martes, 17 de marzo de 2015

1 de Enero de 1992

Querido amigo:

Son ahora las cuatro de la madrugada, que es
ya el año nuevo aunque sea todavía 31 de
diciembre, es decir, hasta que la gente se
duerma. No puedo dormir. Todos los demás
están o durmiendo o acostándose con alguien.
Yo he estado mirando televisión por cable y
comiendo gelatina. Y viendo cómo se mueven
las cosas. Quería hablarte de Sam y Patrick y
Craig y Brad y Bob y todos, pero ahora mismo
no me acuerdo de qué quería contar.
Fuera está tranquilo. Eso sí que lo sé. Y
antes conduje hasta el Big Boy. Y vi a Sam y
Patrick. Y estaban con Brad y Craig. Y me puso
muy triste porque quería estar solo con ellos.
Esto no había ocurrido antes.
Las cosas se pusieron peor hace una hora, y
me quedé mirando un árbol aunque era un
dragón y luego un árbol, y recordé aquel bonito
día en el que hizo un tiempo precioso y formé
parte del aire. Y recordé que aquel día había
cortado el césped para ganarme la paga, igual
que ahora me gano la paga quitando la nieve
del camino de entrada. Así que empecé a quitar
paletadas de nieve de la entrada de la casa de
Bob, que es algo bastante chocante en una
fiesta de Nochevieja.
Las mejillas se me pusieron rojas de frío,
igual que la cara del profesor Z. cuando bebe y
sus zapatos negros y su voz diciendo que
cuando una oruga entra en el capullo, sufre un
gran tormento, y cómo se tarda siete años en
digerir un chicle. Y Mark, el chico de la fiesta
que me dio aquella cosa, salió de la nada y
levantó la vista al cielo y me dijo que mirara las
estrellas. Así que miré hacia arriba y estábamos
bajo una cúpula gigante como una bola de
cristal de esas con nieve artificial, y Mark dijo
que aquellas increíbles estrellas blancas en
realidad eran solo agujeros en el cristal negro
de la cúpula, y que cuando ibas al cielo, el
cristal se rompía, y lo único que había era un
manto blanco de estrellas, que es más brillante
que nada pero no te hace daño en los ojos. Era
un espacio vasto y abierto y de un silencio
frágil, y me sentí muy pequeño.
A veces miro afuera y pienso que un
montón de gente ha visto antes esta misma
nieve. Igual que pienso que un montón de
gente ha leído antes los mismos libros. Y
escuchado las mismas canciones.
Me pregunto cómo se sienten esta noche.
No sé bien lo que estoy diciendo.
Probablemente no debería escribir porque sigo
viendo cómo se mueven las cosas. Quiero que
dejen de moverse, pero no lo van a hacer
durante unas cuantas horas. Es lo que dijo Bob
antes de que se fuera a su dormitorio con Jill,
una chica que no conozco.
Supongo que lo que estoy diciendo es que
todo esto resulta demasiado familiar. Pero no
familiar para mí. Solo sé que otro chico ha
sentido esto. El momento en que fuera todo está
tranquilo y ves cómo se mueven las cosas, y no
quieres, y todo el mundo está dormido. Y todos
los libros que has leído los ha leído también otra
gente. Y todas las canciones que te han
encantado las ha oído otra gente. Y esa chica
que te parece guapa es guapa también para
otra gente. Y sabes que si hubieras tenido esto
en cuenta cuando eras feliz, te habrías sentido
genial porque estás describiendo la «unidad».
Es como cuando estás loco por una chica y
ves a una pareja de la mano, y te alegras
mucho por ellos. Y otras veces ves a la misma
pareja y te saca de quicio. Y te gustaría
alegrarte siempre por ellos, porque sabes que, si
lo haces, significa que tú también eres feliz.
Acabo de recordar lo que me ha hecho
pensar en todo esto. Voy a escribirlo porque a lo
mejor si lo hago ya no tengo que pensar en ello.
Y no me alteraré. Pero el caso es que puedo oír
a Sam y a Craig haciéndolo y, por primera vez
en mi vida, entiendo el final de ese poema.
Y nunca quise entenderlo. Tienes que
creerme.

Con mucho cariño,
Charlie.

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