jueves, 19 de marzo de 2015

29 de Abril de 1992

Querido amigo:

Me gustaría poder contarte que todo está
mejorando, pero desafortunadamente no es así.
Es difícil, además, porque hemos empezado las
clases otra vez, y ya no puedo ir a los sitios a los
que iba. Y ya no puede volver a ser como antes.
Y todavía no estaba preparado para decir adiós.
Si te soy sincero, he estado evitándolo todo.
Deambulo por los pasillos del instituto y
miro a la gente. Miro a los profesores y me
pregunto por qué están aquí. Si les gustará su
trabajo. O nosotros. Y me pregunto cómo eran
de listos cuando tenían quince años. No con
maldad, sino por curiosidad. Es como mirar a los
estudiantes y preguntarse a quién le habrán
roto el corazón ese día, y cómo puede
arreglárselas además con tres exámenes y una
redacción. O preguntarse quién fue el que le
rompió el corazón. Y preguntarse por qué.
Sobre todo porque sé que si fuera a otro
instituto, aquel a quien han roto el corazón lo
tendría roto por otra persona, así que, ¿por qué
nos lo tomamos todo de manera tan personal? Y
si yo fuera a otro instituto, nunca habría
conocido a Sam ni a Patrick ni a Mary
Elizabeth ni a nadie aparte de mi familia.
Te puedo contar algo que ha pasado.
Estaba en el centro comercial, porque es allí
donde voy últimamente. Durante las últimas
dos semanas, he estado yendo cada día,
intentando averiguar por qué la gente va allí.
Es una especie de proyecto personal.
Había un niño pequeño. Tendría unos
cuatro años. No estoy seguro. Estaba llorando
muchísimo, y no paraba de llamar a su madre.
Debía de haberse perdido. Entonces, vi a un
chico que podría tener diecisiete años. Irá a otro
instituto, porque no lo había visto antes. En
cualquier caso, este chico con pinta de tipo duro,
chupa de cuero, pelo largo y todo, se acercó al
niño pequeño y le preguntó cómo se llamaba. El
niño pequeño respondió y dejó de llorar.
Entonces, el chico se alejó con el niño
pequeño.
Un minuto después, oí que el altavoz le
decía a la madre que su hijo estaba en el
mostrador de información. Así que fui al
mostrador de información para ver lo que iba a
pasar.
Supongo que la madre llevaba mucho
tiempo buscando al niño pequeño, porque vino
corriendo al mostrador, y cuando lo vio se echó
a llorar. Lo abrazó con fuerza y le dijo que no
volviera a escaparse de nuevo. Entonces, le dio
las gracias al chico que los había ayudado, y
este lo único que dijo fue:
—La próxima vez vigílelo mejor, joder.
Y después se alejó.
El hombre de bigote que había detrás del
mostrador de información se quedó
boquiabierto. La madre igual. El niño pequeño
se limpió los mocos, levantó la vista hacia su
mamá y dijo:
—Patatas fritas.
La madre bajó la mirada hacia el niño y
asintió, y ambos se marcharon. Así que los
seguí. Fueron al lugar donde están los puestos
de comida y compraron patatas fritas. El niño
pequeño sonrió y se puso perdido de kétchup. Y
la madre seguía enjugándose las lágrimas entre
calada y calada de su cigarrillo.
Yo no paraba de mirar a la madre,
intentando imaginar su aspecto cuando era
joven. Si estaría casada. Si su hijo habría sido
fruto de un accidente o planificado. Y si aquello
cambiaba algo.
Vi a otras personas allí. Viejos sentados a
solas. Chicas jóvenes con sombra de ojos azul y
mandíbulas extrañas. Niños pequeños que
parecían cansados. Padres con abrigos buenos
que parecían todavía más cansados. Chicos
trabajando detrás de los mostradores de los
puestos de comida que parecían haber perdido
las ganas de vivir hacía horas. Las cajas
registradoras seguían abriéndose y cerrándose.
La gente seguía dando dinero y recogiendo su
cambio. Y todo me resultó muy inquietante.
Así que decidí buscar otro sitio adonde ir y
descubrir por qué la gente va allí.
Desafortunadamente, no hay muchos sitios así.
No sé durante cuánto tiempo puedo seguir
tirando sin un amigo. Antes podía hacerlo
fácilmente, pero eso era antes de saber cómo era
tener un amigo. A veces es mucho más fácil no
saber las cosas y que tomar patatas fritas con tu
madre sea suficiente para ti.
La única persona con la que he hablado
realmente durante las últimas dos semanas ha
sido Susan, la chica que solía salir a «dar una
vuelta» con Michael en el colegio cuando
llevaba braquets. La vi en el pasillo, rodeada de
un grupo de chicos desconocidos. Estaban todos
riéndose y contando chistes verdes, y Susan se
esforzaba por reírse con ellos. Cuando vio que
me acercaba al grupo, se puso «lívida». Fue casi
como si no quisiera acordarse de cómo era doce
meses atrás, y desde luego que no quería que
los chicos supieran que me conocía y que antes
era mi amiga. El grupo entero se quedó en
silencio y clavó los ojos en mí, pero yo ni me fijé
en ellos. Solo miré a Susan, y lo único que dije
fue:
—¿Lo echas de menos alguna vez?
No lo dije con maldad o acusadoramente.
Solo quería saber si alguien más se acordaba de
Michael. Si te soy sincero, estaba muy fumado,
y no podía quitarme la pregunta de la cabeza.
Susan se quedó desconcertada. No sabía
qué hacer. Aquellas eran las primeras palabras
que habíamos cruzado desde el final del curso
pasado. Supongo que no fue justo por mi parte
preguntárselo en medio de un grupo como ese,
pero nunca la he vuelto a encontrar a solas, y
realmente necesitaba saberlo.
Al principio, pensé que su cara de pasmo
era resultado de la sorpresa, pero al no
desaparecer durante un rato largo, supe que
no. De pronto caí en la cuenta de que si Michael
siguiera todavía por aquí, Susan probablemente
ya no «saldría» con él. No porque sea una mala
persona o superficial o cruel, sino porque las
cosas cambian. Y los amigos se van. Y la vida
no se detiene por nadie.
—Siento haberte molestado, Susan. Es que
estoy pasando una mala racha. Eso es todo. Tú
pásatelo bien —dije y me alejé.
—Dios, ese tío es un jodido friqui —oí que
susurraba uno de los chicos cuando iba por la
mitad del pasillo. Lo dijo más como el que
constata un hecho que para herir, y Susan no
lo rebatió. Ni siquiera sé si yo mismo lo hubiera
rebatido estos días.

Con mucho cariño,
Charlie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario