sábado, 21 de marzo de 2015

16 de Junio de 1992

Querido amigo:

Acabo de volver a casa en autobús. Hoy ha sido
mi último día de clase. Y ha llovido. Cuando voy
en autobús, normalmente me siento en la
mitad, porque he oído que sentarte delante es
de empollones y sentarte detrás es de macarras,
y todo esto me pone nervioso. No sé cómo
llaman a los «macarras» en otros institutos.
En cualquier caso, hoy he decidido
sentarme delante con las piernas sobre el
asiento entero. Estaba medio recostado con la
espalda en la ventana. Lo he hecho para poder
mirar al resto de la gente del autobús. Me
alegro de que los autobuses escolares no tengan
cinturones de seguridad, o si no, no habría
podido hacerlo.
Lo único que noté es lo cambiados que
estaban todos. Cuando éramos pequeños,
solíamos cantar canciones en el autobús de
vuelta a casa el último día de curso. La canción
favorita era una de Pink Floyd, lo descubrí más
tarde, llamada Another Brick in the Wall, Part
II. Pero había otra canción que nos gustaba
todavía más porque acababa con un taco. Era
así:
No más lápices / no más libros / no más
miradas sucias de profesores / cuando el
profesor toque la campana / tirad los libros y
corred como cabrones.
Cuando terminábamos, mirábamos al
conductor durante un segundo lleno de tensión.
Entonces, nos echábamos todos a reír porque
sabíamos que podíamos meternos en un lío por
haber dicho una palabrota, pero al ser tantos
evitaríamos cualquier castigo. Éramos
demasiado pequeños para saber que al
conductor le daba igual nuestra canción. Que lo
único que quería era irse a casa después del
trabajo. Y quizá dormir la mona de lo que había
bebido en la comida. En aquella época daba
igual. Los empollones y los macarras estaban
unidos.
Mi hermano volvió a casa el sábado por la
noche. Y estaba incluso más cambiado que los
chicos del autobús escolar en comparación con el
principio de curso. ¡Tiene barba! ¡Me alegré
tanto! También sonríe diferente y es más
«caballeroso». Todos nos sentamos a cenar, y le
hicimos preguntas sobre la universidad. Papá le
preguntó por el fútbol. Mamá le preguntó por
las clases. Yo le pregunté por todas las
anécdotas divertidas. Mi hermana le hizo
preguntas nerviosas sobre cómo es «de verdad»
la universidad y si ganaría «siete kilos de
novata». No sé lo que significa, pero supongo
que se refiere a lo que engordas.
Esperaba que mi hermano se pusiera a
hablar y hablar de sí mismo durante un rato
largo. Solía hacerlo cada vez que había un
partido importante en el instituto, o el baile de
graduación, o algo. Pero parecía mucho más
interesado en cómo estábamos nosotros,
especialmente mi hermana con su graduación.
Así que mientras todos hablaban, de pronto
me acordé del presentador de las noticias de
deportes y de lo que había dicho sobre mi
hermano. Me emocioné un montón. Y se lo
conté a toda mi familia. Y esto fue lo que pasó
como consecuencia.
Mi padre dijo:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Dijo algo bueno?
Mi padre dijo:
—Cualquier noticia ya es buena noticia.
No sé de dónde saca mi padre estas cosas.
Mi hermano insistió:
—¿Qué dijo?
Yo dije:
—Bueno, creo que dijo que los equipos
universitarios presionan mucho a los
estudiantes de sus equipos —mi hermano
asintió—. Pero dijo que eso forja el carácter. Y
dijo que Penn State tenía un ojo buenísimo con
sus fichajes. Y te mencionó.
Mi padre repitió:
—¡Oye! ¡Fíjate en eso!
Mi hermano dijo:
—¿En serio?
Yo dije:
—Sí. Estuve hablando con él.
Mi hermano dijo:
—¿Cuándo hablaste con él?
Dije:
—Hace un par de semanas.
Y entonces me quedé helado porque de
pronto recordé el resto. El hecho de que conocí a
ese hombre en el parque de noche. Y que le di
uno de mis cigarrillos. Y el hecho de que
estuviera intentando ligar conmigo. Me quedé
ahí sentado, esperando a que cambiaran de
tema. Pero no lo hicieron.
—¿Dónde lo conociste, cariño? —preguntó
mi madre.
Del silencio que se hizo en la habitación se
podía oír el vuelo de una mosca. E intenté
imitar lo mejor posible mi cara de cuando no
puedo recordar algo. Y esto es lo que me pasaba
por la cabeza: «Bueno... vino al instituto a dar
una charla en clase... no... mi hermana sabría
que es mentira... lo conocí en el Big Boy...
estaba con su familia... no... mi padre me
echaría la bronca por molestar al “pobre
hombre”... lo dijo en un telediario... pero he
dicho que estuve hablando con él... espera...».
—En el parque. Fui con Patrick —dije.
Mi padre dijo:
—¿Estaba allí con su familia? ¿Molestaste al
pobre hombre?
—No. Estaba solo.
Aquello fue suficiente para mi padre y para
todos los demás, y ni siquiera tuve que mentir.
Afortunadamente, la atención se desvió de mí
cuando mi madre dijo lo que siempre le gusta
decir cuando estamos todos juntos celebrando
algo.
—¿A quién le apetece un helado?
Nos apetecía a todos excepto a mi hermana.
Creo que está preocupada por los «siete kilos de
novata».
La mañana siguiente empezó temprano.
Todavía no había tenido noticias de Patrick ni
de Sam ni de nadie, pero supe que los vería en
la graduación, así que intenté no preocuparme
demasiado. Todos mis familiares, incluidos los
del lado paterno de Ohio, vinieron a casa
alrededor de las diez. Las dos familias en
realidad no se caen nada bien, salvo los primos
más jóvenes, porque somos unos ingenuos.
Hicimos un gran brunch con champán, e
igual que el año pasado por la graduación de mi
hermano, mi madre le dio a su padre (mi
abuelo) zumo de manzana espumoso en vez de
champán porque no quería que se
emborrachara y montara una escenita. Y él dijo
lo mismo que había dicho el año pasado:
—Este champán es bueno.
No creo que notara la diferencia, porque es
bebedor de cerveza. A veces, de whisky.
Alrededor de las doce y media, el brunch ya
había acabado. Los primos fueron los que
condujeron, porque los adultos estaban todavía
algo borrachos para conducir hasta la
graduación. Excepto mi padre, que había estado
demasiado ocupado grabándolos a todos con
una cámara que había alquilado en el
videoclub.
—¿Por qué comprar una cámara cuando
solo la necesitas tres veces al año?
En fin, mi hermana, mi hermano, mi padre,
mi madre y yo, cada uno tuvimos que ir en un
coche distinto para asegurarnos de que nadie se
perdía. Yo fui con todos mis primos de Ohio, que
enseguida sacaron un porro y lo empezaron a
pasar. No fumé nada porque no tenía ganas, y
dijeron lo que siempre dicen:
—Charlie, eres un gallina.
Bueno, todos los coches estacionaron en el
aparcamiento, y salimos. Y mi hermana le chilló
a mi primo Mike por bajar la ventanilla
mientras conducía y despeinarla.
—Estaba fumando un cigarrillo —fue su
respuesta.
—¿No podías esperar diez minutos? —fue la
de mi hermana.
—Es que la canción era genial —fue su
última palabra.
Entonces, mientras mi padre sacaba la
videocámara del maletero y mi hermano
hablaba con algunas de las chicas que se
graduaban, que eran un año mayores y
«atractivas», mi hermana fue a buscar a mi
madre para sostenerle el bolso. Lo increíble del
bolso de mi madre es que necesites lo que
necesites, sea cuando sea, lo tiene. Cuando yo
era pequeño, solía llamarlo el «botiquín de
primeros auxilios», porque aquello era todo lo
que necesitábamos entonces. Sigo sin averiguar
cómo lo hace.
Después de retocarse, mi hermana siguió la
senda de birretes de graduación hasta el campo
de fútbol, y todos nos abrimos paso hasta las
gradas. Yo me senté entre mi madre y mi
hermano, ya que mi padre se había ido a buscar
el mejor ángulo para la cámara. Y mi madre
estuvo todo el rato haciendo callar a mi abuelo,
que no dejaba de hablar de la cantidad de
negros que había en el instituto.
Como no podía hacerle parar, mencionó mi
historia sobre el presentador de deportes del
telediario hablando de mi hermano. Esto hizo
que mi abuelo llamara a mi hermano para que
se acercase a hablar del tema. Fue muy
inteligente por parte de mi madre, porque mi
hermano es la única persona que puede
conseguir que mi abuelo deje de montar un
numerito, ya que no se muerde la lengua.
Después de la anécdota, esto fue lo que pasó:
—¡Dios mío! Mira esas gradas. Cuánta
gente negra...
Mi hermano le cortó.
—Vale, abuelo. Vamos a hacer un trato. Si
nos avergüenzas otra vez, voy a llevarte en
coche de vuelta a la residencia y no verás
nunca a tu nieta dar un discurso —mi hermano
es muy duro de pelar.
—Pero entonces tú tampoco verás el
discurso, señor importante... —mi abuelo
también es muy duro de pelar.
—Sí, pero mi padre lo está grabando todo.
Y puedo arreglármelas para conseguir ver la
cinta, y tú no. ¿Verdad?
Mi abuelo tiene una sonrisa muy rara.
Sobre todo cuando es otro el que gana. No dijo
nada más sobre el tema. Solo empezó a hablar
de fútbol y ni siquiera mencionó que mi
hermano jugaba en un equipo con chicos
negros. No te imaginas lo mal que lo pasamos el
año pasado, ya que mi hermano estaba en el
campo graduándose en vez de en las gradas
parándole los pies al abuelo.
Mientras hablaban de fútbol, estuve
buscando a Patrick y Sam, pero lo único que
pude ver fueron birretes de graduación en la
distancia. Cuando empezó la música, los
birretes empezaron a marchar hacia las sillas
plegables que habían colocado en el campo. Fue
entonces cuando por fin vi a Sam andando
detrás de Patrick. Fue un alivio. No te podría
decir si la vi feliz o triste, pero me bastó verla y
saber que estaba allí.
Cuando todos los chicos se sentaron en las
sillas, paró la música. Y el director Small se
levantó y dio un discurso sobre lo maravillosa
que había sido esa promoción. Mencionó
algunos logros que había conseguido el
instituto, e hizo hincapié en que necesitaban
ayuda en la venta de pasteles del Día de la
Comunidad para recaudar fondos para una
nueva aula de informática. Luego presentó a la
presidenta de la promoción, que dio un discurso.
No sé lo que hacen los presidentes de
promoción, pero la chica dio un discurso muy
bueno.
Entonces llegó el momento de que los cinco
alumnos más destacados hicieran su discurso.
Esa es la tradición del instituto. Mi hermana
era la segunda de su clase, así que dio el cuarto
discurso. El mejor estudiante va siempre al
final. Entonces, el director Small y el
subdirector, que Patrick jura que es gay,
entregaron los diplomas.
Los primeros tres discursos fueron muy
parecidos. Todos citaban canciones pop que
tenían algo que ver con el futuro. Y durante los
discursos, me fijé en las manos de mi madre.
Las apretaba cada vez con más fuerza.
Cuando anunciaron el nombre de mi
hermana, mi madre estalló en un aplauso. Fue
realmente fantástico ver a mi hermana subir al
estrado, porque mi hermano fue algo así como el
número 223 de su promoción y, por
consiguiente, no llegó a dar un discurso. Y
quizá no sea objetivo, pero cuando mi hermana
citó una canción pop y habló del futuro, sonó
genial. Le eché una mirada a mi hermano, y él
me la echó a mí. Y los dos sonreímos. Entonces,
miramos a mi madre, y estaba hundida en un
silencioso mar de lágrimas, así que mi hermano
y yo le agarramos una mano cada uno. Nos
miró y sonrió y lloró con más ganas. Entonces,
ambos apoyamos la cabeza en sus hombros,
como un abrazo lateral, lo que le hizo llorar
todavía más. O quizá hicimos que llorara
todavía más. No estoy seguro. Pero nos dio un
pequeño apretón en las manos y dijo «mis
niños», muy suavemente, y volvió a llorar.
Quiero tanto a mi madre... No me importa si es
cursi decirlo. Creo que en mi próximo
cumpleaños voy a comprarle un regalo. Creo
que esa debería ser la tradición. El hijo recibe
regalos de todo el mundo y él compra uno para
su madre, ya que ella también estuvo allí. Creo
que sería bonito.
Cuando mi hermana terminó su discurso,
todos aplaudimos y gritamos, pero nadie
aplaudió ni gritó más fuerte que mi abuelo.
Nadie.
No recuerdo lo que dijo el mejor de la
promoción, salvo que citó a Henry David
Thoreau en vez de una canción pop.
Entonces, el director Small se puso de pie
en el estrado y pidió a todos que se abstuvieran
de aplaudir hasta que se hubieran leído todos
los nombres y entregado todos los diplomas.
Debería mencionar que esto tampoco funcionó
el año pasado.
Así que vi a mi hermana recoger su
diploma y a mi madre llorar otra vez. Y luego vi
a Mary Elizabeth. Y a Alice. Y a Patrick. Y a
Sam. Fue un día genial. Incluso cuando vi a
Brad. No me molestó.
Todos nos encontramos con mi hermana en
el aparcamiento, y el primero que la abrazó fue
mi abuelo. Es un hombre muy orgulloso a su
manera. Todos dijeron cuánto les había gustado
el discurso de mi hermana, incluso si no era
cierto. Entonces, vimos a mi padre atravesar el
aparcamiento llevando triunfalmente la
videocámara por encima de su cabeza. No creo
que nadie le diera un abrazo más largo a mi
hermana que mi padre. Yo miré alrededor
buscando a Sam y Patrick, pero no pude
encontrarlos por ninguna parte.
En el camino de vuelta a casa para la
fiesta, mis primos de Ohio encendieron otro
porro. Esta vez, le di un tiro, pero me siguieron
llamando gallina. No sé por qué. A lo mejor es
que los primos de Ohio es lo que hacen. Eso y
contar chistes.
—¿Qué tiene treinta y dos piernas y un
diente?
—¿Qué? —preguntamos todos.
—Una cola del paro en el oeste de Virginia.
Cosas así.
Cuando llegamos a casa, mis primos de
Ohio fueron directos a por las bebidas, porque
las graduaciones parecen ser la única ocasión
en la que todos pueden beber. Por lo menos así
fue el año pasado y este. Me pregunto cómo
será mi graduación. Parece que queda muy
lejos.
Bueno, mi hermana pasó la primera hora
de la fiesta abriendo todos los regalos, y su
sonrisa crecía con cada cheque, jersey o billete
de cincuenta dólares. Nadie es rico en nuestra
familia, pero parece que todo el mundo ahorra
lo bastante para este tipo de eventos, y todos
fingimos ser ricos por un día.
Los únicos que no le dimos a mi hermana
dinero o un jersey fuimos mi hermano y yo. Mi
hermano le prometió llevarla un día a comprar
cosas para cuando se vaya a la universidad,
como jabón, que pagaría él, y yo le compré una
casita de piedra tallada a mano y pintada en
Inglaterra. Le dije que quería regalarle algo
que hiciera que se sintiera como en casa incluso
después de irse. Mi hermana me dio un beso en
la mejilla por el detalle.
Pero lo mejor de la fiesta fue cuando mi
madre se acercó a mí y me dijo que tenía una
llamada. Fui al teléfono.
—¿Diga?
—¿Charlie?
—¡Sam!
—¿Cuándo vas a venir? —preguntó.
—¡Ahora! —dije.
Entonces, mi padre, que se estaba bebiendo
un whisky sour, gruñó:
—Tú no vas a ir a ningún sitio hasta que
tus familiares se vayan. ¿Me oyes?
—Esto... Sam... tengo que esperar hasta
que mis familiares se vayan —dije.
—Vale... Estaremos aquí hasta las siete.
Después te llamaré desde dondequiera que
estemos —Sam sonaba verdaderamente feliz.
—Vale, Sam. ¡Enhorabuena!
—Gracias, Charlie. Adiós.
—Adiós.
Colgué el teléfono.
Te lo juro, creí que mis familiares no se
iban a ir nunca. Cada anécdota que contaban.
Cada rollito de salchicha que se comían. Cada
fotografía que miraban, y cada vez que oía
decir «cuando eras así de alto» con el gesto
correspondiente, era como si el reloj se parara.
No es que me molestaran las anécdotas, porque
no era así. Y los rollitos de salchicha la verdad
es que estaban muy buenos. Pero quería ver a
Sam. Alrededor de las 21:30 todos estaban
saciados y sobrios. A las 21:45 se acabaron los
abrazos. A las 21:50 la puerta de la casa estaba
ya despejada de coches. Mi padre me dio veinte
dólares y las llaves de su Oldsmobile, diciendo:
—Gracias por quedarte. Significaba mucho
para mí y para la familia.
Estaba achispado, pero lo decía de verdad.
Sam me había dicho que iba a una discoteca del
centro. Así que cargué en el maletero los regalos
para todos, me monté en el coche y me alejé
conduciendo.
El túnel que lleva al centro de la ciudad
tiene algo especial. De noche, es magnífico.
Simplemente magnífico. Empiezas a un lado de
la montaña, y está oscuro, y la radio está a todo
volumen. Al entrar en el túnel, el viento
desaparece y las luces del techo te hacen
entornar los ojos. Cuando te adaptas a las luces,
puedes ver a lo lejos el otro lado mientras el
sonido de la radio se atenúa hasta desparecer
porque las ondas no llegan hasta allí. Entonces,
estás en medio del túnel, y todo se transforma
en un sueño tranquilo. Aunque ves cómo se
acerca la salida, parece que tardas muchísimo
en llegar. Y por fin, cuando ya pensabas que
nunca llegarías, ves la salida justo delante de ti.
Y la radio vuelve con más potencia de la que
recordabas. Y el viento te está esperando. Y
sales volando del túnel para llegar al puente. Y
ahí está. La ciudad. Un millón de luces y
edificios y todo parece tan emocionante como la
primera vez que la viste. Es verdaderamente
una gran entrada en escena.
Después de pasar alrededor de media hora
dando vueltas por la discoteca, por fin vi a Mary
Elizabeth con Peter. Ambos estaban bebiendo
whisky sour, que Peter había comprado porque
es mayor y le habían sellado la mano. Le di la
enhorabuena a Mary Elizabeth y le pregunté
dónde estaba todo el mundo. Me dijo que Alice
se estaba colocando en el baño de chicas, y que
Sam y Patrick estaban bailando en la pista. Dijo
que me sentara hasta que volvieran, porque no
sabía exactamente dónde estaban. Así que me
senté y escuché a Peter discutir con Mary
Elizabeth sobre los candidatos demócratas. De
nuevo, me pareció que el reloj se paraba.
Necesitaba tanto ver a Sam...
Después de tres canciones más o menos,
Sam y Patrick volvieron, completamente
bañados de sudor.
—¡Charlie!
Me levanté, y nos abrazamos todos como si
no nos hubiéramos visto en meses. Teniendo en
cuenta todo lo que había pasado, supongo que
es normal. Después de soltarnos, Patrick se tiró
sobre Peter y Mary Elizabeth como si fueran un
sofá. Luego le quitó a Mary Elizabeth el whisky
de la mano y se lo bebió.
—¡Eh, imbécil! —fue su respuesta.
Creo que estaba borracho, aunque no ha
estado bebiendo últimamente, pero Patrick hace
también ese tipo de cosas sobrio, así que nunca
se sabe.
Entonces fue cuando Sam me agarró la
mano.
—¡Me encanta esta canción!
Me llevó a la pista de baile. Y empezó a
bailar. Y empecé a bailar. Era una canción
rápida, así que no lo hice muy bien, pero no
pareció importarle. Solo bailábamos, y eso era
suficiente. La canción terminó, y luego vino una
lenta. Me miró. Yo la miré. Entonces, me tomó
de las manos y me atrajo hacia sí para bailar
lento. Tampoco sé muy bien cómo bailar una
lenta, pero sí sé balancearme.
Su susurro olía a zumo de arándanos y
vodka.
—Te he estado buscando hoy en el
aparcamiento.
Deseé que el mío todavía oliera a pasta de
dientes.
—Yo también te he estado buscando a ti.
Después nos quedamos callados durante el
resto de la canción. Me agarró un poco más
fuerte. Yo la agarré un poco más fuerte a ella. Y
seguimos bailando. Fue el único momento en
todo el día en el que realmente quise que el reloj
se parara. Y estar así durante mucho tiempo.
Después de la discoteca, volvimos al
apartamento de Peter, y le entregué a todos sus
regalos de graduación. Le di a Alice un libro de
cine sobre La noche de los muertos vivientes,
que le gustó, y le di a Mary Elizabeth una cinta
de Mi vida como un perro con subtítulos, que le
encantó.
Luego, le di a Patrick y a Sam sus regalos.
Hasta los había envuelto de forma especial.
Había utilizado la sección de tiras cómicas del
dominical, porque es a color. Patrick destrozó el
papel para abrir el suyo. Sam no lo rompió. Solo
despegó la cinta adhesiva. Y ambos miraron lo
que había en el interior de cada caja.
Le había regalado a Patrick En el camino,
El almuerzo desnudo, El extranjero, A este lado
del paraíso, Peter Pan y Una paz solo nuestra.
Le había regalado a Sam Matar un
ruiseñor, El guardián entre el centeno, El Gran
Gatsby, Hamlet, Walden y El manantial.
Debajo de los libros había una tarjeta que
escribí utilizando la máquina que me compró
Sam. Las tarjetas decían que aquellos eran mis
ejemplares de todos mis libros favoritos y que
quería que Sam y Patrick los tuvieran porque
eran mis dos personas favoritas del mundo
entero.
Cuando ambos levantaron la vista de la
lectura, se quedaron callados. Nadie sonrió ni
lloró ni hizo nada. Nos quedamos sencillamente
allí, con el alma al descubierto, mirándonos
mutuamente. Sabían que decía en serio lo que
había escrito en las tarjetas. Y yo sabía que
significaba mucho para ellos.
—¿Qué dicen las tarjetas? —preguntó Mary
Elizabeth.
—¿Te importa, Charlie? —preguntó Patrick.
Negué con la cabeza, y ambos leyeron sus
tarjetas mientras iba a llenar mi taza de café
con vino tinto.
Cuando volví, todos me miraron, y les dije:
—Os voy a echar mucho de menos. Espero
que os lo paséis fenomenal en la universidad.
Y, después, empecé a llorar porque de
repente me di cuenta de que se iban a ir todos.
Creo que Peter piensa que soy un poco raro.
Entonces, Sam se levantó y me llevó a la cocina,
diciéndome por el camino que todo estaba
«bien». Cuando llegamos a la cocina, ya me
había calmado un poco.
Sam dijo:
—¿Sabes que me voy dentro de una
semana, Charlie?
—Sí. Lo sé.
—No empieces a llorar otra vez.
—Vale.
—Quiero que me escuches.
—Vale.
—Me da mucho miedo estar sola en la
universidad.
—¿De verdad? —pregunté. Nunca me lo
había planteado.
—Igual que tú tienes miedo de estar solo
aquí. —Ajá —asentí.
—Así que te propongo un trato. Cuando me
agobien demasiado las cosas en la universidad,
te llamaré, y tú me llamarás cuando te agobien
demasiado las cosas aquí.
—¿Podemos escribirnos cartas?
—Claro que sí —dijo.
Entonces me eché a llorar otra vez. A veces
soy una auténtica montaña rusa. Pero Sam
tuvo paciencia.
—Charlie, voy a volver al final del verano,
pero antes de pensar en eso, vamos a disfrutar
nuestra última semana juntos. Todos nosotros.
¿Vale?
Asentí y me tranquilicé.
Pasamos el resto de la noche bebiendo y
escuchando música como siempre, pero esta vez
era en casa de Peter, y fue mejor que en la de
Craig, la verdad, porque la colección de discos
de Peter es mejor. Fue cerca de la una de la
madrugada cuando se me ocurrió de repente.
—¡Oh, Dios mío! —dije.
—¿Qué pasa, Charlie?
—¡Mañana tengo clase!
No creo que pudiera haberles hecho reír
más fuerte.
Peter me llevó a la cocina para hacer café y
así despejarme para conducir a casa. Me tomé
alrededor de ocho tazas seguidas y estuve listo
para conducir en unos veinte minutos. El
problema fue que, cuando llegué a casa, estaba
tan despierto por el café que no me pude
dormir. Para cuando llegué al instituto, estaba
que me moría. Afortunadamente habían
terminado los exámenes, y lo único que hicimos
en todo el día fue ver documentales educativos.
Creo que nunca he dormido mejor. Me alegré,
también, porque el instituto es muy solitario sin
ellos.
Hoy ha sido distinto porque no he dormido
y no conseguí ver a Sam ni a Patrick anoche
porque tuvieron una cena especial con sus
padres. Y mi hermano tenía una cita con una
de las chicas «atractivas» de la ceremonia de
graduación. Mi hermana estaba ocupada con su
novio. Y mis padres estaban todavía cansados
de la fiesta de graduación.
Hoy, prácticamente casi todos los profesores
han dejado que los alumnos estemos sin hacer
nada y charlemos después de entregar nuestros
libros de texto. Sinceramente, no conocía a
nadie, excepto quizá a Susan, pero después de
aquella vez en el pasillo, me ha estado evitando
más que nunca. Así que la verdad es que no
hablé. La única clase que estuvo bien fue la de
Bill porque tuve la oportunidad de hablar con
él. Fue difícil despedirme de él cuando terminó
la clase, pero dijo que no era una despedida.
Podía llamarlo cada vez que quisiera durante el
verano si quería hablar o pedirle libros, y eso
hizo que me sintiera un poco mejor.
Un chico con los dientes torcidos llamado
Leonard me llamó «pelota» en el pasillo después
de la clase de Bill, pero me dio igual porque creo
que no había entendido nada.
Me comí el almuerzo fuera, sentado en un
banco donde todos solíamos fumar. Después me
comí un bollo de chocolate y encendí un
cigarrillo como deseando que alguien me pidiera
uno, pero nadie lo hizo.
Cuando terminó la última clase, todo el
mundo estaba celebrándolo y haciendo planes
para el verano. Y todo el mundo vaciaba sus
taquillas tirando trabajos viejos y notas y libros
al suelo del pasillo. Cuando llegué a mi taquilla,
vi al chico flacucho que había tenido la taquilla
contigua a la mía durante todo el año. Nunca
había hablado realmente con él.
Me aclaré la garganta y dije:
—Hola. Soy Charlie.
Lo único que dijo fue:
—Lo sé.
Después, cerró la puerta de su taquilla y se
alejó. Así que abrí mi taquilla, puse todos los
trabajos viejos y las cosas en mi mochila, y
caminé por el pasillo sobre los desechos de libros
y trabajos y notas hasta salir al aparcamiento.
Entonces me monté en el autobús. Y entonces te
escribí esta carta.
La verdad es que me alegro de que el curso
haya terminado. Quiero pasar mucho tiempo
con todos antes de que se vayan. Sobre todo con
Sam. Por cierto, he acabado sacando todo
sobresalientes en el curso entero. Mi madre
estaba muy orgullosa y ha puesto mis notas en
la nevera.

Con mucho cariño,
Charlie.

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