martes, 17 de marzo de 2015

26 de Diciembre de 1991

Querido amigo:

Estoy sentado ahora en mi habitación después
de las dos horas de carretera de vuelta a casa.
Mis hermanos se han portado bien, así que no
he tenido que conducir.
Normalmente, de camino a casa, visitamos
la tumba de mi tía Helen. Es una especie de
tradición. A mi hermano y a mi padre nunca les
apetece demasiado ir, aunque no dicen nada en
consideración a mi madre y a mí. Mi hermana
es más o menos neutral, pero sensible a ciertas
cosas. Cada vez que vamos a la tumba de mi tía
Helen, a mi madre y a mí nos gusta hablar de
algún detalle genial de ella. Casi todos los años
suele ser sobre cómo me dejaba quedarme
levantado para ver Saturday Night Live. Y mi
madre sonríe porque sabe que si ella hubiera
sido una niña, habría querido quedarse
levantada y verlo también.
Ambos le ponemos flores y a veces una
tarjeta. Solo queremos que sepa que la echamos
de menos, y que pensamos en ella, y que era
especial. No lo escuchó demasiado cuando
estaba viva, dice siempre mi madre. E igual que
mi padre, creo que mi madre también se siente
culpable. Tan culpable que en vez de darle
dinero le dio un hogar donde poder quedarse.
Quiero que sepas por qué mi madre se
sentía culpable. Debería contarte por qué, pero
en realidad no sé si debería. Tengo que hablarlo
con alguien. Nadie en mi familia hablará nunca
del tema. Es algo de lo que, sencillamente, no
hablan. Me refiero a aquella cosa mala que le
pasó a la tía Helen que no me contaban cuando
era pequeño.
Cada vez que llega la Navidad es en lo
único en lo que puedo pensar..., en el fondo. Es
la única cosa que me pone profundamente
triste. No diré quién. No diré cuándo. Solo diré
que alguien abusaba de mi tía Helen. Odio esa
palabra. Lo hizo una persona muy cercana a
ella. No era su padre. Ella al final se lo dijo a su
padre. Este no la creyó por ser quien era la
persona. Un amigo de la familia. Aquello lo
empeoró todo. Mi abuela tampoco dijo nunca
nada. Y el hombre siguió viniendo de visita.
Mi tía Helen bebía mucho. Mi tía Helen
tomaba muchas drogas. Mi tía Helen tuvo
muchos problemas con hombres y con chicos.
Fue una persona muy infeliz la mayoría de su
vida. Iba mucho a los hospitales. A todo tipo de
hospitales. Por fin, fue a un hospital que la
ayudó a comprender las cosas lo bastante como
para volver a la normalidad, así que se mudó
con mi familia. Empezó a asistir a clases para
conseguir un buen trabajo. Le dijo a su último
mal hombre que la dejara en paz. Empezó a
perder peso sin ponerse a dieta. Cuidó de
nosotros, para que mis padres pudieran salir y
beber y jugar a juegos de mesa. Nos dejaba
quedarnos levantados hasta tarde. Era la única
persona aparte de mis padres y mis hermanos
que me compraba dos regalos. Uno por mi
cumpleaños. Otro por Navidad. Incluso cuando
se mudó a vivir con mi familia y no tenía
dinero. Siempre me compraba dos regalos.
Siempre eran los mejores regalos.
El 24 de diciembre de 1983, un policía
apareció en la puerta. Mi tía Helen había tenido
un terrible accidente de coche. Nevaba mucho.
El policía le dijo a mi madre que mi tía Helen
había fallecido. Era un buen hombre, porque
cuando mi madre empezó a llorar, le dijo que el
accidente había sido muy grave y que mi tía
Helen sin duda había muerto al instante. En
otras palabras, sin sufrir. Había dejado de
sufrir para siempre.
El policía le pidió a mi madre que lo
acompañara a identificar el cuerpo. Mi padre
estaba todavía en el trabajo. Fue entonces
cuando yo me acerqué, junto con mis hermanos.
Ese día cumplía siete años. Todos llevábamos
sombreros de fiesta. Mi madre había hecho que
mis hermanos se los pusieran. Mi hermana vio
que mamá lloraba y le preguntó qué había
pasado. Mi madre no pudo decir nada. El policía
se agachó sobre una rodilla y nos contó lo que
había ocurrido. Mis hermanos se pusieron a
llorar. Pero yo no. Sabía que el policía se había
equivocado.
Mi madre le pidió a mis hermanos que
cuidaran de mí y se fue con el policía. Me parece
que vimos la televisión. Creo que no me acuerdo
realmente. Mi padre volvió a casa antes que mi
madre.
—¿Qué son esas caras largas?
Se lo contamos. No lloró. Nos preguntó si
estábamos bien. Mis hermanos dijeron que no.
Yo dije que sí. El policía se ha equivocado. Está
nevando mucho. Probablemente no lo vio bien.
Mi madre llegó a casa. Estaba llorando. Miró a
mi padre y asintió con la cabeza. Mi padre la
abrazó. Fue entonces cuando comprendí que el
policía no se había equivocado.
En realidad, no sé qué pasó después, y
tampoco lo he preguntado. Solo recuerdo ir al
hospital. Recuerdo estar sentado en una
habitación con luces brillantes. Recuerdo a un
médico que me hacía preguntas. Recuerdo que
le dije que la tía Helen era la única que me
abrazaba. Recuerdo ver a mi familia el día de
Navidad en una sala de espera. Recuerdo que
no me dejaron ir al funeral. Recuerdo que
nunca me despedí de mi tía Helen.
No sé cuánto tiempo seguí yendo al médico.
No recuerdo cuánto estuve sin ir al colegio. Fue
mucho. Hasta ahí sé. Lo único que recuerdo es
el día en que empecé a mejorar porque recordé
la última cosa que me dijo mi tía Helen antes de
irse a conducir por la nieve.
Se envolvió en un abrigo. Yo le di las llaves
del coche porque siempre era el único que podía
encontrarlas. Le pregunté a la tía Helen adónde
iba. Me dijo que era un secreto. Yo me puse
pesado, cosa que le encantaba. Le encantaba la
forma en la que seguía haciéndole preguntas.
Al final sacudió la cabeza, sonrió y susurró en
mi oído:
—Voy a comprar tu regalo de cumpleaños.
Esa fue la última vez que la vi. Me gusta
pensar que mi tía Helen ahora tendría ese buen
trabajo para el que estaba estudiando. Me
gusta pensar que habría conocido a un buen
hombre. Me gusta pensar que habría perdido el
peso que siempre quiso perder sin hacer dieta.
A pesar de todo lo que mi madre y el médico
y mi padre me han dicho sobre echarme la
culpa, no puedo dejar de pensar en lo que sé. Y
sé que mi tía Helen todavía seguiría viva hoy si
solo me hubiera comprado un regalo, como todos
los demás. Seguiría viva si yo hubiera nacido
un día que no hubiese nevado. Haría cualquier
cosa para quitarme esta sensación. La echo
tanto de menos. Ahora tengo que parar de
escribir porque estoy demasiado triste.

Con mucho cariño,
Charlie.

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