sábado, 21 de marzo de 2015

22 de Junio de 1992

Querido amigo:

La noche antes de que Sam se fuera ha hecho
que toda la semana se me haya quedado
borrosa. Sam estaba histérica porque no solo
necesitaba pasar tiempo con nosotros, sino que
se tenía que preparar para marcharse. Ir de
compras. Hacer maletas. Cosas así.
Cada noche, nos juntábamos todos después
de que Sam se hubiera despedido de algún tío
suyo o hubiera tenido otra comida con su madre
o hubiera comprado más cosas para la
universidad. Estaba asustada, y hasta que no
se tomaba un sorbito de lo que fuese que
estuviéramos bebiendo o una calada de lo que
fuera que estuviésemos fumando, no se
tranquilizaba y volvía a ser la misma Sam.
Lo único que realmente ayudó a Sam a
pasar la semana fue su comida con Craig. Dijo
que quería verlo para «cerrar» de alguna
manera esa historia, y supongo que tuvo
bastante suerte al hacerlo, porque Craig fue tan
comprensivo como para decirle que había hecho
bien al cortar con él. Y que era una persona
especial. Y que lo sentía y le deseaba mucha
suerte. Es curioso qué momentos elige la gente
para ser generosa.
Lo mejor fue que Sam dijo que no le había
preguntado por las chicas con las que podría
estar saliendo, aunque quería saberlo. No
sentía rencor. Aunque estaba triste. Pero era
una tristeza optimista. El tipo de tristeza que
solo requiere el paso del tiempo.
La noche antes de marcharse, estuvimos
todos allí en la casa de Sam y Patrick. Bob,
Alice, Mary Elizabeth (sin Peter) y yo. Nos
sentamos en la alfombra de la sala «de juegos»,
recordando cosas. «¿Te acuerdas del espectáculo
en el que Patrick hizo esto... o te acuerdas de
cuando Bob hizo aquello... o Charlie... o Mary
Elizabeth... o Alice... o Sam...?».
Las bromas privadas ya no eran bromas. Se
habían convertido en historias. Nadie sacó a
relucir los nombres prohibidos ni los momentos
malos. Y nadie se entristecía mientras
pudiéramos retrasar el día siguiente con más
nostalgia.
Después de un rato, Mary Elizabeth, Bob y
Alice se fueron, diciendo que volverían por la
mañana para ver cómo Sam se iba. Así que solo
quedamos Patrick, Sam y yo. Ahí sentados. Sin
hablar apenas. Hasta que empezamos nuestro
propio «te acuerdas de cuando». «¿Te acuerdas
de cuando Charlie se acercó a nosotros por
primera vez en el partido de fútbol... y te
acuerdas de cuando Charlie desinfló las ruedas
a Dave en el baile de antiguos alumnos... y te
acuerdas del poema... y de la cinta de varios... y
Punk Rocky a color... y te acuerdas cuando
todos nos sentimos infinitos...?».
Después de decir aquello, todos nos
quedamos callados y tristes. Durante el silencio,
recordé una cosa que no le he contado a nadie.
Un día que íbamos andando. Solo nosotros tres.
Y yo estaba en medio. No me acuerdo de adónde
íbamos o de dónde veníamos. Ni siquiera
recuerdo en qué estación del año fue. Solo
recuerdo caminar entre ellos y sentir por
primera vez que formaba parte de algo.
Finalmente, Patrick se levantó.
—Estoy cansado, chicos. Buenas noches.
Entonces nos desordenó el pelo y subió a su
habitación. Sam se volvió hacia mí.
—Charlie, tengo que meter en la maleta
algunas cosas. ¿Te quedarías conmigo un rato?
Asentí, y subimos las escaleras.
Cuando entramos en su habitación, me di
cuenta de lo que había cambiado desde la noche
en la que Sam me besó. Había quitado las fotos
de la pared, y las cómodas estaban vacías, y
todo estaba en un gran montón encima de la
cama. Me dije a mí mismo que no iba a llorar
pasara lo que pasase porque no quería que Sam
sintiera más pánico todavía.
Así que solo la observé hacer la maleta, e
intenté fijarme en el mayor número de detalles
posible. Su pelo largo y sus muñecas finas y sus
ojos verdes. Quería recordarlo todo.
Especialmente el sonido de su voz.
Sam me habló de muchas cosas, intentando
distraerse. Habló del largo viaje en carretera
que tenía que hacer al día siguiente, y de que
sus padres habían alquilado una furgoneta. Se
preguntaba cómo serían sus clases y cómo sería
eventualmente su carrera. Dijo que no quería
unirse a ninguna hermandad femenina pero
que tenía ganas de ver los partidos de fútbol. Se
estaba poniendo cada vez más y más triste. Por
fin, se volvió:
—¿Por qué no me pediste salir cuando
ocurrió todo lo de Craig?
Me quedé ahí, en el sitio. No sabía qué
decir. Lo dijo en voz baja.
—Charlie... después de aquello con Mary
Elizabeth en la fiesta y nuestro baile en la
discoteca y todo...
No sabía qué decir. Sinceramente, no tenía
ni idea.
—De acuerdo, Charlie... Te lo pondré más
fácil. Cuando pasó todo lo de Craig, ¿qué
pensaste? —quería saberlo de verdad.
Dije:
—Bueno, pensé un montón de cosas. Pero
sobre todo pensé que el que estuvieras triste era
mucho más importante para mí que el que
Craig hubiera dejado de ser tu novio. Y si eso
significaba que nunca podría pensar en ti de
esa manera, siempre que tú fueras feliz, estaría
bien. Ahí fue cuando me di cuenta de que te
quería de verdad.
Ella se sentó en el suelo conmigo. Habló en
voz baja:
—Charlie, ¿no lo pillas? Yo no puedo
sentirlo. Es encantador y todo eso, pero a veces
es como si ni siquiera estuvieras ahí. Es genial
que puedas escuchar y ser un paño de lágrimas
para alguien, pero ¿y si ese alguien no necesita
un paño de lágrimas? ¿Y si necesita los brazos o
algo así? No puedes quedarte ahí sentado y
poner las vidas de todos los demás por delante
de la tuya y pensar que eso cuenta como amor.
Sencillamente, no puedes. Tienes que hacer
cosas. —¿Como qué? —pregunté. Tenía la boca
seca.
—No lo sé. Como agarrarles las manos
cuando llega la canción lenta, para variar. O
ser el que le pide salir a alguien. O decirle a la
gente lo que necesitas. O lo que quieres. Como
en la pista de baile, ¿querías besarme?
—Sí —dije.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —me
preguntó muy seria.
—Porque pensaba que tú no querías que lo
hiciera.
—¿Por qué lo pensabas?
—Por lo que dijiste.
—¿Por lo que te dije hace nueve meses?
¿Cuando te dije que no pensaras en mí de esa
manera?
Asentí.
—Charlie, también te dije que no le dijeras
a Mary Elizabeth que era guapa. Y que le
hicieras muchas preguntas y que no la
interrumpieras. Ahora está con un tío que hace
justo lo contrario. Y funciona porque así es
Peter realmente. Está siendo él mismo. Y actúa.
—Pero a mí no me gustaba Mary Elizabeth.
—Charlie, no me estás entendiendo. Lo que
quiero decir es que no creo que hubieras hecho
las cosas de otra forma aunque te hubiera
gustado Mary Elizabeth. Por ejemplo, puedes
acudir al rescate de Patrick y pegar a dos tipos
que están intentando pegarle a él, pero ¿y
cuando Patrick se hace daño a sí mismo? ¿Como
cuando fuisteis a ese parque? ¿O cuando te
besaba? ¿Querías que te besara?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces por qué le dejaste?
—Solo intentaba ser su amigo —dije.
—Pero no lo fuiste, Charlie. En esos
momentos no estuviste siendo su amigo en
absoluto. Porque no fuiste sincero con él.
Me quedé sentado muy quieto. Miré al
suelo. No dije nada. Muy incómodo.
—Charlie, te dije que no pensaras en mí de
esa manera hace nueve meses por lo que te
estoy diciendo ahora. No a causa de Craig. No
porque no pensara que fueras genial. Es solo
que no quiero ser el amor platónico de nadie. Si
le gusto a alguien, quiero que sea mi verdadero
yo la que le guste, no la que piense que soy. Y
no quiero que se lo guarde. Quiero que me lo
demuestre, para poder sentirlo también. Quiero
que sea capaz de hacer lo que quiera hacer
estando conmigo. Y si hace algo que no me
gusta, se lo diré.
Sam estaba empezando a llorar un poco.
Pero no estaba triste.
—¿Sabes que le echaba la culpa a Craig por
no dejarme hacer cosas? ¿Sabes lo tonta que me
siento ahora por eso? Quizá él no me animaba
de verdad a hacerlas, pero tampoco me prohibió
nada. Aunque, después de un tiempo, yo no
hacía cosas porque no quería que cambiara la
idea que él tenía de mí. Lo que quiero decir es
que no fui sincera. Así que, ¿por qué me iba a
importar si me quería o no, cuando ni siquiera
llegó a conocerme de verdad?
Levanté la vista hacia ella. Había parado
de llorar.
—Bueno, mañana me voy. Y no voy a dejar
que me vuelva a pasar eso con nadie. Voy a
hacer lo que quiera hacer. Voy a ser quien soy
en realidad. Y voy a averiguar qué soy. Pero
ahora mismo estoy aquí contigo. Y quiero saber
dónde estás, qué necesitas, y qué quieres hacer.
Esperó pacientemente mi respuesta. Pero,
después de todo lo que había dicho, me imaginé
que debía hacer sencillamente lo que me
apetecía hacer. Sin pensarlo. Sin decirlo en voz
alta. Y si no le gustaba, que me lo dijera. Y
podíamos continuar haciendo las maletas.
Así que la besé. Y ella me devolvió el beso.
Y nos tendimos en el suelo y seguimos
besándonos. Y fue dulce. Y gemimos en voz
baja. Y nos quedamos en silencio. Y quietos.
Subimos a la cama y nos tumbamos sobre todas
las cosas que no estaban en las maletas. Y nos
tocamos mutuamente sobre la ropa de cintura
para arriba. Y después bajo la ropa. Y después
sin ropa. Y fue precioso. Ella era preciosa. Tomó
mi mano y la deslizó bajo sus pantalones. Y la
toqué. Y no me lo podía creer. Era como si todo
tuviera sentido. Hasta que metió la mano bajo
mis pantalones, y me tocó.
Entonces fue cuando la detuve.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Te he hecho
daño? Negué con la cabeza. De hecho, me había
gustado. No sabía qué pasaba.
—Lo siento. No pretendía...
—No. No lo sientas —dije.
—Pero me siento mal —dijo.
—Por favor, no te sientas mal. Ha sido muy
bonito —dije. Estaba empezando a enfadarme
de verdad.
—¿No estás preparado? —preguntó.
Asentí. Pero no era eso. No sabía lo que era.
—No pasa nada si no estás preparado —
dijo. Estaba siendo muy amable conmigo, pero
yo me sentía fatal.
—Charlie, ¿quieres irte a casa? —preguntó.
Supongo que asentí porque me ayudó a
vestirme. Y después se puso la camisa. Y quise
darme cabezazos contra la pared por ser tan
infantil. Porque amaba a Sam. Y estábamos
juntos. Y lo estaba arruinando todo.
Arruinándolo, sin más. Fatal. Me sentía fatal.
Me llevó afuera.
—¿Necesitas que te lleve a casa? —me
preguntó. Tenía el coche de mi padre. No estaba
borracho. Sam parecía muy preocupada.
—No, gracias.
—Charlie, no te voy a dejar conducir así.
—Lo siento. Caminaré entonces —dije.
—Son las dos de la mañana. Te voy a llevar
a casa.
Fue a otra habitación a recoger las llaves
del coche. Yo me quedé en el vestíbulo. Quería
morirme.
—Estás pálido como un fantasma, Charlie.
¿Quieres agua?
—No. No lo sé —empecé a llorar con ganas.
—Mira. Túmbate aquí en el sofá —dijo.
Me tumbó en el sofá. Trajo un paño
húmedo y me lo puso en la frente.
—Puedes dormir aquí esta noche. ¿Vale?
—Vale.
—Pero cálmate. Respira hondo.
Hice lo que me dijo. Y justo antes de
quedarme dormido, dije algo.
—No puedo volver a hacerlo. Lo siento —
dije.
—No pasa nada, Charlie. Duérmete —dijo
Sam. Pero yo ya no hablaba con Sam. Estaba
hablando con otra persona.
Cuando me quedé dormido, tuve este
sueño. Mis hermanos y yo estábamos viendo la
televisión con mi tía Helen. Todo iba a cámara
lenta. El sonido era espeso. Y ella estaba
haciendo lo que hacía Sam. Entonces fue
cuando me desperté. Y no sabía qué diablos
pasaba. Sam y Patrick estaban mirándome
desde arriba. Patrick me preguntó si quería
desayunar. Supongo que asentí. Nos fuimos y
comimos. Sam todavía parecía preocupada.
Patrick parecía normal. Tomamos huevos con
beicon con sus padres, y todo el mundo habló de
trivialidades. No sé por qué te estoy contando lo
de los huevos con beicon. No es importante. No
es nada importante. Mary Elizabeth y todos los
demás vinieron a la casa, y mientras la madre
de Sam estaba ocupada comprobando las cosas
por segunda vez, todos salimos al camino de
entrada. Los padres de Sam y Patrick se
metieron en la furgoneta. Patrick estaba en el
asiento del conductor de la camioneta de Sam,
diciéndoles a todos que los vería en un par de
días. Entonces Sam fue abrazando y
despidiéndose de cada uno. Como volvería a
pasar unos días en casa hacia el final del
verano, era más un hasta luego que un adiós.
Yo fui el último. Sam se me acercó y me dio
un abrazo largo. Al final, me susurró al oído.
Dijo un montón de cosas maravillosas sobre
cómo no pasaba nada porque no estuviera
preparado la noche anterior y cómo me iba a
echar de menos y cómo deseaba que me cuidara
mucho mientras ella no estaba.
—Eres mi mejor amiga —fue lo único que
pude decir para corresponderla.
Sonrió y me besó en la mejilla, y fue como
si, por un momento, la parte negativa de la
noche anterior desapareciera. Pero a mí me
seguía pareciendo un adiós más que un hasta
luego. El caso es que no lloré. No sabía lo que
sentía.
Al final, Sam se subió a su camioneta y
Patrick la puso en marcha. Y sonaba una
canción buenísima. Y todos sonrieron. Incluso
yo. Aunque yo ya no estaba allí.
Hasta que dejé de ver los coches en la
distancia, no regresé, y las cosas empezaron a
ponerse feas de nuevo. Pero esta vez, mucho
peor. Mary Elizabeth y todos estaban llorando,
y me preguntaron si quería ir al Big Boy o
hacer algo. Les dije que no. Gracias. Necesitaba
irme a casa.
—¿Estás bien, Charlie? —me preguntó
Mary Elizabeth. Supongo que estaba
empezando a tener mala cara otra vez, porque
parecía preocupada.
—Estoy bien. Solo estoy cansado —mentí.
Me subí al coche de mi padre y me alejé. Y
era como si escuchara las canciones de la radio,
pero la radio no estaba encendida. Y cuando
llegué al camino de entrada de mi casa, creo
que me olvidé de apagar el coche. Fui
directamente al sofá del salón donde está la tele.
Y era como si viera los programas de televisión,
pero la televisión no estaba encendida.
No sé qué me pasa. Es como si lo único que
pudiera hacer es seguir escribiendo estos
disparates para no derrumbarme. Sam se ha
ido. Y Patrick no volverá a casa en unos días. Y
es que me es imposible hablar con Mary
Elizabeth, ni con mi hermano, ni con nadie de
mi familia. Excepto tal vez con mi tía Helen.
Pero ella no está. Y aunque estuviera, no creo
que pudiera hablar tampoco con ella. Porque
estoy empezando a sospechar que lo que soñé
sobre ella anoche era cierto. Y que, después de
todo, las preguntas de mi psiquiatra no eran
raras. No sé lo que debo hacer ahora. Conozco
gente que lo tiene mucho peor que yo. Lo sé,
pero me está asfixiando de todas formas, y no
puedo dejar de pensar que el niño pequeño que
comía patatas fritas con su mamá en el centro
comercial va a crecer y pegar a mi hermana.
Haría cualquier cosa por no pensarlo. Sé que
estoy pensando demasiado rápido otra vez, y
que está todo en mi cabeza como el trance, pero
ahí está, y no se irá. No puedo parar de verlo, y
él sigue pegando a mi hermana, y no va a
parar, y quiero que pare porque en verdad no
quiere hacerlo, pero es que no me escucha y no
sé qué hacer.
Lo siento, pero tengo que parar de escribir
ahora esta carta.
Aunque antes quería darte las gracias por
ser una de esas personas que escucha y
comprende y no intenta acostarse con la gente
aun pudiendo hacerlo. Lo digo en serio, y siento
haberte hecho pasar por todo esto cuando ni
siquiera sabes quién soy, y nunca nos hemos
conocido en persona, y no puedo decirte quién
soy porque prometí guardar todos aquellos
pequeños secretos. Es solo que no quiero que
pienses que escogí tu nombre al azar en la guía
telefónica. Me moriría si pensaras eso. Así que
por favor, créeme si te digo que me sentí fatal
cuando Michael murió, y que vi a una chica en
clase, que no se dio cuenta de que yo estaba allí
delante, y que estuvo hablándole mucho de ti a
una amiga suya. Y aunque no te conocía, sentí
como que sí, porque me pareciste una buena
persona. El tipo de persona a la que no le
importaría recibir cartas de un chaval de
instituto. El tipo de persona que comprendería
que son mejor que un diario porque en ellas
hay comunión, y un diario puede ser
descubierto. Pero no quiero que te preocupes
por mí, o que pienses que me has conocido, ni
que sigas perdiendo el tiempo. Siento mucho
haberte hecho perder el tiempo porque la
verdad es que significas mucho para mí y
espero que seas muy feliz en la vida porque de
verdad creo que lo mereces. De verdad lo creo.
Espero que tú también lo pienses. Bueno, pues
ya está. Adiós.

Con mucho cariño,
Charlie.

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