría otro hombre
porque había dejado de confiar en los demás, y
que nunca buscaría otra cosa porque no sabía
cómo hacerlo. Y cuando vio que su hermana
empezaba a traer a casa versiones más jóvenes
de su padrastro como novios. Simplemente, no
podía quedarse.
Me tumbé en su antigua cama y miré por la
ventana al árbol, que probablemente fuera
mucho más bajo cuando mi padre lo miraba. Y
pude sentir lo que él sintió la noche en la que se
dio cuenta de que si no se iba, no tendría una
vida propia. Sería la vida de ellos. Por lo menos,
así nos lo contó. Quizá por esa razón la familia
de mi padre ve la misma película todos los años.
Tiene bastante lógica. Tal vez debería
mencionar que mi padre nunca llora al final.
No sé si mi abuela o la tía Rebecca llegarán
a perdonar realmente a mi padre por haberlas
dejado. Solo mi tío abuelo Phil lo entendió.
Siempre es raro ver cómo cambia mi padre
cuando está con su madre y su hermana. Se
siente mal todo el rato, y su hermana y él
siempre dan un paseo a solas. Una vez miré por
la ventana y vi cómo mi padre le daba dinero.
Me pregunto lo que dice mi tía Rebecca en
el coche de camino a casa. Me pregunto lo que
piensan sus hijos. Me pregunto si hablan de
nosotros. Me pregunto si miran a mi familia y se
preguntan quién tiene una oportunidad.
Apuesto que sí.

Con mucho cariño,
Charlie.

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