domingo, 15 de marzo de 2015

23 de Noviembre de 1991

Querido amigo:

¿Te gustan los días de fiesta con tu familia? No
me refiero solo a tus padres, sino a tus tíos y
primos. A mí, personalmente, sí. Por muchas
razones.
Primero, estoy muy interesado y fascinado
por cómo se quieren los unos a los otros, pero en
realidad a ninguno le gustan los demás.
Segundo, las peleas siempre son iguales.
Normalmente empiezan cuando el padre de
mi madre (mi abuelo) se acaba la tercera copa.
Es entonces cuando se le suelta la lengua.
Normalmente mi abuelo solo se queja de los
negros que se mudan a su antiguo barrio, y
entonces mi hermana se enfada con él, y mi
abuelo le dice que ella no sabe de lo que habla
porque vive en las afueras. Y entonces se queja
de que nadie lo visita en la residencia. Y al final
empieza a hablar de todos los secretos
familiares, como cuando el primo tal le hizo un
«bombo» a aquella camarera del Big Boy.
Probablemente debería mencionar que mi
abuelo no oye muy bien, así que dice todas estas
cosas en voz muy alta.
Mi hermana intenta discutir con él, pero
nunca gana. No cabe duda de que mi abuelo es
más cabezota que ella. Mi madre normalmente
ayuda a su tía a preparar la comida, que mi
abuelo siempre dice que está «demasiado seca»
incluso aunque sea sopa. Y entonces la tía de mi
madre se echa a llorar y se encierra en el cuarto
de baño.
Hay solo un baño en la casa de mi tía
abuela, así que esto se convierte en un
problema cuando la cerveza empieza a hacer
efecto sobre mis primos. Se quedan de pie en la
puerta, retorcidos sobre la vejiga, y llaman
durante algunos minutos hasta que casi
convencen a mi tía abuela de que salga, pero
entonces mi abuelo la insulta y el ciclo empieza
otra vez. Con la excepción de una fiesta en la
que mi abuelo se quedó grogui justo después de
cenar, mis primos siempre tienen que ir al baño
afuera en los arbustos. Si miras por las
ventanas como yo, puedes verlos, y parece como
si estuvieran en una de sus excursiones de
caza. Siento muchísima lástima por mis primas
y mis otras tías abuelas, porque no tienen la
opción de los arbustos, y menos cuando hace
frío.
Debería mencionar que mi padre en
general se limita a sentarse en silencio absoluto
y beber. Mi padre no es un gran bebedor, para
nada, pero cuando tiene que pasar tiempo con
la familia de mi madre se pone «ciego», como
dice mi primo Tommy. En el fondo, creo que mi
padre preferiría pasar las fiestas con su familia
en Ohio. De esa forma no tendría que estar
cerca de mi abuelo. No le gusta demasiado mi
abuelo, pero no dice nada sobre el tema. Ni
siquiera al volver a casa. Simplemente no cree
que le corresponda hablar de ello.
Conforme va llegando el final de la noche,
mi abuelo suele estar demasiado borracho para
hacer nada. Mi padre y mi hermano y mis
primos lo llevan al coche de la persona que esté
menos enfadada con él. Siempre ha sido mi
trabajo abrirles las puertas durante el camino.
Mi abuelo está muy gordo.
Me acuerdo de que hubo una época en la
que mi hermano llevaba en coche a mi abuelo
hasta la residencia, y yo los acompañaba. Mi
hermano siempre ha comprendido a mi abuelo.
Rara vez se enfada con él a no ser que mi
abuelo diga algo malo sobre mi madre o mi
hermana, o monte un numerito. Me acuerdo de
que nevaba mucho y todo estaba muy
silencioso. Casi apacible. Y mi abuelo se calmó y
empezó una conversación totalmente distinta.
Nos contó que cuando tenía dieciséis años
tuvo que dejar el colegio porque su padre murió
y alguien tenía que mantener a la familia. Nos
habló de la época en la que tenía que ir a la
fábrica tres veces al día para ver si había algún
trabajo para él. Y nos habló del frío que hacía.
Y del hambre que pasaba porque siempre se
aseguraba de que su familia comiera antes que
él. Cosas que nunca entenderemos porque
somos muy afortunados. Entonces, nos habló de
sus hijas, mi madre y la tía Helen:
—Sé lo que tu madre piensa de mí. Y Helen
también. Hubo una época... fui a la fábrica... no
había trabajo... ninguno... Volví a casa a las dos
de la mañana... bien cabreado... tu abuela me
enseñó sus boletines de notas... Habían sacado
solo un suficiente... y eran chicas listas. Así que
fui a su habitación y les di una buena paliza
para que entraran en vereda... y cuando
terminé y estaban llorando, levanté sus
boletines y dije... «Es la última vez que pasa
esto». Ella todavía habla de aquello... vuestra
madre... pero ¿sabéis una cosa?... aquella fue la
última vez... fueron a la universidad... las dos.
Me hubiera gustado haber podido enviarlas
yo... Siempre quise hacerlo... Espero que Helen
lo entendiera. Creo que vuestra madre lo hizo...
en el fondo... es una buena mujer... deberíais
estar orgullosos de ella.
Cuando se lo contamos a mi madre se puso
triste porque él nunca le había dicho esas cosas.
Jamás. Ni siquiera cuando la llevó al altar.
Pero este día de Acción de Gracias ha sido
diferente. Mi hermano había jugado un partido
de fútbol, que trajimos en un vídeo para que lo
vieran todos mis familiares. La familia entera
estaba reunida delante de la tele, incluso mis
tías abuelas, que nunca ven el fútbol. Jamás
olvidaré la expresión en sus caras cuando mi
hermano salió al campo. Fue una mezcla de
todo. Uno de mis primos trabaja en una
gasolinera. Y otro primo ha estado dos años sin
trabajar desde que tuvo un accidente en la
mano. Y mi otro primo ha estado queriendo
volver a la universidad durante siete años. Y mi
padre dijo una vez que tenían envidia de mi
hermano porque había tenido una oportunidad
en la vida y la estaba aprovechando.
Pero en el instante en el que mi hermano
salió al campo, aquello quedó olvidado y todos
se enorgullecieron. Hubo un momento en que
mi hermano hizo una jugada buenísima en el
tercer down y todos lo aplaudimos aunque
algunos de nosotros ya habíamos visto el
partido. Levanté la mirada hacia mi padre, y
estaba sonriendo. Miré a mi madre, y sonreía,
aunque estaba nerviosa por si mi hermano se
hacía daño, cosa rara porque era una grabación
de un partido antiguo y sabía que no se había
hecho daño. Mis tías abuelas y mis primos y sus
hijos y todo el mundo sonreía también. Hasta
mi hermana. Solo había dos personas que no
sonreían. Mi abuelo y yo.
Mi abuelo estaba llorando con esa especie
de llanto que es callado y secreto. Esa especie de
llanto que solo yo percibí. Pensé en él yendo a la
habitación de mi madre cuando era pequeña y
dándole una paliza y levantando su boletín de
notas y diciendo que era la última vez que
traían malos resultados. Y ahora creo que quizá
se refiriera a mi hermano mayor. O a mi
hermana. O a mí. Que quería asegurarse de
que él había sido el último que trabajaría en
una fábrica.
No sé si es bueno o malo. No sé si es mejor
que tus hijos sean felices y no vayan a la
universidad. No sé si es mejor tener una buena
relación con tu hija o asegurarte de que tenga
una vida mejor que la tuya. La verdad es que
no lo sé. Me quedé en silencio y lo contemplé.
Cuando el partido acabó y terminamos de
cenar, todos dijeron las razones por las que
daban gracias. Muchas tuvieron que ver con mi
hermano o con la familia o con los hijos o con
Dios. Y todos lo decían en serio, pasara lo que
pasara al día siguiente. Cuando llegó mi turno
pensé en ello un montón porque era la primera
vez que me sentaba en la mesa grande con
todos los mayores, ya que mi hermano no
estaba ahí para tomar su sitio.
—Doy gracias porque mi hermano haya
jugado al fútbol en la televisión y porque hoy
no ha habido peleas.
La mayoría de la gente en la mesa pareció
incomodarse. Algunos incluso enfadarse.
Mi padre puso cara de saber que yo tenía
razón, pero no quiso decir nada porque no era
su familia. Mi madre se puso nerviosa por lo
que iba a hacer su padre. Solo una persona en
la mesa dijo algo. Fue mi tía abuela, la que
normalmente se encierra en el baño.
—Amén.
Y, de alguna manera, aquello lo arregló
todo.
Cuando nos preparábamos para irnos, me
acerqué a mi abuelo y le di un abrazo y un beso
en la mejilla. Se limpió la huella de mis labios
con la palma de la mano y me fulminó con la
mirada. No le gusta que los chicos de la familia
lo toquen. Pero a pesar de todo, me alegro
mucho de haberlo hecho, por si acaso se muere.
Nunca di ese paso con mi tía Helen.

Con mucho cariño,
Charlie.

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