martes, 17 de marzo de 2015

21 de Diciembre de 1991

Querido amigo:

Guau. Guau. Puedo contártelo con pelos y
señales si quieres. Estábamos todos sentados en
la casa de Sam y Patrick, que nunca había visto
antes. Es una casa elegante. Muy limpia. Y
estábamos dándonos los últimos regalos. Las
luces de fuera estaban encendidas, y nevaba, y
parecía mágico. Como si estuviéramos en otro
lugar. Como si estuviéramos en un lugar mejor.
Era la primera vez que veía a los padres de
Sam y Patrick. Son muy agradables. La madre
de Sam es muy guapa y cuenta unos chistes
buenísimos. Sam dijo que antes había sido
actriz, cuando era más joven. El padre de
Patrick es muy alto y da buenos apretones de
mano. También es muy buen cocinero. Muchos
padres te hacen sentir incomodísimo cuando los
conoces. Pero los de Sam y Patrick no. Fueron
muy simpáticos durante toda la cena y, cuando
acabó, se fueron para que pudiéramos tener
nuestra fiesta. Ni siquiera se pasaron a
echarnos un ojo ni nada. Ni una sola vez.
Simplemente nos dejaron creer que era nuestra
casa. Así que decidimos tener la fiesta en la sala
«de juegos», que no tiene juegos, sino una gran
alfombra.
Cuando revelé que yo era el Amigo
Invisible de Patrick, todos se rieron porque ya lo
sabían, y Patrick hizo una gran actuación
fingiendo sorpresa, que fue algo muy bonito por
su parte. Después, todos preguntaron qué era
mi último regalo, y les dije que era un poema
que había leído hacía tiempo. Era un poema
que Michael había copiado para mí. Y lo he
leído mil veces desde entonces porque no sé
quién lo ha escrito. No sé si alguna vez formó
parte de un libro o si lo dieron en alguna clase.
Y no sé qué edad tenía esa persona. Pero sé que
quiero conocerlo o conocerla. Quiero saber que
esa persona está bien.
Así que todos me pidieron que me levantara
y leyera el poema. Y no me corté porque
estábamos intentando comportarnos como
adultos y bebíamos brandy. Y yo estaba
agitado. Todavía estoy algo agitado, pero tengo
que contártelo ya. Entonces, me levanté y, justo
antes de leer el poema, les pedí a todos que si
sabían quién lo había escrito que por favor me
lo dijeran.
Cuando acabé de leer el poema, todo el
mundo se quedó en silencio. Un silencio muy
triste. Pero lo increíble fue que no era una
tristeza mala, para nada. Solo algo que hizo
que todos miraran a los demás a su alrededor y
supieran que estaban allí. Sam y Patrick me
miraron a mí. Y yo los miré a ellos. Y creo que
ellos comprendían. Nada en concreto, en
realidad. Simplemente, comprendían. Y creo
que es todo lo que puedes llegar a pedirle a un
amigo.
Entonces fue cuando Patrick puso la
segunda cara de la cinta que hice para él y les
sirvió a todos otra copa de brandy. Supongo que
parecíamos un poco tontos bebiéndolo, pero no
nos sentíamos tontos. Eso os lo puedo asegurar.
Mientras sonaban las canciones, Mary
Elizabeth se levantó. Pero no llevaba una
chaqueta en la mano. Resultó que no era para
nada mi Amigo Invisible. Era el Amigo Invisible
de la otra chica con tatuaje y piercing en el
ombligo, cuyo nombre verdadero es Alice. Le
regaló un esmalte de uñas negro al que Alice ya
le había echado el ojo. Y Alice se lo agradeció
mucho. Yo me quedé allí, mirando por la
habitación. Buscando la chaqueta. Sin saber
quién podía tenerla.
La siguiente en levantarse fue Sam, y le
dio a Bob una pipa de marihuana hecha a
mano por los indios americanos que parecía
bastante oportuna.
Hubo más regalos de la gente. Y hubo más
abrazos. Y por fin, llegó el final. No quedaba
nadie excepto Patrick. Y se levantó y se fue
andando a la cocina.
—¿Alguien quiere más patatas fritas?
Todos querían. Y salió con tres tubos de
Pringles y una chaqueta. Y se acercó a mí. Y
dijo que todos los grandes escritores solían ir
siempre con traje.
Así que me puse la chaqueta, aunque no
sentía que realmente lo mereciera, ya que lo
único que escribo son redacciones para Bill, pero
fue un regalo precioso, y todos aplaudieron
igualmente. Sam y Patrick estuvieron de
acuerdo en que estaba guapo. Mary Elizabeth
sonrió. Yo creo que ha sido la primera vez en mi
vida que me he visto «bien». ¿Sabes a lo que me
refiero? Esa sensación agradable que sientes
cuando miras en el espejo y tienes el pelo bien
por primera vez en tu vida... No creo que
debiéramos darle tanta importancia al peso, a
los músculos y al día que tenemos el pelo bien,
pero cuando ocurre, es agradable. Y tanto que
lo es.
El resto de la noche fue muy especial. Ya
que un montón de gente se iba con sus familias
a lugares como Florida e Indiana, todos
intercambiamos regalos con aquellos para los
que no éramos Amigos Invisibles.
Bob le dio a Patrick tres gramos y medio de
marihuana con una postal navideña. Incluso la
envolvió en papel de regalo. Mary Elizabeth le
regaló a Sam unos pendientes. Alice igual. Y
Sam también les regaló pendientes a ellas. Creo
que es algo muy de chicas. Tengo que reconocer
que me dio un poco de pena porque aparte de
Sam y Patrick nadie me hizo ningún regalo.
Supongo que no somos muy íntimos, así que es
lógico. Pero, aun así, me dio un poco de pena.
Y, entonces, llegó mi turno. Le regalé a Bob
un tubito de plástico para hacer pompas de
jabón porque me parecía que encajaba con su
personalidad. Supongo que acerté.
—Es total —fue lo único que dijo.
Se pasó el resto de la noche soplando
pompas hacia el techo.
La siguiente fue Alice. Le regalé un libro de
Anne Rice porque siempre está hablando de
ella. Y me miró como si no pudiese creer que yo
supiera que le encantaba Anne Rice. Supongo
que no era consciente de cuánto habla o de
cuánto escucho yo. Pero me lo agradeció
igualmente. Después vino Mary Elizabeth. Le
di cuarenta dólares dentro de una tarjeta. La
tarjeta decía algo muy sencillo: «Para gastarlos
en imprimir a color Punk Rocky la próxima
vez».
Y se quedó mirándome con cara rara.
Entonces, todos empezaron a mirarme con cara
rara salvo Sam y Patrick. Creo que empezaron
a sentirse mal por no haberme regalado nada.
Pero no me parece que debieran hacerlo, porque
no creo que ese sea el sentido, verdaderamente.
Mary Elizabeth se limitó a sonreír, y dijo
«gracias», y después apartó los ojos de los míos.
Por último llegó Sam. Había estado
pensando en su regalo durante mucho tiempo.
Creo que pensé en su regalo la primera vez que
la miré de verdad. No cuando la conocí o la
miré, sino la primera vez que la miré
verdaderamente, no sé si me entiendes. Lo
acompañaba una tarjeta.
Dentro de la tarjeta le decía a Sam que el
regalo que le hacía me lo había dado mi tía
Helen. Era un viejo disco de 45 rpm que tenía
la canción Something de los Beatles. Solía
escucharla todo el rato cuando era pequeño y
pensaba en las cosas de los mayores. Me iba a la
ventana de mi dormitorio y contemplaba
fijamente mi reflejo en el cristal y los árboles
detrás de él y escuchaba la canción durante
horas. Decidí entonces que cuando conociera a
una persona que me pareciera tan bonita como
la canción se la regalaría. Y no me refería a
bonita en el exterior. Me refería a bonita en
todos los sentidos. Por eso se la daba a Sam.
Sam me miró emocionada. Y me abrazó. Y
yo cerré los ojos porque no quería sentir nada
que no fueran sus brazos. Y ella me besó en la
mejilla y susurró para que nadie pudiera oírlo:
—Te quiero.
Sabía que lo decía como amiga, pero no me
importó porque era la tercera vez desde que mi
tía Helen había muerto que se lo oía a alguien.
Las otras dos veces había sido mi madre.
Después de aquello no podía creer que Sam
realmente tuviera un regalo para mí, porque de
verdad que aquel «te quiero» me lo pareció. Pero
sí que tenía un regalo para mí. Y por primera
vez, algo así de bueno me hizo sonreír y no
llorar. Supongo que Sam y Patrick fueron a la
misma tienda de segunda mano, porque sus
regalos iban juntos. Me llevó a su habitación y
me puso delante de su tocador, que estaba
cubierto por una funda de almohada de colores
alegres. Levantó la funda y ahí estaba yo, de
pie con mi traje de segunda mano, mirando una
máquina de escribir antigua con una cinta de
tinta nueva. Dentro de la máquina había una
hoja blanca de papel.
En esa hoja blanca de papel, Sam tecleó:
«Escribe sobre mí alguna vez». Y yo respondí,
de pie allí mismo, en su habitación. Escribí
simplemente: «Lo haré».
Y me alegré de que esas fueran las dos
primeras palabras que había escrito en la
nueva máquina de escribir antigua que me
había regalado Sam. Nos sentamos allí en
silencio durante un momento y ella sonrió. Y yo
volví a la máquina de escribir y escribí algo:
—Yo también te quiero.
Y Sam miró el papel, y me miró a mí.
—Charlie... ¿has besado alguna vez a una
chica?
Sacudí la cabeza negativamente. Todo
estaba en silencio.
—¿Ni siquiera cuando eras pequeño?
Volví a negar con la cabeza. Y ella puso
una cara muy triste.
Me contó la primera vez que la besaron. Me
dijo que fue uno de los amigos de su padre. Ella
tenía siete años. Y no le había hablado a nadie
del tema salvo a Mary Elizabeth y después a
Patrick, hacía un año. Y empezó a llorar. Y dijo
algo que no olvidaré. Nunca.
—Sé que sabes que me gusta Craig. Y sé
que te dije que no pensaras en mí de esa
manera. Y sé que no podemos estar juntos. Pero
quiero olvidar todo eso durante un minuto.
¿Vale? —Vale.
—Quiero asegurarme de que la primera
persona que besas te quiere. ¿Vale?
—Vale.
Entonces se echó a llorar con más fuerza. Y
yo también, porque cuando oigo cosas así no
puedo evitarlo.
—Solo quiero estar segura de eso. ¿Vale?
—Vale.
Y me besó. Fue el tipo de beso del que
nunca podría hablar en voz alta a mis amigos.
Fue el tipo de beso que me hizo saber que
nunca había sido tan feliz en toda mi vida.
Una vez en una hoja amarilla de papel con
rayas verdes
escribió un poema
Y lo llamó «Chops»
porque así se llamaba su perro
Y de eso trataba todo
Y su profesor le puso un sobresaliente
y una estrella dorada
Y su madre lo colgó en la puerta de la
cocina
y se lo leyó a sus tías
Ese fue el año en el que el Padre Tracy
llevó a todos los niños al zoo
Y les dejó cantar en el autobús
Y su hermana pequeña nació
con las uñas de los pies diminutas y sin
pelo
Y su madre y su padre se besaban mucho
Y la niña de la vuelta de la esquina le
envió una
tarjeta de San Valentín firmada con una
fila de X
y él tuvo que preguntarle a su padre qué
significaban las X
Y su padre siempre lo arropaba en la cama
por la noche
Y siempre estaba ahí para hacerlo
Una vez en una hoja blanca de papel con
rayas azules
escribió un poema
Y lo llamó «Otoño»
porque así se llamaba la estación
Y de eso trataba todo
Y su profesor le puso un sobresaliente
y le pidió que escribiera con más claridad
Y su madre nunca lo colgó en la puerta de
la cocina
porque estaba recién pintada
Y los niños le dijeron
que el Padre Tracy fumaba puros
Y dejaba colillas en los bancos de la iglesia
Y a veces las quemaduras hacían agujeros
Ese fue el año en que a su hermana le
pusieron gafas
con cristales gruesos y montura negra
Y la niña de la vuelta de la esquina se rio
cuando él le pidió que fuera a ver a Papá
Noel
Y los niños le dijeron por qué
su madre y su padre se besaban mucho
Y su padre nunca lo arropaba en la cama
por la noche
Y su padre se enfadó
cuando se lo pidió llorando
Una vez en un papel arrancado de su
cuaderno
escribió un poema
Y lo llamó «Inocencia: una duda»
porque esa duda tenía sobre su chica
Y de eso trataba todo
Y su profesor le puso un sobresaliente
y lo miró fijamente de forma extraña
Y su madre nunca lo colgó en la puerta de
la cocina
porque él nunca se lo enseñó
Ese fue el año en el que murió el Padre
TracyY
olvidó cómo
era el final del credo
Y sorprendió a su hermana
enrollándose con uno en el porche trasero
Y su madre y su padre nunca se besaban
ni siquiera se hablaban
Y la chica de la vuelta de la esquina
llevaba demasiado maquillaje
Que le hacía toser cuando la besaba
pero la besaba de todas formas
porque tenía que hacerlo
Y a las tres de la madrugada se metió él
mismo en la cama
mientras su padre roncaba profundamente
Por eso en el dorso de una bolsa de papel
marrón
intentó escribir otro poema
Y lo llamó «Absolutamente nada»
Porque de eso trataba todo en realidad
Y se dio a sí mismo un sobresaliente
y un corte en cada una de sus malditas
muñecas
Y lo colgó en la puerta del baño
porque esta vez no creyó
que pudiera llegar a la cocina.
Ese fue el poema que leí para Patrick.
Nadie sabía quién lo había escrito, pero Bob dijo
que lo había oído antes, y había oído que era la
nota de suicidio de un chico. Espero que no lo
fuera, porque entonces no sé si me gusta el
final.

Con mucho cariño,
Charlie.

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