miércoles, 18 de marzo de 2015

7 de Marzo de 1992

Querido amigo:

Las chicas son raras, y no lo digo para ofender.
Es que no lo puedo decir de otro modo.
Ya he tenido otra cita con Mary Elizabeth.
En muchos sentidos ha sido parecida al baile,
salvo en que podíamos llevar ropa más cómoda.
Ha sido ella la que me ha pedido salir otra vez,
y supongo que está bien, pero creo que voy a
empezar a preguntar yo de vez en cuando,
porque no puedo esperar siempre a que me lo
pidan. También, si soy yo quien lo pide, estaré
seguro de que salgo con la chica que yo elijo si
ella dice que sí. Qué complicado es todo.
Lo bueno es que esta vez conseguí ser yo el
que conducía. Le pregunté a mi padre si me
dejaba su coche. Fue durante la cena.
—¿Para qué? —mi padre se pone muy
protector con su coche.
—Charlie tiene novia —dijo mi hermana.
—No es mi novia —dije.
—¿Quién es la chica? —preguntó mi padre.
—¿Qué pasa? —preguntó mi madre desde
la cocina.
—Charlie quiere que le preste el coche —
respondió mi padre.
—¿Para qué? —preguntó mi madre.
—¡Eso es lo que estoy intentando descubrir!
—dijo mi padre levantando la voz.
—No hace falta ponerse así —dijo mi
madre.
—Lo siento —dijo mi padre sin sentirlo.
Entonces se volvió hacia mí—: bueno, háblame
de esta chica.
Así que le hablé un poco sobre Mary
Elizabeth, quitando la parte sobre el tatuaje y
el piercing en el ombligo. Estuvo esbozando una
sonrisa durante un rato, intentando averiguar
si yo ya era culpable de algo. Después, dijo que
sí. Podía tomar prestado su coche. Cuando mi
madre llegó con el café, mi padre le contó toda
la historia mientras yo me comía el postre.
Esa noche, mientras terminaba mi libro, mi
padre entró y se sentó en el borde de mi cama.
Encendió un cigarrillo y empezó a hablarme de
sexo. Me había dado esa charla unos cuantos
años antes, pero entonces había sido más
biológica. Ahora decía cosas como: «Sé que soy
tu viejo, pero...», «cualquier precaución es poca
hoy en día» y «usa protección» y «si ella dice que
no, tienes que asumir que lo dice en serio...»,
«porque si la fuerzas a hacer algo que ella no
quiere hacer, entonces estás en un buen lío,
caballero...», «e incluso si ella dice que no, y
realmente quiere decir que sí, entonces,
francamente, está jugando contigo y no vale la
pena», «si necesitas hablar con alguien, puedes
acudir a mí, pero si no quieres hacerlo por
alguna razón, habla con tu hermano», y por fin:
«me alegro de que hayamos tenido esta
conversación».
Entonces mi padre me revolvió el pelo,
sonrió y abandonó la habitación. Creo que
debería decirte que mi padre no es como los de
la televisión. Las cosas como el sexo no le dan
vergüenza. Y de hecho sabe mucho sobre ellas.
Creo que estaba especialmente contento
porque yo solía besar mucho a un niño del
vecindario cuando era muy pequeño, y aunque
el psiquiatra dijo que era muy normal entre
niños y niñas pequeños explorar este tipo de
cosas, creo que a mi padre no se le quitó el
miedo. Supongo que es normal, pero no sé muy
bien por qué.
Bueno, pues Mary Elizabeth y yo fuimos a
ver una película al centro. Era lo que llaman
una película «de arte y ensayo». Mary Elizabeth
dijo que había ganado un premio en algún gran
festival de cine europeo, y creía que iba a ser
impresionante. Mientras esperábamos a que
empezara la película, dijo que era una pena que
tanta gente fuera a ver una estúpida película
de Hollywood, pero que hubiera tan pocos
espectadores en ese cine. Entonces, me contó
que se moría de ganas de salir de aquí y de ir a
la universidad donde la gente aprecia este tipo
de cosas.
Luego empezó la película. Era en una
lengua extranjera y tenía subtítulos, lo que fue
divertido porque nunca había leído una película
antes. La película en sí era muy interesante,
pero no creo que fuera muy buena porque no
me sentí distinto cuando acabó.
Pero Mary Elizabeth sí lo hizo. Repetía sin
parar que era una película «elocuente». Muy
«elocuente». Y supongo que lo era. El caso es
que no entendí lo que quería decir por muy bien
que lo hubiera dicho.
Más tarde, conduje hasta una tienda de
discos «underground», y Mary Elizabeth me
hizo un recorrido. Le encanta esta tienda de
discos. Dijo que era el único sitio donde se sentía
ella misma. Dijo que antes de que las cafeterías
se pusieran de moda no había ningún sitio para
chicos como ella, excepto el Big Boy, que hasta
este año era para viejos.
Me llevó a la sección de películas y me
habló de todos esos directores de culto y de
gente francesa. Después, me bajó a la sección de
música extranjera y me habló de la que era
alternativa «de verdad». Después me llevó a la
sección de folk y me habló de bandas femeninas
como The Slits.
Dijo que se sentía muy mal por no haberme
regalado nada por Navidad, y que quería
compensarme. Entonces me compró un disco de
Billie Holiday y me preguntó si quería ir a su
casa a escucharlo.
Así pues, acabé sentado a solas en su
sótano mientras ella, en el piso de arriba, nos
ponía algo de beber. Y eché un vistazo por la
habitación, que estaba muy limpia y olía como
si la gente no viviera allí. Tenía una chimenea
con repisa y trofeos de golf. Y había una
televisión y un buen estéreo. Y entonces Mary
Elizabeth bajó con dos copas y una botella de
brandy. Dijo que odiaba todo lo que les gustaba
a sus padres, excepto el brandy.
Me pidió que vertiera las bebidas mientras
ella encendía el fuego. Estaba muy excitada,
también, lo cual era raro porque ella nunca se
comporta así. Siguió hablando sobre lo mucho
que le gustan las chimeneas y que quería
casarse con un hombre y vivir en Vermont
algún día, cosa rara, también, porque Mary
Elizabeth nunca habla de cosas así. Cuando
terminó con el fuego, puso el disco y se acercó a
mí medio bailando. Dijo que estaba entrando en
calor, pero que no se refería a la temperatura.
Empezó la música, y ella chocó su copa con
la mía, dijo «salud» y tomó un sorbito de
brandy. El brandy estaba muy bueno, por
cierto, pero sabía mejor en la fiesta del Amigo
Invisible. Nos acabamos la primera copa muy
rápido.
El corazón me latía a toda velocidad, y me
estaba empezando a poner nervioso. Me pasó
otra copa de brandy y al hacerlo me tocó la
mano con mucha suavidad. Después, deslizó su
pierna sobre la mía, y me quedé mirando cómo
se balanceaba. Entonces, sentí su mano en mi
nuca. Moviéndose lentamente. Y mi corazón
empezó a latir como loco.
—¿Te gusta el disco? —me preguntó en voz
muy baja.
—Mucho —era verdad, además. Era
precioso.
—¿Charlie?
—¿Ajá?
—¿Te gusto yo?
—Ajá.
—¿Sabes a lo que me refiero?
—Ajá.
—¿Estás nervioso?
—Ajá.
—No lo estés.
—Vale.
Entonces fue cuando sentí su otra mano.
Empezó en mi rodilla y fue subiendo por un
lado de mi pierna hasta mi cadera y mi
estómago. Después, apartó su pierna de la mía
y se medio sentó en mis rodillas de cara a mí.
Me miró directamente a los ojos y sin
parpadear. Ni una sola vez. Su expresión
parecía distinta y cálida. Y se inclinó hacia mí y
empezó a besarme el cuello y las orejas.
Después las mejillas. Después los labios. Y todo
a nuestro alrededor desapareció. Tomó mi mano
y la metió por debajo de su jersey, y yo no podía
creer que aquello me estuviera pasando a mí. Ni
que estuviera tocando unos pechos. Y, más
tarde, no podía creer el aspecto que tenían. Ni lo
complicados que son los sujetadores.
Después de que hubiéramos hecho todo lo
que puedes hacer de cintura para arriba, me
tumbé en el suelo, y Mary Elizabeth apoyó su
cabeza en mi pecho. Ambos respirábamos muy
lentamente y escuchamos la música y el crepitar
del fuego. Cuando terminó la última canción,
sentí su aliento en mi pecho.
—¿Charlie?
—¿Ajá?
—¿Te parezco guapa?
—Me pareces muy guapa.
—¿De verdad?
—De verdad.
Entonces me abrazó un poco más fuerte, y
durante la siguiente media hora Mary
Elizabeth no dijo nada. Lo único que pude
hacer fue seguir allí tumbado y pensar en
cuánto había cambiado su voz cuando me
preguntó si era guapa, y cuánto había
cambiado cuando le respondí, y cómo Sam dijo
que a ella no le gustaban ese tipo de cosas, y
cuánto me empezaba a doler el brazo.
Gracias a Dios que oímos el motor de la
puerta automática del garaje en ese momento.

Con mucho cariño,
Charlie.

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