domingo, 15 de marzo de 2015

18 de Noviembre de 1991

Querido amigo:

Mi hermano llamó por fin ayer, y dijo que no
puede volver a casa en ningún momento de las
vacaciones de Acción de Gracias porque va
atrasado en los estudios a causa del fútbol. Mi
madre estaba tan enfadada que me llevó a
comprar ropa nueva.
Sé que te parecerá que lo que estoy a punto
de escribir es una exageración, pero te prometo
que no lo es. Desde que entramos en el coche
hasta que volvimos a casa, mi madre,
literalmente, no paró de hablar. Ni un solo
momento. Ni siquiera cuando me metí en el
probador para probarme pantalones «de vestir».
Se quedó fuera y expresó en voz bien alta
sus preocupaciones. Las cosas que dijo se oyeron
por todas partes. Primero, que mi padre debería
haber insistido en que mi hermano volviera a
casa aunque fuera solo una tarde. Después, que
mi hermana haría bien en empezar a pensar
más en su futuro y enviar solicitudes a
universidades «de reserva», por si acaso en las
buenas no la aceptan. Y luego empezó a decir
que el gris me sentaba bien.
Entiendo la forma de pensar de mi madre.
En serio.
Es como cuando éramos pequeños e íbamos
al supermercado. Mis hermanos se peleaban por
las cosas por las que solían pelearse siempre, y
yo iba sentado en la parte de abajo del carrito
de la compra. Y mi madre acababa tan
enfadada que empujaba el carrito cada vez más
rápido, y yo me sentía como si estuviera en un
submarino.
Ayer ocurrió igual, salvo porque ahora voy
en el asiento delantero.
Cuando vi a Sam y Patrick hoy en el
instituto, ambos coincidieron en que mi madre
tiene muy buen gusto con la ropa. Se lo conté a
mi madre cuando volví a casa y sonrió. Me
preguntó si quería invitar a Sam y Patrick a
cenar algún día después de las fiestas, porque
mi madre con las fiestas ya se pone bastante
nerviosa. Llamé a Sam y a Patrick y dijeron que
sí.
¡Estoy muy emocionado!
La última vez que vino un amigo a cenar
fue Michael el año pasado. Tomamos tacos. Lo
más genial de todo fue que Michael se quedó a
dormir. Acabamos durmiendo muy poco. Casi
todo el rato estuvimos hablando de chicas y
películas y música. La parte que recuerdo con
más claridad fue cuando paseamos por el
vecindario de noche. Mis padres estaban
dormidos, igual que la gente del resto de las
casas. Michael miró por todas las ventanas.
Estaba oscuro y silencioso.
Dijo:
—¿Crees que son buena gente?
Dije:
—¿Los Anderson? Sí. Son mayores.
—¿Y esos de allí?
—Bueno, a la señora Lambert no le hace
gracia que entren en su jardín las pelotas de
béisbol.
—¿Y aquellos de allí?
—La señora Tanner ha estado en casa de
su madre durante tres meses. El señor Tanner
pasa los fines de semana sentado en el porche
de atrás escuchando partidos de béisbol. La
verdad es que no sé si son buena gente o no
porque no tienen niños.
—¿Está enferma?
—¿Quién?
—La madre de la señora Tanner.
—No creo. Mi madre lo sabría, y no ha
dicho nada.
Michael asintió.
—Se están divorciando.
—¿Tú crees?
—Ajá.
Seguimos andando. A Michael a veces le
daba por caminar en silencio. Supongo que
debería mencionar que mi madre había oído
que los padres de Michael ahora están
divorciados. Dijo que solo el setenta por ciento
de los matrimonios permanecen juntos cuando
pierden un hijo. Creo que lo ha leído en una
revista en alguna parte.
Con mucho cariño,
Charlie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario